Una sobrina de nuestro compañero Carlos Torres Hurtado, que vive en Estados Unidos hace 17 años, nos comparte su punto de vista sobre el Informe final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición.
Como colombiana que no vive en Colombia, el Informe final de la Comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no repetición me gusta por tres razones principales.
La primera: me siento orgullosa de que tengamos la madurez de hacer una introspección y reconocer nuestro penoso pasado. Solo así vamos a salir adelante. No es fácil mirar nuestra historia. Es duro, es vergonzoso, es deprimente. La violencia, la corrupción y la negligencia han sido parte de Colombia, desde su nacimiento. Y oírlo, no de manera abstracta, sino de boca de las personas que han vivido lo invivible lo hace real y concreto. Creo que al igual que pasa con un individuo, solo al reconocer nuestras falencias y hablar abiertamente de cómo nos hemos equivocado, vamos a poder salir adelante.
Hay veces en que ser colombiana es muy frustrante, pero este proceso me dio esperanza de que tal vez estemos en un punto de inflexión, donde por fin después de 212 años, este tal vez sea el acto simbólico que nos pone en un camino diferente. No soy tan inocente de pensar que todo cambió inmediatamente y nos volvimos Suecia. No, pero tal vez, dentro de muchas generaciones los nuevos colombianos puedan mirar atrás y reconocer el punto de partida donde empezamos a forjar nuestro potencial y donde aprendimos a vivir con dignidad.
Segunda: es polifónico, tiene muchos puntos de vista. Nuestra realidad e historia es muy compleja y no puede reducirse a algo binario, como buenos contra malos, liberales contra conservadores, izquierda contra derecha, etc. Soy consciente de que hay mucha gente a la que no le gusta esta complejidad, que necesita una historia más sencilla, donde hay un solo tipo de víctima y un victimario, pero esa no es nuestra realidad. El Informe es profundo y quiere que no sigamos haciendo procesos de paz que no funcionen. Quiere sacarlo todo al aire para que no quede maleza escondida que vuelva a crecer.
Tercera: es únicamente colombiano. Es un proceso que está basado en historias personales contadas oralmente. Para nosotros, como colombianos, como dice el escritor Juan Gabriel Vásquez, es muy importante que “…nos oigan nuestro cuento…”. Mucha gente que dio su testimonio a la Comisión de la Verdad solo quería que la escucharan, que unos oídos le dieran validez a su sufrimiento, más allá de buscar venganza o sembrar odio.
Admiro profundamente al padre Francisco de Roux y a las personas que oyeron por horas y horas relatos inconcebibles, llenos de una violencia inefable, pero admiro más a las víctimas por tener el valor de hacerlo y encontrar las palabras. Creo que todos tenemos la obligación de leer el Informe y las historias del conflicto. Es nuestro deber entender al otro y es nuestro derecho saber la verdad.
No soy la mejor colombiana, no he seguido de cerca el proceso, ni la política y, para mi gran vergüenza, ni siquiera pude votar este año por descuido en la logística. Sin embargo, las audiencias de la JEP y la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición despertaron en mí una ilusión muy grande. No creo que sean perfectas, pero sí son serias. Y, a pesar de tener muchos bloqueos y estar en medio de un fuego político cruzado, lograron seguir un proceso profesional y respetuoso con las víctimas.
Me pregunto si esta búsqueda de la verdad, como el satyagraha de Gandhi ‒que significa la fuerza de la verdad‒, nos va a impulsar a todos los colombianos a aprender a vivir con dignidad.
María Catalina Torres
Septiembre, 2022