¡Ojo! Usted puede ser víctima de una de las grandes plagas de los tiempos modernos: la laboradicción.
El laboradicto se despierta muy temprano: las seis ya es mediodía, y se mete al computador a terminar el borrador de sus trabajos o compromisos, a revisar el correo, a escribir las cartas pendientes. Llega antes que todos a la oficina, sin despedirse de los suyos, con un desayuno a medias. Se siente muy bien en llegar de primero y mejor en salir de último de la oficina. No tiene tiempo para vacaciones. Los domingos se “desatrasa” y prepara las órdenes para sus subalternos. Se imagina que todos lo admiran por hacerlo, sin sospechar que muchos ni se dan cuenta y si lo hacen lo creen un tonto.
El laboradicto tiene la agenda copada, con reuniones, tres o cuatro al día; con citas, cinco o seis; con cosas por hacer y por deshacer; con cartas por escribir; con llamadas para efectuar; con gente por recibir y con gente para visitar; con razones para dar; con planes para delinear y viajes para concertar, con comités por coordinar. Cuando en la agenda hay un hueco, se preocupa: le queda un momento vacío, de vago.
El laboradicto teme, aunque no lo diga, que si no rinde, si no trabaja, lo echan, lo creen poco responsable, ineficiente, le pueden mover la silla. Esos pensamientos atornillan permanentemente su mente. Por eso no le queda ni un segundo. Todo lo hace él, no delega; todo lo revisa una y varias veces, todo lo critica. Los demás trabajan menos que él: eso es lo que necesita creer para sentirse bien. Los dolores de cabeza, los mareos, las lucecitas que a veces ve, las agrieras continuas no le importan. Ya pasarán, porque por ahora hay que trabajar. No cae en la cuenta de que el tiempo que no le dedique a la salud en este momento, muy seguramente se lo dedicará a la enfermedad después.
Los laboradictos cargan la oficina para la casa, cargan el maletín repleto de documentos, papeles, catálogos, correspondencia, revistas. Llevan el computador portátil y las USB que le servirán para no perder tiempo. Mantienen la agenda o la palm repleta de teléfonos, porque por la noche hay que llamar a una cantidad de gente. La vida personal, la familia, tendrán tiempo después, cuando se salga a vacaciones así no las haya tenido desde hace varios años. O para cuando ya haya realizado los sueños profesionales y haya triunfado en la vida. No sabe el iluso que muy posiblemente para eso época no tendrá familia, que cada uno, aprendida la lección, no tendrá tiempo para él y estará con otros, con quienes ha compartido la vida, no con el extraño que es él para los suyos.
El laboradicto se queda a trabajar o lleva trabajo a la casa porque no le alcanza el tiempo y no cae en la cuenta de que a lo mejor le queda grande el cargo o es ineficiente. O se queda porque tiene más trabajo del que puede tener y por lo tanto no cae en la cuenta de que la empresa está desfasada, mal planeada, es deficiente. O se tiene que quedar porque no le rinde el tiempo por hacer las cosas que no tienen importancia y él es un desastre.
Como si fuera poco, los laboradictos cargan ahora los aparatos que los amarran como cordón umbilical al trabajo, como el celular de la empresa, que es un rastreador para encontrar a la víctima de la laboradicción en la que se ha convertido.
El laboradicto abre durante la noche, los fines de semana, las horas de descanso el correo electrónico: no puede vivir sin él.
El laboradicto, como el alcohólico, no reconoce su problema y se encoleriza cuando alguien que lo quiere se lo insinúa. Incluso se pregunta con frecuencia por qué tantos directivos como él se divorcian, por qué tienen tantos hijos desorientados, drogadictos, ausentes, rebeldes.
Es desesperante encontrarse en una fiesta, en una finca, con un laboradicto. Siempre habla del trabajo, de la situación del país, de la crisis, de los problemas que lo agobian.
¡Ojo! Si usted es laboradicto, pare, reflexione, tome decisiones antes de que sea demasiado tarde. Dese su tiempo. Escriba en su agenda el tiempo para usted y para los que ama y lo aman. Revalúe su efectividad, sus relaciones con el trabajo, con la empresa, con su familia. Dele a las cosas su verdadero valor. Hágalo ahora que puede. Si no, ya será demasiado tarde.
Recuerde, el éxito a costa de su familia, de la salud, de la felicidad, NO es éxito.
Samuel Arango
Octubre, 2020