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Visiones borrosas o divagaciones sobre la santa obediencia

Por Jaime Escobar Fernandez
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La “santa obediencia” de los votos en la Compañía nos ocasionó, unas veces más, otras veces menos, sinsabores difíciles de olvidar. Quienes de alguna u otra manera ejercían poder sobre nuestras vidas y en especial, sobre nuestro futuro, no siempre tuvieron suficiente claridad de visión ni capacidad de discernir sobre las semillas que afloraban en cada uno de nosotros. Comienzo con la inolvidable sentencia del P. Rodríguez en su manual de vida perfecta: “en que se confirma lo dicho con algunos ejemplos”:

La visión borrosa

Con el “permiso presunto” de Alberto Betancur, lo convierto en víctima inocente de la visión borrosa y que a pesar de todo, abrió caminos andariegos e insospechados en la música, gracias a su empeño indeclinable. 

El talentoso creador del Piano a Primera Vista, como queda constancia en su propio testimonio compartido hace unos días en el blog, ingresó al mundo de la música “a primera vista”; esto es, viendo la explicación del H. Hernando Bernal quien, como buen imitador del Nazareno, también acudió al bíblico gesto de “escribir en la arena” el pentagrama seminal. 

El joven maestro Bernal ya curtido en la ejecución del armonio en Tobasía, le advirtió al “aprendiz de brujo” el inconveniente de no haber empezado esa tarea desde los cuatro años de edad, según los cánones vigentes; edad que era puerta de ingreso obligada al Paraíso del sutil entramado de pentagramas, armónicos y claves de sol o de fa “bien temperadas”. Tan borrosa parece haber sido la visión del también joven maestro como aquella primera partitura en la arena de la cancha de básquet en la Santa Rosa de memoria imperecedera.

¿Miopía?

De nuevo tuvo Alberto que “doblegar la cerviz” a pesar de haber cantado, interpretado y hecho carne propia, muchas veces, aquel verso del maestro Epifanio Mejía, autor de la letra del Himno Antioqueño: “llevo el hierro entre las manos porque en el cuello me pesa”. ¿Quién lo duda? Tenemos múltiples testimonios de sus luchas por hacerse a un lugar de privilegio en la música. El “Piano a primera vista” que siempre fue acogido y nunca rechazado, tuvo que saborear la amargura de quedarse fuera todavía sin haber abandonado la orden.

Ya no “aprendiz de brujo” sino “embrujador consumado”, cuenta Alberto que “Cuando se estrenó el gran órgano Wurlitzer en la nueva capilla doméstica[1] pedí permiso al padre rector[2] para tocarlo, pero me dijo que no hacía falta que yo lo aprendiera a tocar, porque para eso ya estaba el Hermano Hernando; me tocó resignarme, pensando piadosamente que la voz del Superior era la voz de Dios”. 

Años después sería otro Wurlitzer el instrumento que caería en el embrujo mágico de esos dedos juguetones sobre el blanco teclado, caricias multiplicadas por el subconsciente actuante, pero todavía no descubierto, por el maestro de los pentagramas y los ritmos interpretados de acuerdo con el ambiente del momento.

¿Ceguera?

La etapa de Magisterio en el proceso de formación era como una especie de “liberación lícita” y anhelada, y tal parece que lo fue y de qué manera para Alberto, destinado a trabajar en el colegio Berchmans. 

Ni corto ni perezoso, “a primera vista” identificó su espacio: “[…] “los domingos tocaba el órgano en todas las misas del templo del Sagrado Corazón. Cuando llegó a su visita anual el Padre Provincial Eduardo Ramírez, me dijo que yo evadía la oración de los domingos, por tocar órgano toda la mañana en el templo y que eso no me lo podía tolerar. Yo le respondí que los domingos hacía una oración intensa durante toda la mañana, pues tocar el órgano en las misas es alabar a Dios, como ordena el Salmo: “Laudate Eum in chordis et organo”. […] El Provincial me escuchó con atención y pasó a otro tema sin comentar nada. Para fortuna de la música, Alberto vivió aquello de “llevar el hierro entre las manos porque en el cuello me pesa” y no “dobló la cerviz”.

¿Cierto dulce desquite?

En crónica anterior publicada en este blog, Hernando nos contaba que intercambiando inquietudes sobre el aprendizaje de la música, el uno hacía énfasis en el papel de la mente en ese proceso y el de “Piano a primera vista”, en solemne pronunciamiento “ex cátedra”, afirmaba que la música no era fruto del trabajo conceptual, sino  producto natural de la sensibilidad nacida en los más profundo del subconsciente. 

El tema de la “sensibilidad” fue lección perfectamente aprendida durante su trabajo en México, cuando el productor musical del momento le advirtiera que su interpretación de la nota era perfecta pero la ejecución mostraba imperdonable orfandad de sentimiento; revolución copernicana a la que podemos atribuir un antes y un después de su carrera musical y posiblemente, semilla de posteriores investigaciones y prácticas en el manejo del subconsciente, del que nos ilustró con tanta convicción en una inolvidable tertulia de los jueves. 

Otras visiones borrosas

Era provincial, a mediados de la década de los años 50, el P. Ramón Aristizábal Gómez, S.J. y hacía su “Visita anual” a la casa de Formación en Santa Rosa de Viterbo, en Boyacá. La guaza frailuna le adjudicó el “Don Ramón”; también se le llamó “el padre más edificante de la Provincia” remoquete ganado, no por su piedad acendrada, sino por haber construido tres colegios: el nuevo S. Ignacio en Medellín, el San Luis Gonzaga en Manizales y el Nuevo San José en Barranquilla. 

El núcleo de esas visita anuales consistía en la “cuenta de conciencia”, especie de confesión de boca, con el recuento iterativo no solamente de los avances, dificultades y retrocesos en la vida espiritual y académica, sino también con las dificultades en las relaciones interpersonales en una comunidad humana que en aquellos momentos podría llegar a 150 o más religiosos entre novicios, juniores, hermanos coadjutores, sacerdotes en el período de “Terceronado” y profesores no siempre bien apreciado por algunos alumnos.

Era de común ocurrencia en la Visita del Provincial, compartirle tímidos “discernimientos” sobre “vocaciones especiales”: predicación, “apostolado rural” que así llamaban las “misiones populares” de pueblo en pueblo, cine, teatro, literatura, teología, escritura filosófica, axiología piadosa u oratoria sagrada; ejercicios de S. Ignacio y cuanta ilusión pudiera surgir en un desbordado ardor juvenil deseoso de militar en el bando contrario al asentado en “aquel gran campo de Babilonia, como una gran cátedra de fuego y humo, en figura horrible y espantosa”. 

Correspondió la cuenta de conciencia al entonces Hermano Héctor Osuna, quien ya tenía manifestaciones significativas de su predisposición natural para la pintura, gene dominante quizás, heredado de su mamá, y desde muy temprana edad se involucró en la pintura. Son notables sus “miniaturas” de pequeñísimos manojos de flores. La habilidad para pintar de Héctor era manifestación evidente de un futuro previsible tal como lo demostraría luego, en sus muy famosas caricaturas de corte político.

La cuenta de conciencia del H. Osuna recorrió los senderos repetitivos y casi idénticos de las “cuentas de conciencia” o de los preparativos para la confesión frecuente: distracciones en la oración, tentaciones contra la pureza, falta de observancia religiosa, salidas de “la vida común”; poca disposición para aceptar la santa obediencia, mentiras piadosas, permisos presuntos… 

Terminado el elenco de virtudes y defectos, el Provincial se tomó unos minutos para ofrecer consejos útiles que debilitaran los defectos y fortalecieran las virtudes; concluidos los pastorales consejos del P. Provincial, Héctor quiso rematar la faena yendo directo al grano, sabiendo que se jugaba su futuro; tomó aire y dijo con plena convicción: “yo creo que el Señor me llama a servirle a través de la pintura”. Quedó D. Ramón de una pieza y luego de eternos segundos para Osuna le dijo: “Me parece muy bien, hermano, porque a veces no hay quién pinte los telones para las comedias en Navidad”. Se retiró Osuna del cuarto especial de huéspedes ilustres quizás tratando de deglutir aquel “veluti cadáver”. Lo que Osuna no pudo hacer de jesuita, lo hizo y con méritos, de civil.

Oídos sordos

Por esa misma época de mediados del siglo XX, pasó a cuenta de conciencia ante D. Ramón el H. Oscar Ramírez, dotado de una memoria fuera de lo común y que luego perfeccionaría en España al especializarse en temas de memoria. Su talento en ese aspecto era impresionante; al escuchar algún fragmento musical del repertorio clásico, al instante reconocía el “tema” y las “variaciones” que el compositor desarrollaba en cualquiera de los movimientos de la sinfonía puesta a su consideración. 

La retención en la memoria de los clásicos del pentagrama lo condujo al “discernimiento” de servir al Señor en la música y así se lo expuso al Provincial a punto de concluir la “cuenta de conciencia”. D. Ramón escuchó con paternal atención, en eso era maestro, los planteamientos del apóstol de la música en ciernes y la respuesta fue contundente: “Me parece muy bien, hermano, porque hay veces en que no se encuentra quién toque el armonio en las ceremonias religiosas…” 

Cuando florecen los sepulcros

Escribió el P. Emilio Arango, Provincial dotado de intuiciones notables, en uno de sus poemas: “- Ábreme una fosa, buen sepulturero. – Si vienes tú sólo, padre, ¿para quién”? De la inercia “veluti cadáver”, al “como bastón de hombre ciego” exigidos por la “obediencia ciega” no pocos jesuitas en formación y solitarios, llegaron a pedirle al buen sepulturero que abriera una fosa de la que algunos pudieron salir como en el Arpa de Bécquer: ¡“Cuántas veces el genio / así duerme en el fondo del alma / y una voz, como Lázaro, espera / que le diga: ¡Levántate y anda”!


[1] En la casa de formación en Santa Rosa de Viterbo, Boyacá.

[2] Si mal no recuerdo, era el P. Alberto Moreno, S.J.

Jaime Escobar Fernandez

Noviembre, 2023

5 Comentarios
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5 Comentarios

Vicente Alcala 21 noviembre, 2023 - 5:21 am

Jaime, apenas vì la “carátula” de tu artículo, recordé “el mandato ciego” que soporta una religiosa amiga, por parte de una superiora enferma, envidiosa, frustrada, ambiciosa de poder… o quien sabe que más, pero que ciertamente no reproduce la voz de Dios… o quién sabe. Lo que yo sí se es lo grato y significativo de este artículo. Lo más valioso para destacar o que más me “saltó” es eso de “la nota perfecta… pero huérfana de sentimiento” ; y me pregunto: en la relación con los demás (y con Dios) ¿cuánto nos falta de sentimiento?

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Alberto+Betancourt 21 noviembre, 2023 - 10:15 am

Gracias querido amigo Jaime por ponerme de protagonista en la primera parte de tu artículo. Hiciste una magnífica disertación sobre la visión borrosa de las macabras órdenes de la santa obediencia que me tocó soportar en la Ínclita. Muy acertada tu aplicación de la cita de Epifanio Meía: “Llevo el hierro entre las manos porque en el cuello me pesa” Suerte y éxitos!

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Alberto+Betancourt 21 noviembre, 2023 - 12:06 pm

Me hiciste evocar pasajes de MIS VIVENCIAS MUSICALES, que aparece en este mismo blog: https://exjesuitasentertulia.blog/mis-vivencias-musicales/?amp

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Hernando+Bernal+A. 21 noviembre, 2023 - 11:00 pm

Fabulosos recuerdos, Jaime, tu que eres el maestro del RECUERDO. En ese compendio de asuntos y personas, entre las cuales algún papel jugué, no puedo olvidar a Alberto Betancur cuando, ante los apremios de Oscar Ramírez por ser un crítico musical, me invitó varias veces a “hacerle la caridad a Oscar de pelíar con él”, dado su temperamento bastante batallador”. Yo le hacía alusiones muy peyorativas sobre Wagner el autor del Anillo de los Nibelungos, mientras Alberto lo vapuleaba por su exagerado respeto a las Sinfonías de Brahms. Esto bastaba para que montara en colera, nos tachara de ignorantes y pudiera evacuar sus sentimientos y sus angustias, lo que finalmente se traducía en la paz y tranqulidad que Alberto deseaba suscitar con sus invitaciones a la discusión. O tempora, o mores… Saludos. Hernando

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Alberto+Betancourt 22 noviembre, 2023 - 9:49 am

Muy simpáticos los recuerdos de Hernando sobre las interminables discusiones musicales que sosteníamos con nuestro erudito hermano Oscar Ramírez.

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