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Hernando Bernal Alarcón

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Estaba leyendo hace pocos días, un artículo sobre los peligros que enfrenta la sociedad de la Cuarta Revolución Industrial por el desbordamiento de las tecnologías, especialmente de aquellas referidas a la Inteligencia Artificial y a la Robótica. 

Los autores señalaban con preocupación, la necesidad de conducir y manejar dichos avances de forma tal que no afectaran las propiedades y características del ser humano, especialmente cuando la Inteligencia Artificial supliera y suprimiera la capacidad de la decisión individual y colectiva propia de la voluntad humana. Utilizaban un término inglés “harnessing of technologies”, que me pareció una apropiada metáfora para significar la necesidad de un manejo apropiado de las mismas.

Recordé entonces lo que mi abuelo me enseñó cuando para montar a caballo me pedía que ajustara “el arnés de las bestias”, es decir la silla de montar con su alfombra, los estribos, el lazo y sus correas de ajuste, la jáquima para conducir el caballo y el freno para detenerlo. Entendí que la metáfora hace alusión a que las tecnologías deben estar al servicio de quien las usa y maneja, y que el jinete que las monta a su vez debe ser el que las conduzca, oriente, las exija para lograr las metas al paso adecuado, y las frene cuando sea necesario. 

Bobadas mías quizás, pero muy ciertas para tratar de dilucidar el enorme problema de la relación entre el hombre, la sociedad y las tecnologías, asunto que ocupa un lugar preponderante en la construcción del paradigma de la nueva época histórica a la que he venido haciendo alusión. 

Asunto que en primera instancia ha sido concomitante a la presencia de la inteligencia, la voluntad y la habilidad humanas en el planeta tierra desde hace muchísimos siglos. Al desenterrar los restos de los homínidos que habitaron el planeta, los antropólogos siempre hacen alusión al descubrimiento de instrumentos que les permitieron manejar y modificar sus contextos naturales, es decir a las herramientas técnicas que les apoyaron para construir su propio hábitat y desarrollar sus culturas. 

Se puede afirmar que el desarrollo de la humanidad está signado y acompañado en forma sustancial por el desarrollo de la tecnología. Es preciso clarificar qué se entiende por lo tanto bajo el término de tecnología, que incluye entre muchos componentes: herramientas, equipos y aparatos, modos y procesos de uso, manuales de procedimientos y de utilización según diferentes alternativas, todos los cuales son, a su vez, producto de los avances científicos y de las leyes generales que conforman las diferentes disciplinas del conocimiento. 

Por parte de quienes las usan, desarrollan y utilizan se requiere por lo tanto: conocimientos científicos, desarrollo de pericias, actitudes y habilidades, sujeción a las reglas de uso y voluntad de utilización. Esta es la forma compleja como se entiende y se da sentido a la tecnología en su acepción de agente, ella misma, del desarrollo y potenciación de la humanidad y por lo tanto de la historia. Por lo cual, se puede afirmar también que, la agencia tecnológica opera como sujeto activo de la transformación del mundo y en consecuencia de la existencia del hombre en el planeta tierra, cambiante en razón de la misma tecnología.

Esta relación del “homo sapiens et laborans” con el planeta da los argumentos para entender la función de “sostenibilidad” que dado el cambio de la actual época histórica se le asigna a la tecnología. Se parte de la evidencia sobre los efectos extensos y perjudiciales que la industria tecnológica ha causado en el atmósfera, los mares, las costas y la corteza terrestre, tanto por la extracción de las materias primas, como primordialmente por su uso, rendimiento, distribución y utilización a través de los productos desarrollados para la humanidad, que en su gran impacto debido al crecimiento desbordado de la población mundial y a las fallas en el manejo de los subproductos, los deshechos y las basuras, están poniendo en peligro la continuidad de la existencia del hombre en el planeta tierra. 

Por eso, en este cambio de época que vivimos “sostenibilidad” debe entenderse no solo como restricción y equilibrio en el uso de los recursos escasos y disponibles en función de las generaciones futuras, sino la utilización de los mismos en forma circular, para que se puedan convertir, una vez utilizados, en nuevos recursos para el mantenimiento de la presencia del hombre en el planeta tierra. Menuda tarea la que le corresponde a la tecnología en la conservación del planeta tierra como casa común de la humanidad, tal como lo expresó el Papa Francisco, quien fue el primero en afirmar que no estamos en una época de cambio “sino en un cambio de época histórica”.

Pero si bien “la sostenibilidad” tiene que ver con el asunto planetario en su dimensión geográfica y ecológica –es decir en el ecosistema ambiental- no es menos necesario considerar que dicha meta es también necesaria para la humanidad en sí misma, como conjunto viviente de seres racionales, es decir para la sociedad, la economía y la cultura como “ecosistema social”. 

Se trata entonces de las modificaciones, reformas, invenciones e innovaciones que es preciso emprender para adecuar a la humanidad en su conjunto a las exigencias, posibilidades y potencialidades de los nuevos desarrollos –es decir los que ya se están dando en la cuarta revolución industria 4RI, y los que son previsibles para la 5RI–. Y entonces, el tema de la sostenibilidad tiene que referirse a asuntos tales como la familia, la democracia, la política, el deporte, la recreación, el transporte, la alimentación, la vivienda, la salud, el empleo, el trabajo, y los múltiples asuntos que conforman el ethos de las sociedades contemporáneas. Hablar de sostenibilidad implica por lo tanto aplicar la tecnología en su ámbito más complejo para enfrentar los retos que tiene la misma humanidad. 

En esta concepción, la sostenibilidad implica a su vez “sustento y soporte”. Sustento implica la necesidad de alimentarla, papel que juega de forma muy significativa la invención y la innovación como procesos y mecanismos desarrollados por la misma humanidad en su proceder hacia niveles permanentes de progreso. 

Soporte implica apoyo permanente, asunto en el cual, en esta nueva época, juegan un papel relevante las Nanotecnologías, la Biotecnología, las ciencias de la Información y las ciencias del Conocimiento, todas ellas producto evolutivo de las mismas tecnologías tradicionales del mundo industrializado. Es decir, la tecnología es un sistema que se reproduce a sí mismo, por eso es necesario calificarlo como autopoiético. Y este es el acento de la tecnología en la nueva época que estamos viviendo, lo cual al mismo tiempo, tiene sus ventajas y también sus peligros. 

En síntesis, en esta nueva era a la que nos enfrentamos como humanidad, la tecnología debe formar parte y estar al servicio del progreso mesurado, racional y equilibrado del “ecosistema global” en sus aspectos ambientales, sociales, económicos y culturales. 

Este es a su vez, el signo más amplio de lo que significa el cambio de época en el tiempo histórico actual de la humanidad y el mayor dilema y la mayor exigencia para la invención, la innovación, la imaginación y el comportamiento humanos, que debe contar con el apoyo de la misma tecnología como sistema autopoiético y por excelencia el producto más avanzado y al mismo tiempo el más amenazante de la propia existencia humana.

Hernando Bernal Alarcón

Noviembre, 2023

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Antes de referirme al nuevo orden mundial que se prevé aparecerá a mediados del presente siglo, quiero confesar que personalmente me adhiero a los principios de la cultura occidental.

Es decir, a una visión democrática basada en el voto ciudadano y la diferenciación de los poderes del Estado, a una visión económicamente  predominante de reproducción del capital y de desarrollo industrial, a la defensa del concepto de autonomía y soberanía nacional para el manejo de los territorios, y al respeto por la carta de los derechos humanos y de las Naciones Unidas como su salvaguarda, tal como fue establecido por las discusiones y acuerdos logrados al final de la segunda guerra mundial en el siglo pasado. Es decir, todavía soy un hombre del Siglo XX y a la par de “emérito” por razón de mi edad se me puede tachar de retardatario. Ciertamente disto mucho de ser progresista, de acuerdo con el significado que se le quiere dar a dicho término. Pero no estoy en contra del cambio social necesario para lograr el entendimiento entre los grupos, el bienestar del mayor número de personas y la paz de las naciones basada en criterios de justicia, equidad y desarrollo individual. Más aún en mi periplo vital me he dedicado a lograrlo y promoverlo, en el marco de las condiciones y posibilidades que permite el actual sistema occidental, en lo económico, lo político  y lo social. 

Reconozco además que en las coyunturas del presente Siglo XXI se están dando las condiciones para la creación y  consolidación de un nuevo orden mundial, en el cual la premisa básica es “la deconstrucción” del pensamiento occidental – su filosofía, sus creencias y valores – para dar paso a una visión universal de carácter holístico, en la cual predominan las visiones, actitudes y comportamientos de los pueblos del planeta tierra, que por su cultura y conocimientos no pertenecen al mundo que heredamos de los griegos, los romanos y la cristiandad de la edad media y el renacimiento europeos. Por un lado, dicha cultura no occidental que es en sumo grado diferente y variada puede predicarse tanto de la China, la India y de muchas de las naciones del oriente, como de los pueblos raizales del oriente de Rusia, de Africa, el Mundo Arabe, Oceanía y la América Latina. 

Se prevé que para mediados del Siglo XXI el poder económico del Asia Meridional conformada por la China, la India y Rusia, no solo estará basada en el gran territorio de dichas naciones sino en la presencia de más de la tercera parte de la humanidad. Su influjo se extenderá entonces principalmente a los países de Africa y América Latina, como productores de materias primas, de recursos energéticos y de alimentos, que al tiempo que redescubren y defienden sus propias raíces ancestrales estarían predispuestos a adoptar los nuevos criterios del orden geopolítico. Dichos criterios estarían edificados sobre la puesta en duda de la constelación de valores que fundamentan la democracia actual, el capitalismo del mercado globalizante, la concepción individualista de los derechos humanos, la soberanía nacional, la cultura del desarrollo industrial, el consumo y la productividad, y la religión cristiana.

Posiblemente para entonces el mundo económico estará posiblemente dividido y polarizado en dos grandes secciones territoriales. La primera conformada por los países de América del Norte, especialmente Estados Unidos, Canadá y Europa que seguramente no se resignarán a ceder su predominio y modificar sustancialmente su cultura, y los países del Asia Meridional a los cuales ya se hizo alusión.   El resto del mundo tendrá que decidirse sobre su pertenencia al uno o al otro sector de influencia mundial, con la probabilidad que muchos de ellos se disociarán en regiones enfrentadas en desgarramientos y profundos conflictos ideológicos, políticos, económicos y sociales entre sus propios ciudadanos, para definir sus preferencias, fijar sus prioridades y establecer sus lealtades. 

Dicha polarización ya es un hecho en las naciones de la América Latina y tenderá acentuarse a medida que se avance hacia la mitad del siglo actual. Es una realidad que países como Cuba, Venezuela y Nicaragua están en la avanzada de su redefinición cultural en favor de la deconstrucción de la cultura occidental. Hay pasos moderados pero que no dejan de ser profundos en países como Méjico y Brasil, los dos colosos continentales. Tienden a ser mucho más agudos en la situación actual de Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, como países que tienden a moverse dentro del denominado socialismo bolivariano. Y son todavía muy perceptibles y notables en Chile, Argentina, Paraguay y Uruguay reconocidos como el cono sur del continente. De cualquier manera se están cumpliendo progresivamente los propósitos, las metas y las orientaciones socialistas establecidas en el Foro de Sao Paulo.

Mientras tanto los países del Norte y de Europa se sienten atónitos, impedidos, agobiados y limitados por las hordas de migrantes que confluyen furiosamente sobre sus fronteras de parte de América Central, el mundo Arabe y los países africanos. Todos ellos ilusionados ´por el sueño de un mundo mejor que realmente cada vez se hace más elusivo e inalcanzable, pero que causa internamente disensiones y enfrentamientos políticos cada vez más difíciles de solucionar. La polarización política es un hecho, y es el factor de aceleración más importante en el proceso de definición del nuevo orden mundial.

En mi visión un tanto retardataria y posiblemente de fuertes tintes pesimistas – manes propios de la vejez ciertamente – considero que el desgarramiento en Colombia se acelera día a día con el incremento del poder de las disidencias de la Farc, con la aceptación creciente y reconocida de los movimientos criminales como el clan del golfo y otros similares, con la consolidación de las milicias indígenas y los movimientos campesinos, con la instalación permanente del conflicto urbano por parte de los jóvenes que conforman una nueva línea,  que conjuntamente con la anuencia del gobierno y el debilitamiento de la policía y de las fuerzas armadas van a lograr la construcción de un nuevo estado dentro del estado, en el cual departamentos como Chocó, Cauca, Nariño, Guaviare, Putumayo y Amazonas van a construir una región autónoma dentro del estado. Posiblemente son solo “bobadas mías”. Pero así siento que se está avanzando en Colombia en la construcción de ese nuevo orden mundial renuente a los valores de Occidente y por lo tanto a nuestra tradicional visión tanto democrática como cristiana.  

Hernando Bernal Alarcón

Noviembre, 2023

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Normalmente me hago al pensamiento de que soy católico. Pero posiblemente, considerando las formas tradicionales que heredé de mis padres y de mi familia, en general siento que tengo que calificar esta afirmación y reconocer que solo soy cristiano.

Mantengo la fe en los sacramentos como medios provistos por la fe para la remisión de los pecados y para el logro de la comunicación con Dios, tanto en esta vida como en una esperanzadora vida más allá de la muerte. Pero no los practico con constancia y con regularidad. Tampoco me opongo a que otros lo hagan y los respeto y admiro por su adherencia a los caminos de la fe. 

Leo con frecuencia los evangelios y encuentro de enorme ayuda algunos libros sobre espiritualidad, especialmente en el marco de la tradición de la Compañía de Jesús. Escucho con intensidad y devoción la misa dominical, que seguimos conjuntamente con mi mujer, ahora en esta época avanzada de nuestras vidas, en forma virtual a través de los medios.

Rezamos con frecuencia el rosario, sin sentirnos culpables cuando pasan días en que no lo podamos hacer, así sea en los meses que propicia la predicación litúrgica para hacerlo. Considero la liturgia como la concreción del arte y la praxis religiosa y me ufano de tener como hobby personal el culto y la audición de la música sacra, donde los clásicos, especialmente de origen protestante, dejaron oratorios extraordinarios sobre los textos, figuras y eventos de la sagrada escritura. 

Con mi mujer además, tenemos dudas sobre asuntos relacionados con el aborto y la eutanasia, con la prohibición de los anticonceptivos, con el no-matrimonio de los clérigos, y no consideramos importantes muchas devociones que practicaron nuestros padres en relación con novenarios, horas santas, precesiones, trisagios, ayunos y abstinencias, vigilias de adviento, cuaresma y semana santa, según el calendario litúrgico, y que en alguna oportunidad de mis escritos califiqué como catolicidad a rajatabla.

No niego tampoco mi escepticismo sobre algunos asuntos referentes a la interpretación de los dogmas, tales como la devoción exagerada a las miles de formas que se le dan a María y al culto de los santos, las interpretaciones teológicas de la construcción de los sacramentos con bases escriturísticas, el profundo significado dado al pecado original como elemento fundante de la debilidad y de las limitaciones humanas, la construcción institucional de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo según la interpretación paulina, la interpretación mística asignada a la castidad y su imposición sobre los llamados a la consagración sacerdotal y religiosa; la negación dogmática de la ordenación de personas pertenecientes al género femenino, la infalibilidad papal y la autoridad de solo los obispos como sucesores directos de los apóstoles en la interpretación de los evangelios; la catolicidad solo aceptada en su dependencia al primado de Roma con sus exigencias e imposiciones en asuntos tales como la negación de la comunión para los divorciados, la indisolubilidad del matrimonio y las posiciones relacionadas con los miembros de las comunidades LGTBI. 

Posiblemente por estas razones aprecio tanto la presencia y la figura del Papa Francisco, por quien siento no solo un gran cariño y respeto sino también une profunda afinidad por nuestra condición generacional –nos llevamos poquitos meses de edad– por nuestra formación en la Compañía, y por la forma como quiere conducir la Iglesia. Muestra un profundo sentido de la misericordia divina con la humanidad, con una enorme humildad, y con una decisión de abrir las puertas de una iglesia compasiva a todos los seres humanos, independientemente de su posición social, económica y religiosa, pero con preferencia por los más desfavorecidos. Esos a los que ahora damos múltiples adjetivos: discapacitados, “vulnerables”, marginados, diferentes, y que, según el evangelio solo son “los pobres”, quienes siempre están entre nosotros. 

Y con esto llego al meollo de esta segunda entrega de las bobadas mías, pues me preocupa intensamente la profunda reacción en contra del Sínodo de la Sinodalidad que se ha convocado en Roma durante este mes de Octubre de 2023. Reacción no generalizada, pero sí muy radical, por parte de los sectores más tradicionales de la Iglesia Católica. No se ha publicado mucho en los medios y se han querido crear cortinas de humo sobre el sentido y los problemas surgidos alrededor de este acontecimiento.

La palabra sínodo significa caminar en conjunto. Y la sinodalidad -un neologismo- se refiere, según el Papa, a aquellos efectos esperados cuando la comunidad camina en conjunto, define posiciones y diseña cambios concertados que se deben hacer visibles en esa proyección hacia adelante que es la meta de todo buen camino.

El Papa espera que la Iglesia tenga no solo un bello ropaje, sencillo y actualizado según los requerimientos de los tiempos actuales, sino que actualice en sus creencias y valores el mensaje prístino del evangelio para hacerlo más asequible y aceptable por toda la humanidad, en relación con temas como el matrimonio sacerdotal, la ordenación de las mujeres, la bendición (que no sacramento) de parejas del mismo sexo y el perdón colectivo de los pecados, no solo a través de la confesión individual.  

De ser así, se estaría afectando, según los cinco cardenales opositores procedentes de Alemania, USA, México, China y Africa, el “depósito de la fe” que es inmodificable y cuya conservación e interpretación es la tarea única del Papa como pastor universal, representante de Cristo y cabeza única de la Iglesia. 

Por lo tanto el Papa Francisco –dicen los cardenales que suscriben el documento sobre asuntos dudosos– debe formular con anticipación a toda discusión un pronunciamiento doctrinal y dogmático sobre estos cinco temas, los cuales pudieran ser materia de estudio y análisis, pero no materia de definición. Tanto más cuanto en el sínodo no solo participan los Obispos, quienes como sucesores de los apóstoles tienen la única potestad de formular la doctrina, sino otros fieles del pueblo de Dios –inclusive laicos– a quienes no cobija el ejercicio de dicha autoridad.

Así pues, el dilema para el Papa Francisco es o defender la sinodalidad tal como él la entiende y considera necesaria para la transformación de la estructura piramidal de la Iglesia, o aceptar la visión tradicional y confirmar la verticalidad a ultranza como única fuente de preservación del “tesoro de la fe”. 

Si el Espíritu Santo lo ilumina para confirmar los beneficios de la sinodalidad, entraríamos en una situación real de cambio, en la cual podrían definirse apropiadamente muchos de los problemas y dilemas mencionados anteriormente. Sería realmente un cambio de época histórica en la Iglesia.

Posiblemente son solo “bobadas mías” y por lo tanto, personalmente tenga que seguir en la situación ambivalente de ser solo cristiano o de confesarme católico sin serlo realmente. Alternativa que me atrevo a creer sería predominante en una porción muy considerable del pueblo de Dios, según sea la fuerza con la cual la voluntad humana permita actuar al Espíritu Santo, tal como ocurrió en el instante mismo de la encarnación.

Hernando Bernal Alarcón

Octubre, 2023

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Recordando la tarea de ACPO, al conmemorar 75 años de la llegada de Monseñor Salcedo a Sutatenza el 23 de Agosto de 1947.

La publicación de este libro significó para mí la posibilidad de dejar un testimonio y sintetizar la experiencia social en la cual jugué un papel protagónico entre 1959 y 1994 (35 años de mi vida). 

Experimento de educación de adultos campesinos realizado en Colombia por iniciativa de Monseñor José Joaquín Salcedo quien, utilizando medios de comunicación social, especialmente la radiodifusión, el periodismo, la discografíacon el discoestudio, los medios audiovisuales como el cine y la TV, y la múltiple edición de cartillas y de una biblioteca con temas propios para el campesino, logró llevar educación básica a más de seis millones de personas procedentes de los lugares más remotos del país, durante los 47 años de su funcionamiento como Organización o Fundación educativa. 

Experiencia en educación fundamental integral con nociones y contenidos dirigidos a la solución de los problemas de la población campesina en lo relacionado con su salud, su vivienda y condiciones de vida, con su productividad agropecuaria y con la venta de sus productos, con la participación comunitaria, sus organizaciones de base orientadas a la transformación de la infraestructura física y económica de sus comunidades, sus movimientos de organización social comunitaria a través de juntas veredales, y el cuidado y desarrollo responsable de sus núcleos familiares como célula fundamental de la sociedad campesina, todo orientado en el marco de la concepción de una reforma agraria integral. 

Modelo educativo que a su vez requirió la construcción de organismos y empresas educativas como los Institutos de Formación de líderes campesinos con sedes en Sutatenza y Caldas (Antioquia), el centro de promoción y atención cultural con oficinas centrales en Bogotá y periféricas en 450 municipios del país, el periódico semanal EL CAMPESINO con un tiraje de 100 000 ejemplares, la biblioteca del Campesino con 100 títulos diferentes, y la respuesta personal a las comunicaciones enviadas por los usuarios que superaban más de 500 cartas mensuales. 

En función de este servicio a las comunidades se construyó una infraestructura de industria cultural consistente en la Red de Emisoras de Radio Sutatenza, con cinco emisoras instaladas en centros cruciales para el cubrimiento nacional, la Editorial Andes, la Prensadora de Discos y la Red de Oficinas Regionales ubicadas en las cabezas diocesanas de la iglesia colombiana. Todos estos asuntos, lo mismo que una síntesis de los procesos de evaluación y del análisis de los resultados del modelo, se tratan en la primera parte del libro.

Pero quizás lo más significativo del documento presentado ante el Concurso de Investigaciones Sociales patrocinado por la Embajada de Francia con la participación del periódico EL ESPECTADOR y la Asociación Colombiana de Universidades en el año 2005, fue la posibilidad que tuve de expresar los cuatro conflictos que conformaron el proceso de disolución y desaparición del modelo, y que constituyen los cuatro últimos capítulos del libro, a saber: el conflicto institucional y doctrinal con la Jerarquía eclesiástica, relacionado con nuestra posición sobre el tema de la PROCREACION RESPONSABLE; el conflicto con la estructura política y el gobierno del país en razón de nuestra creciente influencia regional y local; el conflicto de carácter comercial con las industrias de la comunicación social y con los sectores editoriales que se ventiló en la ANDI, por la competencia desleal que significaba nuestra presencia comercial; y el conflicto con las guerrillas, especialmente con el M19, por nuestra posición ideológica desarrollista, burguesa y no progresista, contraria además, como lo declararon muchos de nuestros colegas, a la teología de la liberación, de tanto renombre y aceptación en los espacios del pensamiento social europeo. 

El proceso de disolución del modelo comenzó en 1974,cuando conjuntamente el Gobierno Nacional y la Iglesia Europea produjeron una disminución radical de los proyectos y contratos que significó la pérdida de un 40% de los ingresos presupuestales y duró 20 años, hasta 1994, fecha de la muerte del fundador Monseñor José Joaquín Salcedo.  

A partir de entonces muchos quisieran que una empresa real como fue Acción Cultural Popular pudiera reconstruir o revivir el modelo de educación fundamental, pero en mi opinión es muy poco probable, y casi imposible, por lo que considero que se convirtió en una UTOPIA. De ahí el título del libro.

¡Muchas Gracias!

Hernando Bernal Alarcón

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“A manera de una carta para mis amigos”.

La celebración de un nuevo cumpleaños, fecha que para mí llega al final del mes de Agosto, necesariamente conduce a reflexionar sobre la vida y la existencia. Especialmente, cuando uno está a mediados de ese piso octavo que no se sabe si es una tercera o una cuarta etapa en el transcurrir del periplo personal. 

Pero más que una reflexión sobre la realidad individual, es decir, sobre lo que se ha hecho, lo que no se ha hecho, lo que se ha hecho bien y lo que se ha hecho mal –o sea sobre la propia realidad– para mí ha sido de enorme impacto la reflexión que se viene elaborando en el mundo intelectual y académico sobre el fin de la historia, sobre el fin de la humanidad, sobre el fin del mundo como planeta tierra, sobre el fin del hombre como individuo y sobre el fin de la patria como realidad existencial.

Y aunque aparentemente estos cuatro eventos convergen en una sola realidad, sin embargo representan aspectos diferenciados de la misma y no son indiferentes a nuestra propia situación vivencial.

El fin de la historia fue señalado por Francis Fukuyama como la prevalencia del modelo democrático capitalista en el mundo, resultado de la globalización de los mercados y de la universalización de la cultura occidental. La respuesta fue la destrucción de las torres gemelas del World Trade Center por parte de los creyentes musulmanes y el resquebrajamiento del modelo democrático norteamericano, subsecuente a la crisis de las hipotecas en el 2008 y a la polarización partidista predominante en la actualidad, que pone en duda el mismo modelo democrático. A esta tendencia se suma la nueva realidad geopolítica que no solo enfrenta a USA y China, sino a Oriente y Occidente, moviendo los centros de poder y de influencia económica del Atlántico hacia el Pacífico. 

El fin de la humanidad es otra de las tendencias prevalecientes debido a los resultados de la pandemia del Covid19 que no han sido superados y que predicen la probabilidad de otras nuevas en función de los crecientes riesgos de las zoonosis en un mundo superpoblado. A esto se suma el problema del cambio climático con la acentuación de los fenómenos ambientales y geográficos, las inundaciones, la polución atmosférica, y los demás fenómenos que afectan cotidianamente todos los espacios del planeta tierra y tienden a inhabilitarla como nuestra “casa común”. Y para complementar este panorama, es preciso reconocer el riesgo atómico en el devenir de los conflictos mundiales, agudizado ahora por la invasión rusa a Ucrania. 

El fin del hombre y la transformación profunda de la sociedad son el resultado de los avances tecnológicos de la robótica y de la inteligencia artificial, que modifican sustancialmente todos los aspectos de la actividad humana y que además, permiten la transformación misma del género humano a través de la aplicación de implantes biotecnológicos y la creación de nuevos seres pretendidamente racionales, según los presupuestos de las corrientes científicas del transhumanismo y del posthumanismo.

Pero quizás para nosotros lo más significativo es la realidad vivencial que estamos padeciendo en América Latina con la elección aparentemente democrática de dirigentes que conjugan profetismo apocalíptico, mesianismo social, autoritarismo caudillista y populismo rampante para destruir lo poco o mucho que hemos realizado en beneficio de nuestra sociedad y de nuestros países. Y la afectación nace precisamente de la conciencia de que posiblemente nos hemos equivocado en nuestro esfuerzos fallidos para la construcción de “un mundo mejor” debido a las limitaciones personales y a los contextos sociales en los cuales nos hemos movido. 

Posiblemente el mundo que dejemos a nuestros nietos y bisnietos no sea el más promisorio, pero no podemos perder la esperanza que así como a nuestros padres les parecía muy incierto el mundo que nos heredaron y sin embargo pudimos subsistir y progresar, las nuevas generaciones tendrán la capacidad, la sabiduría y la voluntad de construir nuevas realidades y posiblemente encontrar caminos de esperanza y de progreso. 

Quiero decir, estamos llegando al fin. Pero ciertamente esperamos que ese fin sea el comienzo de horizontes promisorios. 

Hernando Bernal Alarcón

Agosto, 2023

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En la tertulia pusieron como tema el orgullo (o no orgullo) de ser colombiano. Maravillosas las exposiciones de los siete u ocho contertulios que expresaron sus puntos de vista, casi todos con una enorme franqueza, sensibilidad y también con sentido poético.

Se dijeron cosas muy elocuentes, principalmente relacionadas con nuestros paisajes, nuestras riquezas naturales, nuestros deportistas, nuestros literatos, poetas y científicos, y se señalaron también las enormes fallas causadas por las violencias, la corrupción de los políticos y las clases dirigentes, las diferencias sociales y la pobreza generalizada. Ciertamente, un mundo de contrastes muy profundos, pero me atrevo a pensar que no diferentes del de otras naciones y regiones. Al admirar lo dicho me pregunté también y ¿por qué no dije nada? Y esa pregunta me llevó a clarificar lo que hubiera querido decir, posiblemente sin superar del todo las vaguedades y dualidades que me afectan.

Sinceramente, no siento ni orgullo ni no orgullo por ser colombiano. Aquí nací por causa de mis padres, de mis abuelos y de mis ancestros. Este es, ha sido y seguirá siendo mi país. Con todas sus contradicciones y sus enormes potencialidades. A pesar de haber viajado mucho y de haber vivido temporalmente en otros países y ciudades, siempre he tenido como punto de referencia y como “dirección permanente” a mi ciudad y a mi país. Simplemente, soy colombiano.

Pero ahora, al reflexionar para encontrar una respuesta, siento que el ser colombiano implica algunas diferencias sustanciales con otros países y con otras regiones del mundo y del continente. He vivido y estudiado en Estados Unidos, he recorrido la totalidad de América Latina. Conozco muchos países europeos y transitoriamente conocí algo de Asia y de África. No soy ciudadano del mundo, pero sí he recorrido parte del mundo. Creo que en esto nos parecemos muchos de nosotros, los que participamos en las tertulias. 

Pero lo que yo encuentro diferente en Colombia, en relación con otros países latinoamericanos, es el mestizaje de nuestra cultura y las implicaciones de dicho mestizaje en nuestras formas de pensar y de vivir. La cultura, o las culturas indígenas propiamente dichas, viven y son protagonistas, sin haber perdido su identidad (es decir, sin ser mestizas) en México, Guatemala, El Salvador, Ecuador, Perú, Bolivia y Paraguay. Allí no solo tienen presencia étnica, sino económica y política, y pesan en el comportamiento y en la definición de su nacionalidad. Son países profundamente multiculturales, si bien tienen algún predominio del mestizaje. 

En contraposición, en Colombia ‒y posiblemente en otros países hermanos‒ las culturas y los grupos indígenas son minoritarios y tienden a mestizarse para formar parte de la unidad nacional. Existen en Colombia grupos indígenas muy desarrollados e identificables, como en la Sierra Nevada y en el Cauca, y grupos muy primitivos en las llanuras y la Amazonia. Existen además las negritudes que forman parte sustancial de nuestra historia y se asientan especialmente en las costas e islas de nuestros océanos.  Pero me atrevo a pensar que solo hasta ya entrado el siglo XXI, estos grupos indígenas y esta cultura afro han principiado a lucir por su identidad para hacerse valer en el escenario político nacional. Algunos podrían considerar esta tendencia como un avance, si es que su ocurrencia no fuera una pauta impuesta por razones de las polarizaciones ideológicas que predominan en estos tiempos históricos. 

A donde quiero llegar, y posiblemente sea difícil expresarlo, es que el mestizaje es una condición fundamental de nuestra idiosincrasia y, posiblemente, es la causa de nuestras grandes posibilidades y de nuestros enormes contrastes. Porque ser mestizo es ser y al mismo tiempo sentir que no se es. Por ejemplo: no somos gringos, ni japoneses, ni chinos, , ni rusos, ni escoceses, ni suecos, ni italianos, etc. Sin embargo, afirmamos que por parte de nuestra herencia hispánica nos consideramos de tendencia occidental y cristiana. Pero tanto lo occidental como lo cristiano lo mestizamos (es decir, lo mezclamos) con aquellas herencias que heredamos de nuestros ancestros indígenas, cuando ellos fueron conquistados, que si bien nos cuesta trabajo reconocer, siguen vigentes en nuestras dualidades –y, por lo tanto, en nuestros comportamientos– y en eso que algunas veces llamamos “malicia indígena”, o “manera de ser colombiana”, o comportamiento democrático de puertas para afuera. 

Es la conjunción del trago, la parranda, el irrespeto, los parlantes desbocados e hirientes, los gritos y trifulcas en las calles en los días y las noches, el irrespeto a la mujer y los ancianos en Transmilenio, las exigencias de la llamada “primera línea”, los crímenes familiares de padres que sacrifican a sus hijos, las cárceles saturadas y muchas  otras desmesuras, apareadas conjuntamente con el respeto formal a nuestras leyes e instituciones, con el funcionamiento de la industria, el comercio y las finanzas nacionales, el éxito en nuestras exportaciones, la presencia en los escenarios mundiales, la enorme multiplicidad de nuestros centros educativos, nuestra producción agrícola, el progreso innegable de nuestras ciudades, las nuevas carreteras, el tráfico aéreo, los puertos ahítos de mercancías, nuestros éxitos deportivos y culturales, nuestros lugares turísticos, nuestras artesanías y tantas otras actividades imposibles de enumerar 

Y quizás sea por eso que dudo al reflexionar si no me siento orgulloso de ser colombiano, cuando al mismo tiempo me siento muy orgulloso de serlo y compartir con los demás colombianos nuestra cultura dual y compleja.

Hernando Bernal Alarcón

Diciembre, 2022

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En el periódico El Tiempo (Bogotá) su director, Roberto Pombo, nos alertó sobre la reciente publicación del libro del padre Alfonso Llano S.J. con el llamativo título ¡Soy libre!  

A los dos días del artículo periodístico tuve el libro ¡Soy libre! en mi escritorio, como regalo de mi señora Amanda. Inmediatamente, me di a la lectura del documento. Mi propósito fue no devorarlo, como ocurre con muchas de las publicaciones que recibo, sino leerlo con mesura para saborear cada uno de sus capítulos. Así fue, y estoy muy satisfecho de haber tomado esa decisión, dado el sentido y la profundidad de una obra póstuma, que él quiso que solo se publicara después de su muerte. 

Refleja en él su amor por Jesucristo y, además, por la Compañía de Jesús que hizo presencia en su vida a partir de la vivencia que recibió en su espíritu infantil, cuando estaba por cumplir 13 años y era acólito en la iglesia de los jesuitas, en San Ignacio (Medellín). 

Termina el documento con la afirmación tomada de san Pablo: fidem servavi, in reliquo reposita es mihi corona iustitiae, y que él traduce “me aguarda la corona de la justicia que aquel día me entregará el Señor Jesús, justo juez” (p. 216).

Hace una relación muy completa sobre la evolución de su fe en Cristo y en la Iglesia y señala 10 herejías que asaltan a la Iglesia de nuestro tiempo y sobre las cuales versaron sus escritos; principalmente, su libro anterior intitulado Confesión de fe crítica, y los más de 1600 artículos publicados durante su larga vida (90 años) de escritor y de apostolado en el periódico El Tiempo, en su columna “Un alto en el camino”. 

Columna periodística que ayudó a vivificar y renovar una fe actualizada en muchos de nosotros sus lectores semanales y que fue materia de condenación y rechazo por parte de algunas autoridades eclesiásticas. Ello permitió, en el período subsiguiente a la prohibición de publicar, los viajes de renovación de su espíritu a diferentes países europeos y, en especial, a Tierra Santa, junto al lago Tiberíades. Allí renovaba su entrega a ese Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, al cual hay que contemplarlo y sentirlo en una fe que se construye cotidianamente y que, por ser experiencia vital, en muchos casos supera la simple imposición autoritaria de las instancias doctrinales.

Las 10 herejías de la Iglesia que señala el padre Llano en las páginas 151 a l82 de su libro son: 

1. Larvado monofisismo en la confesión de fe en Jesucristo. 

2. Cierto marianismo en vez de un auténtico cristianismo. 

3. Confundir a la Iglesia con la jerarquía. 

4. Eucaristía: desenfoque en la adoración del cuerpo de Cristo en la hostia consagrada. 

5. Papolatría o culto a la persona del Papa. 

6. Todo acto conyugal debe quedar abierto a la procreación. 

7. Más énfasis en la fe dogmática que en la fe personal.

8. Exigencia inquisitorial en vez de vigilancia doctrinal. 

9. Entender la expresión “cargar la cruz” como “buscar el sufrimiento”. 

10. El último desenfoque: discriminar a los pobres. 

Comentando con mi señora sobre estos puntos consideramos que se necesita una fe profunda y bien cimentada para asimilarlos en su compleja dimensión.

Además del influjo que los escritos del padre Llano tuvieron en la maduración de mi fe, el punto sexto ‒relacionado con la paternidad responsable‒ fue el tema sobre el cual tuve oportunidad de conversar con él y recibir sus orientaciones para encaminar el trabajo de Acción Cultural Popular ACPO (Radio Sutatenza). En realidad, este asunto condujo a la jerarquía eclesiástica a cerrar los aportes que recibíamos de Europa y que en parte produjo la declinación de la entidad entre 1974 y 1994. 

Por orientación suya y de otros teólogos, en la tarea alfabetizadora de ACPO insistimos en dos ideas profundas: “si antes era pecado conocer y hablar sobre el sexo, ahora es pecado para los cristianos no hacerlo” y “es la conciencia de los cónyuges y no las autoridades externas, sean eclesiásticas o civiles, la que debe predominar en la decisión de traer un hijo al mundo”. El título de la campaña de educación campesina tuvo una pequeña, pero significativa variación, pues se denominó “procreación responsable”, para involucrar no solo al papá sino también a la mamá.   

Si bien nuestro contacto humano fue coyuntural, la presencia de Alfonso Llano en mi acontecer vital ha sido muy profunda, por lo que considero una obligación recordarla y reconocerla. 

Hernando Bernal Alarcón    

Octubre, 2022

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La educación popular, a la que he dedicado muchos años y energía, la considero un aprendizaje de vida.

Le he dedicado mi vida a la educación, pero con un énfasis especial en la educación de adultos, entendida además como educación de las gentes, es decir, educación popular. 

Respeto profundamente la educación académica orientada a la excelencia de las personas, al fortalecimiento de las competencias y conocimientos en cada individuo y a la apertura de posibilidades para competir y triunfar en la vida, que ha sido la educación que recibimos y que hemos transmitido a nuestros hijos y nietos. Esta educación es y ha sido importantísima para la configuración de las sociedades modernas, pero tiene la característica de ser “exclusivista”. 

El concepto de educación popular que yo he practicado y defendido trata precisamente de superar este exclusivismo, para abrir oportunidades de educación a todos aquellos adultos – o sea, una gran mayoría– que infortunadamente no tuvieron la oportunidad de transitar por el camino de la excelencia y la exclusión en la época de su niñez. Por esa razón la educación popular goza de la característica de ser abierta –es decir, para todos sin exclusión–; de ser para la vida –es decir, orientada a la solución inmediata de los problemas que padecen grandes sectores populares– y de llegar a todos en los lugares más alejados –es decir, de ser masiva– entendiendo por esto la cobertura general de las gentes que conforman una nación. 

Posiblemente para muchos de ustedes estos planteamientos sobre el direccionamiento educativo son encomiables o por lo menos aceptables. Pero en el contexto de la intelectualidad existe una actitud negativa, posiblemente no consciente ni verificable, por parte de muchos sectores de la sociedad, en contra de este posicionamiento filosófico sobre las características y potencialidades de la educación popular de adultos. 

Para muchos, un pueblo educado no es un pueblo manipulable y sería por lo tanto mejor dejarlo sin educación “y no gastar pólvora en gallinazos”. Así lo reconocen algunos políticos, algunos oligarcas plutócratas, algunos dictadores, muchos revolucionarios de pacotilla, algunos predicadores y hasta algunos obispos. 

Y también para los maestros y educadores tradicionales este tipo de educación no corresponde a los grandes y científicos pronunciamientos teóricos y filosóficos que defienden y sustentan la escolaridad y la pedagogía, y que dan base a las estructuras burocráticas de los ministerios de Educación.  Por lo tanto, no la consideran ni la aceptan como educación, en el sentido estricto de la palabra. Y si posiblemente tengan razón, deberíamos entonces entenderla como “aculturación” o acción cultural. 

Creo que mi paso por la existencia terrenal se ha caracterizado por haber sido coherente y dedicado a poner en funcionamiento y realizar en la práctica estos principios de la educación popular –entendida como Educación Fundamental Integral; en el caso mío, de los campesinos adultos– , y si se diera el caso fortuito y no deseado de ser parte de alguna recordación, me gustaría que fuera solo en razón de esta tarea realizada a conciencia, con reconocimiento de sus limitaciones sociológicas,  metodológicas y políticas, y con perseverancia a lo largo y en todas las circunstancias de mi vida.

Hernando Bernal A.

Agosto, 2022

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Ante la propuesta de dedicar dos sesiones para compartir las poesías favoritas de nuestra autoría o de algún poeta preferido, nuestro grupo tuvo dos “Tardes de poesía” o “Patio de los poetas”. Se presentaron inspiraciones escritas hace muchos años o recientes, o escritas por otros poetas ‒famosos o no, familiares o compañeros jesuitas‒ a quienes admiramos y de quienes aprendimos a colocar en el papel los pensamientos y sentimientos de momentos y circunstancias especiales. En este Patio de los Poetas que iniciamos esta tarde en nuestra sección de cultura compartiremos con nuestros lectores los videos de estas muestras especiales para cada uno. 

Exjesuitas en tertulia- 14 de Julio, 2022
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En una sesión de zoom de nuestro grupo se propuso hacer un panel de escritores, a los cuales se les plantearon cuatro interrogantes. El texto que sigue es la respuesta de uno de nuestros escritores.

¿Por qué escribe? ¿Cuáles las razones que le impulsan a escribir? 

Escribo porque esta es una exigencia de mi profesión como sociólogo. Escribo, además, porque leo mucho. Soy un adicto a la lectura y la mejor manera de corresponder a quienes escriben y yo leo es transmitiendo mi propio pensamiento, pero escribo también porque me gusta, porque soy un comunicador y porque me interesa transmitir a otros lo que pienso, lo que he aprendido y lo que considero útil.

En este sentido, también una parte considerable de mis escritos la hago en mi condición de maestro, profesor y asesor.

Escribo, también, porque me gusta pensar en forma alternativa y proponer ideas diferentes y en algún caso nuevas sobre los temas que leo y estudio.

¿Qué temas le llaman más la atención y por qué?

La sociología como ciencia de la sociedad tiene que ver con todos los asuntos que afectan al hombre como ser social y a la humanidad como transformadora del mundo y gestora cultural. En mi campo específico son los temas de las personas, como seres adultos, los que más me han interesado. En el campo de la educación de adultos me ha preocupado mucho hacer una diferencia entre educación para niños (pedagogía) y educación para personas con responsabilidades inmediatas (andragogía). 

Como tema complementario me apasiona el estudio de los diferentes medios y metodologías para llegar con conocimientos útiles a los adultos. Por eso, mi interés complementario ha sido la utilización de los medios masivos y más recientemente de los medios electrónicos y digitales en la formación de valores y en la aplicación de conocimientos para la solución de problemas (educación a distancia y educación virtual).

¿Cuáles son los pasos de su proceso de creación y edición de lo que escribe?

Primero, leer y documentarme sobre los temas que son de preocupación o que interesan a mis audiencias. Ahora es todavía más posible porque además de las bibliotecas y los centros de documentación, casi todo se encuentra en las redes.

Segundo, en algunos casos he realizado investigaciones con encuestas, procesos de observación participativa y estudios de caso.

Tercero, hay que ordenar y clasificar los datos y la información para darle una secuencia al escrito.

Cuarto, cuando el escrito es amplio, de muchos temas correlacionados y complejos, es preciso dividirlo en secciones y capítulos.

Quinto, los borradores hay que leerlos y releerlos para corregirlos permanentemente.

Sexto, los borradores se consultan con profesionales pares, que juzguen y orienten.

Séptimo, se produce el documento borrador final (cuando va a publicarse es necesario el proceso de redacción asistida por editores).

Octavo, una vez dado a conocer el documento final es necesario estar dispuesto a corregirlo y ampliarlo de acuerdo con las observaciones, críticas y sugerencias de quienes lo leen (“documento mártir”).

¿Cuál es, en su opinión, el papel que juegan sus lectores en la creación de sus artículos?    

Mis lectores son muy variados. Cuando se trata de documentos escritos para la formación y la docencia, los estudiantes y alumnos realizan aportes muy significativos que hay que tener en cuenta.

Cuando son documentos de carácter científico uno puede medir su incidencia de acuerdo con las citas o alusiones que hagan las personas o entidades a quienes están dirigidos.

No escribo para grandes audiencias, si bien he tenido que hacerlo en algunas oportunidades.

No todo lo que uno escribe es siempre bien recibido, ni tampoco siempre es leído. Con mucha frecuencia ni siquiera es leído, pero hay situaciones en las cuales algún escrito vuelve a aparecer a lo largo del tiempo y a ser tenido en cuenta cuando ya se había olvidado. 

Y esto es no solo sorpresivo, sino también “muy satisfactorio”.

Hernando Bernal Alarcón

Septiembre, 2022

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La distopía (3 de 3) *

Como señalé en un artículo anterior, la elaboración de la utopía de la sostenibilidad trae aparejada también la distopía de una transformación radical de la naturaleza humana, en razón del desbordamiento de los adelantos científicos que ha logrado la humanidad y su aplicación a la transformación del mismo ser humano. 

La elaboración de la utopía de la sostenibilidad está siendo trabajada y profundizada por la construcción y difusión de los conceptos de transhumanismo y poshumanismo. Es preciso señalar que el sentido de la distopía propio de estas dos tendencias se refiere principalmente al profundo riesgo que se corre con el fin del humanismo en sí mismo (es decir, la consideración propia del ser humano) y posiblemente ‒a la larga‒ con la desaparición de la humanidad como un todo. Es decir, se entiende la distopía como la utopía no deseada.

El transhumanismo tiene que ver con la potenciación del ser humano, no solo en lo que respecta al uso de sus sentidos corporales, sino también de su capacidad mental y su imaginación mediante el implante, remplazo y adecuación de órganos que no solo superen los deterioros producidos por la enfermedad y el envejecimiento, sino que sirvan para proyectar y ampliar la vida del hombre, como señalan algunos tratadistas, en busca de una vida más larga e, inclusive, con el logro de la inmortalidad.

El poshumanismo es una posición más audaz. Prevé la creación de una especie más-allá-del-hombre (cyborg), mediante la simbiosis entre lo biológico y lo tecnológico (biotecnología), que mediante la conjunción de los avances de la robótica y la inteligencia artificial, con el apoyo de la nanotecnología, supere las limitaciones actuales y permita la exploración física del universo. La mente, convertida en singularidad tecnológica, llega a ser un algo único y compartido por todos los seres, es decir, un ser en sí mismo, independiente de los individuos. Estos, a su vez, pueden guardar y transferir sus emociones y conocimientos al disco duro de esa matrix universal y recabarlos a nivel individual cuando se considere necesario (upload). 

No es solo una simbiosis máquina-individuo, sino la construcción de un espacio y un contexto que conjuga el concepto de “máquinas humanidad”; es decir, una visión diferente y compleja del humanismo que tiene efectos en la construcción de la institucionalidad social en lo referente a familia, grupos organizados, comunidades, creencias, valores, comportamientos, formas de organización democrática, trascendencia, religiosidad y todo lo que pueda concebirse o dejar de concebirse como vida y actitud o naturaleza humana. De ahí su característica como visión distópica, más que utópica. 

La pregunta de fondo no es si esta concepción es posible, sino hasta qué punto opere como un factor disruptivo y pueda influir en la desaparición de la humanidad. En el pensamiento innovador la disrupción ocurre cuando no solo se elaboran factores o condiciones de mejoramiento de una situación, sino cuando se crean nuevas formas de pensar, actuar y discurrir. 

Para muchos pensadores la distopía, es decir, el pensamiento utópico que se genera con las concepciones transhumanistas y poshumanistas, radica fundamentalmente en dos consideraciones: ¿serán dichas tendencias el fin de una visión humanística? O ¿servirán para fortalecer, ampliar y orientar el progreso de la humanidad en una forma nueva y diferente? 

En su dimensión conceptual estos cuestionamientos conllevan la consideración sobre el valor disruptivo de dichas concepciones, es decir, sobre su capacidad de transformar y posiblemente anular la concepción actual del hombre y de la humanidad. 

En un nivel de aceptación del transhumanismo es innegable el valor que tienen los adelantos de la biotecnología para suplir las necesidades y deterioros creados por las enfermedades, los accidentes y las circunstancias que afectan la vida del hombre. En el aspecto terapéutico sería inconcebible limitar o cuestionar el significado de dichos avances científicos. El aspecto limitante, para ser superado por la voluntad humana y por las políticas públicas, radica en la posibilidad que tendrían los miembros de los diferentes grupos sociales de acceder a dichos beneficios tecnológicos. ¿Se trataría de un privilegio o de un derecho?

Tema de mayor discusión ética y jurídica significa la posibilidad de la utilización de dichos avances científicos para potenciar el desempeño humano y la competitividad entre los sujetos en relación con comportamientos de poder y de diferenciación. En este segundo nivel de análisis es incuestionable definir las limitaciones que deberían imponerse para que los Estados y los grupos de poder pudieran crear situaciones de diferenciación biológica y comportamental mediante procesos de ingeniería genética en las decisiones sobre las generaciones futuras. Implica políticas colectivas a las cuales debería llegarse por consenso social y convergencia racional.

En el tercer nivel de análisis, la creación de una especie más-allá-del-hombre, tesis central del poshumanismo, para muchos es inaceptable. Es decir, se rechaza y se pone en cuestionamiento la sustitución del ser humano y sus capacidades por máquinas robóticas dotadas de inteligencia artificial, comportamiento autónomo y capacidad de reproducirse a sí mismas. Ahí más que un problema ético se da en realidad un desiderátum o una alternativa que pone en peligro la concepción misma de la humanidad. ¿Se trata simplemente de una posición “bioconservadora”, como han tendido a calificarla algunos que se consideran a sí mismos como “progresistas”? 

A partir de la clarificación de estos escenarios alternativos sobre el futuro de la sociedad podría  ocurrir que el futuro, especialmente cuando se piensa en lo que puede ocurrir a partir del año 2050, sea el de un planeta Tierra con la aparición de nuevos sujetos pensantes, algunos de los cuales serán fruto de construcción y/o generación biotecnológica, como resultado del uso de los avances científicos y de la manera como quieran y vayan a ser utilizados de acuerdo con el posicionamiento ideológico del transhumanismo y del poshumanismo. Esta es una decisión que corresponde tomar a la humanidad en conjunto, usando su racionalidad y su voluntad, como características propias del ser humano. 

En resumen, hay un alto nivel de duda y cuestionamiento sobre los resultados para la sociedad del futuro en razón de las diferentes posiciones que se tomen a nivel filosófico y político, y que pueden ser muy distintas según las características de los diferentes protagonistas que desempeñen un papel en la forja del porvenir de la humanidad. Lo que sí es incuestionable es que la sociedad del futuro será el resultado de las decisiones y de la voluntad humana y que, como fundamento de cada una de ellas, es necesario adoptar, tener y defender una posición ética sobre la base del reconocimiento de los valores propios del ser humano. Clarificarlos y respetarlos es la tarea que nos corresponde. 

Futuros previsibles: una nueva dimensión

Las ideas expuestas conducen a una última consideración. Hablar de futuro de la humanidad en singular parece no ser lo correcto. Preferiblemente, debe hablarse de futuros, en plural, señalando con ello la multiplicidad de tendencias y, por lo tanto, los resultados complejos y variados que pueden ocurrir por la interacción de los factores que intervienen en su realización, por la superación de los problemas que afectan al hombre actual y por la dirección y uso de las oportunidades que están a su alcance. 

La tarea para asegurar la sostenibilidad en sus múltiples concepciones tiende a ser performativa, es decir, a concretarse en programas realizables y medibles, con esperanza de éxito. En esta concepción performativa, la utopía de sostenibilidad propia del siglo XXI pretende estos logros: 

• Sostenibilidad de las instituciones y adelantos de la sociedad moderna, mediante políticas gubernamentales que favorezcan el desarrollo e implementación de programas y proyectos, y los servicios que prestan. 

• Sostenibilidad ecológica para el mantenimiento del capital natural, es decir, para vivir dentro de la capacidad productiva del planeta. 

• Sostenibilidad económica mediante el desarrollo de la capacidad de los países para administrar sus recursos y generar rentabilidad y consumo, de manera responsable, circular y en el largo plazo. 

• Sostenibilidad social mediante el favorecimiento de la equidad, la inclusión, la salud, el bienestar y la participación social en un ámbito democrático y mediante el aprendizaje para el manejo constructivo del conflicto. 

• Sostenibilidad empresarial, entendida como la capacidad de realizar las actividades productivas a nivel competitivo, durante un tiempo prolongado, teniendo en cuenta criterios sociales, económicos y ambientales.

Por su parte, la visión de una humanidad transformada y potenciada en sus condiciones naturales y biológicas, como resultado de los adelantos en biotecnología, nanotecnología e ingeniería genética tiene como premisa un acento disruptivo, de efectos imprevisibles. 

Para vislumbrar efectos previsibles dentro de esta dimensión disruptiva sería necesario elaborar respuestas para estas preguntas:

  • ¿Convendrá imponer límites al desarrollo del conocimiento?
  • ¿Podrán marcarse fronteras para la investigación?
  • ¿Podrán estipularse regulaciones para la implantación de las tecnologías en el cuerpo humano?
  • ¿Deberían establecerse mecanismos para la difusión del conocimiento y para el acceso a los avances tecnológicos, de suerte que beneficien a toda la humanidad?

En función de la potenciación del ser humano, si bien ya se ha señalado sus posibles

limitaciones éticas, en vías de su justificación valdría la pena preguntarse si se considera la potenciación del ser humano como un factor que ayuda (o desfavorece) el incremento de la capacidad de la humanidad para resolver problemas humanos relacionados con calentamiento global, defensa ecológica, solución de la pobreza y las desigualdades, equidad y justicia social, violencia, corrupción, etc.

Responder estas preguntas significa asumir una tarea en función de posibles futuros, entendiendo como tales el futuro de la sociedad actual con sus características, dimensiones y limitaciones y la posible sociedad biotecnológica del futuro en su dimensión alternativa de convivencia entre dos posibles especies humanas.

Bibliografía

Esta bibliografía corresponde a este y a los dos artículos anteriores:

Attali, Jacques (2006). Breve historia del futuro. Barcelona: Paidós.

Agustín de Hipona (2008). La ciudad de Dios. México: Porrúa.

Bacon, Francis (1902). Novum Organon. New York: Colliers & Son.

Bernal, Hernando (2017). Utopía y transformación cultural. Bogotá: UNAD.

Bloch, Ernst (2006). El Principio Esperanza. Madrid: Trotta.

Bostrom, Nick y Julián Savulescu (2017). Mejoramiento humano. Zaragoza: Teell.

Brundtland, Gro Harlem (1987). Informe Brundtland: “Nuestro futuro común”. Nueva York: Naciones Unidas.

Christensen, Clayton M. (1997). The Innovator’s Dilemma: When New Technologies Cause Great Firms to Fail. Boston: Harvard Business School Press.

Dei, H. Daniel (2009). Lógica de la distopía. Buenos Aires: Prometeo Libros.

Fukuyama, Francis (2017). ¿El fin de la Historiay otros ensayos. Madrid: Alianza.

Gleick, James (1987). Chaos. Making a new science. New York: Penguin.

Harari, Yuval Noah (2015), Homo Deus. De animales a dioses. Bogotá: Random House.

Innenarity, Daniel (2011). La humanidad amenazada: gobernar los riesgos globales. Barcelona: Paidós.

Jaspers, Karl (1968). Origen y meta de la historia. Madrid: Revista de Occidente.

Kurzweil, Ray (2012). La singularidad está cerca: cuando los humanos trascendamos la biología. Berlín: Lola Books.

Levi-Strauss, Claude (2012). Qué es la antropología. Citado por Trischler, Helmuth (2017). El antropoceno: ¿un concepto geológico o cultural, o ambos? Desacatos, 54, 40-57.

Lyotard, Jean-François (1994).  La condición moderna.

Marx, Karl (1848). Manifiesto comunista. Barcelona: El Aleph.

Morin, Edgar (1990). Introducción al pensamiento complejo. Barcelona: Gedisa.

Moro, Tomás (2007). Utopia. Buenos Aires: Losada.

Pinker, Steven (2018). En defensa de la ilustración. Barcelona: Paidós.

Piketty, Thomas (2019). Capital e ideología. Barcelona: Deusto.

Platón (2003). La república. Madrid: Gredos.

Teilhard de Chardin, Pierre (1967). El fenómeno humano. Madrid: Taurus.

Van Doren (1991). Breve historia del saber. Barcelona: Planeta.

Zoltan Boldizsar, Simon (2019). History in times of unprecendented change: A theory for the 21st. century. London: Bloomsbury.

Este texto forma parte de los documentos que se prepararon para la participación de la Asociación Colombiana de Universidades ASCUN para su intervención en la III Conferencia Mundial de Educación Superior de la Unesco. Esta conferencia, reunida en Barcelona en mayo de 2022, tuvo por objeto reformular las ideas y prácticas de la educación superior para garantizar el desarrollo sostenible del planeta y la humanidad.

Hernando Bernal Alarcón

Julio, 2022

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La utopía de la sostenibilidad (2 de 3) *

Para pensar en la utopía del siglo XXI, que remplace el deterioro de las utopías que configuraron la modernidad, y teniendo en cuenta la ocurrencia de los fenómenos globales creados por las pandemias y el debilitamiento del diálogo entre las naciones, hay que partir de la profunda duda que se ha generalizado sobre la permanencia del hombre en el planeta Tierra y sobre el futuro mismo de la humanidad. 

La pregunta que surge se refiere a definir si dadas las condiciones actuales es previsible la permanencia de la sociedad actual y qué sería preciso hacer para sortear la tendencia hacia su posible desaparición. 

Dar una respuesta es lo que se intenta, con el énfasis en el concepto de sostenibilidad como aseguramiento del futuro y como logro de los esfuerzos que es preciso orientar y realizar para obtenerlo: la sostenibilidad como utopía.

Para comprender esta nueva utopía social del siglo XXI, formulada como sostenibilidad, es preciso profundizar y analizar las siguientes dimensiones: la relación entre el mundo y la vida de la sociedad, los efectos del desarrollo económico, los avances de la ciencia y el manejo de la tecnología, y la nueva concepción del humanismo y la naturaleza humana. 

Analizar estas dimensiones implica tener en cuenta las teorías sobre aspectos como la complejidad, el caos, la incertidumbre, la gobernanza mundial, la globalización de la economía y la aculturación, la sociedad del riesgo, las redes sociales y el mundo digital y conectado, la posverdad, el predominio de lo virtual y de la inteligencia artificial en la interacción humana, entre muchas otras aproximaciones teóricas que configuran el instrumental epistémico con el cual es preciso analizar y afrontar las características de la realidad actual.

1. Relación mundo / sociedad humana

El análisis parte de reconocer que la presencia del hombre sobre la Tierra ha producido un deterioro planetario. 

El planeta Tierra, como hábitat humano, ha influido en la creación y características culturales de las sociedades. A su vez, las sociedades humanas han transformado el mundo en que vivimos. La presencia del hombre como hecho histórico ha influido en los cambios geológicos, climáticos y culturales en el mundo y sigue influyendo en su transformación posible y adecuada como hábitat y como naturaleza. Esta es la posición de los antropólogos que al analizar las eras geológicas han formulado la teoría del antropoceno. A este respecto se afirma que el mundo, entendido como el planeta Tierra, ha existido sin el hombre y va a seguir existiendo, así el hombre, o la sociedad humana, desaparezcan: 

El mundo existe sin el hombre y acabará sin él” (Claude Lévi-Strauss). 

Como corolario, es posible preguntarse: si la sociedad humana no es eterna, sino susceptible de desaparecer, ¿cuál es el sentido de la sostenibilidad y del desarrollo sostenible?

El desarrollo sostenible es una fórmula alterna del desarrollo económico que, como tal, se basa en la reproducción del capital, que enfatiza el crecimiento de las economías nacionales, entendidas como incremento del producto interno bruto, pero con “cuidado de no agotar los recursos que pertenecen a las generaciones siguientes” (Brundtland, 1985).

Por su parte, la concepción simple de sostenibilidad se centra en el cuestionamiento sobre si con las pautas actuales de consumo y deterioro del planeta, el mundo actual y la sociedad pueden seguir existiendo. Se enfatiza en factores acelerantes y amenazantes ante los cuales es necesario idear respuestas como el control del cambio climático, la utilización de nuevas fuentes de energía, los nuevos ordenamientos necesarios para la transformación de la economía mundial a través de la economía circular ‒para señalar solo algunos asuntos complejos de difícil realización‒. Es decir, se parte de reconocer que la presencia del hombre sobre la Tierra puede no ser permanente y que de no corregirse ciertas tendencias es posible que el factor humano desaparezca como agente natural en la subsistencia del planeta. 

2. Desarrollo económico vs. sostenibilidad

Profundizando en el tema de la sostenibilidad surge el cuestionamiento sobre el modelo económico predominante en las sociedades, que puede formulase así:

Para la permanencia del hombre en el planeta Tierra hay que definir si es posible elaborar y poner en práctica un concepto de desarrollo económico que no solo contemple el crecimiento del producto bruto interno de los países, sino que tenga en cuenta la circularidad del uso de los recursos naturales y ambientales para el logro de un bienestar estable y permanente.

Se entiende el desarrollo económico como el crecimiento del producto interno bruto para ser utilizado “y distribuido” entre el número total de miembros de una sociedad, es decir, para ser aprovechado por toda ella. La realidad ha demostrado que el crecimiento económico, si bien ha traído beneficios a cada sociedad en particular, también ha operado como factor de diferenciación socioeconómica: “hace más ricos a los ricos y, en muchos lugares, especialmente del Tercer Mundo, hace más pobres a los pobres”. Es decir, paradójicamente la producción de una mayor riqueza a nivel mundial ha significado también indicadores de miseria e incremento progresivo de las diferencias entre países y regiones.

Sin embargo, es preciso reconocer también que en muchos lugares el crecimiento económico ha producido un incremento de las posibilidades de bienestar para vastos sectores de la población, que en esa forma se han beneficiado de un desarrollo con equidad, que es el término que se utiliza para calificar el ingreso de las poblaciones desfavorecidas a los niveles de vida propios de las clases medias. Por lo tanto, las políticas públicas que pretenden aplicarse a nivel global y, principalmente, en los países más pobres, se orientan en términos de equidad, que es el propósito fundamental para promover un cambio social. 

No obstante, la pregunta central subsiste. Conviene pensar que el crecimiento económico tal y como lo señalan los teóricos de la economía no es un fin en sí mismo, sino un propósito para obtener adecuados niveles de vida para todos los ciudadanos y que, además, el ritmo de crecimiento no es la medida adecuada para evaluarlo, si no se tiene en cuenta la relación entre disponibilidad de recursos, posibilidades de uso y requerimientos demográficos. En esta óptica el que un país se desborde en su crecimiento económico debería considerarse no como una señal de buen augurio, sino como una llamada de atención sobre los profundos desafueros que conlleva el incremento de los factores disruptivos. 

Es decir, en el contexto global se considerará nocivo medir el desarrollo económico solo en términos cuantitativos. Será necesario, además, replantear los conceptos aceptados por la globalización y exigir el pago de los costos de las externalidades en la industrialización. Esto se refiere especialmente a asignar recursos para la solución de asuntos tales como polución ambiental, incremento de la toxicidad, efecto invernadero, recuperación por agotamiento y uso indebido de recursos, deterioro y desaparición de especies biológicas, afectaciones en las costas oceánicas, costo injusto de acceso a materias primas y demás problemas que ha causado la sola economía de mercado.

La sostenibilidad global se logrará cuando se cambien los parámetros de la relación existente entre crecimiento económico y equidad social. De no lograrse estos cambios la humanidad queda signada con el riesgo de su desaparición. 

3. Los límites de la ciencia y el control del desarrollo tecnológico

Un tercer nivel en el análisis de la sostenibilidad se relaciona con el uso de las tecnologías e innovaciones producto de los avances científicos. Esto significa dar respuesta a las siguientes preguntas: 

¿Es posible y conveniente detener los avances del conocimiento científico? 

El avance de la tecnología, ¿puede tener efectos nocivos y negativos para la deshumanización de la sociedad? 

¿Qué efectos positivos tienen las innovaciones tecnológicas en el cambio y la innovación social?

Para responder esos interrogantes hay que partir de esta premisa: el conocimiento es una característica esencial del hombre y de la humanidad y no es ni conveniente, ni posible detener su progreso y crecimiento. El asunto tiene profundos matices filosóficos que se relacionan con la concepción sobre la naturaleza racional del hombre, con propuestas psicológicas ‒como cuando se afirma que la individualidad es fruto del conocimiento de sí mismo‒, y con características trascendentales en cuanto ‒como lo señalaba Teilhard de Chardin‒ el desarrollo de la mente humana hacia lo infinito es la esencia de la evolución y de la relación de Dios con el hombre y del hombre con su Creador. 

Sociológicamente, se señala que el progreso del conocimiento debería beneficiar a toda la humanidad y no servir como aliciente para ahondar las diferencias entre personas, regiones y países. El progreso de los conocimientos es, por lo tanto, un asunto complejo en sí mismo, en el cual podría llegarse a formular políticas públicas para generalizar sus beneficios, podrían plantearse propuestas éticas para orientar sus procesos, se encontrarían límites epistémicos en razón del alcance y uso de los instrumentos que se utilizan y podrían elaborarse orientaciones pragmáticas para controlar y supervisar el uso que se haga de ellos. 

En el fondo, subsiste la necesidad de orientar el desarrollo de la ciencia y la tecnología en forma tal que profundice y no anule, mediante su desbordamiento, el sentido de lo humano. Hacer conciencia de esta necesidad y de esta posibilidad es imperativo para resolver el dilema propuesto sobre la desaparición del hombre sobre la Tierra. O, para expresarlo en forma positiva, para dar un nuevo sentido a este concepto de sostenibilidad que permea la utopía contemporánea en el siglo XXI. 

4. La nueva concepción de humanismo

Lo humano, además de la capacidad de tomar decisiones racionales y asumir sus consecuencias, implica aceptación de principios, reconocimiento de valores compartidos, defensa de la imaginación y los sentimientos humanos, cultivo de la estética, compartir ideas y razones, sana competencia, trabajo en equipo y vida en comunidad. 

La historia del hombre sobre la Tierra puede definirse como un largo proceso mediante el cual la humanidad no solo ha fortalecido la capacidad para resolver los problemas que afectan la cotidianidad de la vida, tales como salud, vivienda, alimentación, abrigo, defensa y bienestar general, sino principalmente como un desarrollo de la conciencia, entendida como ese conocerse el hombre a sí mismo y afirmar su identidad y su diferenciación de los demás seres en el mundo. Es un proceso que ha significado liberación de las limitaciones que afectan la vida de los grupos humanos. Con esta consideración se amplía el análisis ya formulado en la primera pregunta sobre la interacción entre hábitat y sociedad humana. 

La profundización de los procesos de transformación del mundo por la acción humana ‒ocurrida principalmente con el inicio de las revoluciones industriales a partir del siglo XVIII y su aceleración en la tercera y cuarta revoluciones industriales en los siglos XX y XXI‒ ha conducido al reconocimiento de efectos tales como el agotamiento de recursos naturales, la desaparición de especies biológicas, el cambio climático ‒como resultado de la huella de carbono en la atmósfera‒, los efectos de la sobrepoblación, el deterioro de bosques y praderas, la deforestación de las grandes extensiones que suministran la renovación del oxígeno en el aire, el deshielo en los polos y en las cumbres de las cordilleras, las modificaciones en los océanos y la destrucción de corales por la mala administración de los desechos industriales y por la proliferación de los plásticos, junto con muchos otros factores ambientales y sociales producto de la concentración urbana. 

Al mismo tiempo se han dado situaciones propiamente sociales, como la concentración de la riqueza, el incremento de las condiciones de pobreza, la proliferación de la indigencia, el hambre generalizada en poblaciones vulnerables, la inconformidad y la indignación de la juventud, la organización cada vez más sofisticada de la rebeldía y la inconformidad y demás procesos sociales potenciados por la explosión de los medios masivos de comunicación y acentuado por la redes sociales producto de la conectividad y la interacción global. 

Todos estos hechos y muchos más que podrían enunciarse han creado la sensación del fin más o menos próximo del hombre en el mundo. La respuesta ante tantas calamidades ha acentuado la necesidad de la sostenibilidad como utopía propia de la sociedad actual.

Es preciso reconocer que en este marco un tanto apocalíptico hay elementos que lo matizan y sirven como contraparte y razón para la esperanza, cuando se reconocen los efectos logrados en lo relacionado con el bienestar en los temas que más impactan la vida del hombre, como el incremento de los índices de esperanza de vida, los grandes desarrollos de la medicina y la salud preventiva, la provisión e incremento de las condiciones de vivienda mediante programas cada vez más sofisticados de construcción y urbanismo, con provisión de servicios públicos, la producción de alimentos con estándares de mayor calidad y amplios mecanismos de distribución y acceso, el aceleramiento de los sistemas de comunicación física y geográfica que promueven la interacción entre naciones y pueblos, el incremento de la calidad de los procesos educativos y la apertura para el acceso a los diferentes grupos y estratos sociales, la conectividad global y el desarrollo de los medios de comunicación y su potenciación como mecanismos de información, capacitación y entretenimiento, la proliferación de las artes y los espacios culturales que favorecen la expresión, la creatividad y el desarrollo de las potencias de creación e imaginación, el uso productivo y recreativo del tiempo libre y del ocio, la institucionalización de los sistemas de gobierno y manejo de las sociedades y la posibilidad de generalizar los servicios del Estado en todos los territorios y con influencia en todos los ciudadanos de los países, el fortalecimiento de los sistemas estatales que apoyan la creación de leyes, la equidad, el ejercicio de la justicia y el fortalecimiento de la equidad, a la par con el establecimiento de mecanismos para la solución constructiva de los conflictos sociales. 

Todos estos avances, resultados, capacidades, cualidades, procesos y estructuras, fruto de la gestión humana forman parte, junto con muchos otros no mencionados, de la utopía de la sostenibilidad humana propia del siglo XXI, pues son los que se deben conservar, mantener, perfeccionar y cualificar como elementos de humanidad y como proyección de la presencia cada vez más perfeccionada de la presencia del hombre en el mundo. 

Así pues, la proyección del humanismo en la utopía de la sostenibilidad debe tener en cuenta tanto los aspectos negativos para corregirlos, como los enormes avances logrados por la humanidad, para preservarlos y superarlos. 

El dilema de la concepción moderna de sostenibilidad, como utopía actual de la humanidad en el siglo XXI, consiste en tener en cuenta los diagnósticos negativos y conjuntamente el reconocimiento de los grandes avances logrados por la presencia del hombre en la construcción de su sociedad. 

La solución al dilema de la sostenibilidad debe ser fruto de decisiones y conciencia individual para resolverlo y de políticas públicas y decisiones de largo alcance global, para lo cual es necesario trabajar mancomunadamente y con intensidad en el ámbito de una gobernanza mundial. 

En este análisis, que busca enriquecer la reflexión sobre el concepto de sostenibilidad, es preciso ampliar el enorme papel que ha tenido el desarrollo de la ciencia y la tecnología en el rompimiento de los equilibrios entre mundo y sociedad, desarrollo económico y uso racional de los recursos, y prever lo que el desbordamiento del progreso científico y la tecnificación pueden producir en el mantenimiento o destrucción de lo humano. 

Este texto forma parte de los documentos que se prepararon para la participación de la Asociación Colombiana de Universidades ASCUN para su intervención en la III Conferencia Mundial de Educación Superior de la Unesco. Esta conferencia, reunida en Barcelona en mayo de 2022, tuvo por objeto reformular las ideas y prácticas de la educación superior para garantizar el desarrollo sostenible del planeta y la humanidad.

Hernando Bernal Alarcón

Junio, 2022

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Indagar sobre el futuro de la sociedad y la sociedad del futuro aparentemente sería formular una sola pregunta y, por lo tanto, una simple repetición de la misma idea. El objetivo de este escrito es demostrar que cada una de ellas tiene un sentido propio que requiere su propia respuesta. 

Responder al futuro de la sociedad parte de reconocer los síntomas cuya gravedad podría llevar a la desaparición de la humanidad como habitante del planeta Tierra. La respuesta está marcada por el signo de la sostenibilidad, la cual se formula a su vez como una utopía en construcción. 

La visión de la sociedad del futuro se elabora a partir de la innovación disruptiva creada por los avances de la ciencia, en especial lo relacionado con la biotecnología y la ingeniería genética, hacia algo que sería considerado como una distopía: es decir, la configuración y el predominio de una especie de seres racionales más allá del ser humano. 

En la conjunción de las dos posibles respuestas existe, por lo menos, la esperanza de que si no se diera la sostenibilidad del hombre en su condición actual, pudiera darse sin embargo la trascendencia de su racionalidad y de su comportamiento en seres con capacidad de mantener y prosperar en cualquiera de los mundos posibles. 

¿Utopía o distopía?

La humanidad realiza un permanente cuestionamiento sobre su futuro, el cual ‒a su vez‒ implica reconocer las limitaciones que con frecuencia ocurren sobre las realidades y deficiencias de su propio presente y de su cotidiano acontecer. 

Cuando Tomás Moro en el siglo XVI inventó y usó por primera vez el término utopía (1516), aludió precisamente a esta inconformidad sobre la situación que vivía la sociedad europea de ese entonces. Lo hizo, además, como resultado de la actividad del descubrimiento y colonización de las Américas, cuyo inicio lo había dado el encuentro de nuevas tierras y nuevas sociedades, resultado del viaje de Colón (1492) en busca de caminos diferentes para acceder a las Indias o sociedades del Oriente. 

Para Moro, la utopía era una descripción dada por los marineros que buscaban nuevos mares y nuevas tierras y, por lo tanto, nuevas formas de vivir y comportarse en sociedad. En su carácter de hombre público, perteneciente a la nobleza de ese momento, imaginó un mundo regido por leyes diferentes y por formas diversas de funcionamiento y comportamiento de los Estados y gobiernos europeos. Describió una sociedad con un funcionamiento distinto en lo relacionado con el derecho a la propiedad individual y con un contrato social logrado por consenso que requería, por ende, la total aquiescencia de los ciudadanos que la conformaban.

Moro acentuó la necesidad de una clase dirigente, con sabiduría y alta responsabilidad en el sentido de Platón ‒descrito en La República‒ y que, por lo tanto, reflejaba una democracia aristocrática basada en la excelencia humana y en la participación y aquiescencia ciudadanas. Expuso la necesidad de la organización inteligente de grupos humanos con estructuras jerárquicas y mecanismos permanentes de supervisión. Es decir, una utopía en términos académicos, o sea, entendida como algo probablemente irrealizable. 

El pensamiento sobre la sociedad posible y deseable venía desde la antigüedad. No se lo tuvo entonces como algo utópico, en el sentido de imposible, sino como una alternativa de sociedad que podría y debería implementarse. Tal fue la concepción Agustiniana sobre la Ciudad de Dios, que en contraposición a la sociedad de los hombres contemplaba la necesidad de llevar a la realidad mundana la vigencia del reino de Dios mediante la construcción de naciones en las cuales se realizaran a cabalidad los preceptos cristianos, especialmente los relacionados con las bienaventuranzas. 

En la sociedad occidental de los últimos siglos convergieron, sin lograr una cohesión y manteniendo sus diferencias, las ideologías de Moro, Platón, Agustín, Bacon y Marx, cada una de las cuales generó una utopía propia y diferente. En esta situación de convivencia ideológica, la utopía de la democracia participativa de Moro y Platón, y la utopía espiritualista de Agustín en la Ciudad de Dios, por una parte, se han visto enriquecidas por la utopía del desarrollo económico, entendido como la sociedad del consumo masivo, fruto en parte de la utopía científica de Bacon, y por su opuesto, la sociedad comunista fruto del materialismo dialéctico propuesto por Marx, por otra, las cuales predominan como características de la sociedad actual, si bien se traducen en una polarización antagónica entre ambas, propia de la realidad y de la praxis política de las naciones y de la gente que las configura. 

El saldo ideológico que para el mundo de la modernidad ha resultado de esta simbiosis ideológica se traduce en el reconocimiento de los derechos humanos como único elemento aglutinante de la sociedad actual. Los derechos humanos universales, a los cuales no se habría podido llegar sin los conflictos mundiales de las dos guerras que ocurrieron en la primera mitad del siglo XX, se consideran por lo tanto como un consenso de valores que es posible compartir a pesar de las diferencias ideológicas.

Además, en el mundo moderno es preciso señalar que la dialéctica social para establecer el predominio de los valores humanos universales ha conducido a manejar, e inclusive superar, las diferencias provenientes por razón de género, edad, procedencia, ubicación geográfica y origen étnico, dando pie a movimientos sociales reivindicativos que, además de su sustento ideológico, promueven estructuras legales que los favorecen, los afirman y los hacen posibles.

Sin embargo, en la búsqueda de esta utopía por el bienestar, por la promoción de la igualdad, por el logro de la equidad ‒entendida como acceso a las oportunidades en la participación de los beneficios obtenidos por la reproducción del capital y el desarrollo tecnológico‒, los hechos contundentes de incremento de las diferencias sociales han creado un clima de rechazo o, por lo menos, de escepticismo ante el valor de todas las ideologías que les dieron sustento. En consecuencia, las ideas y formas de democracia, cristianismo, capitalismo, socialismo, marxismo, desarrollismo, globalización ‒para señalar solo las más importantes‒ han sido llamadas a calificar servicios en razón de sus debilidades, cobijadas todas ellas con el apodo de “metarrelatos”. 

Esta última tendencia de escepticismo ideológico es lo que se ha llamado “posmodernismo”, cuya definición implica reconocer que toda utopía es ineficiente e incapaz de realizarse a sí misma y en la que, además de sus resultados positivos, es preciso cualificarla también por sus posibles efectos negativos. Con esto se llega a la concepción de la distopía, entendida como aquella utopía con visos negativos y nefastos que sería necesario redefinir o reconceptualizar.   

La incertidumbre y la desilusión sobre las utopías que conforman el mundo de la posmodernidad ha producido desde comienzos del siglo XXI hechos tan protuberantes como la agresión al país del capitalismo con el derrumbe del Word Trade Center en Nueva York en septiembre 11 de 2001, las manifestaciones de la primavera árabe en los países islámicos, el movimiento de los indignados en Europa ‒principalmente en los países ibéricos‒, las grandes manifestaciones antigobierno orquestadas entre ideólogos y medios de influjo en la opinión pública en China y en otros muchos países, como en 2021 en Cuba y  Colombia, y el florecimiento de los populismos, especialmente en las países latinoamericanos. Todos estos hechos confirman la nueva visión distópica sobre el futuro de la sociedad, entendida a su vez como inconformidad generalizada sobre los sueños utópicos que en alguna forma predomina en el ambiente intelectual contemporáneo.

Además, los hechos actuales derivados de la pandemia del Covid-19 y su globalización en términos de crisis económicas y laborales, y el derrumbe de la confianza en las instituciones creadas para asegurar la paz mundial, como resultado del conflicto en Ucrania, han acentuado la preocupación por el futuro de la humanidad ante la crisis biológica que tiende a acentuarse y ante la probabilidad del escalamiento de un conflicto bélico con características nucleares y catastróficas. 

La conclusión que surge como resultado de esta visión histórica conlleva a cuestionar si es posible la formulación de una nueva utopía para la sociedad del futuro y definir cuál podría ser.  

Ciertamente y como resultado de lo aprendido del análisis histórico la visión de futuro no podrá quedarse solo en el sueño de una sociedad mejor (utopía), sino que tendrá que prever los resultados futuros con sus limitaciones, riesgos, imposibilidades, fallas y dificultades (distopía).

Este texto forma parte de los documentos que se prepararon para la participación de la Asociación Colombiana de Universidades ASCUN para su intervención en la III Conferencia Mundial de Educación Superior de la Unesco. Esta conferencia, reunida en Barcelona en mayo de 2022, tuvo por objeto reformular las ideas y prácticas de la educación superior para garantizar el desarrollo sostenible del planeta y la humanidad.

Hernando Bernal Alarcón

Junio, 2022

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El tema de las preferencias políticas es de enorme importancia y enorme complejidad. Es necesario enfrentarlo en dos niveles, que en cierta forma son diferentes: el de las ideas y el de las personas (o sea, los candidatos y sus grupos o partidos), aunque al final los dos niveles convergen en uno solo, cuando se llega el momento de depositar el voto en la urna. 

Pienso que América Latina se debate en este momento histórico en el tema de la igualdad y la equidad y que la polarización se centra en las posibles maneras de desatar este nudo gordiano. En gran medida los niveles de desigualdad y de diferencia en los ingresos han sido el resultado de un liberalismo económico desbordado, que propende por el incremento del producto bruto interno de los países (crecimiento económico), solo a través de las leyes del mercado, pero no por la distribución, utilización y usufructo de dicho bienes y servicios en forma equitativa para la sociedad. 

Dicho en términos populares, “cada vez más los pocos ricos son más ricos y los muchos pobres son cada vez más pobres”. Esto se debe a la consagración del dogma de la reproducción y concentración del capital como característica inalienable, una idea consagrada por el neoliberalismo o el liberalismo salvaje. Además, la globalización incrementó las diferencias en la productividad del capital, en razón del atraso tecnológico de nuestros países, debido a las raíces históricas e ideológicas que desafortunadamente heredamos de nuestra colonización y de los subsiguientes procesos libertarios, torpemente realizados por nuestras elites políticas, que nos han puesto en desventaja de competitividad con otros países y regiones del mundo.

En este panorama se incrementa la falsa esperanza en un líder que sea capaz de sacar adelante al país. Líder que las grandes masas consideran que es imposible que lo produzca la burguesía tradicional, como fue lo propio en los siglos anteriores. Por esa razón, un país económica y culturalmente más avanzado, como lo fue Chile, estrena como presidente una personalidad nueva, con dinámicas contrastantes muy profundas en contra del liderazgo desarrollista reconocido a nivel latinoamericano y que guio gran parte de los procesos económicos de posguerra en el continente a través de la Comisión Económica para la América Latina (CEPAL). 

Por esta misma razón Perú, país con indicadores económicos muy promisorios y con una multiculturalidad muy compleja, también elige a un maestro de escuela de una población minúscula y desconocida, pero él mismo (posiblemente muy inteligente) con escasa formación académica. Y en el contexto de estas elecciones democráticas y populares está el telón elaborado por ese embeleco que llaman “socialismo bolivariano”, que produce realidades tan crueles y lamentables como Venezuela y Nicaragua, y otras que tienen que ser recuperadas en lo posible, como es el caso de lo que se espera que pueda ocurrir en Ecuador y Bolivia. 

Siguiendo el ejemplo de lo sucedido en Chile es muy posible que en las elecciones de este año en Colombia veamos finalmente enfrentados a los dos polos opuestos, con altas probabilidades de que la balanza se incline hacia la izquierda beligerante. Parecen efímeras y débiles las coaliciones políticas, tanto de centro izquierda como de centro derecha. 

Para mí, es preocupante que pierda fuerza la Coalición de la Esperanza, que consideraría de mis preferencias, porque en ella se conjugaría la veteranía y la experiencia de quien logró un acuerdo de paz, conjuntamente con el vigor en sus herederos, de quien soñó y trabajó por un nuevo liberalismo, reforzado por quienes propenden por una economía verde y circular, dinamizado además por la experiencia de dirigentes que han ejercido con voluntad y sacrificio diferentes cargos públicos, sin desconocer asimismo que puedan participar académicos con posiciones ideológicas utopistas. 

Espero que puedan limar sus diferencias, acordar unos principios y valores comunes y en especial trabajar con liderazgo de equipo, mancomunadamente –si llegan al poder–, deponiendo hasta lo posible los egos exaltados que a veces los caracterizan.

Hernando Bernal Alarcón

Febrero, 2022

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Mi gran amigo y compañero desde la niñez, Alberto Betancur Ángel ‒un músico y organista consumado y profesional‒ en cierta ocasión en que discutíamos sobre interpretación musical, me dijo: “Hernando, usted no comprende. Es que la música no es intelectualidad, sino sentimiento y subconsciente. Por eso, no eres un músico”.

Parto del reconocimiento de que Alberto Betancur tenía toda la razón y sigue teniéndola; él continúa haciendo muy buena música, mientras yo me contento con recordar y gozar, eso sí, de la buena música. Porque la música que no soy capaz de interpretar tiene sin embargo un hondo significado para mí, a lo largo y en todos los momentos de mi vida, 

Para mí la Navidad es y ha sido música. Imposible olvidar cuando niños respondíamos a los gozos de Navidad con el “ven, ven, ven a nuestras almas”, con diferentes versiones y musicalidades. Éramos todos cantando, grandes y pequeños, presididos por la tonalidad de mi mamá, que había estudiado música, y tenía una hermosa voz de soprano. Y cantábamos “el Tutaina, A la nanita nana, Antón tiruliru liru y Campana sobre campana”. Eran villancicos traídos de España, porque todavía no habían hecho fama Mi burrito sabanero ni Brincan y bailan los peces en el río, propios de nuestro folclor, ni el Tamborilero que muchos piensan se inspiró en el currulao de la costa Pacífica, y menos aún el Noche de paz, el Santa viene a visitarnos o el White Christmas, propios de nuestros vecinos del norte, y que no se conocen como villancicos, sino como carols

Imposible olvidar, cuando ya estábamos en la Compañía, el “No sé, Niño hermoso, que he visto yo en ti” interpretado por Oscar Buitrago con su hermosa voz de tenor, acompañado por nosotros en el nuevo órgano de Santa Rosa en un hermoso tono de do menor, al comienzo de la celebración de la Misa de Navidad. Era un salto hacia el misticismo que profundizaba nuestra espiritualidad, fortalecida además por el desarrollo tonal del Adeste fideles, laeti triumphantes y por los Aleluya, el “Gloria cantan en el Cielo, gloria a Jesús, Rey del Amor” y demás motetes que configuran el mensaje pascual. 

Para mí, Santa Rosa de Viterbo ofreció otras oportunidades musicales de importancia. Haber conocido a través de los españoles, como Uranga ‒el director del coro‒, que se formaban con nosotros para trabajar en Venezuela, tonadas navideñas como Veinticinco de Diciembre, fun, fun, fun del legado catalán, el Zagalillo y el Pastores venid de otras regiones de España. Además, como curador que era de la discoteca, haber descubierto la grabación completa del Mesías de Haendel, oratorio sagrado de gran envergadura, cuya primera parte ‒referida al nacimiento‒ lo celebra con una tocata pastoral solo para orquesta, y con el aria para soprano Rejoice, rejoice greatly que reproduce las palabras del ángel y del pueblo como celebración de la alegría por el nacimiento de Jesús.

Para mí, la música sigue siendo la Navidad. A partir del 16 de diciembre acostumbro escuchar, día a día, una por una, cada una de los seis corales que conforman el Oratorio de Navidad de Juan Sebastián Bach, complementados por el Magnificat de su hijo Felipe Emanuel, y condimentados con los Conciertos italianos, de carácter barroco, compuestos por Locatelli, Corelli y Torelli, y por el Gloria de Vivaldi. Desde hace algunos años estas obras pueden escucharse a través de hermosos videos, grabados por las mejores orquestas y los y las vocalistas más reconocidos mundialmente, en el You Tube. 

La sazón intelectual y artística de la Novena de Aguinaldos puede complementarse con la lectura de los evangelios de san Juan y de san Lucas y, lógicamente, con los tamales propios de la región cundiboyacense y el pernil, el aguardiente, la pólvora y los globos de la navidad paisa, tal como lo han descrito nuestros compañeros en esta hermosa celebración de Navidad que estamos compartiendo. 

Hernando Bernal Alarcón

Diciembre, 2021

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