En el artículo anterior introduje el “modo de proceder” jesuítico. Aquí sólo mencionaré sus fundamentos, que ya tenemos enunciados en el nombre mismo de la Orden (Compañía de Jesús) y en su divisa Ad maiorem Dei gloriam (A la mayor gloria de Dios).
Compañeros de Jesús / Amigos en el Señor
La palabra “jesuita” no fue inventada por Ignacio ni por la Compañía. No se encuentra ni en las Constituciones ni en ningún documento oficial de la Compañía, desde su aprobación por Paulo III en 1540 hasta 1975 cuando, en la Congregación General XXXII en uno de sus Decretos (2.1) se dice: “¿Qué significa ser jesuita? Reconocer que uno es pecador y, sin embargo, llamado a ser compañero de Jesús, como lo fue Ignacio…”.
Durante los primeros años de la Compañía a sus miembros se les denominaba de muy distintos modos: “iñiguistas”, “papistas”, “sacerdotes reformados”, “teatinos” o “apóstoles”. De hecho, el término “jesuitas” surgió como un modo despectivo de nombrar a los miembros de la congregación recién aprobada por Paulo III, sobre todo en Austria y Alemania, países donde había triunfado la Reforma protestante. La evolución semántica del término fue derivando hacia dos posibles significados: como sinónimo de “astuto” e “hipócrita”; o simplemente como un modo coloquial de designar a un “miembro de la Compañía de Jesús”.[1]
A partir de la tercera “refundación” de la Compañía de Jesús (en 1965) se ha hecho familiar entre los jesuitas el reconocerse a sí mismos como “amigos en el Señor”. La expresión la utilizó Ignacio de Loyola una sola vez[2] y quedó olvidada durante casi cuatrocientos años. Pedro Arrupe la recuperó, utilizándola tanto de viva voz en sus numerosas conferencias, como integrándola en los principales documentos de su época. Ese “amigos en el Señor” se sigue manteniendo hoy como expresión nuclear del modo de vivir y de misionar los jesuitas, porque el fundamento de la amistad entre ellos no es la simpatía mutua o la afinidad de caracteres (que no se da entre todos sus miembros) sino la “amistad en el Señor Jesús”.
Pero hay otra acepción de “Compañía de Jesús” que tiene un carácter militar y que los mismos jesuitas han cultivado, sintiéndose orgullosos de ser llamados la “caballería ligera del Papa” y autocomprendiéndose como “soldados de Cristo”. A esta mentalidad no es ajeno el hecho de que Ignacio de Loyola, soldado de profesión hasta los treinta años, concibe la vida del cristiano como un combate. En una de las meditaciones centrales de los Ejercicios espirituales, la llamada “Meditación de dos banderas”, Ignacio nos plantea el dilema de militar bajo la bandera de Cristo “sumo capitán y señor nuestro” o bajo la bandera de Lucifer “mortal enemigo de nuestra humana natura”. Ese aspecto militante del “modo de proceder” jesuita lo tenemos expresado en la “Marcha de san Ignacio de Loyola”[3] que cantan con entusiasmo marcial los jesuitas todos los 31 de julio, fiesta de san Ignacio. Esta es la letra del himno:
Fundador sois, Ignacio y general,
de la Compañía real
que Jesús con su nombre distinguió.
La legión de Loyola
con fiel corazón,
sin temor enarbola
la Cruz por pendón.
Lance, lance a la lid fiero Luzbel,
a sus monstruos en tropel.
De Luzbel las legiones
se ven ya marchar
y sus negros pendones
el sol enlutar.
¡Compañía de Jesús, corre a la lid,
a la lid!
Del infierno tu gente
no apague tu ardor
que ilumina tu frente
de Ignacio el valor.
Ya voces escúchanse
de trompa bélica,
el santo ejército
sin tregua bátese
y alza sus lábaros
en la batalla campal,
fiel presagio
del lauro bélico y de la paz.
Ad maiorem Dei gloriam
“A la mayor gloria de Dios” es la frase favorita de Ignacio y aparece numerosas veces en las Constituciones de la Compañía de Jesús. La forma comparativa “mayor” (ad maiorem) sugiere una búsqueda, una inquietud, casi una insaciabilidad. Se trata de dar lo más que podamos de nosotros mismos “en la vía comenzada del divino servicio”. Ese es el famoso “magis” (más) jesuítico.
En una de las meditaciones centrales de los Ejercicios, la “Meditación del Rey eterno”, Ignacio dice que “Los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y señor universal (…) harán oblaciones de mayor estima y mayor momento” (es decir, ofrendas más grandes y generosas de sí mismos). Ese espíritu del “más”, con las “oblaciones de mayor estima y momento” se condensa en una oración que cualquier jesuita sabe de memoria y que se encuentra en la “Contemplación para alcanzar amor” de los mismos Ejercicios: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Vos me lo distes; a vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta”.
Los Ejercicios comienzan con una declaración capital llamada “Principio y fundamento”. Se denomina así porque es una declaración práctica y breve de un camino espiritual, que puede ser común a todos los cristianos, pero que va a marcar ese “modo nuestro de proceder” de los jesuitas con tres elementos que allí se enuncian: el “tanto cuanto”, la “indiferencia” y el “más” (magis).
Transcribo el “Principio y fundamento” por ser, valga la redundancia, fundamental para entender a los jesuitas:
“El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas cuanto para ello le impiden.
Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas (…), en tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados”.
Este “desear y elegir solamente lo que más nos conduce al fin para el que hemos sido creados” implica, como acabamos de decir, intentar dar “lo mejor de sí mismos”. Se trata de una búsqueda de la excelencia, que no consiste en ser mejor que los otros, sino mejor para los otros. Como decía Pedro Arrupe, se trata de ser “hombres para los demás” y de educar “hombres para los demás”.
El “magis” de “la mayor gloria de Dios” implica también “encontrar y servir a Dios en todas las cosas”.[4] Ignacio introdujo unas reformas que contrastaban con la organización tradicional de las anteriores órdenes religiosas. Para la Compañía de Jesús nada de canto en común del oficio divino, nada de hábito propio, nada de vivir en conventos alejados del mundo, sino más bien en las ciudades y en medio de la gente. Esa invitación a “encontrar y servir a Dios en todas las cosas” para “su mayor gloria” ha llevado a los jesuitas a desempeñar todo género de ministerios y a dedicarse a todo tipo de estudios, no solo de teología y filosofía, sino también de matemáticas, ciencias sociales y ciencias naturales. Por eso encontramos jesuitas tanto en misiones y parroquias como en universidades, en expediciones paleontológicas, botánicas y geográficas, en institutos de sismología y observatorios astronómicos, etc.
El “encontrar y servir a Dios en todas las cosas” exige un continuo discernimiento, tanto para saber si algo viene de Dios o del “enemigo de natura humana” como para optar por “lo que más conduce al servicio divino y bien de las almas”. En los Ejercicios, Ignacio dejó 22 reglas para ese “discernimiento de espíritus” que hasta el día de hoy es la base sobre la cual se supone (digo bien, se supone) que los jesuitas toman sus decisiones fundamentales. Una de esas reglas me ha sido particularmente útil: “En tiempo de desolación no hacer mudanza”.
Un buen discernimiento requiere ponerse en un estado de “indiferencia” (algo también enseñado por los estoicos). Como se propone en el “Principio y fundamento” de los Ejercicios, en el momento de hacer nuestra elección “no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados.” La indiferencia ignaciana está, pues, ligada al magis y forma parte de ese voluntarismo jesuítico que proclama que quien quiere el fin, quiere los medios (siempre y cuando sean lícitos).
El discernimiento y la indiferencia son condiciones para el “tanto cuanto” ignaciano. ¿En qué consiste? Recordemos lo que se dice en el ya citado “Principio y fundamento”: el hombre puede utilizar todas las cosas que hay en el mundo “tanto cuanto ellas le ayuden para su fin”, y de la misma manera debe apartarse de las cosas tanto cuanto ellas le impidan alcanzar el fin para el que fue creado. El discernimiento y la indiferencia ayudarán a saber cuándo, cómo y cuánto necesitamos de algo. Por eso, para los jesuitas no habrá problemas en utilizar medios materiales ‒por costosos que sean‒ “tanto cuanto” lo exija el cumplimiento de una misión.
Termino evocando un principio ignaciano que ayudaría mucho si lo aplicáramos en la vida en sociedad. Lo encontramos en el “Presupuesto”, al inicio de los Ejercicios espirituales y dice así:
“…se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo que a condenarla; y si no la puede salvar, inquira [es decir, averigüe] cómo la entiende; y, si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve (la proposición del prójimo)”.
“Salvar la proposición del prójimo” significa estar predispuestos a interpretar favorablemente los pensamientos, expresiones o proposiciones de nuestro interlocutor. Es, pues, una postura de confianza hacia el otro; es presuponer que el otro tiene buena voluntad, aunque pueda estar equivocado. Estar más dispuesto a salvar la proposición del prójimo que a condenarla es también mantener una postura abierta para escuchar con respeto las opiniones ajenas y, si es el caso, aceptarlas, pues no necesariamente soy yo quien tiene toda la razón.
Este “salvar la proposición del prójimo” está presente en una de las reglas de la manera de comportarse los jesuitas entre sí: “Todos hablen con voz baja, como a religiosos conviene, y ninguno porfíe [es decir, discuta con obstinación] con otros; pero si en algo tenemos diverso parecer y se juzga que se debe manifestar, tráiganse razones con modestia y caridad, con deseo que se entienda la verdad, y no de llevar la suya adelante.”[5]
“Con deseo que se entienda la verdad, y no de llevar la suya adelante”. El consejo no debió ser nada fácil de seguir en aquella época de ruptura en la que surgió la Compañía de Jesús. La Reforma protestante y la mal llamada Contrarreforma (que fue una Reforma católica) fueron una época de cambios e incertidumbre. Los grandes descubrimientos geográficos y los cambios culturales del Renacimiento dieron lugar a una cultura en la que se abrían paso muchas novedades. En esa situación de incertidumbres, como la que podemos vivir hoy, tenemos espontáneamente el deseo de obtener respuestas simples y límpidas, estilo “blanco o negro”, “sí o no”. Pero la tradición jesuita no es amante de los tajantes “sí” o “no”, sino que se inclina hacia el examen de los aspectos diferentes y a veces paradójicos de una problemática, analizando el punto de vista adverso, como lo recuerda el chiste aquel en el que un interlocutor desesperado le dice a un jesuita: “Pero padre, ¿por qué ustedes nunca dan una respuesta clara y neta?”. Y el jesuita responde: “Bueno… sí y no”.
El estar dispuesto a “salvarle la proposición al prójimo” implica, lo repito, atreverse a confiar en él. Dicha confianza supone una cierta visión optimista de la naturaleza humana, cosa que algunos, como los jansenistas, le han reprochado a los jesuitas. Por otra parte, confiar en el otro también supone tomar seriamente en cuenta su situación y sus deseos profundos. De ahí ese ejercicio de la “cuenta de conciencia” que cada jesuita le da anualmente al padre provincial para que este pueda asignarle convenientemente una misión. Vistas así las cosas, la “obediencia ciega” que se le pide a un jesuita no es en realidad tan ciega, como lo expresa el siguiente chiste:
En una conferencia dedicada al voto de obediencia le preguntan a un jesuita: “La Compañía de Jesús le otorga mucha importancia al voto de obediencia. ¿Cómo hacen ustedes para estar seguros de que los jesuitas cumplan ese voto?”. “Bueno”, responde el jesuita, “de hecho la cosa es sencilla. Nuestros superiores nos preguntan primero lo que quisiéramos hacer y después nos lo encomiendan como misión. Así no tenemos problemas con la obediencia”. Un oyente insiste: “Sí, pero ¿qué pasa si alguien no sabe lo que quiere hacer dentro de la Compañía?”. “En ese caso”, contesta el jesuita, “se le nombra superior… o se le recomienda ir a formar parte del grupo exjesuitas en tertulia”.
Rodolfo Ramón de Roux
Agosto, 2022
¹ Ese significado parece sancionado por el Concilio de Trento que no lo usa en sus decretos, pero sí en sus actas, donde al P. Diego Laínez se le llama General de los jesuitas.
² Y eso, antes de fundar a la Compañía de Jesús, en una carta a Juan de Verdolay, antiguo conocido suyo en Barcelona, en la que le dice textualmente: “De París llegaron aquí, mediado enero, nueve amigos míos en el Señor, todos maestros en artes y asaz versados en teología, los cuatro de ellos españoles, dos franceses, dos de Saboya y uno de Portugal».
³ Con ocasión del primer centenario del Restablecimiento de la Compañía de Jesús (7 de agosto de 1914), se pidió al compositor y musicólogo español José María Nemesio Otaño y Eguino, S.J. componer para esa conmemoración alguna obra musical en forma de cantata o himno. Este decidió apoyarse en la conocida «Marcha de San Ignacio de Loyola», cantada originalmente en éuscaro y cuyo origen se pierde en la memoria de los tiempos en el País Vasco, en versión castellana de Manuel Pintado, S. J.
[4] Regla 17: “…y en todas las cosas busquen a Dios nuestro Señor (…), a él en todas amando, y a todas (amando) en él…”. En la “Contemplación para alcanzar amor” a quien hace los Ejercicios espirituales se le pide contemplar “todas las cosas como criaturas de la bondad de Dios y reflejo de ella”. Ignacio se separa así de la tradición medieval del “desprecio del mundo” (contemptus mundi).
[5] Regla 28 de “Lo que se ha de guardar para con los de casa”.
28 Comentarios
Que artículos tan profundos y reveladores. Es como un revivir la esencia de unos principios y valores que marcaron mi vida y que sigo admirando en mis amigos dentro y fuera de la compañía de Jesús. Gracias Rodolfo por esta síntesis abierta y divertida de la inspiración de Ignacio que perdura para bien de la humanidad. Esto explica también la maravillosa cohesión de nuestro grupo de “exjesuitas en tertulia”.
Grupo al que has aportado un impulso decisivo. Gracias te sean dadas.
No hay duda,es un excelente comentario qhue me hace pensar al vibrar con cada palabra ,que no dejamos de ser 7orgullosamente ,Jesuitas.Yo creía que sólo el sacerdocio imprimía caracter.También ser por siempre Jesuita..
Se trata de un pasado bien presente. Me alegra enviarte un saludo, Reinaldo.
Excelente y profunda explicitación de lo que se convirtió en nuestro inconsciente colectivo y personal. Al leer un párrafo,lo traduje con un texto de grafiti muy sabio:
«Quien quiere hacer algo, encuentra los medios; quien no quiere hacer algo, inventa las excusas» Gracias Rodolfo R.
Muy bueno tu grafiti. Lo complemento con esta reflexión de Arthur Schnitzler, “lo más difícil en las relaciones con la gente es quitarles sus excusas”.
Rdolfo: disiento de tu opinión sobre nosotros en la tertulia, señalando que somos exjesuitas porque no sabíamos que hacer. Pero aprecio y admiro la gran síntesis sobre el sentido y espiritualidad de la Compañía, Muchas gracias por tu escrito. Saludos
Voy a enmendar de la siguiente manera mi comentario de dudoso gusto: “porque no sabíamos qué hacer…dentro de la Compañía “.
Ya lo cambie en el texto Rodolfo. Gracias.
Al leer el comentario de Hernando sobre el “chiste” final de tu articulo, Rodolfo, estoy de acuerdo con el comentario de Hernando . Quizas una de las decisiones mas dificiles de la vida nuestra fue “saber que ese no era el camino”o encontrar que otros caminos eran diferentes y/o mejores que permanecer en la compania. Y la tomamos y creo que jamas nos hemos arrepentido. Gracias Hernando por suscitar este dialogo.
Hernando y tú tienen razón. El chiste fue inapropiado y me salió por la culata.
Excelente, Rodolfo! Me haces revivir la memoria de tanto años pasados que no sé si sobrevivan en mi con tanta fuerza como en otros. Pero de todas maneras nos convocamos al mutuo reconocimiento, las viejas amistades y las amistades viejas.
Sorry: “nos convocan”
Cada quién quedó marcado a su manera, de acuerdo al “quid recipitur…”.🤗
Sorry: “nos convocan”
Excelente resumen, Rodolfo, de esa compleja visión y, para mí, difícil de asimilar, del modo de ser o de proceder de los jesuitas. Me quedo con todo lo bueno que recibí de esa formación y con la oportunidad que nos dio la vida de cultivar grandes amistades. Mil gracias.
Sabia actitud, Alfredo. Como nos aconseja Pablo de Tarso, “omnia probate quod bonum est tenete”.
Senalo un rasgo jesuitico (de mi inconciente por supuesto…) : la ginecofobia habilmente transmutada desde tiempos del generalisimo Ignacio en ginecoblivia…
Lo simpatico de la vicenda es que mi madre Cecilia Araoz Paul era sobrina nieta de Jose Telesforo Paul S.I. quien fuera obispo de Panama y mas tarde arzobispo de Bogota. Hete aqui que mi madre fue la que me enseno a respetar y admirar a los jesuitas,, a quienes conoci en la Apostolica del Mortino. en 1954 donde curse primero. y segundo de bachillerato con recaida en 1960 cuando ingrese al noviciado de La Ceja….
Salute, Guglielmo. Hubo un grupo de mujeres que jugaron un papel decisivo en la vida y en la formación espiritual de Ignacio de Loyola, lo mismo que en la vida de la naciente Compañía. Pero es una historia que no nos contaron (por no decir, ocultaron). Quienes tengan curiosidad al respecto pueden ver el capítulo “Mujeres” en el libro del historiador (no jesuita) Enrique García Hernán, “Ignacio de Loyola” (Taurus, 2013) o en el libro “Ignacio de Loyola y las mujeres. Benefactoras, jesuitas y fundadoras” de Antonio Gil Ambrona (Cátedra, 2017).
Mi querido exalumno del Bechmans: Disfruté mucho con tus 2 artículos, revolcando en el subconsciente muchas remembranzas de mi paso por la Ïnclita. Toda esa erudición y profundidad de tu relato manifiestan que fuiste un excelente Jesuita, pero reultaste un mejor “exjesuita”. Abrazos!
Maestro Alberto, tal vez soy mejor exjesuita por haber sido buen jesuita (¿post hoc ergo propter hoc?). Te doy la triste noticia de la muerte -este martes en la noche- de Hernán Herrera, gran amigo mío y discípulo tuyo en el Berchmans. Un abrazo.
Rodolfo, gracias ´por retrotraernos a la vivencia de los ejercicios espirituales y a las reglas de la esa modestia. No podemos negar que lo que recibimos en el tiempo que vivimos (iba a escribir “pasamos”, pero fueron años vividos con mucha entrega) influencian aún en nuestras vidas. Mi conclusión: Nos retiramos a tiempo, antes de que nos nombraran “superiores”. Siempre escogemos “lo peor de casa”.
Humberto, todavía recuerdo tu amable acogida y buenos consejos cuando nos recibiste como “ángel de costumbres” a Carlos Kaiser, Espinal y a mí en La Ceja el 12 de octubre de 1962. “Cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando”.
Gracias Rodolfo por hacer nos consciente el inconsciente que formó nuestra vida en la compañía y luego en nuestra “ampliación” al estado laical. Ese modo de proceder forma parte de nuestro ADN y creo que algo de esto les llegó a nuestros hijos. Fuerte abrazo.
Como de costumbre mi estimado Rodolfo, tu capacidad de sintensis y documentacion hacen de ti el erudito que eres y el incomparable amigo en tu sencillez personal. Gracias por refrescarnos lo que vivimos tan intensamente esos momentos jesuiticos que nunca murieron porque se convirtieron en el ADN de quienes somos hoy dia. Gracias por recordarnos la iluminación tan profunda que tuvo Ignacio que hasta el dia de hoy sus principios espirituales siguen teniendo la fuerza que nos sostiene en el camino interior que no hemos perdido y que en el grupo hemos fortalecido. El Ad maiorem gloriam sigue tan valido hoy cuando nos lo legó como el máximo testamento de entrega. Tu memoria y sintesis de la espiritualidad legada por Ignanci te hubieran convertido en un magnifico Maestro de Novicios….
Juan Gregorio y Reynaldo, les agradezco el amable comentario. Comparto lo del ADN y me hace sonreír el humor de Reynaldo con su frase final pues, como diría el padre Alonso Rodríguez, no pasé del primer nivel en el “Ejercicio de perfección y virtudes cristianas”.
Rodolfo, maravilloso tu análisis sobre nuestro modo de proceder. y digo nuestro porque se incrustó en nuestro ADN ahora como integrantes de la Tertulia.
Estudiando, o mejor, reflexionando sobre “Las Meditaciones de Marco Aurelio” que me han iluminado desde hace varios años, había descubierto la similitud de su “indiferencia” con la indiferencia ignaciana. Seguro San Ignacio se inspiró en ese magnífico legado de Marco Aurelio. Mil gracias por iluminarnos con tus estupendos análisis.
John, tienes razón; hay ciertas resonancias entre la “indiferencia” ignaciana y el ideal estoico de la ataraxia (ausencia de turbación) para el que los estoicos se preparaban con “ejercicios” como el de la “praemeditatio malorum”. Si el tema te interesa te aconsejo el libro “Ejercicios espirituales y filosofía antigua” de Pierre Hadot, gran historiador de la filosofía antigua.