En la cultura caldense la Navidad de los años 50 era una celebración alrededor del cerdo. El 24 de diciembre, antes de las siete de la mañana, se abría la primera botella de aguardiente y se sacrificaba al porcino mientras nos escondían a los chiquitos en una pieza para que desde allí oyéramos los horripilantes gemidos del pobre animal. Luego, nos permitían presenciar la quema y la horripilante y sangrienta despresada del difunto para comenzar con la fritanga, la manufactura de la morcilla, y coma y beba.
Para los adultos, en un primer modelo, Navidad era una parranda con comilona de buñuelos, natilla y fritanga; trago desde la alborada del 24 y baile hasta la alborada del 25. Para la misa de gallo no había tiempo, solamente una media hora para la novena.
Para los pequeños ya había pasado la recogida del musgo para hacer el pesebre y el encanto de adornarlo con ovejitas, pastores, la mula y el buey, cascadas hechas con papel cristal y laguitos con espejos, y todo al son de los ritmos de Tutaina, Los pastores de Belén… Se acercaba inminentemente el gran momento de la Navidad: la respuesta del niño Dios a las solicitudes pedigüeñas de mil y un regalos. Por la noche, saltábamos alrededor de los triquitraques y las velitas de luces en espera de los regalos. Los mayorcitos presuntuosos guardaban socarronamente ese gran secreto: el secreto que los regalos no los traía el niño Dios.
En resumen, era una celebración de mucha alegría, algarabía y de unión auténtica de la familia extendida. Vista sesenta y cinco años más tarde la Nochebuena, diría, era una celebración predominantemente pagana.
El segundo modelo fue la Navidad como miembro activo de la Compañía de Jesús, celebración del cumplimiento de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento que vaticinaba que Jesús, hijo de Dios, nacería de una virgen en Belén de Judá. En un ambiente de total recogimiento, de meditación y de completa austeridad celebrábamos la Navidad en medio de contemplaciones y con inmensa alegría interior porque Dios estaba con nosotros, había venido a salvarnos y éramos parte del equipo que iría a difundir la buena nueva.
Momentos de profunda reflexión, en medio de música religiosa, en donde el villancico Noche de paz, noche de amorpermeaba por doquier. Una experiencia de profunda reflexión, de sosiego interior y de muchos sueños.
La tercera Navidad giró alrededor de Santa Claus con su trineo atiborrado de regalos, halado por Rudolph. Vivía en Estados Unidos con mi familia y la temporada navideña en los años ochenta empezaba el día siguiente al Thanksgiving, festividad que se celebra el último jueves de noviembre. La época de Navidad comenzaba con los grandes descuentos en todos los centros comerciales y un alud abrumador de publicidad escrita y vía medios de comunicación radiales y televisivos. Era una especie de día sin IVA, a super gran escala, que duraba más de tres semanas.
A mediados de diciembre íbamos con los niños a un vivero de árboles de Navidad a cortar el nuestro, el cual adornábamos cada año con guirnaldas cada vez más vistosas. En Estados Unidos la Navidad se celebra el día 25, en tres sesiones: la primera, los niños se levantan a abrir los regalos colocados a los pies del árbol; la segunda, después del desayuno, se va a visitar a los parientes cercanos y llevarles sus regalos y, finalmente, por la tarde, hay un banquete.
La cena de Navidad era una ceremonia elegante y formal en donde se vestía con la percha nueva o la más elegante y se comía pavo relleno de pan viejo, panceta, manzanas, ciruelas pasas y caldo rociado con salsa de arándanos y se complementaba con un plato de verduras, habichuelas y puré de papa. De postre se servía pastel de manzana o de ahuyama y galletas de jengibre, todo ello acompañado de un buen vino.
En nuestro caso, como no practicábamos ninguna religión, ni los niños habían sido bautizados, no sentíamos la necesidad de participar en ceremonia religiosa alguna. La Navidad era una celebración elegante, de gran sentido familiar y envuelta en un consumismo excesivo.
Finalmente, llegamos al último modelo de la celebración de la Navidad, la que disfrutamos como jubilados. Se trata de una reunión sencilla, preferiblemente con familiares o amigos muy cercanos y no con los hijos, pues ellos viven en el hemisferio norte y el inclemente frío en esa época no se compadece con nuestra edad. Es una reunión en la que priman el buen comer, tipo gourmet, licor, música y conversación agradables, y pocos, muy pocos regalos. Mas bien, pensamos en que otros no tienen tanto como nosotros y disfrutamos compartir con ellos algo de lo que tenemos.
Silvio Zuluaga
Diciembre, 2021