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El deseo de conocer es connatural al ser humano. Se manifiesta desde la niñez con las preguntas espontáneas como ¿qué es eso? ¿Por qué? ¿Qué hay más allá? ¿Cómo hace el…? Conocer es no solo un deseo humano; también es una necesidad imperiosa que marca distintos momentos de nuestra vida. Además de conocer, deseamos saber la verdad… y no nos basta. Queremos estar seguros, tener certeza. Aparecen, frecuentemente, “falsos profetas” y en la virtualidad actual se dicen muchas falsedades. Por eso, conviene tener criterios de certeza.

Además de conocer, deseamos saber la verdad… y no nos basta: queremos estar seguros, tener la certeza. Para llegar a estar seguros de conocer, observemos abajo, en el centro del siguiente gráfico, el recorrido que parte de la ignorancia, pasa por la búsqueda, atraviesa la duda y llega hasta que se consigue la certeza. 

Hay diversos caminos para llegar a la certeza (al menos, a la mayor certeza posible y provisional).

Un primer camino es el del conocimiento, en el que confluyen dos sendas: la de la propia experiencia, de la experimentación, del ensayo y error, del conocimiento espontáneo o natural, que se confirma con los buenos resultados. Es la senda de la intelección. La segunda, es la senda de la erudición, de la lectura, la consulta, el estudio, las enciclopedias y ‒hoy día‒ internet y los buscadores digitales. La certeza, obtenida por estas dos vías de la ruta del conocimiento (por llamarlo así), no es la más sólida, pero es suficiente para “defendernos”.

Un segundo camino a la certeza es el de la investigación científica. Esta tiene un método básico que inicia con la observación, postula una hipótesis o teoría, sigue con la experimentación controlada, culmina con la comprobación (fáctica y matemática) y predice. Cuando las predicciones se cumplen, hay certeza científica. 

El tercer camino a la certeza es el de la creencia, basada en la confianza y la tradición. La mayoría de las cosas que sabemos las conocemos no por nosotros mismos, sino porque nos las cuentan, nos las transmiten. Nuestros padres nos enseñaron cosas que no sabíamos; la historia y la cultura se encargan de transmitirnos información, que procesamos para transformarla en conocimientos. Los científicos llegan a conocer porque “suben a los hombros de gigantes que los precedieron”. La certeza por este camino depende de la credibilidad de las fuentes.

Un cuarto camino a la certeza es el de la fe religiosa. Se podría considerar como un caso especial de la creencia, pero lo específico está en la fuente de este conocimiento y en el proceso que llamamos Revelación. La fe religiosa es el conocimiento que nace del amor de Dios. Dios es la fuente de este conocimiento y, como Dios es superior a nuestra capacidad natural de conocer, la condición para lograr conocimiento y certeza por este camino es la automanifestación voluntaria y amorosa que Dios hace de sí mismo. Sin embargo, esta Revelación de Dios necesita por parte nuestra la escucha, la aceptación y la respuesta, a lo cual denominamos fe religiosa. Así como no hay audición si no hay oyente, aunque haya locutor, tampoco hay Revelación mientras no haya creyente, así Dios se re-vele. La certeza de la fe religiosa es la más segura y sólida de todas las certezas porque su fuente es infalible y porque no depende tanto de uno mismo, solamente, sino del don de Dios que nos abre a su Revelación, si uno la desea y se dispone a ella.

En el caso de la fe religiosa cristiana y católica, la Revelación histórica de Dios, que tiene sus comienzos en la fe del pueblo de Israel, llega a su culminación en la persona de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, quien nos reveló a Dios como Padre y junto con Él nos actualiza esa misma Revelación por la acción del Espíritu Santo, presente y actuante, especialmente en la Iglesia. En esta, la Revelación se constituye y se comunica por la Sagrada Escritura y por la Tradición. 

¿Por qué Tradición y no la sola Escritura?

La fuente interna de la Escritura y de la Tradición es la Revelación, la Palabra viva de Dios.  Dos formas de transmisión de la Revelación son la Sagrada Escritura y la Tradición. La primera se comprende con la ayuda de la segunda, y la segunda está al servicio de la primera. Revelación abarca todo el hablar y obrar de Dios con los hombres y quiere decir una realidad, de la cual la Escritura da noticia, pero que no es simplemente ella misma. 

Hay tradición ya en el Antiguo Testamento: una serie de capas que se recubren y en que viejos textos se leen de nuevo y se exponen otra vez a la luz de nuevos acontecimientos; hay un desarrollo de la Revelación por la nueva interpretación de lo antiguo, que se manifiesta en el crecimiento o desarrollo de textos en nuevas situaciones.

Hay tradición en el Nuevo Testamento, que acoge y clarifica la revelación del Antiguo Testamento: es una nueva exposición a la luz del advenimiento de Cristo. El Nuevo Testamento no se entendería sin el Antiguo y este cobra su pleno sentido con el Nuevo. En el mismo Nuevo Testamento, unos textos se apoyan en otros y recogen la tradición de la primera comunidad cristiana. 

La Iglesia recibe y continúa esa tradición. De hecho, Cristo no es solo individual, sino que su Espíritu está presente en su Cuerpo, que es la Iglesia, que tiene el poder de interpretar el Cristo de ayer con miras al Cristo de hoy y del mañana. La fe, como recepción de la Revelación, es una respuesta personal, pero a la vez es una respuesta comunitaria. No somos un solo y autosuficiente sujeto. 

Más aún, al comienzo de toda tradición está el hecho de que el Padre entrega al mundo al Hijo y ambos entregan al Espíritu, presente y actuante en la comunidad de los fieles. 

Observemos de nuevo el gráfico anterior.

Podemos preguntarnos: ¿qué es el misterio? El misterio tiene dos sentidos: cuando no sabemos o no entendemos algo, decimos que eso es un misterio para uno: este misterio está antes que la certeza y se aclara y se acaba cuando se conoce y se comprende. Era un misterio provisional. El segundo sentido del misterio se refiere a lo que está por encima de nuestra capacidad de comprensión; aquí el misterio está por encima de la certeza. Dios es un misterio para nosotros, la Trinidad es un misterio. El misterio trascendente es suprarracional, pero no es irracional; es razonable que la realidad que está por encima del mundo a nuestro alcance, esté por encima de nuestra capacidad racional. La Revelación nos da un conocimiento, pero no acaba con el misterio.

En el gráfico, debajo de la certeza y a lado y lado, aparecen dos grandes campos adicionales de conocimiento: la técnica y las artes. Ambas requieren un tratamiento especial y especializado, que aquí nos rebasa.

En el extremo izquierdo, al final, bajo la intelección, se halla la inmediatez, que se refiere al conocimiento directo del mundo inmediato, el mundo del niño. Enseguida se enuncian los campos de la significación (sentido común, teoría, interioridad y trascendencia). La significación es el proceso mental que nos saca del mundo de la inmediatez, que es propio de la infancia, y nos coloca en el mundo del adulto, que es un mundo mediado por el significado que tiene o se le da a las cosas. La certeza está expuesta a la significación y la significación produce un mundo inseguro, puesto que está expuesta a muchos factores variables.  

En el extremo derecho, al final del gráfico, hay una gradación que va desde el inconsciente, pasando por la consciencia indiferenciada y distinguiendo la consciencia empírica, la inteligente, la razonable, la responsable y la amorosa. La consciencia es el darse cuenta y el estar presente en las operaciones humanas de sentir, entender, juzgar, deliberar, decidir, actuar y amar. 

Se toma consciencia del sujeto operador que somos y, simultáneamente, de las operaciones mismas y de los objetos sobre los que recaen las diferentes operaciones. Por ejemplo: soy consciente, a la vez, de que soy yo el que ve, soy consciente de acto de ver, y soy consciente del objeto que veo. En los artículos titulados Cinco hábitos trascendentales y Sentir, comprender, amar, ya publicados en este blog, amplío y clarifico un poco más estos “niveles” de la consciencia, concomitantes con el conocer y con los caminos a la certeza.  

Vicente Alcalá Colacios

Abril, 2022

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Estimados amigos: interesante la invitación a indicar por qué programa se inclina cada uno a votar. Nos hace pensar, ahora que la política se ha personalizado.

A mi juicio, conocer un programa es válido para decidir por quién no votar. En mi caso, no votaré por extremos radicales de ningún color. 

Un programa de gobierno no es mejor o peor por el hecho de que sea más claro, preciso, detallado, mejor informado que los demás, ya que no se trata de una elección entre académicos por un cargo de docente o investigador, sino entre posibles gobernantes de Colombia. 

Y entre ciencia y don de gobierno puede haber un abismo; más aún, con frecuencia lo hay. Ejemplos en un rango menor los tenemos, por ejemplo, en el fiscal Barbosa, quien se presentó como la persona mejor preparada de Colombia para ejercer el cargo. ¿Acaso lo ha sido? 

Otro tanto acontece con el procurador, Carlos Felipe Córdoba, el mejor estudiante del colegio de la élite pereirana, que no ha llegado a ningún Pereira. 

De modo que para votar, hay que pensar, no solo en el programa del candidato o la coalición, sino sobre todo en la(s) persona(s) que lo encarnan, más si se tiene en cuenta que, sin partidos fuertes, la política se ha personalizado.

Luis Alberto Restrepo

Febrero, 2022

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Las vacunas han logrado hasta ahora mitigar los efectos de la cuenta de cobro que nos ha pasado la naturaleza maltratada, aunque la mutación del virus Delta amenaza con rebrotes que pueden ser peores que los sufridos por la humanidad en este año y medio.

No son muy alentadoras las noticias provenientes de Wuhan, China. El virus, ahora llamado variante Delta, ha vuelto a aparecer en el lugar donde se originó. Es una pesadilla que se repite con solo cerrar los ojos y recordar aquel día, hace más de año y medio, cuando en el norte de Italia empezó a expandirse una “gripa” que no se creía tan peligrosa, pero que fue peor. Atando cabos la llevaron unos viajeros que procedían de China. Después de eso se desencadenaron el miedo, las noticias de enfermos entrando a los hospitales, las ucis desbordadas, los turistas atrapados en los aeropuertos. A mí se dañó el cumpleaños porque nadie me quería abrazar y yo menos.

En menos de un año se anunció el invento de una vacuna en varios laboratorios de investigación avanzada que solo tienen los países con fortaleza científica. Las farmacéuticas seguramente han cosechado gruesas utilidades financieras nunca antes vistas. Celebramos como un prodigio el invento farmacológico más esperado del siglo. Vimos como niños encantados ante las pantallas de televisión el arribo de cientos de vuelos que al fin llegaron al país después de una espera ansiosa, sin que faltara el debate, con ribetes políticos, cómo no, sobre la lentitud del Ministerio de Salud para la adquisición de los millones de frasquitos que contienen la dosis inyectable. No sé cómo hicieron el ministro y su equipo para llegar sanos y salvos a este momento del año tras la andanada de críticas y quejas por la gestión de la vacunación que a mí me ha parecido bastante buena para un país que anda rezagado en ciencia y tiene que adquirir casi todas las innovaciones científicas, y mucho más esta, en países con mayor desarrollo científico y tecnológico. 

Estamos muy atrasados en investigación de punta, y el coronavirus lo ha demostrado, en gran parte por culpa nuestra, que seguimos infravalorando la investigación, y por el Estado que invierte poco en desarrollarla. Es un cuento muy viejo: yo pasé muchos años en la academia esperando a que el presupuesto de inversión destinado al antiguo Colciencias, hoy convertido en Ministerio, aumentara en uno o dos puntos mínimos del producto interno bruto, términos económicos al uso de legos en la materia, que solo nos sirvieron para recordar la historia del General no tiene quien le escriba a la espera de su pensión.

El retorno del virus, ahora mutado, demuestra la fuerza que tiene la naturaleza para evolucionar en contra del ser humano que la ha desafiado con la destrucción de fauna y vegetación planetarias. Las vacunas han logrado hasta ahora mitigar los efectos de la cuenta de cobro que nos ha pasado la naturaleza maltratada, aunque la mutación del virus Delta amenaza con rebrotes que pueden ser peores que los sufridos por la humanidad en este año y medio. 

Confío en la vacuna como un pacto que hacemos los humanos con la naturaleza, gracias a la ciencia, empleando sus defensas en provecho de las nuestras, haciendo interactuar fuerzas en apariencia contrarias. 

Heráclito decía hace siglos que la vida es la lucha del fuego con el fuego. 

Jesús Ferro Bayona

Publicado en El Heraldo, Barranquilla

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