Lo humano

Por: Jorge Luis Puerta
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moray, peru, inca

Los andenes circulares de Moray[1]

A 3,500 metros sobre el nivel del mar, a 38 km de la ciudad del Cusco, se encuentra el complejo arqueológico de Moray, una especie de anfiteatro hundido, conformado por varios andenes circulares, distribuidos en 4 galerías.La galería mayor tiene una profundidad de 45 m. y el promedio de altura de cada andén es de 1,80 m. Cada círculo comprende una terraza que se superpone a otra; los círculos van ampliándose. Se puede acceder de uno a otro escalando piedras salientes enclavadas en la pared.Para los investigadores, el sitio arqueológico de los andenes circulares de Moray funcionaba como un centro de experimentación agrícola, donde cada nivel ofrecía un ambiente climático diferente, permitiendo cultivar distintas plantas de forma experimental.

[1]Tomado de: https://peru.info/es-pe/turismo/noticias/3/16/los-increibles-andenes-circulares-de-moray

Tengo que decir que, luego de mis años en la Compañía, he vivido una espiritualidad (o más precisamente, momentos de su manifestación), sin dios, sin religión y sin iglesia. La música, la danza, la poesía, la comida, como expresiones de la comunión humana, han llenado esos espacios.

Durante mi primer trabajo remunerado, al regresar de mis estudios en Francia, en la inmensidad de la selva de Buenaventura, en Puerto Merizalde, con corteros de madera, sentí la epifanía del espíritu en el ritual de la muerte del angelito; nueve noches cantando, con música solo de tambores, hombres y mujeres, la mayoría negros, unidos por el dolor de la muerte de la criatura, pero también por la celebración de la vida.

Ya en Perú, en los desiertos norteños de Piura, participé con campesinos y campesinas en la faena de la “paña” de algodón, bajo un sol inclemente. Al llegar la hora del almuerzo, nos reuníamos. Sobre ponchos extendidos en el suelo, cada uno vaciaba lo que buenamente traía en sus alforjas: chicha de jora, quesos, choclos, papas, frejol de palo y compartíamos todo, con todos…en silencio naturalmente religioso[1]

Pero quizás, mi espiritualidad se ha podido explayar más en la sierra, donde la cosmovisión andina te pone en conexión y expansión profunda con la naturaleza, porque todos los seres que nos rodean (los cerros o apus, los ríos, la Pachamama) están vivos y merecen nuestro respeto.

Cómo no mencionar entonces la fiesta del Señor de Qoyllur Rit’i[2], la más grande peregrinación andina de América (cerca de 30.000 caminantes) al pie de los nevados Sankara y Ausangate, a más de 4.800 m.s.n.m. en el Cusco. Caminas 8 km en noche de luna llena, con la única luz que ella arroja sobre las nieves de los nevados… Llegas a la explanada del santuario al pie del Sankara y tus ojos no alcanzan a abarcar, de un solo golpe, los miles de personas que duermen a la intemperie en las faldas de los nevados, durante tres días.

Sucede allí una de las más enormes manifestaciones del sincretismo andino, mixtura de ancestralidades milenarias preincas, incas y españolas. Danzas rituales, música nativa, procesiones y misas católicas, pagos a la tierra, agradecimientos a la Pachamama y…la feria de las alasitas, tradición aymara de Punominiaturas que se compran para pedirle al Señor bonanza, buena salud y abundancia.

Fotografía de Chris Roche, fotógrafo irlandés.

Luego de subir a las cumbres y dejar las cruces de cada comunidad como ofrenda a los nevados y al Señor, los elegidos -quienes han hecho méritos suficientes durante el año- cargan a la espalda bloques de hielo hasta de 25 kilos, arrancados a los nevados, para que esa “agua bendita” fecunde las tierras y asegure las buenas cosechas en su comunidad[3].

Estos insights espirituales de coro humano, de trascendencia compartida, de coreografía colectiva, de raíces profundas, los he vivido en otras ocasiones: en mi primera visita a Machu Picchu; en el recorrido de cuatro días a pie por el camino inca que lleva al santuario; en la ceremonia del techado de mi casa construida en Cusco, cuando el maestro de obra, también  chamán de su comunidad,  ofreció a nuestra familia un sustancioso chiriuchu[4] preparado por su señora, como agradecimiento por haber tenido trabajo para él y sus obreros.

Pero hay un nivel más íntimo donde una profunda espiritualidad, desconocida por mí mismo, se me reveló con una fuerza enorme: cuando tuve que enfrentar solo la crisis mental de uno de mis hijos,  y durante la muerte de mi hermana menor, María Victoria, en Francia. 

Entonces, el espíritu herido, dolorido, con ganas de rendirse, resurgió, se fortaleció gracias a dos poetisas formidables: Piedad Bonnett, colombiana, con su Lo que no tiene nombre, frente al suicidio de su hijo de 28 años, el más humanamente valiente y descarnado testimonio ante la muerte que he leído, y Blanca Varela, peruana, con su Poesía reunida. 

Transcribo aquí uno de sus poemas, Nadie nos dice:

Nadie nos dice cómo/ voltear la cara contra la pared/ y /morirnos sencillamente/ así como lo hicieron el gato / o el perro de la casa/o el elefante/ que caminó en pos de su agonía/ como quien va/ a una impostergable ceremonia/ batiendo orejas /al compás /del cadencioso resuello /de su trompa /

sólo en el reino animal/ hay ejemplos de tal /comportamiento /cambiar el paso /acercarse /y oler lo ya vivido /y dar la vuelta /sencillamente / dar la vuelta

Entonces, la vida me ha enseñado que la espiritualidad no es otra cosa que la capacidad de comulgar con la esencia del ser humano.

Jorge Luis Puerta

Septiembre 2020


[1] Si bien esta foto corresponde a la Fiesta de las Cruces en Porcón, Cajamarca, el principio de comida ritual y de compartir es común con lo descrito en Piura.

[2] En quechua, que traducido al español significa algo así como “estrella de la nieve”.

[3] Fotografía de Chris Roche, fotógrafo irlandés.

[4] El chiriuchu significa ají frío o picante frío en quechua. Plato ritual, ligado a la fiesta del Corpus Christi y a otras celebraciones, como puede ser el techado de las casas. Es una mezcla de productos y carnes de la costa, la sierra y la selva. Tiene sus orígenes en la época incaica.

2 Comentarios

Luis Arturo 26 septiembre, 2020 - 6:47 pm

Hermoso testimonio de una vida apreciada desde la interioridad. Lo otro y los otros vibrando en la mis oonda, qué maravilla. Gracias por ese regalo

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Dario Gamboa 27 septiembre, 2020 - 12:19 am

Buen artículo Jorge Luis! Me impactó

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