Duele su muerte como el fallecimiento de un familiar. Desde los días siguientes se siente un gran vacío pero, además, ¿qué significa la muerte de un perrito?
Cuando la empleada abrió la reja, extrañó que Negrito no saliera a recibirla. Nos preguntó y, al mirar donde se acostaba con la puerta abierta, lo encontramos en su último sueño en el suelo, al lado de su colchoneta. Esa mañana, pensé que había ladrado como de costumbre, pero seguramente estaba yo distraído y no me di cuenta.
Mi hijo se conmovió apasionadamente como pocas veces lo he visto así. A los pocos minutos llamó por teléfono para contarle a su novia, y ambos estaban llorando. Ella pidió prestado un carro y, antes de una hora, había llegado aquí, para acompañarnos; no sé si quería más al novio o al perrito.
Mi señora y yo estábamos tristes, pero nos contuvimos, seguramente para no echarle leña al fuego. Hacía pocos días habíamos ido a pasar el puente y lo llevamos con sus pertenencias; fue el último paseo, más lejos, de Negrito. Él se quedó con la abuela bajo un árbol, mirando al lago y paseando de vez en cuando por el prado, mientras los tres “jóvenes” hicimos una caminata de dos horas, dándole la vuelta al lago.
Negrito es una manera de llamarlo, porque ya tenía poco más de once años y esa es bastante edad para un perro. Además, era muy grande: un labrador tranquilo y cariñoso. Mi hijo lo había recogido y adoptado desde muy pequeño, aunque ya había tenido algunos traumas; parecía que había estado hambriento y encerrado. Ya con nosotros, no se aguantó la perrera que compartía y de un salto despegó la teja de plástico y se salió por encima. Al morir Negrito, los perros anteriores ya habían muerto hace tiempo y había quedado solo… con nosotros. Las perritas están sepultadas debajo de un árbol cada una: Laura bajo un roble, Lulú bajo un magnolio, Pituche bajo una fucsia, Nieves bajo un pino-libro. Creo que las cenizas de Negrito vamos a conservarlas con nosotros o debajo de un amarrabollos.
Nuestra hija y yerno, cuando vinieron dos veces desde el exterior, se encariñaron con Negrito y siempre preguntaban por él cuando hablábamos. Por otro lado, la empleada me contó que su marido se había puesto a llorar cuando le contó que había muerto, porque cuando él tuvo un accidente y ‒en los días que estaba con Negrito‒ este lo acompañaba y le alzaba la mano para “curarlo”.
No le faltaba sino hablar, porque entendía todo y se hacía querer y acariciar. Siempre que Negrito quería entrar y estar con nosotros en el comedor o en la sala de T.V., ladraba en las horas acostumbradas. Mi hijo alternaba con él la disciplina espartana para educarlo y que obedeciera, con el cariño de un amor como ningún otro amor.
Comparando la muerte de un perrito con la de una persona pueden comprenderse ‒ dependiendo del tipo de relaciones que se hayan tenido‒ lo positivas o no, lo cercanas y frecuentes o lejanas y esporádicas. En todo caso, las relaciones son lo que más perdura aún después de la muerte, junto con los recuerdos. Si nos preguntamos por la permanencia después de la muerte humana podemos preguntarnos también qué pasa en la muerte de los perritos… y de los demás seres vivos.
La muerte es un misterio: por una parte, es natural y, por otra, nos cuestiona por su sentido, así como por el sentido de la vida misma y de la creación entera y su futuro.
Una respuesta muy plausible es que la existencia actual se transformará un día en una nueva forma de existencia. En el caso humano, lo expresa así un gran pensador:
“la inmortalidad no reside en el ser humano, en sí mismo, sino en su relación con la verdad, el bien y el amor inmortales…”.
Si la inmortalidad de una obra musical se la otorgan sus intérpretes y oyentes y se acabaría con ellos, la inmortalidad humana es otorgada por Dios que es eterno y, por eso, no se acaba.
Y si Dios otorga inmortalidad y existencia definitiva a la humanidad, es lógico pensar que con ella se transformará el modo de vivir y existir todo lo demás, que constituye el “medio” que envuelve a la humanidad. Si no es posible entender al ser humano sin su entorno, sin el mundo, sin las relaciones con los demás seres vivos y los seres en general, hay que comprender que una vida futura transformada del ser humano y de la humanidad necesita que su entorno, su mundo, sus relaciones subsistan transformadas. Si el universo actual somos uno, el universo transformado seremos uno.
Si los seres humanos tenemos la capacidad de transformar la realidad a nuestro alcance, cuanto más el Señor de la creación tiene la capacidad de transformar este mundo. Si Dios lo creó todo por amor, es lógico que también lo trasformará todo con su amor; confiamos que así será, aunque no conozcamos el “cómo”.
La existencia actual, así como la futura son, profundamente, un misterio. Pero ya en el Antiguo Testamento hay una luz para la existencia futura transformada:
“Miren, yo voy a crear un cielo nuevo y una nueva tierra; de lo pasado no quedará recuerdo ni se lo traerá a la memoria… (…) Como el cielo nuevo y la tierra nueva que voy a hacer durarán ante mí, así durará su descendencia y el nombre de ustedes” [1].
La revelación (Apocalipsis) del Nuevo Testamento nos corrobora en esta esperanza:
“Vi un nuevo cielo y una nueva tierra. El primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, el mar ya no existe… (…) Mira la morada de Dios entre los hombres: habitará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Les secará las lágrimas de los ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado… (…) Mira, yo hago nuevas todas las cosas… (…) Escribe que estas palabras son verdaderas y dignas de fe… (…) Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin”.[2]
Pablo, después de observar un altar al Dios desconocido, entre los griegos, les dijo que Dios
“no está lejos de ninguno de nosotros, ya que en Él vivimos, y nos movemos y existimos”[3].
Esto que es verdad desde ahora, cuánto más será verdad en la vida definitiva, cuando la oración de Jesús se cumpla:
“Que todos sean uno, como tú Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros (…) para que el amor con que tú me amaste esté en ellos y yo en ellos”[4].
Y no solo nosotros, sino que el universo entero será integrado y
“Dios será todo para todos (o será todo en todo)”[5].
Será el momento de la restauración universal. Estas son palabras misteriosas para nosotros en el presente, pero son palabras amorosas y verdaderas, de fe y de esperanza cristianas. La creación es para la salvación; todo lo creado será salvado, transformado, restaurado.
Y una última reflexión, previa a la fe: Al percibir cada día tanta belleza, tanto amor, tanta grandeza, tanta vida…, ¿no sería absurdo que todo esto acabara en nada? No es lo que pensamos. Pareciera que con la muerte se acaba la vida, pero no; confiamos en que la existencia permanece, transformada. También la de Negrito, como la de todo el universo.
[1] Isaías, 65,17 – 66,22.
[2] Apocalipsis, 21, 1-6.
[3] Hechos de los Apóstoles, 17, 27-28.
[4] Evangelio de San Juan, 17, 21-26.
[5] Primera Carta a los Corintios, 15,28.
Vicente Alcalá
Mayo, 2022