Jesucristo y las mujeres

Por: Samuel Arango
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Por alguna razón que resulta hasta cierto punto desconocida, se ha considerado al hombre como un ser superior a las mujeres, en parte porque poseía la fortaleza física necesaria para la caza y, por lo tanto, para llevar el alimento a la cueva, mientras la mujer atendía a sus crías. La misma historia bíblica que narra metafóricamente la historia de Adán y Eva muestra que ella salió de la costilla de él, planteando de esta manera una marcada diferencia: a ella como dependiente. Lo curioso es que este mismo esquema se encuentra en varias leyendas indígenas colombianas, que nada tienen que ver con la versión bíblica. Claro que no falta quien con buen humor afirme que Dios creó primero al hombre que a la mujer porque, para lograr una obra perfecta, primero había que hacer un borrador…

El machismo en la antigüedad

Prácticamente la historia de la humanidad, en cualquiera de las culturas que hasta ahora han existido, siempre ha establecido la superioridad del hombre sobre la mujer. La Biblia narra la historia de salvación del pueblo judío y en todas las  situaciones la mujer se encuentra por debajo del hombre. Siempre son los varones quienes dirigen al pueblo judío, deciden sobre su destino siguiendo las órdenes del Dios varón. Cabe preguntarse qué habría sucedido si Jesucristo hubiese sido mujer… A pesar de que la condición de sexo no determinaría para nada la condición de Dios, hubiera sido una experiencia interesante, para observar cómo la sufrirían o, mejor, la interpretarían los varones. Por otra parte, la Biblia, en varios de sus textos, enfatiza la diferencia entre los dos sexos de manera explícita:

“Así como de los vestidos sale la polilla, así de la mujer la  maldad”, expresa el libro del Eclesiástico y remata con esta frase: “Una hija es para su padre un tesoro engañoso”. En el Levítico encontramos esta otra cita que afirma muy bien el carácter absolutamente machista de la religión judía: “Una mujer vale exactamente la mitad que un varón”.

Mucho más adelante, Tomás de Aquino llegó a escribir: “Toda relación sexual debe producir un hijo. Si produce una hembra, es por defecto de la naturaleza, y si no hay fecundación es que el diablo vino en la noche y se robó la semilla”.

La verdad es que todas estas afirmaciones y hechos harían trastabillar la fe de muchas mujeres creyentes.

Y los filósofos

Pero no solo la Biblia enfatiza en todas las formas el predominio absoluto de los hombres sobre las mujeres. Los grandes filósofos de la humanidad, los clásicos e inmortales, expresaron ideas que hacen incluso dudar de la seriedad de su filosofía. Si  no, cómo se explica que haya afirmaciones como que las mujeres son  “inferiores a los jovencitos”, como se atrevió a pronunciar Platón. O como lo dijo el más grande de todos los tiempos , cuando afirmó que la mujer es “defectuosa e incompleta por naturaleza” (Aristóteles). Y todavía más aterradora es la frase de Eurípides, quien creía que la mujer era  “el peor de los males

Otro de los filósofos menores, Epicteto, fue capaz de comparar a la mujer con la comida y exclamó sin rubor: “La mujer está en el mismo plano que las delicias del paladar”. Para Pitágoras, la mujer “fue creada del principio negativo que generó también el caos y las tinieblas, mientras que el varón surge del principio bueno que generó la luz y el orden”. Confirma más el machismo galopante de la filosofía tradicional el pensamiento de Filón: “Conviene que la mujer quede en casa y viva en retiro”.

Y en este mismo sentido, en Roma se encontró una tumba con el siguiente revelador epitafio: Domi mansit, lanam fecit (Cuidó de la casa y tejió).

En los días de Jesús

El día, la hora y el lugar seleccionados por Dios para llegar al mundo también estaban inmersos en el profundo machismo, tanto de la religión judía como del imperio romano, dominante en los territorios de Galilea y sus alrededores. Uno de los pensadores (?) de la época de Jesucristo, Aulo Gellio, de gran influencia en ese entonces dijo sin dificultad acerca de las mujeres: “Un mal necesario”.

El culto de Mitra, también en boga en tiempos de Jesús y en el mismo territorio, predicaba sin ambages: “Las mujeres no cuentan”.

Un ejemplo claro de machismo extremo de esos ttiempos lo constituye la oración que diariamente recitaban los rabinos: “Bendito seas, Señor, porque no me has hecho gentil, mujer o esclavo”. No les daba vergüenza afirmar: “Mucho mejor sería que la ley desapareciera entre las llamas antes que ser entregada a las mujeres”.

La mujer en la vida cotidiana

La situación cotidiana de la mujer en Nazaret, población donde probablemente nació y creció Jesús y vivió su madre María y toda su parentela estaba claramente dominada por los varones. Estas eran algunas de las características predominantes con respecto a la mujer:

  • Posesión del marido: a él estaba sujeta. No podía hablar ni actuar con libertad. Todas sus acciones debían ser aprobadas por el cónyuge, a quien ella servía con dedicación absoluta.
  • No podía salir de la casa sino lo necesario para que el hogar funcionara.
  • Tenía que usar velo para salir y evitar así ser mirada o admirada por otros hombres.
  • No podía conversar a solas con ningún hombre. Si lo hacía, debía estar acompañada por el marido.
  • Ante cualquier sospecha de infidelidad debía  someterse a la prueba de los celos , que consistía en poner la mano en el fuego y no quejarse. Si lo hacía, era considerada infiel y merecía el cruel castigo previsto contra ellas no contra ellos. El castigo en muchos casos era morir apedreada por su marido y los hombres presentes. En el más leve de los casos el marido la abandonaba y ella quedaba marcada con la ignominia y la impureza al punto que nadie podía acercársele. 
  • En caso de poligamia del marido, la esposa estaba obligada a tolerar a las otras mujeres, sin protestar.
  • La esterilidad de la pareja siempre se atribuía a ella y no se sospechaba siquiera que pudiera ser un problema del varón. Era una vergüenza pública que solo podía suceder por culpa de la esposa.

 

Pero no solamente eran las costumbres; también las leyes establecían la diferencia total. Estos son algunos aspectos reglamentados por las leyes imperantes:

  • Eran indignas de participar en las fiestas religiosas. Cuando acudían al templo, debían permanecer en el atrio en un sitio especialmente asignado para ellas.
  • No podían estudiar la Torá o ley judía.
  • Les estaba prohibido aprender a leer y a escribir, así que eran del todo analfabetas.
  • No se aceptaba su testimonio en los juicios. Se pensaba que las mujeres, como los esclavos, no eran creíbles.
  • Tenían que seguir un ritual de purificación. Después de los ciclos menstruales de cada mes, o del parto, la mujer debía efectuar un rito de purificación que le permitiera reingresar a la vida cotidiana; mientras tanto, era considerada impura y pecadora.
  • El nacimiento de una niña era considerado una desgracia, mientras que se celebraba con júbilo el nacimiento de los varones.

Jesucristo y las mujeres

Las costumbres y las leyes que Jesús encontró a su llegada eran claramente machistas y resultado de siglos de tradición. Él debió asumir el reto de desafiar el statu quo existente y asumir las consecuencias que de ello podían derivarse. Evidentemente, en su condición de Dios no podía condescender con el estado de dominación absoluta del hombre sobre la mujer, pero debía ser prudente en la forma como iba a demostrar la igualdad que le corresponde a ambos sexos como hijos de Dios.

Infortunadamente y continuando con la tradición, casi todos los que escribieron sobre la vida de Jesús eran varones y lo hicieron transcurridas más de tres décadas de su muerte. Estos varones compartían plenamente la cultura machista y la reflejaron, inexorablemente, en sus escritos. Es lógico que tanto Pedro como Pablo escribieran epístolas a los seguidores de Cristo en las que enfatizaban que la mujer tenía que estar sujeta al hombre y debía servirle en todo momento; en caso de infidelidad masculina, ella debía permanecer en su casa y simplemente orar para que la oveja perdida regresara a su hogar. Por otro lado, los cuatro evangelistas que narraron algunos pocos aspectos de la vida de Jesús, lo hicieron desde la misma óptica y muy posiblemente con el interés de aminorar la intensidad de las relaciones de Jesús con las diferentes mujeres que se cruzaron en su vida. Sin embargo, es posible leer entre líneas la calidad de la relación de Jesús con ellas.

Como punto de partida es interesante anotar que María siempre estuvo presente en la vida de Jesucristo, desde antes de su nacimiento hasta después de su muerte. En este aspecto, José apenas pareció jugar un papel secundario dentro de la historia. No supimos cuándo murió y prácticamente nada de su vida.

Pero si le aplicamos a la lectura del evangelio el filtro necesario para diferenciar la realidad de Jesús con lo que con el tiempo narraron sus seguidores, vamos a encontrar maravillosas lecciones.

Las mujeres fueron las protagonistas desde los primeros días de la existencia de Jesús en la Tierra y aun desde antes. Obviamente, su madre, María, fue la más destacada. Desde la Anunciación hasta la visita a su prima Isabel, las mujeres empezaron a jugar el papel protagónico que tuvieron a lo largo de la vida de Jesús.

Siempre lo acompañaron durante su predicación y prácticamente organizaban la logística de las reuniones, aunque los evangelistas no las nombraban por su nombre. Simplemente hablaban de las mujeres, sin particularizar (Lc 8, 1-13; Mc 15, 40-41; Lc 23, 27-29).

Jesús siempre habló con positivo afecto de las mujeres, con comprensión (Jn 8,2-11), con perdón (Lc 7,36), infundiéndoles ánimo (Jn 4,5), brindándoles ayuda (Mt 9,18) y en tono de sincera amistad (Jn 11,143).

Rompió sin dudas una de las reglas más celosamente guardadas en la  sociedad, pues conversaba con ellas en  público: con la madre de Santiago y Juan (Mt 20,20) , la samaritana (Jn 4,1-42) y la hemorroísa o mejor la sangrante (Mt 9,22).

No las discriminó en sus milagros y fueron ellas las protagonistas frecuentes de su obrar milagroso (Mt 9,22; Lc 13,10; Mc 1,29; 5,25; 5,41. 

Las mencionó reiteradamente como ejemplos positivos: las novias (Mt 25,1-13), la viuda y el juez (Lc 18, 1-5) y la parturienta y el cielo (Jn 16,21).

Se atrevió, sin miedo, a conversar con extranjeras e incluso consideradas enemigas, como lo hizo con la samaritana (Jn 4,1-42) y la sirofenicia (Mc 7,24-30).

No tuvo remilgos para conversar con pecadoras reconocidas y llegó a afirmar con rudeza y abierto desafío que: “ellas precederán a los demás en el reino de los cielos” (Mt 21,31) .

Uno de los pasajes más reveladores y que  enfrentaron la cultura de su momento fue la escena en la que perdonó a una mujer adúltera y dejó a los sabihondos con la cabeza gacha y avergonzada (Jn 8,2-11).

Jesús nunca ocultó su profunda, efectiva y afectiva  amistad con varias mujeres que eran sus amigas del alma: María Magdalena, Marta y María (Jn 11,5)  y María Cleofás. Las diferentes escenas en la casa de Marta, María y Lázaro son conmovedoras. Mientras Marta trabajaba para atender a su Señor, María disfrutaba de su conversación y le prodigaba sus cuidados amorosos. La protesta que las dos hermanas le formularon porque  su hermano había muerto y Él no se encontraba presente habla muy bien de la  intensa relación entre Jesús y ellas.

Sin duda, es muy sintomático que fueran las mujeres, y un buen grupo que no fue identificado y que lloraba por las torturas, además de sus más cercanas, quienes fueron sus compañeras en la cruz: María, su madre; la hermana de María, María Cleofás, María de Magdala y Juan. Los hombres, en su mayoría, huyeron…

Fueron igualmente ellas las primeras en enterarse de la resurrección del Señor y quienes avisaron a los hombres. Este hecho no se dio, como afirmaba un empedernido machista, para que se supiera rápidamente la noticia, sino para demostrar que ellas eran las que por su cercanía al corazón debían saberlo primero:  María Magdalena y María Cleofás.

Una de las escenas más bellas contadas por los evangelistas es precisamente el emotivo encuentro personal de Jesús con María Magdalena. Ella fue la primera en verlo y reaccionó de acuerdo con la intensidad de su relación, hasta el punto que el   Maestro tuvo que pedirle que no lo tocara más (Jn 20,11-28). La relación entre Jesús y María Magdalena ha dado mucho de qué hablar y especular, pero no se puede, con base en los evangelios, llegar a saber enteramente la verdad. De todas maneras, era una relación digna de Jesús y no es loco asumir que ella pudiera ser su esposa, hecho que por lo demás sería completamente normal. En caso de soltería de Jesús, con seguridad que se habría conocido por lo que   en su tiempo  constituía un hecho extraño y, además, no era aceptado por la sociedad del momento. Queda la duda.

Al final de relato evangélico narra igualmente la visita del Espíritu Santo a algunos de sus discípulos, quienes se encontraban congregados alrededor de María. Ella continuaba con su papel protagónico que le fue dado desde el principio.

Para rematar esta visión rápida de las relaciones de Jesús con las mujeres hay que destacar que contrariamente a los discípulos que pregonaban la supremacía del hombre sobre la mujer, Jesús nunca habló en estos términos, sino que cuando se refirió explícitamente a las relaciones de pareja, a la unión  hombre-mujer, expresó sin titubeos que “sean los dos una misma carne”, en términos de igualdad y libertad.

Fuentes principales:

  • Biblia de Jerusalén (1966), en especial los cuatro Evangelios. Bilbao: Desclée de Brouwer.
  • Martín Descalzo, José Luis (2013), Vida y misterio de Jesús de Nazaret. Salamanca: Sígueme.
  • Escritos de los sacerdotes Gustavo Vélez, misionero javeriano, y Jesús Baena S.J.
  • www.jesusseminar.com

Samuel Arango

Octubre, 2020

2 Comentarios

Vicente Alcala 8 octubre, 2020 - 4:13 pm

Clarisimo el contraste entre la «incultura» reinante por siglos y la «buena nueva» de Jesus.
Muy erudito y simpatico el recuento (lo de Platon es quiza porque fuera gay o eso era normal…)
Lo cierto es que la «significacion» tiene fecha.

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Reynaldo Pareja 11 noviembre, 2020 - 12:06 pm

Samuel, felicitaciones. Un excelente analisis de la situacion de la mujer en tiempos de Jesus hecho dentro del marco patriarcal imperante en todo el mundo “civilizado” de ese entonces. Nada de sorprenderse que los discipulos de Jesus, hijos de su epoca y cultura, se expresaran de la mujer en la manera que lo hicieron. Lo sorprendente (intervencion inspiradora divina?) es que de hecho consignaron en las narraciones de sus respectivos evangelios los momentos, incidentes y acontecimientos que mostraron el trato respetuoso e igualitario que Jesus les dio a las mujeres. su defensa, su abierta acogida, su amistad sincera, su predileccion en momentos claves de Revelacion como el dialogo con la Samaritana y las apariciones como Resucitado hechas primero a las mujeres. Sin duda que Jesus marco la pauta del trato correcto que se le deberia dar a todas las mujeres. Increible que despues de dos mil años en paises cristianos y en tantos otros lugares del mundo todavia no se les otorga a las mujeres el puesto que merecen. Los Mensajeros de Dios siempre se adelantan a los tiempos y marcan las pautas de la evolucion colectiva que ha de dar la humanidad, aunque se gaste dos mil y mas años que los hombres se han tardado en poner en practica el trato igualitario que Jesus dispensó a ellas, mientras son, quiza la mitad mas importante de la humanidad, en cuanto que son los altares de la Vida y las sostenedoras de los errores garrafales de los hombres como los son las guerras comenzadas por ellos al precio de convertirlas en las mas sufridas pues son quienes tienen que armar el rompecabezas del desastre que queda despues de una guerra. Hasta cuando les demos a todas las mujeres el justo y total puesto en la historia de la humanidad, esta no avanzará a las alturas que puede llegar.

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