La carretera panamericana, a medio construir hace muchos años, lleva a la ciudad de San Juan de los Pastos, alias Pasto. Localizada en el valle de Atriz, sorprende el tamaño de la ciudad: cerca de 500.000 habitantes. Ciudad limpia, ordenada, sin huecos en las calles, con muchas nuevas obras en progreso. No es un pueblo: es una ciudad amable y saludadora.
Se cree que Nariño es pura montaña, que el Nudo de los Pastos o el gran Macizo Colombiano forman a Nariño. Pero la verdad es que el departamento cuenta con tres zonas claramente definidas que tipifican diversas idiosincrasias. La zona Pacífica, con extensos territorios planos que dan al océano Pacífico, con ríos de inmenso caudal, como el Telembí y el Patía, y con una población predominantemente afrodescendiente o negra. La región Andina, la de las montañas imponentes con volcanes por todos lados: Galeras, Santa Isabel, Puracé, Cumbal, Chiles y Azufral, y la región amazónica, que va a dar al Putumayo y a la cuenca del gran río Amazonas. La mayoría de la población es mestiza, seguida de la indígena y negra.
Nariño es sorprendente. Lo primero que encuentra el viajero, si va por avión, es la dificultad para el aterrizaje en el aeropuerto de Chachagüí. Es único en el mundo por la intensidad de los vientos. En nuestro caso hicimos tres intentos, en un avión que se movía como una licuadora. Para el viajero que lo ignora es atemorizante. Los ateos rezan más que los religiosos cuando la aeronave, a dos metros del piso, vuelve a elevarse y el piloto anuncia que es un primer intento fallido. Luego, llega el segundo intento: la torre de control pasa rauda por la ventanilla y vuelve a elevarse al aparato. El vuelo va a Cali, aterriza y espera una hora a que se calmen los vientos. Al tercer intento, el avión aterriza en medio de un bamboleo mareador. Se escuchan los aplausos. ¡Llegamos! Los pilotos se asoman a ver la salida de los pasajeros en medio de una sonrisa maliciosa. En realidad, ese fenómeno es diario y no pasa nada, ellos lo saben.
Igualmente, el viajero nuevo encuentra que en el aeropuerto no hace frío. Que es un clima templado muy agradable y debe guardar la chaqueta, el suéter, la bufanda y los guantes que tenía preparados.
La carretera panamericana, a medio construir hace muchos años, lleva a la ciudad de San Juan de los Pastos, alias Pasto. Ubicada en el valle de Atriz, sorprende su tamaño: casi 500.000 habitantes. Ciudad limpia, ordenada, sin huecos en las calles, con muchas nuevas obras en progreso. No es un pueblo, es una ciudad amable y saludadora. San Juan de Pasto, en un principio fue llamada Villaviciosa de la Concepción de Pasto ¿Viciosa? Esa palabra en su tiempo significaba laboriosa, dedicada, esforzada. Así que el nombre no es de ninguna manera despectivo, como lo es ahora.
Una vez instalados salimos a realizar el primer recorrido por el centro. Nos dedicamos a las obras de los jesuitas, líderes de siempre en la ciudad. Su influencia ha sido, es y será definitiva.

En 1772, la Compañía de Jesús fundó el colegio San Francisco Javier, que estuvo vigente hasta 1779, cuando se extinguió la Orden en todo el mundo. En 1885, la Compañía refundó el colegio, como Colegio Seminario. En 2012, inició una reestructuración del edificio, que duró dos años y, en agosto de 2014, fue reinaugurado y desde entonces es conocido como el claustro histórico del colegio Javeriano.
El colegio cuenta con más de 1200 estudiantes y una metodología innovadora en la que el estudiante es ante todo un ser humano, responsable de su propio desarrollo y en la que el colegio y los maestros ‒no profesores‒ se constituyen en acompañantes respetuosos e impulsores de sus estudiantes. Una metodología moderna que es ejemplo en el país y el continente.

Un claustro viejo en historias, pero moderno en su ideología, con énfasis en lo social. Acaba de inaugurar el teatro más moderno de la ciudad, apto para los conciertos más exigentes del mundo.
En Pasto, la gran iglesia de los jesuitas es el templo de Cristo Rey. Una auténtica joya arquitectónica que refleja a fondo la espiritualidad de la Compañía de Jesús, de su fundador, san Ignacio de Loyola, y de su compañero de acción, San Francisco Javier. El templo es, sin duda, uno de los mejores y más bellos de la ciudad.
Este templo se erigió luego de que los jesuitas decidieran en 1930 echar abajo la vieja iglesia de Santo Toribio, levantada en 1572 por los dominicos, adyacente al convento de Santo Domingo. Se encomendó su construcción a la experta dirección de los hermanos jesuitas José María Ibarmía y Rubén Vega. Los planos los realizó el hermano Gogorza y el templo se inauguró en 1936. La plazuela donde estaba ubicada esa vieja iglesia se conoció siempre como de Santo Domingo. En 1797, la casa que fue colegio de los jesuitas era un cuartel y los muros iniciados para la construcción de la iglesia estaban abandonados y aparentaban ruinas de un gran edificio. Cuando los jesuitas regresaron a Pasto se les confió la iglesia de Santo Domingo.

Una de las curiosidades del templo, además de las bellísimas tallas en madera del viacrucis, la constituyen varios murales pintados por religiosos de la comunidad en los que muestran en el infierno, como en La Divina Comedia de Dante Alighieri, a obispos, sacerdotes, reyes y hasta Papas. Los fotógrafos no paran de tomar sus impresiones de esta novedad.

Villa Loyola es una finca ubicada en el municipio de Chachagüí, a 27 km de Pasto. La Fundación Suyusama trabaja de manera articulada con el Centro de Innovación Agroecológico y Ambiental Villa Loyola. Promueve la implementación de estrategias de protección y uso sostenible de los recursos ambientales en Nariño, mediante el desarrollo de talleres dirigidos a campesinos que se vinculan con la Fundación, denominados Giras Agroecológicas. Se abordan temas como análisis de la calidad biológica de los suelos, fertilizantes orgánicos, microorganismos eficientes, biofertilizantes líquidos, abonos orgánicos sólidos, producción y transformación del cultivo de café, diversificación productiva, entre otros. Es un centro de irradiación educativa hacia los campesinos que se ven favorecidos por la granja hasta el punto de llevar a ella sus cosechas de café para el procesamiento total. Es una granja experimental de innegable aporte social.

Llaman la atención de los visitantes, que acuden en busca de información o para cursos de capacitación agropecuaria e incluso para ejercicios espirituales, los techos de la vieja casona que albergan cientos de nidos de avispas que en un principio pueden causar temor, pero que luego se convierten en amigas de convivencia. Se cultivan para el proceso natural de fertilización de las plantas y resultan inofensivas, claro, mientras no se sientan agredidas.

También es un verdadero deleite contemplar los jardines que cobijan las más hermosas flores y plantas de tierra templada. Entre las sorpresas maravillosas se encuentra la flor de la cebolla junca, que admiramos una y otra vez, a la que le tomamos múltiples fotos por ser para nosotros una sorpresa real, como lo es para las abejas que se deleitan con sus néctares.

Por donde quiera que se camine en la ciudad, hay diversos templos, cada uno con historias increíbles y bellezas únicas e irrepetibles. No las visitamos todas, pero sí algunas de las más representativas. La iglesia de san Juan Bautista fue el primer templo que se construyó en la ciudad, terminado el 17 de junio de 1559. Fue la catedral de Pasto, hasta la construcción de la actual.
El acceso lateral por la carrera 25, sobre la plaza de Nariño, cuenta con un pórtico de estilo barroco español, con una talla labrada en piedra, copia de un diseño del pintor y escultor Miguel Ángel Buonarotti. La ornamentación del templo presenta ciertas formas de sincretismo, o sea, la unión de elementos que se traen de fuera y aquellos que aporta la región, lo que permite armonizarlos sin privarlos de sus características particulares. Esto explica que follajes y capiteles de columnas se encuentren adornados con hojas de la flora nativa (cedro, aliso, chaquilulo, etc.).

Para enorme sorpresa de los visitantes, en una de las capillas interiores reposan los restos del capitán Hernando de Ahumada (hermano de santa Teresa de Jesús) y del caudillo pastuso Agustín Agualongo, el intrépido adalid que defendió a su pueblo con inigualable valor. En el caso de Ahumada, la inscripción en la placa de mármol dice textualmente: “No explotó a los indígenas ni se enriqueció con los oficios burocráticos”. En el templo, además, se encuentran los restos de cinco hermanos de la gran doctora de la Iglesia.

El templo del Sagrado Corazón, actual iglesia catedral, es una monumental construcción de estilo gótico, pero con incorporación de los estilos dórico y corintio, que hacen una amalgama interesante y hermosa, así como sólida. Lo inauguró en 1922 el obispo ‒ahora santo‒ Ezequiel Moreno, en donde antes estuvo el templo de San Francisco de Asís, saqueado e incendiado a principios del siglo 19, lo que hizo que la comunidad franciscana saliera de la ciudad.

La iglesia de san Andrés, inicialmente fue una ermita, y se terminó de construir en 1591, luego de un devastador terremoto ocasionado por el volcán Galeras. Se ubica en uno de los sectores más tradicionales de la ciudad, conocido como Rumi Pamba, que en quichua significa llanura de piedra. Rumi pamba ha sido escenario de importantes acontecimientos para la historia de Pasto, como la decapitación, en 1564, a manos de las autoridades españolas, del joven criollo Gonzalo Rodríguez quien, desde comienzos de la Colonia, buscaba la independencia de este territorio, hecho que le otorgó la categoría de “precursor de precursores”.

El templo de Santiago comenzó siento una ermita que se construyó hacia finales del siglo 19. En 1895, se inició la obra del actual templo de Santiago Apóstol, inaugurado años después por el obispo Ezequiel Moreno Díaz, hoy santo de la Iglesia. El templo fue entregado a la comunidad capuchina, que aún lo tiene bajo su cuidado.
Este templo se caracteriza por su gran altura y especial belleza arquitectónica. Tiene características de estilo románico, como el arco de medio punto, muros gruesos y severos, columnas de fuste cilíndrico y su puerta principal, ligeramente abocinada.

Recorrer a Pasto es un programa de nunca acabar. Las sorpresas se encuentran en cada esquina. Venden un jamón serrano exquisito, quesos fabulosos, carnes de cuy, chancho, cordero y res. El conocido canelazo calienta en segundos el cuerpo que tirita. Aprendimos alguna de las recetas: aguardiente caliente, jugo de mora, canela en polvo y… arriba, abajo, ¡al centro y adentro! Eso sí, antes de los tres minutos uno tiene que deshacerse de la chaqueta, el suéter, la bufanda.
Pasto es una ciudad cálida por su gente y su ambiente tierno y acogedor.
Texto y fotos de Samuel Arango M.
5 Comentarios
Excelente artículo. Mil gracias Pasto de mi corazón. Un abrazo
Samuel, tu excelente narración nos ilustra y enamora de la riqueza de Nariño, con sus tres zonas, a los que no lo conocíamos bien. Si esto es Nariño, ¿qué podemos decir de la riqueza de toda Colombia? Más que la selección Colombia, es nuestro país mismo el que nos debe enorgullecer y unir, agradecidos y comprometidos.
Deliciosa e interesantísima narración, Samuel. Muchas gracias.
El centro agropecuario lo maneja Joe Aguilar, o me equivoco?
Yo entendía que el estilo arquitectónico de los jesuitas era el barroco, lo que le da su peculiar belleza, pero, a mi juicio, refleja también los tormentos retorcidos y contradictorios de la época, en pleno Concilio de Trento y Contrarreforma de una Iglesia que trataba de defenderse ante la incipiente modernidad. Los jesuitas fueron los campeones de esa lucha, que conduciría a un siglo de guerras de religión. No es así? Saludos
Una crónica hermosa de una región, una ciudad y un pueblo que atesoran riquezas arquitectónicas y humanas de enorme significado. Especial el papel que jugó la Compañía de Jesús y espectaculares las iglesias y edificaciones. Muchas gracias.
Tu recorrido me trajo muchos recuerdos de mi año de magisterio en esa ciudad en 1972