El dolor en las “puebliadas”

Por: Samuel Arango
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colombia, inza, cauca

Aunque el arte de “puebliar” es exclusivo para gente que no piensa que es perder el tiempo y, en cambio, disfruta de las maravillas que la vida le proporciona, a veces se encuentran realidades que lo dejan a uno pensando y pensando días enteros.

Los que acostumbran a “puebliar”, al mismo tiempo que disfrutan los paisajes embriagadores, las gentes querendonas y amables, las aguas cristalinas que se desgajan de las alturas, la naturaleza exuberante y mágica de los árboles, las plantas, las flores con su extravagante belleza, al lado conviven en los caminos con detalles de dolor y angustia.

Cientos de casas abandonadas a la orilla del camino, cuyos habitantes tuvieron que huir de la maldad de unos seres que por diversos motivos destilan odio, muerte, destrucción. Miles de cruces que recuerdan seres queridos, víctimas de la insania. Vírgenes mutiladas de yeso y de carne y hueso. Muros recubiertos por maleza y el abandono y el llanto de los huérfanos y de las viudas.

En una de las más recuentes puebliadas fuimos testigos de un lugar que fue sede de una clínica clandestina de abortos, practicados por los que ahora son llamados “señores” y cuyos alias se convirtieron en seudónimos gracias a la palabra mágica del dinero de la droga, la extorsión, el robo.

Estuvimos conversando con reverencia y respeto o, mejor, tratando de conversar con campesinos buenos hasta los tuétanos, amables y bondadosos. Generosos, pero callados. A las preguntas que les hicimos respondieron con monosílabos, sin dar detalles, con cuidado extremo. Ellos, buenos por esencia, desconfían de todo y de todos. Ella, una de las contertulias, una mujer de rostro bello y duro, comentó que tuvo que huir durante 15 años, dejar su tierra, sus animales, su gloria, para caminar por las sendas del abandono y la tristeza infinitas. No dice quién la obligó a vivir el infierno: le da miedo hablar. Respetamos su prudencia, pero supimos que donde estábamos sentados hasta hace poco había sido un lugar donde se practicaban abortos por montones de milicianas que cometieron el crimen de esperar un bebé, a veces fruto del amor, pero en la mayoría de los casos resultado de violaciones. Jóvenes vírgenes impúberes, inocentes, que cambiaron su mirada brillante y diáfana de la edad primera por unos ojos cansados, aburridos, tristes por la violencia sin sentido que les llegó. Recuerdan los cuerpos destrozados de los fetos de seis o siete meses, la hemorragia incontenible, las fiebres infecciosas, en fin, la maldad en su máxima expresión.

Otra de las inmensas tristezas que embargan a los viajeros cuando recorren algunas regiones, muchas por desgracia, es cuando se encuentran con la naturaleza herida hasta las más profundas entrañas por la explotación minera, especialmente del oro maldito, que arrasa la vegetación, seca los ríos, envenena las aguas y paradójicamente siembra miseria donde extrae riqueza. Tierras vírgenes, ahora con heridas abiertas por la explotación inmisericorde e inhumana de las minas.

Y para acabar de ajustar, puebliar es recorrer, al menos en Antioquia, unas carreteras o caminos de herradura que no se entienden en las épocas modernas. Lodazales, cunetas, derrumbes, fosas, rocas, brincos, ejes y mofles estropeados, cansancio sin fin. Horas y horas de un trajinar atormentado por unas vías que son una vergüenza total, en la mayoría de los casos resultado no tanto de las inclemencias del tiempo cuanto de la desidia y hasta de la deshonestidad de muchos dirigentes. Bellezas increíbles como Sabaletas, Buenos Aires u Horizontes, corregimientos pletóricos de hermosura, pero que para llegar allí hay que tener riñones de repuesto.

Puebliar es, entonces, una amalgama de bellezas y de tristezas, de gozo y de dolor, de lágrimas y carcajadas. Puebliar es embriagarse de naturaleza y de patria adolorida.

Señor, perdónanos porque sí sabemos lo que hacemos…

No caben más comentarios, porque escribir llorando hace mal al alma.

Samuel Arango M.

Enero, 2021

2 Comentarios

Hernando Bernal A. Hermosa historia. 21 enero, 2021 - 11:27 am

Samuel: es muy profundo y lleno de sentido el testimonio de PUEBLIAR que nos envías en tu aporte. Considerar lo que significa “el infinito abandono y la enorme tristeza del pueblo campesino” y el enorme peso de amargura y de tristeza que se ha sembrado, solo lo puede sentir quien en alguna forma se haya involucrado en la cultura que les es propia. Este es un tema que desafortunadamente no lo tenemos presente en nuestra vida como habitantes de las ciudades que recibimos “el pan nuestro de cada día” pero desconocemos las lágrimas y los esfuerzos de quienes los han sembrado y los han cosechado. Si bien la figura idílica del campesinado es hermosa y hace parte de una realidad, no es menos cierta la visión profunda de existencias que en mucho caso ocurren sin esperanza. Gracias por tu aporte. Saludos.

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John Arbeláez 21 enero, 2021 - 5:28 pm

Desgarrador tu relato, querido Samuel. Esa es la patria que nos han dejado nuestros queridos políticos y las élites egoistas, con la complicidad de los votantes a cambio de un tamal y una botella de aguardiente.

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