El cambio en educación no es un asunto de discursos altisonantes. Es indispensable asumir compromisos serios por parte del Gobierno y de los educadores. La paz total debe iniciarse en las escuelas.
Desde siempre, en todas las culturas, ha sido claro que la educación es central en la construcción de una sociedad. Se podría hacer una lista larga de filósofos, economistas, sociólogos, historiadores y líderes políticos que desde la antigüedad han abordado el tema y han diseñado planes y programas enormes para asegurar la permanencia de sus tradiciones e instituciones o para transformar la manera de pensar y actuar de naciones enteras.
Ya en el siglo IV a. C. decía Aristóteles que “la educación de los niños debe ser uno de los objetos principales que debe cuidar el legislador. Dondequiera que la educación ha sido desatendida, el Estado ha recibido un golpe funesto”. Ya hace 24 siglos había una gran preocupación por los métodos y orientaciones que debían seguirse. Eran muy diferentes los valores democráticos de Atenas que los bélicos de Esparta, de donde se derivaban pedagogías bien distintas. Las estructuras sociales de la Edad Media dieron origen al nacimiento de las universidades, pero no se ocuparon en absoluto del cuidado de la infancia.
La Revolución Industrial y el proceso de urbanización aceleraron la segregación entre la formación de mano de obra para las fábricas y la formación de las élites dirigentes, bajo modelos pedagógicos que permitieran la rápida y masiva alfabetización de niños y jóvenes que requerían nuevas habilidades para habitar en medios urbanos y alimentar el sistema productivo industrial.
Estas pocas referencias solo pretenden mostrar que cada época ha requerido transformaciones pedagógicas importantes, de acuerdo con las circunstancias históricas del momento. Las grandes revoluciones sociales, basadas en modelos autoritarios de derecha o izquierda, hicieron ajustes pedagógicos para el adoctrinamiento colectivo, así como las sociedades democráticas o particularmente innovadoras han ido ajustando sus sistemas educativos a estimular en las nuevas generaciones el interés y las habilidades para cooperar, investigar y hacer grandes proyectos desde temprana edad.
El gran interrogante es saber cuál es la apuesta de Colombia como país. Hay muchas sobre la mesa: la paz total, por ejemplo, que no consiste solo en desarmar grupos violentos, sino en avanzar en la reducción de la pobreza y en el cierre de las grandes brechas sociales que nos separan. Si eso es así, se requiere una transformación pedagógica profunda que asegure que los niños, las niñas y jóvenes de menores recursos puedan contar con colegios seguros en los cuales se reconozcan y estimulen sus mejores talentos.
Hace poco, en el teatro Jorge Eliécer Gaitán tuvo lugar el acto de clausura del gran Festival Escolar de las Artes de Bogotá, en el que participaron más de 17.000 estudiantes de todas las edades, de cerca de 400 colegios públicos y privados, que a lo largo de todo el año exploraron los lenguajes del teatro, la música, la danza, las artes plásticas, las artes visuales y la literatura para encontrarse y compartir sus visiones del mundo. En los festivales locales se tomaron plazas y lugares públicos, convocaron a las comunidades y desarrollaron centenares de propuestas que enriquecen la convivencia y dan nuevas perspectivas al aprendizaje.
Se consiguió además que este gran proyecto rompiera no solo las barreras que segregan a niños, niñas y educadores de colegios públicos y privados, sino a entidades, ya que el Festival fue diseñado y realizado con el apoyo permanente de la Secretaría de Cultura, que convocó a artistas renombrados para acompañar a los estudiantes en sus procesos de creación.
El cambio en educación no es un asunto de discursos altisonantes. Es indispensable asumir compromisos serios por parte del Gobierno y de los educadores. Sin los centenares de directivos y maestros que durante todo el año entusiasmaron y acompañaron a sus estudiantes, esto no se habría logrado.
La paz total debe iniciarse en las escuelas, y esta es una discusión pendiente.
Francisco Cajiao.
Diciembre, 2022