Los jóvenes de hoy, y talvez algunos no tan jóvenes, quizá no recuerden los acontecimientos libertarios de esa época que, por un largo período, transformaron el mundo, y que ahora, fuera de los que acontece en América Latina, vive una profunda reacción conservadora, autoritaria y con frecuencia dictatorial.
En el mes de mayo de 1968, de la ciudad alemana de Frankfurt a.M. partió un movimiento intelectual y social que marcaría el fin de la modernidad, una larga época histórica en Occidente, y el inicio de su larga decadencia ‒denominada por el francés Jean-François Lyotard ‘postmodernidad’‒, en la que aún estamos embarcados.
Todos los días se sucedían nuevos acontecimientos en Frankfurt y en otras ciudades de la Alemania occidental de entonces. Las manifestaciones estudiantiles se multiplicaban, grupos de jóvenes armaban discusiones en tranvías, calles y plazas de las que fui testigo en algunas ocasiones; los debates y las críticas a la sociedad capitalista se filtraban en los bastiones de la prensa y eran ampliamente recogidos en la importante revista semanal Der Spiegel (El Espejo).
Ese vasto movimiento había encontrado su legitimación y su cauce ideológico en la llamada Teoría Crítica. Desde 1931, en el Instituto para la Investigación Social vinculado a la Universidad de Frankfurt, había comenzado a desarrollarse lo que se denominaría más tarde la ‘Escuela de Frankfurt’, cuyos miembros más conocidos fueron Max Horkheimer, Theodor W. Adorno y Herbert Marcuse. Junto con otros destacados colegas, estos tres investigadores se propusieron elaborar una teoría que permitiera comprender la evolución de la sociedad capitalista de los países avanzados.
Según la Escuela, las profecías centrales de Marx no habían funcionado. El acelerado desarrollo de los ‘medios de producción’ no había agudizado las contradicciones entre capitalistas y trabajadores, ni había conducido a la revolución. Más bien, toda la sociedad –incluyendo a los trabajadores mismos– había quedado atrapada en una poderosa maquinaria social cuya única finalidad era la de garantizar, por una parte, el consumo embrutecedor a las masas y, por otra, la ganancia de grandes empresas transnacionales. Los ciudadanos, presuntamente libres, se habían convertido en meras piezas de la maquinaria. Y el precio que había que pagar era exorbitante. La vida individual y social había perdido sus objetivos profundos como la amistad, el conocimiento, la alegría de vivir, entre otros, y la naturaleza estaba pagando un alto precio.
Ante las clases sociales educadas el tipo de vida actual se presentaba ataviado con el ropaje seductor del progreso científico y técnico. En el siglo XVIII, los filósofos europeos de la Ilustración habían anunciado una pronta liberación de los seres humanos gracias a la ciencia, frente a la esclavitud impuesta por las leyes de la naturaleza; y en el XIX, habían prometido incluso su emancipación frente a la dominación de unos por otros, pero el resultado había sido más bien el contrario: los extraordinarios avances de la ciencia y la técnica las habían convertido en el único tipo de racionalidad socialmente aceptado y las habían transformado en la justificación tácita de un estilo de vida esclavizante y sin sentido que, además, destruye nuestro entorno natural. A este tipo de racionalidad los autores de la Escuela la denominan ‘razón instrumental’, a la que le contraponen una ‘razón crítica’, que buscaría develar los mecanismos contemporáneos de dominación social.
Si el avance científico y técnico ilusionaba a las clases altas, los medios de comunicación ‒y en primer lugar la televisión‒ se habían convertido en una industria promotora de la nueva cultura encargada de distraer a las masas y de imponerles cada día nuevas ‘necesidades’ inútiles a través de la publicidad. Basta ver en la actualidad cualquier noticiero. La mujer es el perchero de la mayor parte de la publicidad: cremas para la piel, humidificantes, exfoliantes, etc., etc. Para los varones, perfumes y líquidos contra el sudor.
En 1968, el movimiento alemán de protesta estudiantil contra la sociedad capitalista se desplazó a Francia y, como según Hegel, “los franceses tienen la cabeza caliente”, durante los meses de mayo y junio se desató en el país galo y especialmente en París una cadena de protestas multitudinarias contra el imponente, poderoso y dictatorial general Charles de Gaulle. A las movilizaciones iniciadas por grupos estudiantiles se unieron obreros industriales, sindicatos y el Partido Comunista francés.
La protesta se vinculó, además, con el movimiento hippie, y de ese concubinato brotó la gozosa consigna que marcaría el espíritu de una generación e incluso el de toda la cultura occidental contemporánea: “Haz el amor y no la guerra”. La magnitud del fenómeno puso contra las cuerdas al gobierno del presidente, quien llegó a temer una insurrección revolucionaria. El grueso de las protestas finalizó cuando el De Gaulle anunció las elecciones anticipadas, que tuvieron lugar a fines de junio.
La ola se extendió por el mundo. Sucesos parecidos se reprodujeron en Suiza, España, México, Argentina, Uruguay, Estados Unidos, la antigua Checoslovaquia y Ecuador, y luego retornaron a la República Federal Alemana, para solo nombrar los casos más destacados. En Der Spiegel yo seguía con creciente interés el movimiento y los debates planteados por los líderes estudiantiles de Alemania, Alfred Willi Rudolf “Rudi” Dutschke y Daniel Cohn-Bendit.
El autor que alcanzó mayor influencia fue Herbert Marcuse. Miembro de la Escuela desde 1933, tras el ascenso de Hitler al poder, Marcuse se exilió a Estados Unidos y se radicó allí de manera permanente. El filósofo introdujo elementos de Freud en la teoría crítica de la Escuela. Para él, la razón crítica debía liberar de nuevo la fuerza creativa de Eros, ‘principio de placer’ reprimido por el ‘principio de realidad’, derivado de Thanatos.
Esta perspectiva le dio al movimiento de mayo del 68 una dimensión erótica que, conjugada con el movimiento hippie, le abrió el camino a la liberación de la sexualidad frente a las normas establecidas. Las faldas femeninas comenzaron a trepar pierna arriba con rapidez, el cuerpo de la mujer empezó a exhibirse casi sin tapujos en el cine (aunque se ocultaba todavía el triángulo de las Bermudas) y las carteleras competían en el afán por desvestirlo. Incluso, un día cualquiera un grupo de muchachos y muchachas ‘hicieron el amor’ a pleno día en la calle, frente al cementerio de Frankfurt, como si el amor se pudiera ‘hacer’ y deshacer tan fácilmente.
A partir de mayo de 1968 se derrumbaron en Occidente las grandes utopías colectivas que, desde el siglo XVIII, habían guiado las luchas sociales y políticas de la modernidad. En su lugar se entronizaron los derechos de las llamadas ‘minorías’ y, en última instancia, los del individuo (el “libre desarrollo de la personalidad” del izquierdista radical Carlos Gaviria). La democracia liberal, como gobierno de las mayorías, comenzaba así a disolverse en su fundamento originario: el presunto valor absoluto de la libertad y la ‘felicidad’ individuales, entronizando un hedonismo que hoy corroe la cultura occidental moderna y presagia su fin.
De hecho, la natalidad de los europeos se ha reducido drásticamente, la población envejece y va siendo sustituida por una avalancha de poblaciones de Asia, África y América Latina, que se multiplican sin freno en una especie de silenciosa guerra demográfica. Algo similar sucede en Estados Unidos, invadido sobre todo por amplios sectores de población mexicana, centroamericana y ahora también venezolana y colombiana. Una erosión parecida padeció, quince siglos atrás, el poderoso y vasto imperio romano, hasta quedar convertido en una inmensa arena de bandidos, asesinos y ladrones de alta y baja ralea, que abrió las puertas a la caótica y peligrosa Alta Edad Media. Toda aquella agitación era el primer esbozo de procesos históricos de trascendencia universal, pero a mí se me escapaba en buena medida su significado profundo.
Los remedos de socialismo que en la actualidad se desarrollan en América Latina, aunque representan una búsqueda legítima de alternativas a la penetración acelerada de la ‘razón instrumental’ controlada por las grandes transnacionales y las potencias económicas de hoy, tienden a transformarse más bien en una triste repetición menor de pasadas tragedias convertidas en comedias.
Luis Alberto Restrepo M.
Octubre, 2022
4 Comentarios
Luis Alberto, nos ofreces una interesante visión sintética de procesos muy complejos sobre cuyas causas y efectos se sigue discutiendo arduamente para tratar de ver un poco mejor de dónde venimos y porqué estamos donde estamos. La paradoja colombiana (y me atrevería a decir que también de una buena parte de Latinoamérica) es la de una “postmodernidad” con exigua experiencia de la “modernidad”. Comparto tu crítica (y la de la Escuela de Frankfurt) a la sociedad de consumo que, como se ha dicho, es un sistema que nos persuade a gastar el dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos, para crear impresiones que no durarán en personas que no nos importan. En esta sociedad en la que estamos inmersos, la publicidad crea el deseo de consumir, el crédito da los medios y la obsolescencia programada renueva la necesidad. Se trata del más reciente avatar de la perenne insaciabilidad de nuestros deseos…que no sólo engendra problemas sociales sino también ecológicos.
Luis Alberto: una síntesis histórica, de nuestros tiempos y el posmodernismo, muy clara, precisa y pedagógica. Solo me pregunto si algunos de los rasgos filosóficos de la nueva teoría crítica quedaron impresos para América Latina en la Teología de la liberación. Cordial saludo. Hernando
En julio. del 68 me retiré de la S.I. e ingresé a hacer el master en Ingeniería Industrial de la universidad de los Andes en agosto.
15 dias mas tarde. estábamos almorzando con otros compañeros en la cafetería de los Andes. Cayo un torrencial aguacero. Se cerraron puertas y ventanas de la cafetería. Se respiraba un olor acre y poco a poco fui entrando en un estado alterado de conciencia. A la postre resulto ser la primera y mas intensa traba de marihuana de mi virginal vida solitaria. Ese fue mi preámbulo a la revolución de Marcuse con su Eros y Civilización y su Hombre Unidimensional que me moldearon para las conquistas del ser interno AMDG!
Leyendo tu excelente artículo, Luis Alberto, pensaba en las protestas de mayo 2021 en Colombia (y en las que se han dado en otros países latinoamericanos). Creo que seguimos buscando, sin éxito, el almendrón (con perdón de los integrantes de la Escuela de Frankfurt).