Esta reflexión, hecha desde el Perú, nos recuerda situaciones semejantes de la realidad colombiana.
Buscábamos algunos testimonios personales sobre la corrupción para enriquecer un debate público. Invitamos a tres profesionales -dos hombres y una mujer-, los tres, exfuncionarios públicos y los tres se negaron a participar, con el mismo argumento: “soy conocido/a, no quiero poner en riesgo a mi familia…”.
¿En qué sociedad estamos que nos permita entender este comportamiento? En una donde el miedo manda. En una donde la corrupción se ha convertido en algo cotidiano que nos afecta de manera personal. En una donde cada uno/una tiene que tratarla individualmente, porque no hay capacidad colectiva para anularla, convirtiendo a la impunidad en un amenazante agujero negro que permite que los corruptos lleguen a niveles delincuenciales, donde la amenaza, el chantaje, la agresión física y hasta la muerte, se diluyen, se vuelven banales, cotidianos[1].
Hace poco lo oí en el Colegio de Ingenieros: “…ellos conocen muy bien la política del diezmo en la ejecución de las obras públicas. Saben que si se oponen a ella, simplemente se quedan sin trabajo”. Aceptar en silencio, “hacerse de la vista gorda”, permanecer al margen, renunciar al derecho a la denuncia, bajar los brazos, son comportamientos que están produciendo sociedades anómicas, donde el estado se convierte en el botín a ser conquistado por los mafiosos de cualquier pelaje.
Desde allí, se compran y venden conciencias, se fabrican realidades encubridoras, el dinero fácil se convierte en la sangre enferma de ese cuerpo social anémico. Como afirma el sicólogo Saúl Peña[2], ya desde la conquista, bajo “…la cruz y la espada se vivieron situaciones de humillación, sometimiento y esclavitud que generaron agresión destructiva e identificación con el agresor”…como estrategia de sobrevivencia.
En la colonia, en palabras del historiador Alfonso W. Quiroz[3] “…las corruptas prácticas coloniales fortalecieron el abuso y la explotación de la población indígena, el descuido en la administración de las minas, el difundido contrabando y el fracaso de la reforma colonial…”[4] todos, hechos ocurridos al amparo “…de la corrupción
administrativa sistemática de las cortes virreinales, respaldada por un séquito de allegados que se beneficiaba con monopolios, privilegios y cargos oficiales comprados”.
En los primeros años de la república, subraya Saúl Peña, “…se percibe un predominio del militarismo, autoritarismo, prepotencia, de un gran número de gobiernos militares, muchos de ellos sostenidos por una civilidad tolerante”.
La herencia de esta época es la versión de una democracia acentuadamente presidencialista que, apoyada por un defectuoso proceso descentralizador, ha tenido dos versiones: la caudillista, encarnada por los dos períodos de Alan García y la de máxima corrupción de Alberto Fujimori que “…entabló una relación perversa con el poder: una ambición desmesurada, egocentrismo, autoritarismo, prepotencia, doblez, tendencia al engaño y al cinismo casi permanentes…”.
Resultado histórico: el país convive con una “corrupción sistemática”[5] que ha dado origen a un “estado de incertidumbre colectiva”[6] y a una sociedad fragmentada que desconfía de sus políticos pero que, paradójicamente, necesita de ellos para ascender en la escala social.
Pero, además, la corrupción ha frenado el desarrollo del país, ha contribuido a la agudización de la pobreza y al deterioro de las condiciones de vida de amplias capas de la población.
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“Asesinos confesos regresan a su pueblo al salir de la cárcel y reciben el homenaje de sus paisanos. Despilfarradores y ladrones vuelven aclamados y elegidos por la misma ciudadanía a la que llevan decenios estafando. Al salir de los juzgados, los mayores sinvergüenzas de la vida pública se sumergen en una multitud de seguidores, ‘el buen pueblo compacto’[7].
[1] En Ancash, una región en la que viví y trabajé durante 15 años, la oficina de la contraloría recibió 350 denuncias en el 2012. Sólo se llegó a dictar una sola condena…
[2] En su libro “Sicoanálisis de la corrupción”.
[3] “Historia de la corrupción en el Perú”.
[4] Saúl Peña, p. 65.
[5] Quiroz, p, 45.
[6] Peña, p. 64
[7] Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era sólido, p.41.
Jorge Luis Puerta
Febrero, 2023