¿En quién creo hoy?

Por: Luis Arturo Vahos
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Existen cuarenta maneras de practicar yoga. La más simple, quizás, es el surat shabda yoga. Su técnica es muy sencilla: ponerse cómodo, quieto, cerrar los ojos, dirigir la mirada interna hacia el entrecejo y entretener la mente en la repetición de unas palabras. Con esa mecánica y una práctica diaria, constante, se consigue disciplina, sosiego y buen dormir, aunque escaso progreso espiritual, si lo entendemos como un cambio cualitativo en nuestro interior. 

En mi caso, lo que hizo la diferencia fue la presencia, una mirada, un dulce coffee light puesto en mi mano, mientras una persona a quien todos reconocían y veneraban cómo “maestro“ me sonreía. Esa diferencia no la ocasionó una práctica ascética exigente, sino alguien de calidad espiritual tan elevada que contagió mi vida con su espiritualidad al dirigirme su atención.

A partir de ese sutil contacto, mi experiencia interna de ver y oír se convirtió en la fuente de las certezas, donde la fe estorba y la razón está de más.

Por eso, la pregunta acerca de en qué creo carece de sentido para mí. ¿En quién creo? se convierte en el interrogante que trataré de contestar.

Creo en el Verbo hecho carne que ha habitado siempre entre nosotros, aunque con diversos nombres y características propias, en contextos sociales, religiosos y culturales distintos. Hoy su nombre es Sadhu Ram, pero hace veinte años mi maestro se llamaba Ajaib singh Ji. Vivía en un desierto del estado de Rajastán (India), donde administraba su finca, de la que no solo vivía él, sino todo el que allí llegara a meditar y trabajar.

¿Qué hacía de él algo tan especial como para llamarlo “Verbo Encarnado”? No se distinguía de los demás humanos, a menos que lo miráramos con otros ojos. Vivía de su propio trabajo. Nunca se casó, aunque pudo haberlo hecho. No cobraba por sus servicios de director espiritual. Sin embargo, había una diferencia cualitativa: no pedía a los demás que hicieran algo que él no hubiera logrado de modo excelso. Su presencia, su sola mirada, transformaba. Pasé llorando dos días después de que me mirara, sin poder calmarme, hasta que quedé liviano como una pluma y lleno de felicidad. 

Meditábamos un promedio de siete horas diarias. Cuando una nube de mosquitos rondaba nuestras cabezas, nos decía que olvidáramos toda distracción. De hecho, a ninguno de nosotros lo picó un solo mosquito durante esos veinte días que compartimos en Bombay.

No todo el que tuvo esta vivencia la describe igual. Quienes recibieron experiencias inefables ni siquiera hablan de ellas, pues algo de esoterismo hay en esto. Consideran que callar es mejor, pues no buscan adeptos. 

Yo había empezado el proceso de iniciación tres años antes de visitarlo. El comienzo fue tan frustrante que unas horas después estuve a punto de suicidarme. Sentía mi vida sin objeto después de muchas búsquedas, de enlistarme en diversos credos y prácticas, que luego desechaba porque descubría que en ellos había algo absurdo. 

Había puesto toda mi esperanza en recibir una experiencia del más allá durante la iniciación. Todos los que se iniciaron contaron dichosos lo que habían recibido, menos yo. Me sentí el patito feo. 

Cuando ya tenía escrita la consabida carta de despedida de este mundo y un menjurje mortal sobre el escritorio, sonó el teléfono. “Aló, ¿hablo con Luis Arturo?”. Me llamaba el responsable de darnos las instrucciones durante la iniciación. Me dijo: “Te llamo de parte de tu maestro Ajaib. ¿Cómo te sientes?”. No supe qué responder. “He buscado tu número toda la mañana por orden de él, para que te dijera que ya estás conectado, que no te preocupes, que todo va a estar bien, que las penas pasan como hojas arrastradas por el viento”. 

En ese momento el aire de mi ventana hizo caer la hoja de aquella carta al piso. ¿Qué más necesitaba oír? Solo agradecí la llamada y me eché a llorar. Hoy comparto esta experiencia con ustedes, buscadores como yo, de una respuesta a la difícil pregunta del inicio. Gracias.

Luis Arturo Vahos

Septiembre 2020

5 Comentarios

Dario@dgconsultants.global 26 septiembre, 2020 - 11:52 pm

Me encanto tu articulo, Luis Arturo. Es sincero , fácil de comprender y muy real en un proceso de búsqueda permanente. Gracias!

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Jolupuster@gmail.com 28 septiembre, 2020 - 9:53 pm

Luis Arturo: testimonio sincero, como lo has sido siempre en tu vida, dese que te conocí…gracias!!!

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Mario 28 octubre, 2020 - 3:28 pm

Luis Arturo, me has dejado sorprendido al leerte, gratamente sorprendido. Eso de llegar límite, a no poder soportar la vida, se dice muy fácil, otra cosa es haberlo vivido en carne propia…la llamada llegó del cielo, ahora, es motivo de alegría para quienes fuimos tus compañeros, lejos de esas angustias existenciales. En hora buena.

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Carlos Posada 4 noviembre, 2020 - 3:09 pm

Lo que nos confiesa el autor me parece que es una profunda experiencia espiritual. Esa experiencia tan personal, tan definitiva, tan sincera, que nos narra Luis Arturo, me confirma la idea de que solo llegamos a lo trascendente, a partir del interior de nosotros mismos confrontando nuestra propia vida y su sentido. Gracias.

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Reynaldo Pareja 10 noviembre, 2020 - 1:40 pm

Luis Arturo, Nada mas enriquecedor que compartir una experiencia espiritual con la profundidad y dimension con que viviste la tuya. La busqueda de sentido de la existencia es a veces un camino tan tortuoso y exigente como el que tuviste que recorrer para encontrar la respuesta que te ha dado la paz interior. Los que no hemos tenido que vivir la experiencia con ese limite al que llegaste podemos darnos por bien servidos. A los que han luchado como tu les deseo que encuentren en tu testimonio la esperanza de que el tunel tiene luz al final siempre y cuando estemos dispuestos a caminar el largo sendero del mismo sin desfallecer porque la esperanza supera siempre la oscuridad. Que el goze de tu hallazgo permanezca vigoroso e iluminador para el resto de tu transicion temporal.

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