Nuestro compañero, Alberto Jaramillo, recientemente sufrió una crisis grave de salud durante un viaje, la cual milagrosamente fue superada gracias a la oportuna intervención médica de altísima calidad en un país Europeo. Plenamente recuperado, nos ha permitido publicar esta reflexión que hizo de su visita a Loyola durante ese mismo viaje, la cual fue inicialmente compartida con nuestro grupo de Exjesuitas en tertulia.
Antes de mi resurrección de entre los muertos (ya soy compañero de Lázaro) tuvimos el gusto con Isa y Sergio de visitar Loyola. Allí donde este soldado hidalgo que, por defender a Pamplona de los franceses, recibió un cañonazo en una pierna. Entonces lo acogió su hermano en el castillo de Loyola, donde no había más para leer sino vidas de santos. Esto lo impactó y quiso ser como “el mejor de” los santos y vivir como Jesús en Jerusalén, y luego siguieron todas las historias que conocemos.
Cambió sus trajes de soldado elegante por el ropaje de un mendigo, y ya de “hippie” se fue hasta Jerusalén, donde finalmente vio que podía prestar un mejor servicio estando en Europa a disposición del Papa.

Después de mil avatares nos dejó la Compañía de Jesús y su espiritualidad jesuítica. Repasando lo que nos enseñaron los nuestros ‒y allí en Loyola refresqué‒, apunté en el avión las siguientes pautas de esa espiritualidad que cuatro siglos después pueden servirnos a todos:
1. “Buscar y hallar a Dios en todas las cosas y en todos los quehaceres”. No quiso monjes encerrados en conventos, sino hombres de acción que le dieran un sentido profundamente religioso a su actuar. Que su acción fuera una oración. Que fueran “contemplativos en la acción”. Que su manera de amar y servir a Dios, fuera amando y sirviendo a la gente.
2. Que nunca se contentaran con la mediocridad. Siempre debían buscar el magis, la “mayor gloria de Dios”. El mejor colegio, la mejor universidad y el mejor servicio. La excelencia en todo.
3. Trabajar, sin embargo, sin estrés: “Hacer todo como si únicamente dependiera de uno. Pero una vez hecho, dejar todo como si únicamente dependiera de Dios”. Poner todos los medios que están a nuestro alcance para lograr los fines, pero luego dejarlo todo a la Providencia, sin angustiarnos por el resultado. Así, mantener la serenidad.
4. Deben ser hombres de resultados. “El amor se pone más en las obras que en las palabras”. No se trata de hablar mucho, sino de hacer. El hombre vale por lo que hace, no por lo que dice. ”Edificar más con las buenas obras que con las palabras”.
5. Más que regirse por normas, constituciones, leyes o legalismos, deben regirse “por la ley interior de la caridad”. Ley que el espíritu imprime en la conciencia y en los corazones de cada uno. Deben ser autónomos que se rigen por sus conciencias y su convicción.
6. No se trata de ser sabihondos, intelectuales que todo lo racionalizan, ya que “el mucho saber no harta y satisface el ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente”. Aprobar nuestras decisiones emocionalmente, no con solo el cerebro. Dejar reposar nuestras decisiones importantes en nuestro interior y dejar que nuestra experiencia existencial las apruebe o las rechace.
7. En medio de nuestras crisis recordar que “en tiempo de desolación no hacer mudanza”. Esperar a tener la mente tranquila y despejada para tomar las decisiones.
8. Y todo esto trabajado en grupo, en equipo, “como amigos en el Señor”. Obviamente, habrá diferencia de opiniones, pero para ello hay superiores que, una vez escuchados los pareceres y la diversidad de opiniones, tomen una decisión y la ejecuten para que las obras no se inmovilicen. Ese es el sentido práctico de la obediencia ignaciana.
9. Encontré una historia simpática que desconocía: Siendo ya General de la Compañía en Roma se le apareció una antigua amiga de Barcelona, la señora Isabel Rosel con dos amigas que también eran fans de Ignacio pidiendo que las dejaran ser jesuitas e iniciar la rama femenina de la orden. La señora era acaudalada y con buenas influencias en las Cortes. Ante la negativa perentoria de Ignacio la señora muy disgustada logró que el Papa le ordenase a Ignacio recibirlas y que hicieran los votos. Así en la Navidad de 1.545 efectivamente hicieron los votos. La señora empezó a mandar, a inmiscuirse en todo y se volvió un quebradero de cabeza para Ignacio, quien después de varios meses logró convencer al Papa para que autorizara dispensarlas de sus votos y despedirlas. Qué opinan: nos salvamos de esto o quizás hubiera sido más entretenido?
En fin, eso me recordó la visita. Les adjunto fotos.

Alberto Jaramillo A.
Octubre, 2022
6 Comentarios
Lo mejor de todo es que tú has sabido vivir esas enseñanzas. Recuerdo con cariño los años que pasamos en Gallarate y en Teología.
Hermosa y completa síntesis del pensamiento Ignaciano, Gracias a Dios por tu resurrección. Saludos
Preciso y muy útil tu repaso de elementos básicos de la espiritualidad que aprendimos. Mil gracias Alberto! Que ahora, resucitado, nos sigas iluminando con tu inteligente manera de entender (de sentir) la vida. Un abrazo,
Felicitaciones por tu grafica: de arquitecturas famosas a seres humanos hermosos.
Salud y pesetas….
Surge et ambula !!! Y lo lograste. !!! Estamos absolutamente felices con tu recuperación que dejaste en manos del Señor., como te enseñó Ignacio de Loyola. Fuerte abrazo.
Alberto, por alguna razón se me embolató casi un mes mi comentario a tu importante y sabio artículo. Destaco especialmente en tus notas el punto 3:
Trabajar, sin embargo, sin estrés: “Hacer todo como si únicamente dependiera de uno. Pero una vez hecho, dejar todo como si únicamente dependiera de Dios”. Poner todos los medios que están a nuestro alcance para lograr los fines, pero luego dejarlo todo a la Providencia, sin angustiarnos por el resultado. Así, mantener la serenidad.
Es un sabio consejo. Ocuparnos por lo que es importante sin preocuparnos, y confiar en Dios y en su acción.
Alguna vez le preguntaron a Ignacio qué haría si el Papa le ordenara eliminar la Compañía de Jesús. Él respondió que sería muy doloroso, pero que tras diez minutos de oración se sentiría en paz.