Se suele pensar en la utopía como algo irrealizable. En 1516, Tomás Moro la definió como un “plan o sistema ideal de gobierno en el que se concibe una sociedad perfecta y justa, donde todo discurre sin conflictos y en armonía”.
No es difícil estar de acuerdo en que la definición de utopía de Tomás Moro expresa un anhelo compartido por la mayoría de los ciudadanos sobre lo que deseamos que llegue a ser la sociedad, un parámetro para medir el “plan o sistema de gobierno”.
Se llena entonces de sentido la Utopía definida por Tomás Moro si se la concibe como un factor “halonador” que inspira, con gran fuerza, todas las políticas y acciones, públicas y privadas, comunitarias e individuales, destinadas a construir progreso y desarrollo. Se debilita o se pierde el sentido de esa aspiración si, por el contrario, lo que acentuamos es la dificultad para llegar a esa “sociedad perfecta y justa”, hasta el punto de sentirla como algo irrealizable.
La utopía nace con el ser humano cuando el proceso evolutivo se hace consciente y se convierte en desarrollo. Vinculada a racionalidad, libertad y autonomía, la utopía se confunde con las aspiraciones inacabadas que tiene el ser humano en la proyección que experimenta y alienta su actividad hacia el más: hacia la felicidad, el progreso, la justicia, la equidad, la paz y el bienestar. Aspiraciones diversas, individuales y colectivas, que se manifiestan en la generación de conocimiento y en la transformación sin término de un entorno siempre cambiante.
En relación con el desarrollo regional, la utopía es halonador, meta o “causa final” que, desde un futuro que no necesita ser precisado (temporal y ontológico a la vez), estimula y muestra la dirección, el norte que debe orientar la construcción de región; punto de referencia con respecto al cual se analiza y se evalúa la realidad (la distancia entre la situación actual de la sociedad y los objetivos deseables del desarrollo).
Construcción de región como utopía
Sin necesidad de entrar en la discusión de si debe utilizarse el concepto de región o el concepto de territorio que, en la mayoría de los autores que se han ocupado del tema, muestra coincidencias casi completas, podemos definir el desarrollo regional como el “proceso de construcción de región” y adoptar un concepto de región, que recoge los elementos que casi todos ellos le atribuyen: “proyecto de bienestar individual y colectivo, de largo plazo, de una comunidad situada”(Vallejo, 2009).
Proyecto utópico en sus objetivos o aspiraciones individuales y colectivas, que apunta hacia el bienestar que todos buscamos, con un importante componente de subjetividad y de axiología. Proyección clara hacia una utopía “halonadora”, difícil de alcanzar, de definir y medir, de identificar con precisión y, por eso mismo, difícil de que sea reconocida (considerada útil) por todos.
Proyecto utópico, además, por su carácter comunitario. A las dificultades para lograr el bienestar individual, suma las más complejas de ser un proyecto de bienestar “compartido” que expresa, desde lo diverso, las proyecciones y aspiraciones de progreso, bienestar y equidad de muchos individuos socialmente organizados (por ejemplo, en la Carta Constitucional, cuando se habla de nación, o en un plan de desarrollo, cuando se habla de región); dificultades para formular y aceptar políticas de crecimiento con desarrollo, formuladas por una compleja malla de individuos y de grupos, de instituciones y agentes articulados, con racionalidad regional propia (dimensión de lo público, condición necesaria y suficiente para la conformación de una “comunidad”).
Proyecto dinámico que nunca culmina, con objetivos no alcanzables completamente. Que, por la misma naturaleza del ser humano (que en sí mismo es un proyecto de realización sin término), solo es posible concebirlo en un horizonte de largo plazo porque, en el corto plazo, los individuos y grupos de una comunidad están mayoritariamente inmersos en la solución de problemas o el aprovechamiento de oportunidades estrictamente individuales que, en la mayoría de los casos, constituyen la tarea imperiosa de la supervivencia.
Proyecto formulado por una comunidad “situada” (Matus, 1994), con aspiraciones “propias”, que no se identifican con las de otras comunidades; que se originan en su historia, su geografía, sus recursos, su cultura y forma de ver el mundo y de relacionarse con otras comunidades. Aspiraciones cuantificables y medibles en algunos casos, como las contempladas en las Metas del Milenio o las enunciadas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (“mínimos” exigidos por la dignidad humana). En otros casos no cuantificables ni medibles, asociadas a los “máximos” propios que identifican y distinguen cada individuo o comunidad (Vallejo, 2008) y que, por tanto, no siempre permiten hacer comparaciones entre individuos o entre distintas comunidades* ‒aunque hay avances importantes en la medición de elementos subjetivos del desarrollo‒ (Oviedo. 2020).
Proyecto “propio” o “local” (no estándar) y “autónomo” que, sin renunciar al aporte de expertos, de alianzas y de teorías relevantes, emerge de la región, es construido por la comunidad local (por sus actores individuales y colectivos), con programas y acciones que “potencian” la inteligencia colectiva en lo político, lo económico, lo científico, lo tecnológico, lo ambiental, lo cultural y lo institucional.
Componentes axiológicos (la utopía) en las políticas de desarrollo
El desarrollo (y en particular el regional), además de enfrentar desafíos de carácter técnico, como los que se dan para el uso eficiente y sostenible de recursos naturales, la formación de capital físico, el aprovechamiento de tecnologías, la solución incluyente de problemas propios de los sectores industrial, agropecuario o minero, debe asumir, principalmente, tareas de carácter cultural o político, propias de las ciencias sociales, cuya naturaleza es profundamente subjetiva y cuyo resultado es siempre de final abierto, no predecible, en el que caben numerosas posibilidades.
De la teoría y de la práctica de la economía pueden citarse algunos ejemplos relacionados con el análisis del comportamiento de la sociedad y con el diseño de políticas de desarrollo que, a pesar de sus pretensiones de objetividad científica, no logran cumplir su propósito sin incorporar componentes axiológicos y juicios de valor proyectados a la utopía.
1. La maximización del bienestar social y la búsqueda del “equilibrio general y el óptimo social” tienen tantas soluciones como formas posibles haya de distribuir la riqueza y el ingreso en la sociedad, pues cada una de estas determina una solución óptima diferente en el intercambio de bienes y oportunidades entre los individuos o grupos de población y en la frontera marcada por la optimización del bienestar social.
Para encontrar una solución, la sociedad debe hacer juicios de valor sobre la distribución del ingreso (en un ejercicio de subjetividad colectiva) y tomar una posición política sobre la distribución que prefiere.
2. Un segundo ejemplo son las mismas políticas de distribución del ingreso, que buscan el equilibrio entre eficiencia y equidad y que se diferencian por la opción política (subjetividad colectiva) adoptada por la sociedad.
El coeficiente Gini mide la igualdad en la distribución del ingreso, pero no tiene en cuenta las diferencias entre los miembros de la sociedad. Es un ejemplo de la necesidad de añadir a esa medida componentes subjetivos que permitan aproximarse al concepto de equidad y complementarlo con análisis de políticas que brindan oportunidades igualmente eficientes a individuos y grupos diferentes (no resultados) para que puedan desplegarse en su diferencia (Vallejo, 2022).
Entre las políticas de distribución del ingreso pueden mencionarse tres modelos. Cada uno de ellos incorpora juicios de valor o preferencias sociales, no explicadas por modelos de final cerrado:
• Modelo de distribución funcional: a cada factor le corresponde un ingreso equivalente a su productividad en el proceso productivo. Es el modelo propio del sistema capitalista que “prefiere” (opción política) sacrificar equidad para lograr eficiencia (aunque, paradójicamente, la concentración que produce rompe la eficiencia).
• Modelo de distribución personal: la “opción política” es que cada familia o individuo reciba un ingreso proporcional a sus necesidades (con lo cual también incorpora elementos de subjetividad individual). Sacrifica la eficiencia para lograr equidad (asumiendo alto riesgo de que se presente corrupción y, por tanto, inequidad). Hay dos versiones, correspondientes a dos “opciones” o sistemas políticos diferentes:
a. En el sistema comunista el Estado es dueño de los factores de producción y distribuye el ingreso, siguiendo su “sabio” criterio (de nuevo, la opción política).
b. En la socialdemocracia se conforma lo que se conoce como Estado de Bienestar en el que la “opción política” es que el Estado haga transferencias del presupuesto público, con un alto grado de gratuidad en servicios sociales (salud, seguridad social, educación, vivienda…), con pequeños copagos y contribuciones que completan la financiación hecha con los recaudos tributarios, pero con alto riesgo de corrupción y despilfarro.
• Modelo de economía democrática (propuesto por Bernard Lonergan, 1988): combinando el modelo funcional y el de distribución personal, asigna el excedente o ingreso resultante del proceso productivo, en función de la propiedad que, a su vez, fundamenta la participación en el poder “político” dentro y fuera de la empresa. El objetivo de política es, entonces, la democratización de la propiedad.
3. Una sana política fiscal es otro ejemplo de la necesidad de incluir consideraciones subjetivas o axiológicas, necesarias para conciliar o dar salida a diferencias ideológicas en la concepción del Estado y a su intervención a través del gasto público: gasto público redistributivo; estatuto tributario en función de la equidad; reforma a la distribución de los ingresos provenientes de regalías, etc.
En el caso colombiano es larga la lista de otros objetivos de política (y reformas), que no es difícil ubicar en el plano de la utopía:
- Modernización indispensable de la justicia
- Solución definitiva al déficit en seguridad social, salud y educación;
- Reforma al régimen pensional para hacerlo viable;
- Inclusión financiera;
- Subsidios solo para los pobres y mientras lo sean.
4. Otro ejemplo es el de políticas de empleo, considerado no solo como la manera de utilizar un factor de producción, sino como una forma de satisfacer el derecho de todo ser humano de “transformar” la realidad, de aportar en la construcción de riqueza y de participar en su distribución y en sus beneficios. Junto con las políticas de combate a la informalidad, esas políticas de empleo también deben contener elementos de subjetividad que rayan con la utopía.
Manejar el nuevo contexto del desarrollo también exige de utopías
Aprovechando la palanca del conocimiento y la posibilidad de acceder a la información en tiempo real (la llamada “revolución de las comunicaciones”), se han afianzado tendencias que marcan el contexto que vive la humanidad desde hace varias décadas, sin las cuales no es posible pensar hoy el desarrollo, construir región o construir nación. Esas tendencias requieren y a la vez propician nuevas relaciones económicas, políticas y sociales entre los individuos (democratización), entre las regiones (descentralización), entre los países (globalización) y entre las generaciones (sostenibilidad) y hace más patente la contribución de la información y el conocimiento como motores del desarrollo. Para aprovechar las oportunidades que ofrece ese contexto y neutralizar sus amenazas, se requiere una agenda de políticas con propósitos que en la práctica resultan utópicos.
• La democratización ‒entendida como la reivindicación de cada persona como ser individual y colectivo, con autonomía y conciencia plena de su potencial diferente, de sus derechos en términos de equidad e inclusión y, especialmente, del derecho a aportar y a participar en los beneficios del crecimiento y del desarrollo‒, por difícil y utópico que parezca, debe ser el objetivo más importante de cualquier plan de desarrollo que trascienda las simples metas de crecimiento en la producción de bienes y servicios y en la construcción de capital físico y financiero.
• Como consecuencia del proceso de democratización, se abre paso la “apertura hacia adentro” del país o región y, con ella, la redefinición del proyecto de construcción de nación y de región, dentro de un esquema de descentralización que le da poder de decisión a las comunidades, reconoce su capacidad para definir su futuro y su derecho para tomarlo en sus manos con el apoyo subsidiario del centro.
• Con la minimización de las barreras espaciales y temporales, que antes nos separaban de otras naciones, ha surgido la necesidad de construir nuevas relaciones de convivencia y colaboración, regidas por reglas éticas de respeto y reconocimiento de las diferencias naturales, históricas, políticas y culturales que constituyen el marco axiológico que le da perspectiva a la globalización. Se trata de proteger la identidad individual, local y regional de las amenazas que trae esa “apertura hacia afuera”, o conjunto de procesos económicos, políticos y sociales, institucionales, tecnológicos y ambientales que, conjuntamente con grandes oportunidades, traen los desafíos propios de una nueva relación con el mundo.
• Igual grado de dificultad y de utopía tiene el propósito inquebrantable de conservar y de recuperar la integridad del planeta Tierra, la “casa común” que hemos heredado del pasado, que nos obliga a velar por su sostenibilidad en un efectivo reencuentro con la naturaleza de la que formamos parte, que fortalece en nosotros la conciencia de especie y le da voz y justo valor a las generaciones futuras. Visión de largo plazo, anclada en la evolución.
• Finalmente, el nuevo contexto se caracteriza por la emergencia de una gigantesca ola de ciencia, innovación y tecnología que ratifica la conciencia sobre la importancia del conocimiento como un acto de creación social de valor, de posibilidades ilimitadas, que supera la capacidad individual a través de relaciones dinámicas y le da más poder a su aspiración de transformar la realidad en beneficio de la sociedad.
Conclusión: la utopía que halona
Los objetivos del desarrollo, que se originan en la maravillosa complejidad del ser humano y de su proyección al progreso (la posta que recibe del milenario camino de la evolución), visualizados consciente o inconscientemente en un más sin límite, nunca se logran plenamente y, gracias a eso, nunca pierden su poder halonador; en eso consiste la fuerza y la importancia de la utopía.
El conjunto específico de indicadores y mediciones, con los que pretende abarcarse completamente el desafío del desarrollo con instrumentos científicos (de innegable utilidad en los procesos de formulación de políticas, de ejecución y seguimiento de planes), “choca” con la “apreciación subjetiva” y con el problema de la comparación interpersonal entre las percepciones sobre el bienestar, el progreso y la equidad, objetivos del desarrollo que no tienen forma o final cerrado y que no es posible cuantificar en su totalidad. Por eso, cuando se habla de desarrollo en general, de políticas para el desarrollo y de construcción de región, es necesario incluir la consideración de aspectos subjetivos que expresan las aspiraciones y la axiología de individuos y comunidades (actores y objetivo a la vez).
Con el cambio de contexto se refuerza la necesidad de componentes políticos y axiológicos en los planes y programas para establecer relaciones distintas entre los ciudadanos, entre el sector público y el sector privado, entre las regiones y entre los países, y para sustituir la geopolítica del conflicto y la confrontación por la geopolítica de la paz y la cooperación.
“No hay nada que no pueda ser cambiado por la acción social consciente e intencionada, provista de información y apoyada por la legitimidad. Si las personas están informadas, son activas y se comunican a lo largo del mundo; si la empresa asume su responsabilidad social; si los medios de comunicación se convierten en mensajeros, en lugar de ser el mensaje; si los actores políticos reaccionan contra el cinismo y restauran la fe en la democracia; si la cultura se reconstruye desde la experiencia; si la humanidad siente la solidaridad de la especie en todo el planeta; si afirmamos la solidaridad intergeneracional viviendo en armonía con la naturaleza; si emprendemos la exploración de nuestro yo interior, haciendo la paz con nosotros mismos. Si todo esto se hace posible por nuestra decisión compartida, informada y consciente, mientras aún hay tiempo, quizás entonces, por fin, seamos capaces de vivir y dejar vivir, de amar y ser amados” (Manuel Castells, 1997).
¡Esa es la utopía halonadora del desarrollo!
Referencias
Castells, Manuel (1997). La era de la información: Economía, sociedad y cultura, Conclusión. Vol. III. México: Siglo XXI Editores.
Lonergan, Bernard (1988). For a New Political Economy: vol. 21. (Collected Works of Bernard Lonergan). Ed. Philip Mc. Shane. Toronto: University of Toronto Press.
Matus, Carlos (1994). Planeación Estratégica Situacional. Caracas: Fundación Altadir.
Oviedo, Juan Manuel (2020). Percepciones, evaluaciones y experiencias de las personas: la experiencia de Colombia. Bogotá: DANE, octubre 2.
More, Thomas (2012). De optimo reipublicae statu deque nova insula Utopia, libri II. Neuilly sur Seine: Ulan Press. Cfr. Wikipedia.
Vallejo, César (2008). “Perspectiva global y políticas públicas: observaciones al desarrollo local en Colombia”, Ponencia presentada en Seminario sobre desarrollo económico local. Bogotá: CEPAL – ILPES.
_______ (2009). “Módulo de Contexto”. Manizales: Universidad Autónoma de Manizales, Maestría en Desarrollo Regional.
_______ y otros (2020). “Universidad y Región”. Ibagué: Universidad de Ibagué.
_______ (2021). “El ancla del desarrollo regional”. www.exjesuitasentertulia.blog
_______ (2022). “Hablemos de equidad”. www.exjesuitasentertulia.blog
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* Es el problema clásico de la “intersubjetividad” o de la imposibilidad de las comparaciones interpersonales, que también se aplica a grupos de personas.
César Vallejo Mejía
Marzo, 2022
6 Comentarios
Cesar, Sesudo análisis que nos presentas de la Utopia como marco de referencia para la construcción de una Colombia con un marco de referencia holistico, pero a la vez realista de lo que se tiene que trabajar para poder salir del embrollo estructural en que se encuentra el pais. Que los dirigentes lean tu ensayo con la atencion que merece.
Reynaldo, mil gracias por tu comentario. Tú sabes que los dirigentes no sacan el tiempo para leer. Me basta con la opinión de personas íntegras como tú, que siempre has seguido la utopía y que nos enseñas con tus escritos a no renunciar a ella. Un abrazo,
César: muy completa la visión de la utopía en la construcción de región. Creo que gran parte de tu tarea ha sido esa, entendida de dos maneras: como construcción de utopías regionales (planes de desarrollo), y como visualización de mecanismos para la construcción e implementación de dichas utopías, entre las cuales sobresale el papel de las universidades como gestoras de región. Ojalá sigas escribiendo al respecto. Saludos. Hernando
Mil gracias Hernando. Con el estímulo de personas como tú, verdadero maestro de la “Utopología”, seguiré tratando de aprender cómo se avanza en pos de la gran UTOPIA. No dudes en seguirme compartiendo tus reflexi0nes sobre el tema. Un abrazo,
Excelente artículo de César y de gran pertinencia. Lo recomiendo sin reservas. Muy buena la cita final de Manuel Castells.
Me honra mucho tu recomendación Alvaro. Coincido contigo: el texto de Manuel Castells es excelente. Es una buena síntesis de los profundos cambios que estamos viviendo. Recibe un abrazo, y mil gracias.