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Desde el vientre materno ya te acercaste a mi vida. Estuve a punto de ser una “pérdida”, como les pasó a los dos hermanos anteriores que terminaron anticipadamente su gestación y murieron.
En esa época la placenta fue indispensable para sobrevivir. Una vez cumplida su misión la botaban. Hoy sería materia prima de cosméticos o de células madre.
La gangrena intestinal en marzo de 1973 también fue una oportunidad para manifestarte y terminar con mi existencia.
En varias curvas de carreteras pudiste haber causado accidentes mortales. El que tuve en Santander de Quilichao una noche de julio de 1975 al chocar de frente contra un camión estacionado en la carretera sin señales, después de pasar un carro con las luces altas, pudo haber sido el fin.
El bloqueo AV del corazón la noche del 2 de octubre de 2003, con los dos desmayos en el baño y que originó el que me instalaran el marcapasos, también fue una oportunidad que dejaste pasar. La infección en enero de 2016 del segundo marcapasos mal colocado y que tuvieron que quitar y arrancar los cables para evitar que llegara dicha infección al corazón, fue otro momento en el que te acercaste.
Y finalmente el reciente temblor de tierra del 17 de agosto de este año, fue una magnífica ocasión para pensar que puedes llegar en cualquier momento y por causas que nada tienen que ver con mi voluntad y mi acción.
Por eso hoy quiero poner en blanco y negro lo que pienso acerca de ti.
Puedes llegar en el momento menos esperado y por una causa nunca imaginada.
Eres una desconexión definitiva de los axones y las dendritas de mis células nerviosas. Desconexión que sucede cada noche durante el sueño, pero que en estos casos es momentánea.
Sucedes entonces en mi cuerpo. Este cuerpo que ya me ha acompañado 73 años. Pero no sucedes en mi conciencia. Esa que surgió del cuerpo pero que una vez operando va más allá del mismo.
En narrativas de tiempos pasados llamábamos alma a aquello nuestro que queda después de tu actuación. (Que en un quirófano alemán apareció, al revelar unas fotos de una cirugía en la que falleció el paciente).
Por eso estoy convencido que tu aparición es simplemente el paso a otro estado de existencia. De la vida espacio temporal corpórea a una vida espiritual más allá del tiempo y el espacio.
Ya en el presente experimentamos elementos anticipatorios de esa vida más allá de ti. Estoy pensando en mis emociones, mis ideas, mi imaginación y mi conexión con las personas ausentes. Todo ello sucede por ahora en mi cerebro, pero sus efectos van más allá de las funciones neurológicas.
Los servicios que haya podido prestar con mis manos, con las palabras de mi boca, con los gestos de mi generosidad y simpatía y aún con mi presencia silenciosa, producen efectos en los demás que trascienden la existencia de mi cuerpo.
Pero todo esto sería una posible fantasía si no hubiera pasado por esta historia un ser humano que, con su vida y muerte ejemplares y su resurrección, nos ha confirmado que existe un Padre amoroso que nos ha creado para su alabanza y su servicio y nos espera en su “Casa” al final del camino.
Tantos testigos han vivido de acuerdo con el evangelio de ese ser humano y hasta han llegado a morir por ser coherentes con esta creencia trascendente.
Vine a este planeta sólo con mi pequeño cuerpo indefenso y me iré de él dejando un paquete de cenizas con lo que fue mi cuerpo una vez cremado. Algo similar a lo que pasó con la placenta del comienzo. Todo lo que ahora tengo y uso se quedará aquí para beneficio de otros. No podré llevarme nada.
Pero lo que haya podido hacer con lo que me han prestado para bien de los demás, eso sí queda en aquella dimensión trascendente y podré encontrármelo con sorpresa, en el más allá.
Gracias muerte por mantenerme en esta conciencia humilde que significa saber que somos temporales y pasajeros, en este planeta que lamentablemente estamos administrando mal y que dejaremos no tan bueno a nuestros descendientes. Puedo morir hoy o vivir 120 años y luego ver qué hago.
Bienvenida, cuando sea el momento en que Dios lo quiera.
Juan Gregorio Vélez
Noviembre, 2023