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Mayo 1968

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Mientras Juan Pablo II promovía movimientos tradicionalistas y se rodeaba de ellos, la Congregación de la Fe y el CELAM perseguían y silenciaban a destacados teólogos de la liberación latinoamericanos o a serios críticos de los desvíos de la Iglesia, como el brillante teólogo suizo Hans Küng, ya fallecido. 

Obispos como Helder Cámara y Pedro Casaldáliga, o curas como Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff o Jon Sobrino, se convirtieron en blanco de sospechas y terminaron marginados o sancionados. Muchos curas de base y numerosas monjas, sobre todo de América Latina, sintiéndose ignorados o perseguidos por la Iglesia misma, tomaron distancia interior del aparato eclesiástico y se sumaron a la ola revolucionaria y secular en curso. 

Víctimas de la política pontificia fueron, entre muchos otros, el superior general de los jesuitas, el español Pedro Arrupe, y la misma Compañía de Jesús. Al iniciar su pontificado, el nuevo Papa, además de excluir a los jesuitas de su entorno inmediato y suplirlos por miembros del Opus Dei, puso en entredicho al General jesuita y a toda la Compañía de Jesús. 

En 1979, Juan Pablo II citó al Vaticano al incómodo vasco y mantuvo con él una reunión de un día a puerta cerrada, reunión de la que Arrupe nunca dio a conocer ni una sola palabra. Quizás como única respuesta a las presiones papales, al comienzo de 1980, Arrupe quiso renunciar y dio los primeros pasos en ese sentido, pero el Papa insistió en que, antes de su renuncia, Arrupe mismo debía clarificar “ciertas cosas”. 

El nuevo enfoque del trabajo de los jesuitas iba en directa contravía de la concepción que el papa Wojtyła tenía de la Iglesia. Desde entonces la comunicación entre los dos se hizo muy difícil. Un año largo más tarde, el 7 de agosto de 1981, en el aeropuerto de Roma, Arrupe sufrió una repentina trombosis cerebral. La mitad de su cuerpo quedó paralizada y comenzó a perder el habla. El resto de sus días lo pasaría en una silla de ruedas, necesitado de ayuda permanente. Aunque no se pueda probar, muy probablemente el ataque cerebral fue producto de la insoportable presión a la que Wojtyła lo sometió.

Un hecho escandaloso lo confirma. El 6 de octubre de 1981, apenas un mes después de que hubiera sufrido la trombosis, fue a visitarle en la enfermería el cardenal Agostino Casaroli, Secretario de Estado. Como regalo, le entregó una carta autógrafa del Papa en la que nombraba al padre Paolo Dezza como delegado personal del Papa al frente de la Compañía de Jesús, con plenos poderes de Superior General de la Orden hasta la convocatoria de una nueva Congregación General. Dezza había sido el candidato de los jesuitas conservadores en la misma Congregación que eligió a Arrupe. Ya mayor y completamente ciego, el italiano era bien conocido en la Compañía por su conservadurismo a ultranza y porque se había convertido en asiduo “corre-ve-y-dile” a la curia vaticana de todos los chismes contra la Orden y contra su General. 

El gesto del Papa era, pues, no solo descortés sino cínico. Su intromisión iba en contravía de las Constituciones y de la tradición secular de la Compañía de Jesús, según las cuales el superior debía ser elegido mediante votación de los delegados de toda la comunidad en una nueva Congregación General. El nombramiento de Dezza como interventor papal fue un insulto para todos los jesuitas en el mundo. Sin embargo, de acuerdo con el cuarto voto de lealtad y obediencia al papa, ninguno protestó. Dos años más tarde, la Congregación General 33, que pudo llevarse por fin a cabo en el otoño de 1983, eligió a un discreto y prudente holandés como nuevo superior general, que mantuvo un bajo perfil para no reavivar las iras del Vaticano. 

El 5 de octubre de 1991, casi diez años después de la trombosis, falleció Arrupe en la curia general de la Compañía. Sus últimas palabras antes de morir fueron: “Por el presente, Amén, y por el futuro, Aleluya”. Los numerosos jesuitas presentes en el sepelio lo despidieron con un inhabitual y prolongado aplauso. Quien debería haber sido proclamado santo por la Iglesia es Arrupe y no Wojtyła, pero la santidad no es en la Iglesia católica un simple título religioso sino también, con mucha frecuencia, una exaltación política. Antes de que se llegue a reconocer el carácter ejemplar de la vida de Arrupe, el Vaticano tendría que haber vuelto a la figura de Jesús de Nazaret. El papa Francisco lo ha intentado con mucho coraje, pero el hecho mismo de ser jesuita le impide corregir ese error en beneficio de quien fuera su superior. 

La Iglesia católica comenzó a rectificar algunos de los inmensos errores cometidos por Juan Pablo II, y por su adlátere, Joseph L. Ratzinger, luego Benedicto XVI. Sin confesarlo abiertamente, ambos pusieron en sordina el Concilio Vaticano II y prefirieron retornar a la hipocresía y la seguridad aparente de la Iglesia constantiniana. Como herencia de sus dos pontificados dejaron a la Iglesia sumida en una profunda crisis de credibilidad y agobiada por los escándalos de curas, obispos y cardenales pedófilos, abusadores de mujeres o ambiciosos y corruptos. 

¡Ironías de la vida! Para que tratara de enderezar esa deplorable situación fue elegido Papa, por primera vez en la historia… un jesuita y, para colmo, también por primera vez, un latinoamericano. Jorge Mario Bergoglio, ahora Francisco, ha estado intentando una reforma evangélica de la Iglesia. Inició la lucha contra la corrupción y comenzó a retomar ‒¡nueva ironía!‒ el camino trazado por Arrupe, con quien el mismo Bergoglio había mantenido discrepancias siendo superior provincial de los jesuitas argentinos y luego obispo y cardenal. Emprendió un camino de humildad y compromiso con los pobres y desheredados del mundo, pero ahora ya no desde la dirección de una mera orden religiosa, sino desde el mismo solio pontificio.

 
Para equilibrar la promoción de Wojtyła y de toda su línea política a los altares, apenas iniciado su pontificado, Bergoglio decidió canonizar a Juan XXIII, el humilde inspirador del Concilio Vaticano II, sin exigir siquiera milagros. Asimismo, reactivó el proceso de beatificación de monseñor Romero, el obispo mártir salvadoreño, ignorado por Juan Pablo II. Y, lo más significativo, Francisco ha multiplicado los gestos de acercamiento prioritario a los más abandonados de la tierra pasando por encima de las diferencias de credo religioso. 

El mensaje es claro. Sin embargo, el camino es largo y lleno de formidables tropiezos. Los imperios siempre se resisten a morir y para ello no paran en medios. Esperemos que Bergoglio quiera y pueda continuar y profundizar su tarea, pero no le será fácil. Antes, la Iglesia católica tendrá que regresar a las catacumbas. Lamentablemente, la salud le está jugando una mala pasada. Una artrosis aguda le ha inmovilizado una pierna, lo ha obligado a desplazarse en silla de ruedas y le ha hecho imposible moverse por el mundo para continuar su importante tarea ecuménica de reunificación de las iglesias y acercamiento a otros tipos de confesiones como el Islam, así como a los no creyentes, sean ateos o indiferentes ante el tema religioso. Para Francisco, todos, incluyendo a los peores criminales, somos hermanos con distintos rostros. 

Tanto en la curia vaticana como en algunas Iglesias como la gringa y la española, el papa cuenta con poderosos opositores que intentan desacreditarlo, descalificarlo y frenar sus reformas. De hecho, han frustrado algunas. Como quiera que sea, parece que su legado pueda ser conservado y prolongado por cardenales de la India, Corea del Sur y Vietnam, donde, según creo, el catolicismo viene extendiéndose con rapidez. De todos modos, a su muerte se suscitará un fuerte conflicto entre las distintas tendencias católicas. El humo blanco tardará en salir de las chimeneas vaticanas. Al Espíritu Santo le tocará revolar para soplar la hoguera.

Si bien me extiendo en estas quisicosas de la Iglesia católica, lo hago entre otras razones porque en el total desconcierto universal sobre el sentido de la vida humana, no son muchas las instancias que puedan ofrecer alguna luz de esperanza y fortalecer a mucha gente para no decaer en la lucha cotidiana. Esto es particularmente cierto en países como Colombia, donde la Iglesia sigue teniendo un gran peso sobre todo en los pueblos. En este sentido, la suerte de un catolicismo renovado tiene un claro alcance político. Finalmente, la Iglesia es la multinacional más antigua, más poderosa y más extendida por todo el mundo. Si bien su poder financiero no es el mayor, sí lo es su influencia cultural y religiosa. Desde mucho antes de Apple, Amazon, Tesla y todos los demás gigantes, la Iglesia católica ya estaba no solo en toda Europa, sino también en China, Japón y Corea. En la isla china de Shangchuan fue a morir Francisco Javier, el santo jesuita, compañero de universidad y amigo de Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. Aún hoy hay misiones de distintas órdenes religiosas en Japón y Corea.

 
Esta presencia global de la Iglesia católica no deja de tener un significado muy ambiguo. En algunos aspectos abre puertas como ahora –octubre de 2022– en el apoyo a la ‘paz total’ en la Colombia de Petro. Pero así mismo podría revertirse en el recorte de muchas de aquellas justas libertades que en Colombia han obtenido reconocimiento y respeto. A modo de ejemplo, los movimientos provida harán presencia cada día más visible, comenzando por el exembajador en la OEA, Alejandro Ordóñez, hasta el nuevo director de la policía, el general Henry Armando Sanabria. “El nuevo director de la Policía deja muy preocupado al movimiento LGBTIQ+, pues mientras lideró las acciones policiales en Cartagena actuó en orden a sus prejuicios personales, en vez de aplicar los derechos humanos y ser garante de libertades” afirmaba el diario español El País, el 25 de agosto de 2022. 

Sin embargo, la Corporación Caribe Afirmativo, que lleva ya 13 años trabajando en defensa del movimiento, reconoce que el nuevo gobierno ha mostrado su intención de cambio con el nombramiento de la coronel Sandra Mora, que se ha declarado públicamente lesbiana, como la persona a cargo del Fondo Rotatorio de la Policía Nacional, que tiene en sus manos la producción o compras de las armas, uniformes y otros equipos de la Policía. No me adentro en el tema porque tomo las de Villadiego.


Y aquí pongo punto final a estos cuatro artículos. Hasta la próxima amigos, si aún sigo sacudiendo la palestra.

Luis Alberto Restrepo M.

Octubre, 2022

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Los jóvenes de hoy, y talvez algunos no tan jóvenes, quizá no recuerden los acontecimientos libertarios de esa época que, por un largo período, transformaron el mundo, y que ahora, fuera de los que acontece en América Latina, vive una profunda reacción conservadora, autoritaria y con frecuencia dictatorial.

En el mes de mayo de 1968, de la ciudad alemana de Frankfurt a.M. partió un movimiento intelectual y social que marcaría el fin de la modernidad, una larga época histórica en Occidente, y el inicio de su larga decadencia ‒denominada por el francés Jean-François Lyotard ‘postmodernidad’‒, en la que aún estamos embarcados. 

Todos los días se sucedían nuevos acontecimientos en Frankfurt y en otras ciudades de la Alemania occidental de entonces. Las manifestaciones estudiantiles se multiplicaban, grupos de jóvenes armaban discusiones en tranvías, calles y plazas de las que fui testigo en algunas ocasiones; los debates y las críticas a la sociedad capitalista se filtraban en los bastiones de la prensa y eran ampliamente recogidos en la importante revista semanal Der Spiegel (El Espejo).

Ese vasto movimiento había encontrado su legitimación y su cauce ideológico en la llamada Teoría Crítica. Desde 1931, en el Instituto para la Investigación Social vinculado a la Universidad de Frankfurt, había comenzado a desarrollarse lo que se denominaría más tarde la ‘Escuela de Frankfurt’, cuyos miembros más conocidos fueron Max Horkheimer, Theodor W. Adorno y Herbert Marcuse. Junto con otros destacados colegas, estos tres investigadores se propusieron elaborar una teoría que permitiera comprender la evolución de la sociedad capitalista de los países avanzados. 

Según la Escuela, las profecías centrales de Marx no habían funcionado. El acelerado desarrollo de los ‘medios de producción’ no había agudizado las contradicciones entre capitalistas y trabajadores, ni había conducido a la revolución. Más bien, toda la sociedad –incluyendo a los trabajadores mismos– había quedado atrapada en una poderosa maquinaria social cuya única finalidad era la de garantizar, por una parte, el consumo embrutecedor a las masas y, por otra, la ganancia de grandes empresas transnacionales. Los ciudadanos, presuntamente libres, se habían convertido en meras piezas de la maquinaria. Y el precio que había que pagar era exorbitante. La vida individual y social había perdido sus objetivos profundos como la amistad, el conocimiento, la alegría de vivir, entre otros, y la naturaleza estaba pagando un alto precio.

Ante las clases sociales educadas el tipo de vida actual se presentaba ataviado con el ropaje seductor del progreso científico y técnico. En el siglo XVIII, los filósofos europeos de la Ilustración habían anunciado una pronta liberación de los seres humanos gracias a la ciencia, frente a la esclavitud impuesta por las leyes de la naturaleza; y en el XIX, habían prometido incluso su emancipación frente a la dominación de unos por otros, pero el resultado había sido más bien el contrario: los extraordinarios avances de la ciencia y la técnica las habían convertido en el único tipo de racionalidad socialmente aceptado y las habían transformado en la justificación tácita de un estilo de vida esclavizante y sin sentido  que, además, destruye nuestro entorno natural. A este tipo de racionalidad los autores de la Escuela la denominan ‘razón instrumental’, a la que le contraponen una ‘razón crítica’, que buscaría develar los mecanismos contemporáneos de dominación social.

Si el avance científico y técnico ilusionaba a las clases altas, los medios de comunicación ‒y en primer lugar la televisión‒ se habían convertido en una industria promotora de la nueva cultura encargada de distraer a las masas y de imponerles cada día nuevas ‘necesidades’ inútiles a través de la publicidad. Basta ver en la actualidad cualquier noticiero. La mujer es el perchero de la mayor parte de la publicidad: cremas para la piel, humidificantes, exfoliantes, etc., etc. Para los varones, perfumes y líquidos contra el sudor.

En 1968, el movimiento alemán de protesta estudiantil contra la sociedad capitalista se desplazó a Francia y, como según Hegel, “los franceses tienen la cabeza caliente”, durante los meses de mayo y junio se desató en el país galo y especialmente en París una cadena de protestas multitudinarias contra el imponente, poderoso y dictatorial general Charles de Gaulle. A las movilizaciones iniciadas por grupos estudiantiles se unieron obreros industriales, sindicatos y el Partido Comunista francés.

La protesta se vinculó, además, con el movimiento hippie, y de ese concubinato brotó la gozosa consigna que marcaría el espíritu de una generación e incluso el de toda la cultura occidental contemporánea: “Haz el amor y no la guerra”. La magnitud del fenómeno puso contra las cuerdas al gobierno del presidente, quien llegó a temer una insurrección revolucionaria. El grueso de las protestas finalizó cuando el De Gaulle anunció las elecciones anticipadas, que tuvieron lugar a fines de junio. 

La ola se extendió por el mundo. Sucesos parecidos se reprodujeron en Suiza, España, México, Argentina, Uruguay, Estados Unidos, la antigua Checoslovaquia y Ecuador, y luego retornaron a la República Federal Alemana, para solo nombrar los casos más destacados. En Der Spiegel yo seguía con creciente interés el movimiento y los debates planteados por los líderes estudiantiles de Alemania, Alfred Willi Rudolf “Rudi” Dutschke y Daniel Cohn-Bendit.

El autor que alcanzó mayor influencia fue Herbert Marcuse. Miembro de la Escuela desde 1933, tras el ascenso de Hitler al poder, Marcuse se exilió a Estados Unidos y se radicó allí de manera permanente. El filósofo introdujo elementos de Freud en la teoría crítica de la Escuela. Para él, la razón crítica debía liberar de nuevo la fuerza creativa de Eros, ‘principio de placer’ reprimido por el ‘principio de realidad’, derivado de Thanatos

Esta perspectiva le dio al movimiento de mayo del 68 una dimensión erótica que, conjugada con el movimiento hippie, le abrió el camino a la liberación de la sexualidad frente a las normas establecidas. Las faldas femeninas comenzaron a trepar pierna arriba con rapidez, el cuerpo de la mujer empezó a exhibirse casi sin tapujos en el cine (aunque se ocultaba todavía el triángulo de las Bermudas) y las carteleras competían en el afán por desvestirlo. Incluso, un día cualquiera un grupo de muchachos y muchachas ‘hicieron el amor’ a pleno día en la calle, frente al cementerio de Frankfurt, como si el amor se pudiera ‘hacer’ y deshacer tan fácilmente.

A partir de mayo de 1968 se derrumbaron en Occidente las grandes utopías colectivas que, desde el siglo XVIII, habían guiado las luchas sociales y políticas de la modernidad. En su lugar se entronizaron los derechos de las llamadas ‘minorías’ y, en última instancia, los del individuo (el “libre desarrollo de la personalidad” del izquierdista radical Carlos Gaviria). La democracia liberal, como gobierno de las mayorías, comenzaba así a disolverse en su fundamento originario: el presunto valor absoluto de la libertad y la ‘felicidad’ individuales, entronizando un hedonismo que hoy corroe la cultura occidental moderna y presagia su fin. 

De hecho, la natalidad de los europeos se ha reducido drásticamente, la población envejece y va siendo sustituida por una avalancha de poblaciones de Asia, África y América Latina, que se multiplican sin freno en una especie de silenciosa guerra demográfica. Algo similar sucede en Estados Unidos, invadido sobre todo por amplios sectores de población mexicana, centroamericana y ahora también venezolana y colombiana. Una erosión parecida padeció, quince siglos atrás, el poderoso y vasto imperio romano, hasta quedar convertido en una inmensa arena de bandidos, asesinos y ladrones de alta y baja ralea, que abrió las puertas a la caótica y peligrosa Alta Edad Media. Toda aquella agitación era el primer esbozo de procesos históricos de trascendencia universal, pero a mí se me escapaba en buena medida su significado profundo.

Los remedos de socialismo que en la actualidad se desarrollan en América Latina, aunque representan una búsqueda legítima de alternativas a la penetración acelerada de la ‘razón instrumental’ controlada por las grandes transnacionales y las potencias económicas de hoy, tienden a transformarse más bien en una triste repetición menor de pasadas tragedias convertidas en comedias.

Luis Alberto Restrepo M.

Octubre, 2022

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