En una rememoración de más de medio siglo, con evocación del cilicio y la disciplina, el autor alude a un túnel que no era físico, sino interior, acompañado de cierto sentimiento de culpa.
No era como aquel inconcluso túnel de la Línea, oscuro en sentido literal y figurativo, ni como el que transitan los moribundos antes de arroparse en luz. Era peor: no concluiría algún día, ni ofrecería paz en su final. Las tinieblas eran su ropaje y no cedían ante las temblorosas manos del novicio cuando las utilizaba a manera de espantamoscas. Cerrar los ojos mientras se avanzaba era menos aterrador, pero el oído se afinaba y percibía lo sutil. Incluso distinguía el lamento fingido después del splash de la “disciplina”, que golpeaba una espalda, el espontáneo quejarse asordinado de alguien infligiéndose placer.
La hora tardía, el amanecer lejano, la urgencia de orinar presente y una nueva culpa que taladraba el alma por juzgar mal a sus hermanos. La única opción era su avanzar silencioso, palpando y contando puertas, para orientar los pasos y garantizar el regreso al cuarto. El oscuro corredor del claustro ofrecía el servicio de baños solo en un extremo, donde se podía encender la luz eléctrica el tiempo estrictamente necesario para aliviar el cuerpo antes de tornar a la penumbra silente del regreso.
Y así cada noche. Preguntándose si era posible ser valiente de día y cobarde al anochecer. ¿A quién contar los miedos sin arrancar sonrisas? Tal vez a la Virgen que adornaba uno de los muros o san Estanislao de Kostka, a quien debía imitarse. El cuadro de la Virgen no era muy práctico, pues amamantaba un hermoso bebé, de quien se podía sentir envidia. Entonces, una nueva culpa se anidaba dentro, no curada mediante la confesión ante el maestro de novicios, pues tal sacrílego sentimiento era incomprensible para él; había que vencerlo con diez golpes más de ese látigo acordonado llamado disciplina y un punto más de presión sobre el muslo, con aquel aparato metálico denominado silicio. Tal vez hubiese sido más eficaz hacer cambiar el cuadro italiano de la matrona por La Inmaculada de Murillo, que al menos conservaba el recato del artista español, o suprimir las torturas recetadas, pues al pasar cada mañana rumbo a la capilla ese caminar lento por la presión del metal revivía el recuerdo de la causante de tal culpa.
Si, el verdadero túnel de aquel novicio estaba en él: sentirse miserable pecador incorregible y experimentar el temor, aquel terrible miedo a perderse sin remedio. Hasta que una noche alumbró la oscuridad un resplandor, tenue, pero suficiente para animarse a sentir el apoyo celestial. Provenía del cuadro de san Estanislao. Hacia él orientó sus pasos. Olvidó contar las puertas como seguro del retorno; más qué pesar, ¡qué pesar!
Ese resplandor era el reflejo de una ventana abierta que dejaba pasar un rayo de luna clara. El novicio, entonces, se recostó junto a su alero y allí permaneció alelado contemplando la luna hasta la hora del ángelus, fría la piel, aunque más tibio el corazón.
Luis Arturo Vahos Vega
Abril, 2021
4 Comentarios
Muy buenas tus vivencias durante el túnel del Noviciado. Me hiciste recordar la lectura terrorífica que nos hacían del libro La Muerte en la Compañía, donde nos narraban las espantosas escenas que sufrían los que colgaban la sotana.
Luis Arturo: me hiciste acordar, hace poco, las palabras de un joven cura español que confesó que el mayor pecado histórico de la iglesia católica ha sido el ligar, como algo natural, el cuerpo humano con el pecado. En una ocasión reciente les trataba de comunicar a mis nietos la felicidad que sentía al darme cuenta que ellos están creciendo en plena libertad, pudiendo dedicar todas sus energías a la creatividad, sin tener que luchar contra esas enormes culpas…
Luis Arturo. Te pasaste en la descripcion de lo que fue para ti mas que una noche oscura del alma. Fue mas bien el atemorizante transcurrir por un tunel que no daba esperanzas de dejar pasar la luz. Te felicito por haber capturado lo que quiza muchos de nosotros en algun momento vivenció pero no se atrevió en ese momento ni hoy hacer confesion de lo angustiosamente vivido. Me uno a tu expresión de alivio cuando el rayo de luz penetró en tu corazon en el momento preciso para poder hacer la balanza de lo que era una ilusión sin fundamento y una realidad atemorizante. Quienes ganamos fuimos nosotros y todos tus amigos y conocidos cuando hiciste la valiente decision de ese momento, la que te liberó para darle rienda suelta a tu crecimiento personal con el que nos enriqueces continuamente .
Quedé impactado con tu nota, Luis Arturo. Hiciste un reflejo fiel y muy duro de lo que fueron esos dos años que nos dejaron marcados para toda la vida. Qué duro fue aquello, pero qué bueno haber visto la luz al final del túnel!