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lo que deseamos

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Con la lupa enfocamos lo cercano y con el telescopio lo lejano, pero esto no solo alude al espacio, sino que también podemos aplicarlo al tiempo. Con la lupa podemos mirar nuestros breves años de vida personal y, con el telescopio, podemos proyectarnos, al menos, a unos 3000 años de historia (por no alejarnos a los millones y millones de años del universo).

Un artículo anterior en este blog, se tituló La historia, esa maestra. Se me ocurrió pensar que también se podría decir La historia, esa autodidacta o La historia, esa alumna, porque no debe dejar de aprender… y nosotros con ella. 

Mi historia personal no llega todavía a los 80, y me parece mucho. La historia de la humanidad supera nuestra imaginación y, mirándola en perspectiva, es diminuta en relación con la edad de la creación evolutiva. 

Sin embargo, para no perdernos en unos cuantos años, lo mejor es salirnos de lo espacio-temporal y mirar (con lupa y con telescopio) el sentido de la existencia. Es como escribir una filosofía o una teología de la historia porque, cuando decimos “historia”, podemos estar hablando de la historia que se vive o de la historia narrada que escribe sobre la historia vivida

Pensar en la historia, en cualquiera de los dos sentidos, es algo muy complejo; también dicen que no se puede hablar de historia mientras se está viviendo en ella. Pero no importa: hablemos de nuestra vida, de nuestro país, de nuestro mundo, de nuestra historia.

Desde esta “tercera edad” personal, puedo preguntarme cómo ha sido, cómo es, cómo será lo que me falta de vida… Desde este “neolítico” o “era cuaternaria”, puedo preguntarme cómo ha sido, como es, cómo será la humanidad y la Tierra (por no decir el universo).

Como dije que nos saliéramos de lo espacio-temporal (aunque con los pies en el suelo), entonces me pregunto: todo esto, ¿qué sentido tiene? ¿Para qué la existencia? Puedo interrogarme: ¿cuál es el sentido de mi vida? O, de manera más general, ¿cuál es el sentido que tiene la vida? La vida, ¿tiene de por sí un significado o solo tiene el significado que quiera darle cada uno?

Las dos cosas a la vez: la vida tiene un sentido en sí misma, y también podemos escoger el sentido que queramos. Lo mostraré enseguida. 

Harari, en la lección XX para el siglo XXI, formula varias preguntas. Una de ellas dice: 

“¿Cuál es el sentido de la vida? Los humanos han estado formulándose estas preguntas desde tiempos inmemoriales. (…) ¿Cuál es la mejor respuesta en la actualidad”?

Este autor recorre en el capítulo una serie de mitos ‒según él‒, todos relatos ficticios. Pero llegamos a un párrafo que guía mi respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. Dice Harari:

“Aunque seamos libres para cumplir nuestros deseos, no somos libres para escoger qué desear”.

Si lo que deseamos no lo escogemos nosotros, es que ya está inscrito en nuestra naturaleza o vida humana. Eso que deseamos constituye el significado de nuestra vida, es lo que le da un sentido o, mejor dicho, ese es su sentido (este autor dice que mis neuronas me obligan). Lo que deseamos, por naturaleza, es el deseo irrestricto de conocer, el deseo de la verdad; el deseo inalienable de nuestra felicidad, de lo que es bueno para nosotros y el deseo del bien, no solo individual, sino del bien común, el deseo de obrar bien y obrar el bien para los demás, el deseo de servir, de amar.

El sentido de la vida humana está en la búsqueda y amor de la verdad, del bien y de la felicidad… Todo esto, de manera permanente, no efímera o perecedera, sino inmortal. Nuestra vida tiene en sí misma un sentido porque lo que deseamos no lo escogemos: estamos determinados por naturaleza para desear ser felices, desear la verdad, querer el bien, servir a los demás, amar y permanecer y, al mismo tiempo, nuestra vida tiene el significado que queramos darle: escogemos la manera de ser felices, decidimos cuál es “nuestra” verdad, queremos bienes específicos, decidimos el objeto y nuestra forma de amar, confiamos en que vamos a permanecer o no esperamos eso.

Diría que, sin intelección y sin fe, todo queda en un absurdo o enigma; la ciencia apenas alcanza a explicar el cómo, pero no explica ni el “de dónde”, ni el “por qué”, ni el “para dónde”, ni el “para qué”. Claro está que la urgencia del día a día y la lucha por las necesidades inmediatas dificultan que la mayoría de las personas se haga explícitamente estas preguntas, que pueden parecer “inútiles” o “teóricas”.

La significación o el significado es una tarea humana: cada época, cada ideología, cada pueblo, cada religión y cada cultura trata de encontrar respuestas.  

Nuestra cultura y nuestra religión son las que tenemos y las que nos dan nuestra respuesta. Esta respuesta plantea otra pregunta y es por la certeza de lo que responde. El tema de la certeza lo traté en el Caminos a la certeza, y la respuesta a las preguntas más existenciales está tratada en el de Tres retos, tres sueños, una realidad.

No conviene repetir lo mismo en los diferentes escritos, pero hay un leitmotiv que se mantiene porque es la verdad, la respuesta, la significación a la búsqueda. En nuestro caso, el leitmotiv es el mensaje del Evangelio, la Palabra de Jesús de Nazaret transmitida por la Iglesia. 

¿Podemos encontrar en el Evangelio luz para mirar ‒con lupa y con telescopio‒ la vida del ser humano y la historia, de manera que nos ayude a ver la dirección y destino para el ser humano y para la historia, para esta aventura personal y colectiva?  

Preguntaba también por el “por qué” y podemos preguntarnos si es lo mismo el “por qué” y el “para qué”. 

“Por qué”, quiere decir motivo o motivación, razón por la que se hace o se quiere algo.

“Para qué”, quiere decir objetivo o propósito, deseo para el que se hace o se quiere algo.

En ambos casos se presupone un sujeto, alguien personal, alguien que quiere algo. 

Con la “lupa” pueden preguntarse los padres por qué le dan la vida a sus hijos; para qué le dan la vida a sus hijos. Con el “telescopio” podemos preguntarnos: Dios. el Creador, ¿por qué quiere la creación, la historia, la humanidad?; para qué quiere la creación, la historia, la humanidad?

En el caso de los padres, las respuestas pueden ser tan numerosas como padres haya, si es que los padres piensan en por qué y en para qué (pues, muchas veces, se actúa sin pensar). En el caso de Dios, al ser uno solo, la respuesta tiene que ser una sola.

Dije que el significado de nuestra vida es el que le dé cada uno. El Evangelio nos da luz para precisarlo.

El significado de la vida, “adivinando” lo que Dios quiere de ella, está en su designio, su voluntad, su proyecto.

Una palabra, un poco extraña, es designio. El diccionario de la Lengua Española la define así: Designio, masculino. Pensamiento, o propósito del entendimiento, aceptado por la voluntad.

El Catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1992, comienza así en su numeral 1:

 “Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso…”.

En el numeral 26 dice: 

“La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida”.

Y desde el numeral 50 sigue explicando: 

“…Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo. (…) Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad…”. 

Más de 40 referencias, en este Catecismo, aluden al designio de Dios. En algún comentario se habla del proyecto de Dios. De manera que, con nuestras palabras, designio, proyecto y voluntad de Dios hacen alusión a lo que Dios quiere del ser humano y, en extensión, de toda la creación. 

Desde la fe, el sentido último de la vida es el mismo, tanto para el hombre individual como para la historia humana en su conjunto, pues sería arbitrario que Dios quisiera una cosa para unos y otra cosa diferente para otros. 

Felicidad, inmortalidad y divinización son anhelos humanos, sueños de la humanidad y objetivos finales que dan luz para poder ver, con lupa y telescopio, los objetivos inmediatos y variados de las personas, los grupos y las culturas, durante su historia “terrenal”. El querer, la voluntad de Dios, para el ser humano y para la humanidad, en esta historia, es que todos alcancemos la felicidad del servicio a los demás, la inmortalidad de lo que se hace bien y la divinización del amor verdadero, permanente y universal. 

Vicente Alcalá Colacios

Abril, 2022

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