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Muy al estilo macondiano, Petro ofrece crear el capitalismo a la colombiana, un “capitalismo mágico” para “gozar la vida y vivir sabroso”. Los chinos han sido exitosos, pero el capitalismo del siglo XXI es un fracaso mayor. 

Para gozar la vida ‒todos sabemos‒ se requieren recursos y la fuente principal de recursos del Estado son los impuestos, con lo cual cobra relevancia la reforma tributaria, un primer requisito de los gobiernos en los últimos 30 años. Todos prometen una reforma estructural, aunque en la práctica las reformas no han pasado de ser cortoplacistas, bien sea por miopía financiera, cobardía política o, muy probablemente, una mezcla de las dos. 

Los gobiernos saben que cualquier exceso en impuestos es “perjudicial para la salud” y, por eso, andan con tino; si no, acordémonos de la abortada reforma de Carrasquilla el año pasado. Mucho impuesto a los ricos desestimula la inversión y la creación de puestos de trabajo y mucho impuesto a los pobres aumenta la pobreza y la crisis social en general. Y un nivel bajo de impuestos limita el gasto social, además de mantener un déficit fiscal permanente, como es el caso de las economías en desarrollo. 

Dicho esto, la política colombiana ha sido acomodaticia desde el Frente Nacional. Lo que empezó como una alternancia en el poder de los partidos políticos tradicionales derivó en acuerdos programáticos entre el ejecutivo y el legislativo para obtener mayorías en el Congreso y asegurar así la gobernabilidad. En esta última elección presidencial, a pesar de las promesas de cambio y de lucha contra la corrupción, principalmente caracterizada por el cobro de comisiones en las asignaciones presupuestales, parece que todo seguirá igual. Al menos en el interactuar entre gobierno y Congreso. Así al menos parece por los recientes acuerdos entre el victorioso Pacto Histórico, el Partido Liberal y otras agrupaciones que permitirán al gobierno entrante contar con mayorías en el legislativo. De hecho ‒recordemos‒ las elecciones presidenciales no cambian la composición del Congreso.

Esa alianza parecería servir de moderadora de la ortodoxia socialista de muchas de las propuestas del nuevo presidente. Sin embargo, podría llevar al desengaño de muchos seguidores del Pacto Histórico, votantes claros de un cambio en la forma de hacer política en el país.

Así pues, se impone la realidad de “moler con las mulas que hay” y, en lugar de generar un cambio brusco de consecuencias desconocidas o un “salto al vacío”, parecería que vendrán cambios graduales. Siempre es mejor y más sostenible construir sobre lo construido.

De la habilidad del nuevo presidente para explicar a todos el curso de acción y la implementación de propuestas ‒teniendo en cuenta los acuerdos programáticos‒ dependerá que sigamos avanzando, no sin dificultades como hasta ahora lo hemos hecho, sobre la base que solo el trabajo y la honradez son garantía de progreso.

Es resaltable la declaración de guerra a la pobreza (uno de los argumentos fuertes para la reforma tributaria y pilar de la prometida “vida sabrosa “), de la cual estábamos en mora pues, al parecer, el dolor ajeno termina insensibilizándonos ante la imposibilidad individual de resolverlo. 

Por otra parte, es indispensable reactivar relaciones y comercio con Venezuela ante tanto drama migratorio y necesidades económicas. Si con alguien se debe hablar es con el “enemigo”, que en verdad no lo parecerá tanto después de que hablemos con él. Del amigo siempre sabemos lo que piensa, pero ¿cómo lidiar con el “enemigo” si lo desconocemos totalmente? También con los vecinos debe aplicarse el “moler con las mulas que hay”.

La pregunta del día es el modelo socialista latinoamericano que seguirá el nuevo gobierno y si finalmente dicho modelo cuadra con el capitalismo a la colombiana. Me inclino por que Petro seguirá un modelo de cambios graduales parecido al de AMLO en México.

Nuestro éxito como país dependerá de que hablemos menos y nos escuchemos más para entendernos y juntos poder hacer más. Y, además, cambiar la cultura de la corrupción imperante, esa otra guerra que falta por declarar urgentemente y por la cual la otra mitad del electorado votó y sin la cual la guerra contra la pobreza puede perderse. Es posible que esa otra mitad del electorado se organice como partido político y siga muy de cerca el desarrollo de los acontecimientos.

Con una margen de victoria de apenas 3 % y una situación económica precaria, se impone la necesidad de alcanzar acuerdos programáticos para lograr consensos mayoritarios como un buen comienzo para aterrizar un capitalismo mágico que surja de la unidad. Quizá Colombia logre añadir a su marca país esta denominación del capitalismo que contrastaría con el capitalismo salvaje que tanto se critica hoy.

Juan L. Gómez C.

Septiembre, 2022

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