Continúa Luis Guillermo hablándonos de grandes temas, a través de sencillos diálogos entre padre e hijo…
Un fin de semana, cuando paseaban por la finca, José, estudiante de grado 11, le preguntó a Ignacio, su padre:
– Papá, ¿Qué es Dios? ¿Alguien lo ha visto? ¿Podemos llegar a él con nuestra razón?
– Personalmente, le contestó Ignacio, creo que no podemos conocerlo por medio de la razón.
– ¿Por qué estás tan seguro?
– Porque para que algo llegue a nuestra mente tiene que pasar primero por los sentidos. Y a Dios no lo podemos ver, ni oír, ni sentir.
– ¿Cómo así? ¿No existe otra manera para conocer algo?
– Sí, hijo. ¿A ti no te ha pasado a veces que experimentas algo de manera tan profunda que hasta te hace cambiar tu manera de obrar, sin que puedas probar con argumentos racionales la verdad de eso que te pasó?
– Sí, varias veces al mirar la maravilla de las estrellas, de los árboles, de los animales…
– Exacto, esa es otra manera de conocer. Ahí has experimentado algo que no es racional, pero que es muy real, ¿no te parece? Ese es el único camino que yo veo para llegar a Dios sin deformarlo.
– ¿Cómo así que sin deformarlo?, preguntó José.
– Sencillo, le respondió Ignacio, cualquier cosa que digamos o pensemos de Dios por medio de la razón es un simple invento de nuestra imaginación. Y lo peor es que nos quedamos convencidos de que eso que imaginamos es la pura verdad. Esa creación humana, racional, la convertimos en Dios, que no viene a ser más que un ídolo.
– ¿Un ídolo?
– Sí, hijo. Incluso le colgamos una serie de adjetivos que no son más que simples proyecciones de lo que quisiéramos llegar a ser nosotros.
– ¿Cómo cuáles?, preguntó, intrigado, José.
– Como nosotros somos tan limitados en tantos campos, nos imaginamos que ese Dios es todo lo contrario, es decir, que debe saberlo todo, debe poderlo todo, debe estar en todas partes al mismo tiempo.
– Pero, él sí es la máxima justicia, ¿o tampoco?
– Qué bueno que pusiste ese ejemplo. ¿Qué es la justicia para la mayoría de la gente?, preguntó el papá.
– Pues que el que la hace la paga, que tiene que haber castigo cuando se hace algo malo, respondió José.
– Correcto, dijo Ignacio. Al imaginar a ese Dios, pensamos que debe ser justo por excelencia y, por lo tanto, decimos que es castigador y vengativo como nosotros; más aún, decimos que debemos desagraviarlo, como si fuera como nosotros, como si pudiéramos ofenderlo. Y lo que hacemos con esos razonamientos es crear un ídolo que termina siendo una simple caricatura de lo que es el ser humano o de lo que quisiéramos llegar a ser.
– ¿Entonces?, preguntó intranquilo, José.
– Por tratar de llegar a Dios por la razón, se han creado infinidad de ritos de adoración a ese Dios-ídolo, junto con toda una intrincada estructura jerárquica entre sus seguidores, según las diferentes religiones que han existido y existirán.
– Papá, entonces, ¿tú no crees en Dios?
– Claro que sí creo, hijo, pero no en ese Dios-ídolo. Yo también, como tú me dijiste hace un momento, he experimentado profundamente la presencia de “algo” que no sé definir, pero que lo percibo en mi propio ser y en las flores, en los árboles, en todos los seres del Universo.
– Ah, ¡con razón te gusta tanto la naturaleza!
– Sí, hijo, a ese Dios, al que queremos conocer, no podemos llegar por la razón. Únicamente podemos experimentarlo, vivenciarlo en nuestro interior por lo que hace. A Dios no se le piensa ni se le capta con los sentidos, sino que se le experimenta. Todos los seres del universo, nosotros incluidos, somos energía. Esta es una realidad constatable, medible.
– Esa energía de la que hablas, ¿es lo que yo he percibido al quedarme maravillado al ver las estrellas y los árboles?
– Exacto. Personalmente siento esa energía como algo pujante, generador de vida, con una variedad casi infinita de manifestaciones diferentes entre sí. Todas ellas conforman un conjunto de tal magnitud y belleza que queda uno maravillado, extasiado. A ese “algo” del que te hablaba, lo experimento como Amor. No sé nada más. Solo vivencio que acompaña a cada ser, que está en cada ser.
– Entonces, a ese “algo” que tú dices, ¿lo llamarías Amor?
– Sí, hijo, con temor, debido a la cantidad de ídolos que hemos creado y de las tergiversaciones que se le han dado a la palabra Amor, a ese “algo” me tomo el atrevimiento de darle el nombre de Dios-Amor, que está en todas mis células y en las de cada ser de todo el universo. Por eso, sin necesitar razonamientos, digo que en Él vivimos, nos movemos y existimos.
– Gracias, papá.
Luis Guillermo Arango Londoño
Febrero, 2023
2 Comentarios
Tanto Baruch Spinoza, como yo, estamos plenamente de acuerdo con tu bello concepto de Dios. Ese Dios no es otro que la eergía intrínseca de la materia presente en toda la materia bariónica del universo. Bello diálogo Luis Guillermo.
Muy afortunado José de tener un papá tan sabio y buen pedagogo.