No tuve que pensarlo mucho tiempo: fue el “café con leche” de mis años de adolescente, en las fogatas de los campamentos scouts de los Gonzagas, con Hernán Umaña S.J. al final del día.
Resumíamos así en grupo lo que cada uno de los que estábamos en el campamento habíamos encontrado de positivo o de negativo de todo lo que había pasado en nuestro día. Lo que había funcionado bien y lo que hubiera podido funcionar mejor. Éramos muy claros y honestos en descubrir estos temas. Inmediatamente, el padre Umaña le agregaba lo que él llamaba “el azúcar” -balance entre lo positivo y lo otro- mezclado con los aprendizajes del grupo.
Luego, al ingresar a la Compañía de Jesus, descubrí que esa práctica de revisar el día, no era otra cosa que “el examen de conciencia”, costumbre que San Ignacio de Loyola, fundador de los Jesuitas, había dejado plasmada en sus prácticas originales para la formación de quien ingresara a la orden, desde el primer día.
Al recorrer mi vida en contacto con los Jesuitas, años antes de ser miembro de la Compañía de Jesús –de los quince a los veinte años– y durante los casi 10 años que estuve dentro de la orden preparándome para ser sacerdote –de los 20 a los 30 años–encontré que, de los múltiples comportamientos que dejaron una huella indeleble en mi vida, ciertamente el que más me marcó, sin duda alguna, fue esta breve práctica diaria que aprendí de joven, practiqué dos veces al día siendo jesuita, seguí practicando consciente e inconscientemente durante mi vida como profesional, y continúo practicando aún hoy.
Lo seguiré haciendo mientras sea consciente, por el resto de mis días en esta vida y quizás también en las que vengan en el futuro. Se ha incorporado definitivamente en mis hábitos de vida probablemente como la mayor arma de crecimiento como persona, de auto-conocimiento, de auto-control, de auto-propulsión.
Detener lo que se está haciendo para reflexionar, revisar cuidadosamente lo vivido y sacar conclusiones tanto positivas como para aprender de lo que ha pasado durante el día, la parte del día, el proyecto, la actividad, el año, la época de vida. Esto se volvió ciertamente un modo de ser que, al incorporarse en mí, me ha servido como un arma muy poderosa a nivel personal, profesional, matrimonial, familiar, y de mi vida entera como ciudadano de este mundo.
Encontrarse con sinceridad consigo mismo, mirarse al espejo interior que no miente y desnudarse con humildad y objetividad para recorrer la memoria de lo acontecido, no es fácil. Requiere práctica permanente y honestidad con uno mismo. No en vano el examen de conciencia forma parte de los “ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola” que se hacen “en la presencia de Dios”.
Hoy para mí: “dentro de mí = en mi interior” donde habita también esa Energía que hoy identifico como “Dios” y la que encuentro sólo callando mi voz y mis pensamientos y adentrándome en mi conciencia como quien entra en la grabadora de todo lo que se ha vivido, para escudriñarla y sacarle provecho para el crecimiento diario de la vida.
En la vida de novicio jesuita, además del examen individual dos veces al día, existió también otra práctica colectiva muy cercana a la anterior y muy impactante para mí al conocerla, que se llamaba “el ejercicio de culpas”. En esa sesión semanal de todos los novicios (éramos unos 18 a 20 en ese momento), junto al maestro de novicios que oficiaba como “moderador” del grupo, cada uno pasaba al frente y escuchaba, silencioso y de rodillas,los comentarios que uno por uno, sus compañeros le hacían, sobre todo en los comportamientos que observábamos pudiera mejorar cada novicio.
Todos los comentarios debían comenzar con la frase: “Me parece que el hermano…” y se escuchaban una o dos frases que describían una cualidad, pero sobretodo un defecto o una conducta que mereciera algún comentario. No se podían hacer juicios, sino simples observaciones objetivas. Al final de los comentarios de todos, el P. Maestro resumía lo escuchado y agregaba su observación personal, siempre orientada a ayudar a quien estuviera al frente y que, como todos, estaba en el proceso de búsqueda de la santidad y de la perfección personal.
Mas tarde en la vida, y en familia, sin ser a veces consciente de ello, me descubrí creando un sin fin de momentos especiales con quienes establecía alguna relación personal y muy especialmente con mi esposa y con nuestros hijos. Unas veces, por ejemplo,revisábamos “el mensaje” de la película que acabábamos de ver,durante nuestro regreso en el auto hacia la casa. Hacíamos un balance del mes, o del año que acababa de terminar, o recorríamos en retrospectiva las experiencias de un viaje familiar o con otras familias y amigos.
Hoy, telefónicamente o en video-llamada, a la distancia, recorremos a veces individualmente o con mi esposa junto a nuestros hijos, sus viajes, sus experiencias de estudio o de trabajo, sus aprendizajes de vida afectiva, sus aventuras, las nuestras, nuestros viajes, la vejez y el retiro, y todo cuanto experimentamos en grupo y con lo cual queremos enriquecer la vida.
También en mi vida de profesional de la gestión de talentos en las empresas en las cuales trabajé, y a las que asesoré y continúo asesorando hoy como consultor, siempre me he vuelto a encontrar con mi amigo de Loyola, descubriéndolo oculto en los procesos llamados de “Análisis y Evaluación de desempeño” de los colaboradores y en las prácticas gerenciales de “dar y recibir feedback” o retroalimentación, con las cuales los más renombrados gurús de la administración de empresas, proporcionan técnicas y modos de hacerlo, como una de las mejores prácticas gerenciales de cualquier gerente de persona, sin importar el nivel que tenga en la empresa.
En los cursos y talleres de liderazgo que implementé a nivel global en varias empresas, tuve la oportunidad de identificar al gran maestro de Loyola como quizás uno de los primeros lideres de una organización mundial (la Compañía de Jesús) donde estas prácticas gerenciales sobreviven como uno de los grandes secretos no ocultos y, pienso yo, claves de su eficiencia como grupo, sus procesos de decisiones, su compromiso mutuo, su visión conjunta, su inspiración como líderes y su éxito misional y empresarial.
Aprender de la experiencia pasada, y superar quizás el aspecto negativo de buscar “los defectos”, “los errores” o las “debilidades”, que invadían los exámenes de conciencia de aquella época , buscando mejor lo positivo de esto, descubriendo mejor las oportunidades “de aprendizaje”, de “crecimiento”, de “superación” fue un nuevo y sutil cambio que descubrí era necesario implementar para hacer de las revisiones del desempeño en las empresas algo menos “evaluativo” y mucho más “constructivo” en el uno-a-uno de los colaboradores con su jefe.
Implementar en los equipos directivos de las empresas la práctica grupal de la evaluación de 360 grados, donde todos los niveles de individuos (no solo el jefe) sino los colegas y los subordinados o colaboradores, y aun otros dentro y fuera de la empresa, participaran en una práctica anónima de feedback virtual, fue todo un proyecto en el cual conseguí la adhesión de todos los presidentes de las empresas con las cuales trabajé.
En varias de ellas, esta práctica colectiva sustituyó, con lujo y eficacia, la famosa y trasnochada “evaluación del desempeño” y llegó a ser el mejor termómetro para incrementos salariales y crecimiento profesional en las empresas. De esta forma, el “ejercicio de culpas” del ayer, del noviciado, hoy involucra también, en las empresas más progresistas, al jefe, al evaluador, al líder del grupo que ciertamente necesita aun más del feedback de sus colaboradores para ser mejor líder…y qué falta nos hacehoy a todo nivel!
He llegado a la conclusión, ahora en mis casi 79 años de vida, que el examen de conciencia, disfrazado modernamente con el atractivo nombre del “feedback” o retroalimentación individual y colectiva, a todo nivel, sigue vivo y presente en mi vida en los proyectos donde me involucro, en los grupos que manejo, en las vivencias familiares y en la vida como un todo, como la gran marca indeleble de una época bella y profundamente intensa de crecimiento y siembra de valores y de prácticas para la vida, de la cual he vivido desde entonces con inmensa satisfacción y gratitud.
Gracias, San Ignacio de Loyola! Y gracias a todos los Jesuitas que la sembraron en mí!
Darío Gamboa Henao
Septiembre, 2023
5 Comentarios
Darío; Una síntesis maravillosa y profundamente sabia del aprendizaje de vida que se adquirió en la Compañía y de su enormes influjo e importancia para el funcionamiento de todas las organizaciones modernas. Gracias por hacernos reflexionar sobre estos hechos y cualidades, que en mayor o menor grado han afectado a todas nuestras vidas. Saludos. Hernando
Impacto profundo, duradero y muy bien compartido a lo largo de tu vida. Felicitaciones.
Te agradezco la reflexión que has hecho. No había caído en la cuenta lo del examen de conciencia a nivel personal y también laboral .
Un fuerte abrazo y sigue gozándola.
Julián.
Excelente experiencia de vida. La primera reaccion -despué de leerla y los 3 primeros comentarios- es que ¡cómo seria de bueno que los gobernantes la ejercitaran!
Lo vivido en la Compañía de Jesús ha dejado una huella indeleble en todos que, como Darío, ha sido aprovechada en nuestra vida diaria laboral y familiar, lo que nos permite ser más asertivos y eficientes.