Mont Saint-Michel (Francia)

Por: Pilar Balcázar
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Años atrás veía fotos de este monte y me preguntaba: ¿será posible que algún día vaya y lo conozca? Oía tantas historias de la marea que subía y bajaba y que había días en que no era posible llegar. Entonces comencé a leer para entender y tener claro cómo ir y poder subir al punto más alto sin preocuparme por la marea.

Era tal mi emoción que este Monte empezaba a aparecerse en todas partes: libros, fotos, revistas, comentarios de amigos en Facebook, en Instagram… Entonces, me dije: ¡ya! Ya llegó la hora. Y llegó de verdad. Hicimos planes para viajar a Normandía, cerrando el viaje con el punto más al occidente de la región en el Monte Saint-Michel.

Manejamos desde Paris y pasamos por algunas ciudades durante varios días. Llegado el día reservado, nos dirigimos al suroccidente de las playas de Omaha Beach que guardan una gran historia: en ellas aconteció el día “D” del desembarco que fue clave para ponerle fin a la segunda  guerra mundial. 

Aproximándonos por la carretera y entrando al área, a lo lejos se alcanza a ver como un triángulo entre la bruma y el sol tenue. A medida que vas acercándote puedes apreciarlo mejor.  

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Llegamos a las cercanías y nos registramos en un hotel ubicado a 3,5 kilómetros de la subida o puerta principal del monte.

Salimos. Eran las 5.30 p.m. y una temperatura de 20 grados centígrados. Un sol suave caía sobre un puente casi seco. Comenzamos a caminar muy emocionados hacia lo desconocido y añorado. Nos cruzamos con 3 o 4 personas y vimos que pasó un bus con algunos pasajeros… Desconocíamos si había horarios o reglas para visitar ese lugar.

Terminamos de recorrer el puente. Tomamos muchas fotos y entramos a un área más amplia, como un parqueadero para bicicletas, dicen que no más de 100. Aquel bus llega hasta un punto en el puente, el chofer se baja, cierra con llave delantera, se sube por la parte trasera del bus y comienza a manejar de regreso. ¿Habían visto un bus de doble cara?  Pues este lo es… 

A lado y lado notamos arena húmeda y entendimos que ahí era donde la marea sube y cubre toda la zona, hasta convertir el Monte en una pequeña isla. Entonces, me pregunté cuándo subiría. 

Entramos por la puerta principal. Algunas tiendas estaban cerradas y había muy poca gente. Caminamos por su única calle ‒no tan amplía‒ que va subiendo hasta la parte más alta, donde está el monasterio. Bajamos y decidimos cenar en un lugar que estuviera abierto. ¡Qué suerte la nuestra! Conseguimos la mejor vista frente a un ventanal desde donde vimos la caída del sol y también a unos cuantos turistas que regresaban hacia la arena húmeda adentrándose en un mar sereno. Parecía que no tenían ganas de retornar.  

Esto nos llamó la atención. Observamos a un grupo de 8 a 10 personas, acompañado de un guía que indicaba dónde pisar. Estuvimos pendientes de ver cuándo volvían. Cayó la noche oscura y fresca y no vimos su regreso. ¿Le darían la vuelta a todo el Monte? O simplemente no regresaron… Nuestro mesero hizo muchas bromas al respecto, pues decía que muchos caminaban con ganas ¡de que la arena se los tragase!

Muchos hablan de su experiencia con la marea, pero la verdad es que no es tan dramático. Los especialistas del clima saben cuál será el comportamiento del agua y esta sube pocas veces al año:  invierno y con luna. ¡Hasta saben la hora en que sucederá! Muchas de las personas que trabajan en el Monte Saint-Michel terminan su jornada a las 11.00 p.m. y salen de regreso para sus casas sabiendo que no tendrán problema con que el mar haya subido. 

Nosotros, con el corazón contento y unos cuantos vinos en el sistema digestivo, caminamos de regreso en medio de la oscuridad. Tomamos el bus y a descansar se dijo, porque al día siguiente estaríamos de vuelta para recorrer el Saint-Michel con ojos de luz. 

Y así fue. Ya había mucha más gente. Hicimos fila para entrar al monasterio. Lo recorrimos y escuchamos su historia. Todavía viven monjes allí: celebran misas, estudian y se preparan como en una abadia. Es un lugar lleno de entradas y salidas, subidas, bajadas y jardines preciosos con una vista alucinante y una energía que te envuelve.

De día era otra sensación. Mi alma se llenó de agradecimiento. Observé cada detalle desde las alturas, imaginé la marea cuando subía, vi cómo cambiaba color del agua cuando variaba el ángulo de mi mirada. Mis ojos se iban al infinito y la energía fluía. Parecía que todos allí estábamos felices.  

Dispones de unas tres horas para hacer esta visita. Recorres el monte, lo observas, lo agradeces y te vas con el corazón contento a seguir tu próximo destino. Tuvimos la fortuna de ver su noche y su día.

Por la tarde estuvimos en ciudades cercanas y al anochecer preparamos lo necesario para un picnic viendo la caída del sol frente al Monte Saint-Michel. 

¿Desearías algo mejor?

Pilar Balcazar

Septiembre, 2021

4 Comentarios

Gabriel y Stella 21 octubre, 2021 - 8:14 am

Excelente artículo y recuerdo. Nos hiciste vivir de nuevo este hermoso lugar, lleno de historia y belleza arquitectónica.

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jesús+ferro+bayona 21 octubre, 2021 - 10:57 am

Hace muchos años, cuando era estudiante en Tours fui al Mont Saint-Michel. Me ha gustado leer el artículo de Pilar, es como volver con su relato a ese bello lugar.

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Juan+Gregorio+Velez 21 octubre, 2021 - 4:58 pm

Gracias Pilar querida.
Me quedó muy claro el proceso que vivieron y lo compartí mentalmente. Parece un sitio de mucha energía y se refleja en las fotos. Queda pendiente para un futuro viaje.

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yamen 21 octubre, 2022 - 10:15 pm

Que lindo relato.

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