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Por qué me siento ‒o no‒ orgulloso de ser colombiano

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Mi perspectiva en este texto sobre el orgullo de ser colombiano tiene ‒como toda realidad‒ puntos muy positivos y también áreas donde creo que tenemos desafíos.

Siento orgullo de mi país por su naturaleza privilegiada; geográficamente, por su posición en el medio de América de norte a sur, por sus montañas que nos ofrecen diversidad climática y recursos hídricos, por sus selvas que mantienen el aire y la conexión con los ancestros y la tierra más o menos inalterada, por sus llanuras con el inmenso potencial agrícola si fuera adecuadamente explotado, por sus dos océanos que nos abren ilimitadas posibilidades comerciales.

Sin embargo, no siento orgullo por pertenecer a una generación que ha desperdiciado esa riqueza. Inconscientemente le hemos seguimos haciendo daño a esa naturaleza a través de las extracciones mineras y los derrames petroleros, la deforestación incontrolada, la falta de conciencia ecológica, la destrucción a través de los fumigantes químicos, la no inclusión de las sabidurías ancestrales en las decisiones sobre la tierra y el acaparamiento ilegal de tierras por mentes egoístas y capitalismo salvaje.

Siento orgullo de las personas colombianas que se han superado a través de la educación, el trabajo arduo, las dificultades geográficas y sociales de una violencia permanente, con espíritu emprendedor, con alegría infinita en todas sus regiones, con humor inteligente y optimismo admirable, con resiliencia a pesar de los inconvenientes, con una recursividad impresionante para resolver tantos desafíos. 

Admiro y me siento orgulloso de los profesionales colombianos en todas las disciplinas por su adaptabilidad, su creatividad, su espíritu de aventura y su increíble voluntad de tener éxito. Admiro a hombres y últimamente a mujeres profesionales y no profesionales que han luchado por superarse y que, en mi opinión comprobada por realidades de mi trabajo con personas de toda América, son de lejos los más exitosos en ambientes difíciles en el extranjero y también en el país.

Admiro también y me siento orgulloso de ellos‒ a los campesinos y gente humilde y de clase media de Colombia que mantiene en líneas generales una actitud positiva ante las limitaciones creadas por unas minorías dominantes que han sido, en mi opinión, prolongaciones de épocas feudales durante muchísimo tiempo, creando una cultura de sumisión y de servilismo que gradual y afortunadamente tiende a desaparecer.

Lamento y no me siento orgulloso de las clases dirigentes de mi país, que víctimas de un egoísmo capitalista también promovido a nivel global no han sabido aprovechar la riqueza de esos talentos y, en cambio, han explotado sin misericordia a amplias poblaciones de mis compatriotas enriqueciéndose exageradamente y sin el menor asomo de los valores cristianos que hipócritamente pregonan en alianza con muchos pastores religiosos, esto último ‒por fortuna‒ cada vez con menor frecuencia.

No me siento orgulloso del colombiano de todos los niveles que por cualquier razón se ha transformado en “sobreviviente del descuido o la inocencia de los otros o del gobierno” y se ha rebajado a la cultura del vivo, del robo y de la deshonestidad, desde el mínimo objeto en la calle hasta el robo en la evasión de impuestos, en la cuenta que no se paga, en el semáforo que no se respeta, en la regla que se quebranta, en la norma que se da el lujo de no seguir, etc. Tampoco me siento orgulloso de la cultura establecida a todos los niveles del “serrucho”, la comisión, la “palanca”, las influencias, los favores no justos, los amigos que ayudan a conseguir favores por ser amigos y no porque la persona sea capaz, etc. 

Me siento orgulloso y me inspira profundamente la belleza musical y folclórica producida por un grupo talentoso de compatriotas en todos los niveles sociales. Belleza que brilla a nivel internacional y que refleja las aventuras y los poemas de una sociedad que ha sufrido y se ha superado permanentemente.

Me siento orgulloso de los deportistas de mi país y vibro con sus triunfos y sus dificultades. Sobre todo, porque en su mayoría son reflejo de personas humildes con talentos físicos sobresalientes que han crecido y triunfado en muchos deportes y que nos anestesian con sus éxitos, ayudándonos a sobrellevar tantas dificultades de la vida diaria.

Me siento orgulloso de los artistas en muchas dimensiones ‒arte, pintura, teatro, literatura, escultura, manualidades, artesanías, etc.‒ que reflejan creatividad y laboriosidad inigualables. 

No me siento orgulloso de las personas que solo buscan defectos, problemas, limitaciones y tienen actitudes negativas de permanente frustración y las comunican con rabia, resentimiento y odio, creando polarización de uno u otro lado y destruyendo ambientes y familias con sus visiones egolátricas y destructivas.

No me siento orgulloso tampoco de los colombianos que piensan que su país, su música, su folclor, su himno nacional, sus artistas, su región, su ciudad, etc., son “los mejores del mundo”, porque eso solo me demuestra su visión limitada y poco objetiva de la realidad global, donde afortunadamente todos somos diferentes, pero no mejores o peores que otros. 

Me siento orgulloso de la educación recibida, de mis profesores extranjeros y nacionales y sobre todo jesuitas, que me ayudaron a prepararme académicamente, del nivel excelente de la educación privada para las minorías de las cuales soy parte y de las oportunidades que se tratan de ofrecer a muchos colombianos de bajos recursos para superarse y buscar un mejor futuro para sus próximas generaciones.

No me siento orgulloso del desastre social producido por educaciones polarizantes, incluyendo las religiosas, que estimularon la división y el odio a nombre de religiones e ideologías feudales y que causaron y siguen causando muchísimas divisiones e insensibilidad social ante el hambre de las grandes mayorías, mientras gozan de privilegios y adulaciones. 

Tampoco estoy orgulloso del descuido por parte de nuestras élites gobernantes de la calidad de la educación primaria pública de nuestros niños, donde se germina el futuro de nuestro país, ni del daño inmenso hecho a mi país por la llamada “lucha contra la producción y distribución de drogas”, marcada unilateralmente por potencias extranjeras como dañinas y nocivas para la salud y provenientes de la naturaleza, que al ser prohibidas han estimulado la ilegalidad, la violencia, el dinero fácil, la corrupción administrativa y la transformación de los valores éticos de honradez y trabajo en “valores” marcados por la ley del más fuerte , de las armas, de la opresión y la amenaza, que sutilmente nos han contagiado una ética del “sálvese quien pueda” y de una zozobra e inseguridad en todo el territorio de mi país.

Me siento orgulloso de los lazos que me ejemplarizaron individuos brillantes en cuanto a amistad, apoyo, aprendizaje mutuo, estímulo de lo espiritual, del altruismo, de la renuncia a sí mismos por amor a los demás, de la dedicación a una causa, del trabajo con perfección y la máxima calidad y de todos los demás valores manifestados por familia, profesores, amigos y sociedad en general.

No estoy orgulloso de la clase dirigente de nuestro país a la cual pertenecí, que le hizo el juego al temor generalizado a aceptar reivindicaciones sociales necesarias y prefirió etiquetar como “comunista, socialista o hasta chavista” todo intento de transformación democrática, lanzando al país a una orgía de violencia de la cual apenas ahora somos conscientes y nos hemos reconocido como victimarios ‒y al mismo tiempo víctimas‒, de un desastre que hubiera podido ser evitado con inteligencia y apertura de mente y, sobre todo, de espíritu y un coraje que echo de menos no haber tenido…

Me siento orgulloso de mis raíces familiares y de las de mi esposa, de las cuales cada vez más aprendo, y de las oportunidades que la vida me ha brindado para multiplicar esos lazos no solo a través de la familia directa, educando a nuestros hijos con espíritu claramente colombiano a pesar de haber nacido fuera, sino de las familias ampliadas en todo el mundo, que han surgido a través de los años de juventud, adultez y edad madura, llegando al privilegio de una tercera edad gozosa y acompañada de los amigos de un país bello, difícil y ambivalente que nos vio nacer y que nos lanzó por el mundo solo conectados con esas raíces invisibles que nos deleitan y no nos dejan escapar unos de otros. 

Ustedes son la parte más importante de esa realidad maravillosa llamada Colombia, mi país, que a veces pienso sentir con más intensidad cuando estoy fuera que cuando estoy en él… y que necesariamente, para mí, tiene muchísimos motivos para estar orgulloso y otros tantos para no estarlo. 

Darío Gamboa

Diciembre, 2022

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