Me “retiré” (aunque siempre con el celular cerca) la primera semana del 2023 a una playa con familia y libros (de los que se mojan, pesan y huelen). Como soy un lector algo desordenado y me muevo más por intuición y por ciertas conexiones emocionales (temas generales, primeras frases, pendientes de años anteriores y estados de ánimo) terminé leyendo dos libros estupendos, aparentemente desconectados, que disfruté tremendamente.
Esta columna, no obstante, no es sobre estos libros, sino acerca de un tema que por estos días me quita el sueño y que, ya verán, conecto con esas lecturas. Recientemente, Hector Abad Faciolince en El Espectador y David González en El Colombiano lo han tocado y es fuente de debate en diferentes foros académicos y de opinión en el mundo.
Me refiero a la inteligencia artificial (IA) y su relación y aplicación en la escritura. Hoy los programas de IA pueden producir textos sobre casi cualquier tema con estructura, ortografía y redacción. Inicialmente los textos parecen muy básicos, precisamente porque detrás está la inteligencia artificial (máquinas que tienen acceso a datos e información casi ilimitada y que aprenden y mejoran). Seguramente, cada vez serán mejor estructurados, más claros e incluso con estilos refinados. Obviamente, este invento permitirá que las máquinas y sus programadores (ojo), se tomen (o se hayan tomado) ciertos campos de la escritura en la publicidad, las relaciones públicas, el mercadeo, el derecho, la política y el periodismo.
Mi preocupación, lo confieso, viene de mi relación con la palabra escrita. Una relación que nació en otra época y que claramente está ya superada en la gran mayoría de espacios y actividades. Yo me eduqué con la idea, y aun lo sigo pensando, que la palabra escrita tiene a la vez un poder tremendo y significa una inmensa responsabilidad. El poder de traspasar las fronteras del tiempo, las distancias, las razas, el género, las edades etc. La responsabilidad y el compromiso de atar al autor a sus palabras. La palabra escrita es, entonces, personal, intransferible y puede ser lo más cercano que tengamos a la inmortalidad. Por eso me afecta tanto la posibilidad de perderla.
Pienso entonces en los libros que leí en la playa: Antes de que el mar cierre los caminos de Andrea Mejía y El llano en llamas de Juan Rulfo. Dos libros publicados con una diferencia de casi 70 años y que parecieran tener poco en común.
El primero escrito por una bogotana de 44 años, al comienzo de la tercera década del siglo XXI y el otro, la colección de cuentos que en 1953 puso a Rulfo en el gran mapa de la literatura en español. Más allá de estos datos, varios hilos conectan las dos obras. Para empezar, sobre Rulfo se han escrito ensayos, tratados y tesis, está el papel de la naturaleza en el relato. Tanto en los cuentos del mexicano como en la novela corta de Mejía el paisaje, el clima, el viento, los colores y los olores acompañan, moldean y en ocasiones definen la historia y los personajes.
Los paisajes del Jalisco posrevolucionario que recorren y sufren los campesinos y bandoleros rulfianos destilan desolación y pobreza. El mar, la playa y la sierra que rodean la ciudad costera a la que llegan Pablo e Irene, los personajes de la novela, no son los destinos turísticos idílicos de un brochure de agencia de viajes, sino espacios pesados, sofocantes y hasta amenazantes que ambientan el misterio que flota en el trasfondo del relato.
Hay un segundo hilo que une los textos: la violencia y la muerte como presencias sostenidas y definitorias. “Los muertos pesan más que los vivos; lo aplastan a uno” dice uno de los personajes del cuento El hombre de Rulfo, pero esa frase tranquilamente puede servir de epígrafe para Antes de que el mar cierre los caminos.La muerte como presencia/ausencia que, en palabras de la autora bogotana “es algo imposible de comprender, demasiado grande para nosotros…”, va impulsando la novela y a sus personajes desde el duelo y las preguntas. En Rulfo, quien perdió a sus padres trágicamente siendo un niño, la muerte parece ser menos misteriosa y más cotidiana, pero ejerce también un poder tremendo sobre muchos de sus personajes (duelo, venganza o impulso).
¿Por qué conectar a Rulfo y a Mejía con la IA? con el riesgo de equivocarme, pero pensando que es la última rama para salvarnos antes de caer por la cascada de la automatización y la despersonalización, creo que en la literatura, que se inventa las normas, que describe y crea contextos, que evita lo “correcto”, que traduce lo irremediablemente humano, que no tiene lógica temporal o geográfica, seguirá estando nuestro pequeño espacio. No parece mucho, pero ahí aun, hay un universo.
Santiago Londoño Uribe
Junio, 2023I
3 Comentarios
Alguien dijo que la salvación estará en el .arte. Ambos son demasiado grandes para nosotros. Tu hipótesis, Santiago, de que en la literatura seguirá estando nuestro pequeño espacio… la amplías al final, porque supera el espacio y el tiempo, un universo.
Santiago, excelente tu escrito!. Felicitaciones!. No encuentro tan pequeño el espacio que abres con la literatura para evitar caer en la “cascada de la automatización y la despersonalización”, Me hago la ilusión de que en esa última rama, a la que te aferras, además del arte y la creatividad, está el ilimitado espacio del pensamiento.
(Te confieso que no pude evitar pensar que tu texto habría podido ser escrito con ayuda del Chat GPT!). Un especial saludo para tí y para tus padres.
Muchas gracias Vicenta y Cesar por leer y comentar.