La Calera es un municipio cercano a Bogotá. Los 18 kilómetros que lo separan de la capital se recorrerían ‒a 60 kms/hora‒ en 18 minutos. Sin embargo, con frecuencia, el tiempo que se necesita es de 180 minutos. La carretera es un corredor para los “paseos al norte” y ciclovía “prioritaria” para la escalada de los deportistas hasta el alto de Patios. Sus contrastes no paran ahí: el municipio es todavía rural y agropecuario, a la vez que “ciudad dormitorio de Bogotá”; destino turístico y gastronómico, así como albergue de amplias urbanizaciones campestres y tradicionales viviendas campesinas.
Antes que el Teleférico de Monserrate y el Metrocable de Medellín, La Calera tuvo cable aéreo, desde 1927…, claro que en vez de ser para uso de personas, fue para transportar materiales para la fabricación de cemento. En efecto, el crecimiento de este pueblo donde vivo se debió en gran parte a la industria del cemento que contó más adelante con la fábrica La Siberia de Cementos Samper.
Hacia 1920, La Calera apenas contaba con unas 10 cuadras a la redonda…, a la redonda de la capilla doctrinera que hoy puede apreciarse al pie de la Alcaldía.

Seguramente, esta capilla fue el origen de la tradición religiosa de la población, en la que algunos de sus adultos mayores, en los años 90 del siglo XX, hacían referencia a las catequistas que los habían iniciado en su religiosidad.
Otro punto importante del municipio es la represa de San Rafael, que recibe un agua de las más puras y cristalinas del mundo desde el páramo y la laguna de Chingaza, que es transportada para consumo de gran parte de la ciudad de Bogotá.
A mitad de camino ‒de los 18 kilómetros que hay entre Bogotá y La Calera‒, hay un concurrido mirador desde el cual se observa actualmente la bella inmensidad de la capital, especialmente de su sector norte.
Saliendo de la cabecera municipal y pasando por los restos de la mencionada fábrica de Cementos Samper sube una carretera hacia el Parque Natural Nacional Chingaza, área protegida que conserva, entre otros recursos naturales, la fábrica de agua constituida por los frailejones y la niebla permanente, que alimentan la mencionada laguna y la represa de Chuza. Alrededor se puede contemplar ‒e incluso consentir a los venados‒ y observar también al oso andino, entre otros ejemplares de fauna silvestre, lo mismo que una gran cantidad de aves y de flora paramuna. Desde las verdes montañas aledañas se puede practicar el deporte del parapente, además de senderismo y montañismo, mientras se contemplan paisajes casi mágicos en 360 grados al rededor.
La Calera es el nombre occidentalizado del antiguo poblado llamado Teusacá, que se denomina así por el rio y la laguna del mismo nombre, que es una de las cuatro que, junto con las de Guatavita, Siecha y Ubaque, constituían un recorrido sagrado de los muiscas.
Hoy día, La Calera alberga diversos condominios de casas campestres: Casa de Campo, Macadamia y Macadamia del Rio, Valle Alto, el Club Pradera de Potosí, Amarillo y otros. En el casco urbano se encuentra en construcción un importante programa de Oikos.
La vereda de Márquez, situada en el valle de Sopó, entre este municipio y La Calera, la habitan campesinos sanos y honorables. El ambiente social es pacífico y seguro, de amistad y colaboración. Subiendo a la loma occidental se encuentra una finquita llamada Los Arrayanes de la Armonía. Ahí vivo y en 2015 celebramos los 90 años del padre Rodolfo Eduardo de Roux, S.J. junto con 20 amigos y amigas más, del grupo Cosmópolis de la Universidad Javeriana.

Vicente Alcalá Colacios
Enero, 2022