En Asheville, Carolina del Norte, poca historia aprendí, pero sí pude sentir el aire, el viento, los olores, el color, el amor de familia y la energía que fluye y te hace vibrar.
Asheville, una ciudad pequeña, se ubica al noroeste del estado de Carolina del Norte. Es conocida por su arte y su arquitectura histórica del siglo XIX.
Sus montañas iluminan el ambiente y sus árboles se mueven danzantes, dando un aroma a hoja fresca, a madera húmeda, lo que provoca la necesidad de respirar profundo, de llenarte de ese oxígeno que aclara tus pulmones.
Aprendí y reafirmé con Mateo, el esposo de mi prima Nancy, que las plantas nos escuchan, que tienen alma y que se ponen más bellas cuando las halagamos. Él vive y muere por sus siembras y yo sentí que todas ellas darán fruto pronto porque quieren complacerlo.

Al sur de Asheville visitamos Greenville, población conocida por su río que atraviesa la ciudad, dándole un toque de vacaciones, pues la gente lo usa para pasear, bañarse o. simplemente, deleitarse mirándolo. El sonido que desata la caída del agua te inmiscuye en su realidad y puedes olvidar la tuya, lo que regala paz para el alma y se ofrece toda para tus ojos y oídos.
¿Y qué tal el Blue Way que nos sumerge en el mundo del bosque y montaña, y llega a una partecita de Pisgah Forest? Al hacer algo de senderismo se encuentra otro regalo: una hermosa cascada metida entre piedras y rocas, donde el sol se filtra entre las ramas para calentar un tris el ambiente, y hay más cascadas: Triple Falls, donde después de caminar media milla, tus ojos quedan abrumados ¡ante tanta belleza del Creador! Torrentes de agua que caen dejando un sonido y una sensación de armonía total, envuelta con el canto de los pájaros. Desde un solo punto puedes apreciar las tres cascadas.

¿Qué más puede pedirse? Solo agradecer, tener todavía piernas, rodillas y cadera para moverme y ojos y oídos para ver, observar y escuchar. Y no podría olvidar la capacidad humana que construyó el bello castillo de Biltmore State: cada detalle con gusto exquisito de la familia Vanderbilt, rodeado de jardines que, desde lo alto, permite apreciar toda la tierra que rodea esta bella ciudad de Asheville.

Probar los vinos criados en sus tierras y destilados con fina coquetería para volverlos únicos de esa región me gustó mucho. Catar, saborear y escuchar la historia de la familia que con amor y pasión se dedicó al vino artesanal blanco, rojo y rosado para dejar su legado.

Nos despedimos de Asheville y de los primos Lindo, que son los más lindos, pues nos acogieron con tanto amor que nos sentimos en casa.
Pilar Balcázar
Julio, 2021