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Por que no dije nada

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En la tertulia pusieron como tema el orgullo (o no orgullo) de ser colombiano. Maravillosas las exposiciones de los siete u ocho contertulios que expresaron sus puntos de vista, casi todos con una enorme franqueza, sensibilidad y también con sentido poético.

Se dijeron cosas muy elocuentes, principalmente relacionadas con nuestros paisajes, nuestras riquezas naturales, nuestros deportistas, nuestros literatos, poetas y científicos, y se señalaron también las enormes fallas causadas por las violencias, la corrupción de los políticos y las clases dirigentes, las diferencias sociales y la pobreza generalizada. Ciertamente, un mundo de contrastes muy profundos, pero me atrevo a pensar que no diferentes del de otras naciones y regiones. Al admirar lo dicho me pregunté también y ¿por qué no dije nada? Y esa pregunta me llevó a clarificar lo que hubiera querido decir, posiblemente sin superar del todo las vaguedades y dualidades que me afectan.

Sinceramente, no siento ni orgullo ni no orgullo por ser colombiano. Aquí nací por causa de mis padres, de mis abuelos y de mis ancestros. Este es, ha sido y seguirá siendo mi país. Con todas sus contradicciones y sus enormes potencialidades. A pesar de haber viajado mucho y de haber vivido temporalmente en otros países y ciudades, siempre he tenido como punto de referencia y como “dirección permanente” a mi ciudad y a mi país. Simplemente, soy colombiano.

Pero ahora, al reflexionar para encontrar una respuesta, siento que el ser colombiano implica algunas diferencias sustanciales con otros países y con otras regiones del mundo y del continente. He vivido y estudiado en Estados Unidos, he recorrido la totalidad de América Latina. Conozco muchos países europeos y transitoriamente conocí algo de Asia y de África. No soy ciudadano del mundo, pero sí he recorrido parte del mundo. Creo que en esto nos parecemos muchos de nosotros, los que participamos en las tertulias. 

Pero lo que yo encuentro diferente en Colombia, en relación con otros países latinoamericanos, es el mestizaje de nuestra cultura y las implicaciones de dicho mestizaje en nuestras formas de pensar y de vivir. La cultura, o las culturas indígenas propiamente dichas, viven y son protagonistas, sin haber perdido su identidad (es decir, sin ser mestizas) en México, Guatemala, El Salvador, Ecuador, Perú, Bolivia y Paraguay. Allí no solo tienen presencia étnica, sino económica y política, y pesan en el comportamiento y en la definición de su nacionalidad. Son países profundamente multiculturales, si bien tienen algún predominio del mestizaje. 

En contraposición, en Colombia ‒y posiblemente en otros países hermanos‒ las culturas y los grupos indígenas son minoritarios y tienden a mestizarse para formar parte de la unidad nacional. Existen en Colombia grupos indígenas muy desarrollados e identificables, como en la Sierra Nevada y en el Cauca, y grupos muy primitivos en las llanuras y la Amazonia. Existen además las negritudes que forman parte sustancial de nuestra historia y se asientan especialmente en las costas e islas de nuestros océanos.  Pero me atrevo a pensar que solo hasta ya entrado el siglo XXI, estos grupos indígenas y esta cultura afro han principiado a lucir por su identidad para hacerse valer en el escenario político nacional. Algunos podrían considerar esta tendencia como un avance, si es que su ocurrencia no fuera una pauta impuesta por razones de las polarizaciones ideológicas que predominan en estos tiempos históricos. 

A donde quiero llegar, y posiblemente sea difícil expresarlo, es que el mestizaje es una condición fundamental de nuestra idiosincrasia y, posiblemente, es la causa de nuestras grandes posibilidades y de nuestros enormes contrastes. Porque ser mestizo es ser y al mismo tiempo sentir que no se es. Por ejemplo: no somos gringos, ni japoneses, ni chinos, , ni rusos, ni escoceses, ni suecos, ni italianos, etc. Sin embargo, afirmamos que por parte de nuestra herencia hispánica nos consideramos de tendencia occidental y cristiana. Pero tanto lo occidental como lo cristiano lo mestizamos (es decir, lo mezclamos) con aquellas herencias que heredamos de nuestros ancestros indígenas, cuando ellos fueron conquistados, que si bien nos cuesta trabajo reconocer, siguen vigentes en nuestras dualidades –y, por lo tanto, en nuestros comportamientos– y en eso que algunas veces llamamos “malicia indígena”, o “manera de ser colombiana”, o comportamiento democrático de puertas para afuera. 

Es la conjunción del trago, la parranda, el irrespeto, los parlantes desbocados e hirientes, los gritos y trifulcas en las calles en los días y las noches, el irrespeto a la mujer y los ancianos en Transmilenio, las exigencias de la llamada “primera línea”, los crímenes familiares de padres que sacrifican a sus hijos, las cárceles saturadas y muchas  otras desmesuras, apareadas conjuntamente con el respeto formal a nuestras leyes e instituciones, con el funcionamiento de la industria, el comercio y las finanzas nacionales, el éxito en nuestras exportaciones, la presencia en los escenarios mundiales, la enorme multiplicidad de nuestros centros educativos, nuestra producción agrícola, el progreso innegable de nuestras ciudades, las nuevas carreteras, el tráfico aéreo, los puertos ahítos de mercancías, nuestros éxitos deportivos y culturales, nuestros lugares turísticos, nuestras artesanías y tantas otras actividades imposibles de enumerar 

Y quizás sea por eso que dudo al reflexionar si no me siento orgulloso de ser colombiano, cuando al mismo tiempo me siento muy orgulloso de serlo y compartir con los demás colombianos nuestra cultura dual y compleja.

Hernando Bernal Alarcón

Diciembre, 2022

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