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El Informe de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición no es un tratado académico, como tantos que se han hecho sobre la guerrilla, la violencia o el narcotráfico en Colombia. Es un relato primordialmente humano, pues ha rescatado la pesadilla de los miles y miles de hombres, mujeres y niños abusados, maltratados, humillados, silenciados y asesinados por justificaciones ideológicas, intereses políticos, desmesurado deseo de control y autoridad, por los silencios cómplices, indiferencia de multitudes, desinformación constante; por amenazas, persecuciones y eliminaciones de aquellos que se atrevían a denunciar lo que estaba ocurriendo. 

El Informe de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición es un informe-radiografía de 60 años de encarnizada lucha de toda una sociedad desarticulada e indiferente a la descomunal masacre nacional que ese estaba viviendo. “Lo hace desde la consideración de que reconocer este impacto y el respeto por la vida humana son el punto de partida para cualquier proceso de reconstrucción, diálogo social y propuesta de transformación” (p. 22). 

La amplitud del número de entrevistados

El análisis y las conclusiones que presenta el Informe de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición son el resultado de haber conversado con multitud de víctimas, victimarios, instituciones, estratos estatales de la policía, del ejército, de la guerrilla, de organizaciones humanitarias; en fin, de representantes de todos los involucrados, tanto víctimas como victimarios. En términos concretos, la Comisión llevo a cabo “14.000 entrevistas y se establecieron conversaciones con más de 30.000 personas de todos los sectores sociales, regiones, identidades étnicas, experiencias de vida, tanto dentro de nuestras fronteras como fuera de ellas” (p. 12). Una muestra que supera grandemente estudios previos del conflicto y que le dio voz, sin mordaza, a los que más directamente sufrieron su impacto.

Esta extensa muestra de participantes permitió a la Comisión definir el perfil de los actores del conflicto, demostrando que era un “entramado de alianzas, actores e intereses” cuya responsabilidad directa abarcó “sectores políticos (de todas las ideologías), económicos, criminales, sociales y culturales” que dejó “más de nueve millones de víctimas” y que tuvo “responsables directos e indirectos que deben responder por las decisiones que tomaron” (p. 13).

El Informe es la expresión directa del dolor, del impacto en sus vidas, del sufrimiento forzado que vivieron las víctimas. Es la voz de los sin voz que por fin pudieron expresar la tragedia como la vivieron, no como la reportaron los medios o fuentes parcializadas que representaban más bien los intereses propios de su organización política, económica o estatal.

Temas-realidades investigados

Los temas-realidades abarcados son extraordinarios. El Informe de la Comisión logra desenmarañar el entramado formado por las inacciones del Estado, la corrupción de políticos, latifundistas y narcotraficantes; las barbaries llevadas a cabo por la guerrilla, los paramilitares, el ejército, la policía las autodefensas. No excluyó los impactos de la guerra en la ecología, en los abusos y violaciones de los derechos humanos, en el silenciamiento cómplice de todos los que nolevantamos nuestras voces para denunciar las injusticias que se llevaban a cabo. 

Puso de relieve el desarrollo de modelo de inseguridad aceptado por todos como la forma normal de vida diaria, la impunidad como factor clave para que el conflicto armado siguiera existiendo por tanto tiempo. Hizo evidente que el mantenimiento de la guerra tuvo un impacto social en el que se aceptó “el uso de la violencia en las relaciones interpersonales de la vida cotidiana” hasta convertir el país en “un campo de lucha de buenos y malos, de amigos y enemigos”, obviamente dependiendo de quién acusaba al otro de ser el malo o el enemigo (p. 19).

Impacto de la guerra

El Informe estima que entre 26.900 y 35.641 niños, niñas y adolescentes fueron reclutados en el periodo 1986-2017. Es fácil entender que niños y niñas arrebatados de sus hogares y forzados a vivir con la guerrilla y a actuar como combatientes sufrieron un impacto emocional en su desarrollo por el simple hecho de estar alejados de sus familiares, tan necesarios para la construcción de su personalidad. La falta de futuro es un impacto dramático y, a la vez, invisible en esa niñez afectada por la guerra (p. 21). 

Se calcula que, en el contexto del conflicto armado, ocho millones de hectáreas fueron despojadas en forma violenta. De acuerdo con la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas, 32.812 personas han declarado haber sido despojadas de sus tierras y 132.743 han expresado la pérdida de bienes muebles o inmuebles asociada al conflicto armado (p. 24).

El Informe expone sin temor que “la guerra ha resultado beneficiosa para sectores que acumularon tierra y propiedades, ha fortalecido las economías ligadas al conflicto armado y al narcotráfico y los que ganaron poder político”, mientras explotaban a la población rural empobrecida y a los pueblos étnicos (pp. 25-26).  

Radiografía sin temor del país durante el periodo del conflicto

Si hay algo importante por resaltar del Informe es su audacia para hacer una radiografía descarnada de todos los sectores que estuvieron involucrados en semejante delirio de control del país para su beneficio institucional y aun personal. De ahí que el Informe no tiene miedo de enumerar a todos los sectores involucrados en mantener dicha situación de violencia porque les brindaba las posibilidades de seguir explotando al país en todos los ámbitos donde habían anclado sus garras.

Así pues, el Informe evidencia que tanto el ejército, como la guerrilla, la policía, los paramilitares, como el narcotráfico, los terratenientes, los políticos del momento, los maleantes, los controladores de la economía del país, los medios de comunicación, las organizaciones extremistas, las posiciones ideológicas de la Iglesia, y la masa de los indiferentes no querían admitir lo que estaba ocurriendo. Todos, de alguna manera, participaron en el proceso, en hilvanar el entretejido que llegó, no pocas veces, a justificar los horrores que se estaban cometiendo porque se hallaban más interesados en defender sus posiciones de privilegio o de control que en admitir su rol en la tragedia nacional.

El gran mérito del Informe

El gran mérito que del Informe de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición es que los análisis y juicios hechos se efectuaron con base en el diálogo constructivo que tuvieron con todos los entrevistados al darles oportunidad de expresar el horror sufrido bajo el abuso de los que tenían las armas y el permiso para usarlas en contra de ellos. Los entrevistadores pudieron rescatar lo no-dicho, lo no-descrito por aquellos que tenían el poder y los medios para hacerlo, pero que optaron por guardar un silencio indiferente.

El Informe, centrado en las víctimas, rescató del olvido y del silencio cómplice la esencia humana que había sido pisoteada, negada, descartada y, en la práctica, declarada inexistente. Puso de relieve los múltiples escenarios en que los derechos humanos más básicos fueron pisoteados, negados a todos las víctimas asesinadas, ultrajadas, obligadas a migrar.

El Informe declaró, con audacia, la total ausencia en todas esas actividades, de una ética y moralidad básicas que puso de relieve cuán desnaturalizado fue todo el proceso, pues las víctimas fueron objetivadas como molestias y obstáculos que impedían a los actores grupales, estatales o militares alcanzar sus objetivos y que, por lo tanto, fueron sistemáticamente eliminadas o neutralizadas. 

El Informe logra rescatar la dignidad y los derechos humanos como el parámetro más elemental sobre el cual debe llevarse a cabo el diálogo constructivo de una paz duradera. A todos los implicados se nos pide tomar conciencia de lo ocurrido, donde quiera que uno esté ubicado, y a participar en este diálogo nacional de reconciliación, pues es la solución para establecer una paz duradera y una reorganización profunda de las estructuras gubernamentales, económicas y sociales de quienes participaron en el conflicto. Esto implica el reconocimiento de todas las partes de su participación y responsabilidad en lo ocurrido, declarando dicha participación, pidiendo el perdón correspondiente y aceptando la reparación necesaria que el proceso legal y de justicia establezca.

Concluyo haciendo el más caluroso reconocimiento a la integridad, ecuanimidad, arrojo, equilibrio, profundidad de análisis y liderazgo de los comisionados. Estoy seguro de la redacción de porciones claves del Informe porque en ellas se detecta enseguida la integridad moral de un individuo comprometido con la lucha en pro de la dignidad del ser humano al que le ha dedicado su vida de hombre involucrado, de religioso convencido, de humanista integral que vivificó todo el proceso, imprimiéndole esa profundidad y dignidad que la tienen los grandes de la historia. Así es Pacho de Roux, jesuita y presidente de la Comisión.

Reynaldo Pareja

Agosto, 2022

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