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Orgulloso de ser colombiano

Ser colombiano

Por Jesús Ferro Bayona
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En un cuento titulado Úlrica (El libro de arena), Borges escribió: “Nos presentaron. Le dije que era profesor en la Universidad de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano.

Me preguntó de un modo pensativo: 

‒¿Qué es ser colombiano?

‒No sé –le respondí. Es un acto de fe.

Yo tampoco sé qué es ser colombiano. Creo con Borges que es un acto de fe. Creo que mis padres me legaron esa fe. La familia de mi madre, nacida en Ocaña, me transmitió la fe de los indios míticos hacaritamas y la de mi padre, oriundo de Villa de Leyva, me la trajo de Castell de Ferro en Andalucía. Y de ambos troncos heredé uno de mis mayores orgullos que es mi idioma, porque “no hay lengua más rica, más maravillosa, más radiante que la lengua castellana”, como dijo García Márquez. No quiero haber nacido en otra cuna que la lengua castellana. Me satisface sobradamente y me rebosa de orgullo. Me siento orgulloso del amor de mis ancestros, del amor generoso de mi madre y de mis hijos. 

No puedo decir que soy un buen colombiano, como murmura la canción, pero me siento orgulloso de haber nacido en la costa Caribe, a orillas del Magdalena, entre gente buena, con quienes convivo. 

No me siento orgulloso, eso no, de tantos compatriotas violentos que han masacrado a nuestras gentes, ni de tantísimos políticos ineptos y ladrones que como muchos colombianos corruptos han empobrecido a la población. Que Dios los perdone. Me siento orgulloso de haber nacido y vivido en un país de poetas y escritores que alimentan mi alma con el Nocturno de José Asunción Silva y mi historia con la María de Jorge Isaacs y los Cien años de soledad de García Márquez, un coterráneo del orgullo caribe. 

Me siento orgulloso de haber sido rector por 38 años de la Universidad del Norte y del afecto que profesores y estudiantes me expresan de múltiples maneras. Me enorgullece ser parte de un país de regiones con la mayor biodiversidad terrenal, promesa de un planeta amenazado por el cambio climático. 

Pese a todo, creo que todavía hay esperanza, porque ahí están en pie las selvas, las montañas y los mares de mi tierra colombiana. Me siento orgulloso de la independencia que nos legó el Libertador, porque nos abrió las puertas de la libertad, y de los profesores que tuve porque me las abrieron a la ciencia y el conocimiento. Me llena de orgullo haber nacido en un pueblo de creyentes en Dios; de haber pertenecido a la Compañía de Jesús, para terminar convirtiendo la religión en una espiritualidad que no es de certezas, sino de intentos de vivir profundamente con las luces tenues de cada amanecer.

Jesús Ferro Bayona

Diciembre, 2022

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Nací en Colombia porque mis padres vivían aquí y porque sus padres, mis abuelos, también residían aquí. Soy consciente de una tradición de valores familiares que se concentra en mí, con todo lo que ellos me entregaron. 

De niño aprendí el juramento a la bandera, aunque ya se me haya olvidado y, por supuesto, el himno nacional. Además, traté de descifrar y de entender qué hace en el escudo de nuestra bandera el istmo de Panamá que desde hace muchos años ya no es colombiano y es parte de otro país. Y qué fruta es la granada, pues no se conseguía en el mercado porque no es nacional. Más tarde también pregunté qué es el gorro frigio y por qué está en nuestro escudo si los colombianos nunca lo usamos. Si se trata de poner en el escudo nacional algunos símbolos propios de nuestro país, ¿en vez de la granada, no sería mejor poner una mata de café cargada de frutos rojos? Y en vez del gorro frigio, como símbolo de libertad, ¿no es mucho más colombiano, más alegre y libre un sombrero vueltiao? Y en vez de un istmo inexistente, ¿no sería mejor mostrar la belleza del río de los siete colores?

En la letra de un himno, larguísima por demás, con palabras que casi no entendía, hacíamos concursos para tratar de entender qué significaba “inmarcesible”. Y, sin embargo, en el estadio cantamos orgullosos “Oh gloria inmarcesible”, y me emociona ver que los demás cantan el himno a grito herido y algunos con lágrimas en los ojos antes de un partido de fútbol. Respeto los símbolos de mi patria y también he portado con orgullo la bandera, porque es símbolo de alegría. Estamos de fiesta cuando la izamos y estamos alegres llevándola a los estadios. 

En el deporte, por ejemplo, no hay nada más grato y emocionante que estar en el extranjero y escuchar las notas del himno nacional antes de un juego o de un partido. No hay nada más grato que estar en el extranjero y cantar un bambuco o una cumbia por un camino de montaña yendo hacia Santiago de Compostela. Es algo que sale de las entrañas y se hace mucho más profundo cuando ese bambuco es un bambuco antioqueño. 

No hay nada más grato que corear al unísono el triunfo de un ciclista colombiano en la Vuelta a España, en el Giro de Italia o en el Tour de Francia. Me sudan las manos mientras sufro viendo un partido de la selección Colombia. Le hago mucha fuerza a las niñas de la selección femenina y pienso que estas subcampeonas menores de 17 años debieron ser las campeonas mundiales. Es que el gol en contra que marcó la monita, la defensa colombiana, Ana María Guzmán, cuando cayó al suelo e infortunadamente le rebotó el balón contra su pecho, debió ser anulado. Le cometieron falta y nadie vio ni castigó el empujón que le dio la delantera española. Nadie se fijó en la falta. Pienso que merecieron ser campeonas, al ver cómo una muchachita de 15 años, nuestra portera Luisa Agudelo, dio lo mejor de sí y con su tremendo esfuerzo y estirada, desvió el balón, “pasamos” a la final y nos puso a soñar con la gloria. ¡Fueron ellas las que pasaron a la final! Sin embargo, todos nos sentimos casi campeones y en la final con ellas. Pienso que debieron ser campeonas al ver los goles de todas y, en especial, los de Linda Caicedo, de piquecito y “bañando” a la arquera contraria y luego el bailecito de todas y su sonrisa con sus dientes blancos y su hermoso rostro, oscuro y feliz. ¿Qué tal que a esas niñas felices por los triunfos y por su esfuerzo se les dieran todas las oportunidades para llegar a ser lo mejor de sí mismas, lo mejor que quieren y pueden ser? ¿Qué tal si a los niños que están luchando como ellas en otros terrenos, se les dieran todas las oportunidades que merecen por su hermosa vida y sus derechos?

Todavía resuenan en mis oídos las notas y el canto del “Oh gloria inmarcesible” y todavía veo las banderas con gentes por las calles, cuando Colombia le ganó a Argentina 5-0. El triunfo en el deporte nacional es un motivo de orgullo para mí, aunque nunca hayamos ganado un campeonato mundial de fútbol. Pero sí hemos tenido una Mariana Pajón, una María Isabel Urrutia y me he emocionado muchísimo viendo a estos levantadores de pesas y boxeadores y corredores poniendo sus manos sobre su pecho y me alegro mucho al ver en los olímpicos cómo se iza la bandera nacional. Porque así soy, el deporte me emociona y los triunfos de los deportistas colombianos compitiendo limpiamente me llenan de orgullo, aunque sé que son efímeros y sé que no son la esencia de Colombia, pero “del ahogado, el sombrero”. 

Me emociona ver el esfuerzo de muchos tratando de levantar cabeza, de surgir y de mostrar que los colombianos somos más que deportistas o artistas o científicos. Quién sabe cuándo podremos salir de este tercer mundo, de la maldición de la coca, de la corrupción y de las luchas políticas. Pero me siento orgulloso de mi patria porque fue aquí en donde aprendí y recibí lo que soy. Veo en mis manos las manos de los campesinos arando el campo y recogiendo cosechas. Veo en mí a mis maestros, a mis compañeros, a mis amigos de toda la vida. Y llevo con orgullo mi hogar, mi familia y la fe en mi Señor y mi Dios que le aprendí a mis padres, ganándose el pan honradamente y alimentando ilusiones en las noches de navidad. 

Por eso y por mucho más, me siento orgulloso de ser colombiano, sin amarguras y pleno de alegría.

Bernardo Nieto Sotomayor

Diciembre, 2022

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El sentimiento de ser colombiano se ve matizado en forma diferente cuando se ha vivido fuera de la patria por más de 37 años, en comparación con aquellos que han vivido durante décadas y décadas en ella. Esa lejanía matiza, sin duda, el cómo vivo mi orgullo de ser colombiano que lo reflejo en mis observaciones siguientes.

Belleza de la naturaleza

Aunque no he podido visitar todos los sitios dignos de ser apreciados, admiro con ternura su belleza que he contemplado en múltiples fotografías de los amigos que han gozado los escenarios que tenemos en todo el territorio. Allí existe fauna y flora que pocos países tienen, donde abundan las especies de insectos muy variados, flores y orquídeas que rivalizan en belleza con flores de cualquier parte del mundo.

Nuestros bosques y selvas tropicales cobijan múltiples especies animales que solo se encuentran en Colombia, como el tapir o la anaconda, así como pájaros de todos los colores y tamaños, perros sin linaje, vacas de alcurnia, como las criadas a lo salvaje, toros, papagayos, gatos feos y otros cariñosos, pero igualmente esquivos. No nos faltan ni hormigas, mosquitos, abejas, arañas, lagartijas o iguanas.

Mi país natal, ecológicamente, cuenta con todo lo que otros países solo tienen parcialmente: dos océanos, lagos, montañas, valles, ríos, selvas, desierto, nevados, paisajes de ensueño y un encanto mágico en sus exuberantes paisajes que se saborean en momentos de paz y suscitan en el subconsciente un recuerdo del paraíso terrenal que no logramos capturar, pero si añorar.

Belleza de su gente

Tenemos una colección de etnias que nos enriquece como especie humana y nos permite vivir la realidad de que somos una sola raza ‒la raza humana‒, con multitud de expresiones de color de piel, textura de pelo, estatura y un conjunto de lenguas que reflejan la creatividad de muchas etnias que se han integrado al mosaico de la diversidad humana bajo el manto de nacionalidad colombiana.

Me enorgullece saber que hemos contribuido a la cultura y arte universal con un García Márquez, que nos produjo el ensoñamiento del realismo mágico, un Botero, que ha conquistado las calles de Nueva York con sus imponentes estatuas, los poemas sobresalientes, musicales y de puro sentimiento nacidos de la inspiración de Porfirio Barba Jacob o José Asunción Silva.

Igualmente, hemos producido científicos del calibre del Dr. Hakim con su famosa válvula cerebralLa brillante colombiana Adriana Ocampo Uria, astrónoma, geóloga planetaria y piloto astronauta. Martha Gómez (Ph.D), oriunda de Pereira, una autoridad mundial en clonación. Jorge Reynolds, científico bogotano, domina la electrofísica cardiaca y la ingeniería biomédica, reconocido mundialmente como el inventor del marcapasos artificial externo, con electrodos internos. El ingeniero colombiano Nelson Sabogal es hoy una de las personas que más sabe sobre los secretos de la capa de ozono. Y muchos más que han contribuido al adelanto de la ciencia.

Su cultura

Tenemos una amalgama de culturas: afro, indígena, española, caribeña, norteamericana, todas con rasgos típicamente colombianos.

Las expresiones musicales tienen más de 1025 ritmos, como el bambuco, el pasillo, el torbellino, la guabina y el bunde, la cumbia, el galerón, el joropo, el mapalé, el merengue. No nos faltan estilos, pues hasta el pasodoble lo hemos integrado a nuestros bailes de salón, a la par del rock and roll y el rap.

Los cantantes colombianos conocidos internacionalmente han puesto a Colombia en los éxitos musicales modernos: Shakira, Carlos Vives, Juanes, Andrea Echeverri y Maluma.

Su rostro feo

Pero como muchos otros países, tenemos políticos corruptos institucionalizados, intocables, abusadores del poder político que tienen la posibilidad de escaparse de ser ajusticiados.

Hemos vivido con odios políticos enconados durante decenas y decenas de años de lucha política que no acaba de superar el clientelismo y el partidismo, empecinados en mantenerse en el poder para seguir desangrando las arcas públicas contribuyendo a mantener la pobreza de los que no tienen acceso a dichas prebendas.

Adolecemos de un ejército que se involucró en masacres de campesinos durante la época de la Violencia y algunos policías sobornables por diversas razones. 

Hemos vivido y alimentado una violencia aceptada y practicada a nivel nacional, regional, callejero por los grupos de interés que la usan para mantener el control y poder que los alimenta diariamente. 

Se nos ha conocido, a lo largo de varias décadas como un país cuya inseguridad callejera se manifiesta en asaltos a la luz del día, robos en los buses, desfalcos en las compras, hurtos de automóviles en los parqueaderos. Momentos traumatizantes que multitud de personas han tenido que sobrevivir en silencio porque no hay fuerza pública que pueda impedirlo. 

El narcotráfico descontrolado ha envenenado a miles de consumidores, ha corrompido el sistema económico, político, al ejército y a la policía, logrando perpetuarse en su destructora producción de drogas que aniquilan a los que las consumen, pero que enriquecen desmesuradamente a quienes producen ese “paraíso” mortal.

No nos faltan abusos de derechos humanos sin justicia. Son los más pobres los que no tienen cómo defenderse y mucho menos conseguir justicia.

Nos caracteriza una cultura de critica negativa de los demás a sus espaldas y con la intención de destruirlos que, aunque universal, tiene una forma colombiana muy especial de ser. 

Tenemos una discriminación racial y de clase social que nos mantiene aún encasillados en niveles insalvables para la integración nacional.

A pesar de todo

A pesar de todo este rostro feo e hiriente que nos ha dejado con una herida en el alma nacional, me siento orgulloso de ser colombiano pues nuestro país ha producido para la historia latina y mundial nuestra marca de un país que no se doblega, sino que sigue luchando por conseguir esa paz tan anhelada, esa justicia tan necesaria para superar tantas inequidades.

Sigo orgulloso de poder contribuir a esa historia nacional e internacional en la medida en que nuestros esfuerzos individuales y colectivos nos hacen brillar en el firmamento del esfuerzo humano que sigue evolucionando.

Reynaldo Pareja

Diciembre, 2022

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En la tertulia pusieron como tema el orgullo (o no orgullo) de ser colombiano. Maravillosas las exposiciones de los siete u ocho contertulios que expresaron sus puntos de vista, casi todos con una enorme franqueza, sensibilidad y también con sentido poético.

Se dijeron cosas muy elocuentes, principalmente relacionadas con nuestros paisajes, nuestras riquezas naturales, nuestros deportistas, nuestros literatos, poetas y científicos, y se señalaron también las enormes fallas causadas por las violencias, la corrupción de los políticos y las clases dirigentes, las diferencias sociales y la pobreza generalizada. Ciertamente, un mundo de contrastes muy profundos, pero me atrevo a pensar que no diferentes del de otras naciones y regiones. Al admirar lo dicho me pregunté también y ¿por qué no dije nada? Y esa pregunta me llevó a clarificar lo que hubiera querido decir, posiblemente sin superar del todo las vaguedades y dualidades que me afectan.

Sinceramente, no siento ni orgullo ni no orgullo por ser colombiano. Aquí nací por causa de mis padres, de mis abuelos y de mis ancestros. Este es, ha sido y seguirá siendo mi país. Con todas sus contradicciones y sus enormes potencialidades. A pesar de haber viajado mucho y de haber vivido temporalmente en otros países y ciudades, siempre he tenido como punto de referencia y como “dirección permanente” a mi ciudad y a mi país. Simplemente, soy colombiano.

Pero ahora, al reflexionar para encontrar una respuesta, siento que el ser colombiano implica algunas diferencias sustanciales con otros países y con otras regiones del mundo y del continente. He vivido y estudiado en Estados Unidos, he recorrido la totalidad de América Latina. Conozco muchos países europeos y transitoriamente conocí algo de Asia y de África. No soy ciudadano del mundo, pero sí he recorrido parte del mundo. Creo que en esto nos parecemos muchos de nosotros, los que participamos en las tertulias. 

Pero lo que yo encuentro diferente en Colombia, en relación con otros países latinoamericanos, es el mestizaje de nuestra cultura y las implicaciones de dicho mestizaje en nuestras formas de pensar y de vivir. La cultura, o las culturas indígenas propiamente dichas, viven y son protagonistas, sin haber perdido su identidad (es decir, sin ser mestizas) en México, Guatemala, El Salvador, Ecuador, Perú, Bolivia y Paraguay. Allí no solo tienen presencia étnica, sino económica y política, y pesan en el comportamiento y en la definición de su nacionalidad. Son países profundamente multiculturales, si bien tienen algún predominio del mestizaje. 

En contraposición, en Colombia ‒y posiblemente en otros países hermanos‒ las culturas y los grupos indígenas son minoritarios y tienden a mestizarse para formar parte de la unidad nacional. Existen en Colombia grupos indígenas muy desarrollados e identificables, como en la Sierra Nevada y en el Cauca, y grupos muy primitivos en las llanuras y la Amazonia. Existen además las negritudes que forman parte sustancial de nuestra historia y se asientan especialmente en las costas e islas de nuestros océanos.  Pero me atrevo a pensar que solo hasta ya entrado el siglo XXI, estos grupos indígenas y esta cultura afro han principiado a lucir por su identidad para hacerse valer en el escenario político nacional. Algunos podrían considerar esta tendencia como un avance, si es que su ocurrencia no fuera una pauta impuesta por razones de las polarizaciones ideológicas que predominan en estos tiempos históricos. 

A donde quiero llegar, y posiblemente sea difícil expresarlo, es que el mestizaje es una condición fundamental de nuestra idiosincrasia y, posiblemente, es la causa de nuestras grandes posibilidades y de nuestros enormes contrastes. Porque ser mestizo es ser y al mismo tiempo sentir que no se es. Por ejemplo: no somos gringos, ni japoneses, ni chinos, , ni rusos, ni escoceses, ni suecos, ni italianos, etc. Sin embargo, afirmamos que por parte de nuestra herencia hispánica nos consideramos de tendencia occidental y cristiana. Pero tanto lo occidental como lo cristiano lo mestizamos (es decir, lo mezclamos) con aquellas herencias que heredamos de nuestros ancestros indígenas, cuando ellos fueron conquistados, que si bien nos cuesta trabajo reconocer, siguen vigentes en nuestras dualidades –y, por lo tanto, en nuestros comportamientos– y en eso que algunas veces llamamos “malicia indígena”, o “manera de ser colombiana”, o comportamiento democrático de puertas para afuera. 

Es la conjunción del trago, la parranda, el irrespeto, los parlantes desbocados e hirientes, los gritos y trifulcas en las calles en los días y las noches, el irrespeto a la mujer y los ancianos en Transmilenio, las exigencias de la llamada “primera línea”, los crímenes familiares de padres que sacrifican a sus hijos, las cárceles saturadas y muchas  otras desmesuras, apareadas conjuntamente con el respeto formal a nuestras leyes e instituciones, con el funcionamiento de la industria, el comercio y las finanzas nacionales, el éxito en nuestras exportaciones, la presencia en los escenarios mundiales, la enorme multiplicidad de nuestros centros educativos, nuestra producción agrícola, el progreso innegable de nuestras ciudades, las nuevas carreteras, el tráfico aéreo, los puertos ahítos de mercancías, nuestros éxitos deportivos y culturales, nuestros lugares turísticos, nuestras artesanías y tantas otras actividades imposibles de enumerar 

Y quizás sea por eso que dudo al reflexionar si no me siento orgulloso de ser colombiano, cuando al mismo tiempo me siento muy orgulloso de serlo y compartir con los demás colombianos nuestra cultura dual y compleja.

Hernando Bernal Alarcón

Diciembre, 2022

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Nuestro grupo aceptó el desafío de compartir de manera ordenada y por escrito las reflexiones de cada uno sobre los aspectos de la realidad de nuestro país que nos hacen (o no) sentirnos orgullosos de nuestra nacionalidad. Uno a uno manifestamos elementos de impacto en nuestras vidas y cómo hemos ido construyendo un tejido de eventos y personalidades, cultura y folclor, deportes y asuntos políticos que resumen vivencias, experiencias, sensaciones, tradiciones y muchas emociones relacionadas con nuestro país. Las compartiremos individualmente con nuestros lectores en próximas entregas.

Exjesuitas en tertulia – 3 de Noviembre, 2022
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