Home Tags Posts tagged with "Iglesia"
Tag:

Iglesia

Download PDF

La violencia se ha reiterado en el título de este extenso ensayo, que ya va más allá de la mitad. El siguiente texto entra de lleno en La Violencia (con mayúscula) que llevó a su consumación el orden establecido por la Regeneración y la tradicional dialéctica colombiana de enfrentamiento y reconciliación entre conservadores y liberales.

8. La Violencia, consumación de la Regeneración

Gaitán fue asesinado el 9 de abril de 1948. Su inesperada muerte dio rienda suelta a conflictos largamente postergados. La ira del pueblo contra la oligarquía, alimentada por Gaitán, se dirigió contra los jefes del orden oligárquico y sus símbolos: fue atacado el Palacio donde residía el presidente Ospina (1946-1950); periódicos y residencias de notables conservadores y de algunos liberales, templos e imágenes sagradas, fueron asediados y algunos fueron destruidos. Las masas enfurecidas arrasaron e incendiaron barrios enteros de la antigua Bogotá. 

El imperturbable Ospina respondió a la turba enfurecida y ebria con una masacre indiscriminada. Los dirigentes liberales se dividieron: un sector entró a participar en el gobierno, con el propósito de garantizar la estabilidad institucional, mientras el otro auspiciaba la conformación de guerrillas liberales y comunistas. Gracias a la división de los enardecidos gaitanistas, las élites liberales recuperaron el control de sus dos vertientes: la antioligárquica del primer Gaitán y la oficialista del segundo, cuando se convirtió en jefe del directorio Liberal. La reacción del pueblo se combinó con un violento y último enfrentamiento entre liberales y conservadores. Además, en ese conflicto se anudaron pasiones religioso-políticas y conflicto de intereses de terratenientes que aprovecharon el caos para incrementar sus propiedades, como lo analizan muy bien Gonzalo Sánchez y Donny Maertens. A partir de entonces, se desató una violencia sanguinaria que duraría por lo menos hasta 1953. 

En La Violencia, con mayúsculas (1948-1953), llegó a su consumación el orden establecido por la Regeneración y la tradicional dialéctica colombiana de enfrentamiento y reconciliación entre conservadores y liberales. La cifra de sus víctimas, que oscila entre 200.000 y 400.000 muertos, constituyó su holocausto final. La salvaje brutalidad desplegada en las masacres desbordó con mucho los imperativos de la guerra y revistió, más bien, el carácter cuasirreligioso de un sacrificio expiatorio o de una retaliación absoluta entre el bien y el mal. Revelaba, de este modo, la quintaesencia religiosa de la lucha entre los partidos. La Violencia y sus increíbles excesos, que amenazaban la estabilidad institucional, la agotaron como recurso para la relación entre los partidos. No era posible seguirla utilizando por más tiempo. Había que buscar caminos de reconciliación.

En 1950, triunfó Laureano Gómez con una escasa votación frente a un partido liberal disminuido y en desbandada. A la vez que acentuaba la violencia oficial contra liberales y comunistas, Gómez pretendió ‒como ya sugerí‒ implantar un régimen de cristiandad que reviviera, tardíamente, el espíritu católico de la Contrarreforma y la Regeneración. Sin embargo, la descomposición de la guerrilla en bandidaje y su parcial transformación en lucha campesina contra el poder terrateniente condujo al comandante de las Fuerzas Armadas, general Gustavo Rojas Pinilla, a deponer a Gómez mediante el golpe militar de 1953 y a buscar la “pacificación” del país a sangre y fuego. Los obispos, el alto clero y los conservadores ospinistas saludaron el golpe, aunque luego, cuando Rojas comenzó a matar estudiantes y obreros, manifestando a la vez su propósito de permanecer en el poder, lo declararon dictador. Masivas y continuas protestas ‒animadas además por una parte del clero‒ lo obligaron a renunciar y fue reemplazado por una Junta de cinco altos mandos militares que le darían paso a un arreglo entre los dirigentes políticos de los dos partidos tradicionales.

El orden establecido por la Regeneración y su dinámica de enfrentamiento y reconciliación, que ya describí, permiten comprender la coexistencia de estabilidad institucional y crónica violencia interpartidista, que sacudió a Colombia desde el siglo XIX hasta 1953 e incluso más allá. El mutuo respaldo entre Iglesia y Estado perduraría con altibajos incluso después de concluido el monopolio conservador del poder y condicionaría, en adelante, la cultura y el régimen político colombianos, por lo menos hasta mediados del Frente Nacional (1958-1974). Incluso el partido Liberal y hasta los mismos comunistas terminarían amoldándose a las pautas de comportamiento definidas por la cultura de la Regeneración. Tan profundas raíces echó el pacto entre Iglesia y Estado en la nación que ‒a pesar de sus numerosas reformas‒ le dio vigencia al espíritu de la Constitución de 1886 durante más de un siglo, hasta 1991. 

Más que Bolívar o Santander, fue esta alianza entre Iglesia y partido Conservador, impulsada por el cartagenero Núñez, la que marcó la cultura política colombiana. Como ya expresé, no tanto el “santanderismo” sino el “nuñizmo” católico ofrece la clave para descifrar la índole de las élites colombianas y su estilo de conducción política.

Para poner fin a una Violencia que se tornaba amenazante, las élites de los partidos tradicionales comenzaron a buscar su reconciliación definitiva. 

9. Mediación militar para la reconciliación bipartidista (1953-1991)

Tras la Junta militar, los jefes de los dos partidos, el conservador Laureano Gómez y el liberal Alberto Lleras, lanzaron el Frente Nacional (1958-1974), que consagró como norma constitucional el monopolio bipartidista del poder que duraría, formalmente, 16 años y, en la realidad, algo menos de 30, hasta la nueva Constitución de 1991, cuando ya los dos partidos tradicionales habían desaparecido y se habían subdividido en numerosos y pequeños grupos, de intereses con frecuencia oscuros, que reclamaban para sí el nombre de “partidos”. Esa mutante carioquinesis política de partidos y movimientos sigue avanzando sin cesar.

De este modo, la antigua y fanática cultura política reacia a la modernidad, que sin embargo estaba basada convicciones y valores, fue reemplazada por empresas electoreras que intercambiaban plata, tejas de zinc, almuerzos y traslados a pie de urna, por votos ya marcados y controlados; para ello contaban además con el apoyo de la fuerza pública ‒prácticas a la vez clientelares y coercitivas, a las que solo por analogía podríamos asignarles el nombre de cultura política‒. La agotada clerocracia colombiana le cedió entonces el paso a la democradura, editada en su original formato civil. 

Si damos una mirada muy general a los gobiernos militares de los años 50 y a los gobiernos civiles del Frente Nacional podemos decir que sus numerosas diferencias constituyen apenas distintos énfasis dentro de un largo período de transición burocrático-militar, que va desde el agotamiento y la quiebra del antiguo orden clerical de la Regeneración, producidos por La Violencia (1953), hasta la implosión final de la democradura, que dio lugar a una nueva Constitución (1991), totalmente opuesta a la de 1886.

10. La alianza bipartidista y la Iglesia

Los efectos del Frente Nacional fueron múltiples, inesperados y, a mi juicio, no suficientemente analizados. Subrayo tres que contribuyeron de modo particular a vaciar de contenido la tradicional cultura política y a debilitar, de paso, la legitimidad del Estado. El pacto bipartidista no solamente selló la paz entre liberales y conservadores como se suele repetir, sino que, de paso, suprimió también sus diferencias y los vació de contenido, socavando su arraigo en el sentimiento y la pasión popular. Mucha gente comenzó a mirar a los partidos como simples maquinarias electoreras de políticos corruptos. En segundo término, el Frente Nacional abandonó parcialmente los intentos modernizadores emprendidos por “la revolución en marcha” del primer López Pumarejo, y convirtió al Estado en simple botín burocrático de los dirigentes políticos y sus clientelas. Finalmente, el Frente Nacional trajo consigo una consecuencia habitualmente ignorada: una forzada secularización de la actividad política y, en consecuencia, la pérdida del antiguo principio seudorreligioso de identidad nacional, cohesión social y legitimación política. 

En la Regeneración, la Iglesia había desempeñado un lugar central. Constituía el núcleo legitimador del régimen político y la instancia integradora de la cultura y la sociedad nacionales. El pacto bipartidista la desalojó de su lugar de privilegio. Ante todo, eliminó su arbitraje entre los partidos y una parte significativa de su influencia en el manejo del poder. Liberales y conservadores aprendieron a perpetuarse en el gobierno prescindiendo de la Iglesia y sin recurrir casi nunca a los encontrados sentimientos religiosos del pueblo colombiano. El Frente Nacional introdujo, pues, una secularización desde arriba que le sobrevino repentinamente a una sociedad arcaica, no preparada para asumir la política con criterios modernos.

A esta súbita desacralización de la política se sumó luego la secularización inducida por la rápida y desordenada “modernización” de la sociedad colombiana. La violencia en el campo, sumada al desarrollo industrial de la ciudad que demandaba mano de obra, aceleró el éxodo campesino, el proceso de urbanización y la rápida pérdida de los valores rurales de carácter comunitario. De contera, podemos añadir que la inmigración campesina amontonó inorgánicamente en torno a las ciudades las llamadas “clases populares”, potencial sujeto de una verdadera democracia o carne de cañón de un clientelismo demagógico y finalmente autoritario, apoyado por la coerción de la fuerza pública.

La alianza bipartidista tuvo también altos costos internos para la Iglesia. Al perder su exclusiva referencia al partido Conservador, la Iglesia dejó de constituir un bloque políticamente unificado. Fueron apareciendo en ella divisiones políticas que contribuyeron a restarle cohesión, fuerza y credibilidad. Comenzando por Camilo Torres, algunos sacerdotes, religiosas y laicos se acercaron al ELN de la época. Y esas actitudes contestatarias reforzaron a su vez en los obispos, durante los años 70 y 80, la postura defensiva y francamente reaccionaria que les era habitual. El resultado fue la fragmentación y polarización de la Iglesia. 

Por la brecha abierta en la unidad y el poder de la Iglesia católica penetraron en Colombia otras confesiones e iglesias cristianas, numerosas sectas, innumerables creencias e increencias y ritos de toda naturaleza. El papel de cohesión cultural que desempeñaba el catolicismo se debilitó sustancialmente y, en su lugar, encontramos hoy una extendida atomización de la antigua consciencia religioso-política nacional. Hasta hace poco perduraba, sin embargo, en la cultura colombiana su antiguo talante católico, es decir, dogmático y autoritario, sobre todo en las élites de Antioquia, del eje cafetero, el Tolima y el Huila, así como también en los Santanderes y el Cauca. 

En suma, la Iglesia católica dejó de ser el “fundamento del orden social” colombiano sin que su papel de cohesión cultural fuera sustituido por una racionalidad política moderna ni por una élite dispuesta a desarrollarla. Su desdibujamiento fue dejando tras de sí un enorme vacío de valores y normas compartidas, y un notorio déficit de legitimación del régimen político. En suma, legó división, caos y virtual anarquía. En reemplazo de la Iglesia, el Frente Nacional desarrolló una formidable maquinaria bipartidista de legitimación electoral a punta de compra de votos y, en su respaldo, acudió a la coerción policiva y militar. La fuerza pública adquirió entonces la importancia y el peso que no había tenido hasta ese momento y que se incrementaría de manera alarmante desde fines del siglo XX y primeras décadas del XXI.

Al mismo tiempo, desde mediados de los 50 se multiplicaron los centros educativos de orientación laica y tuvieron un notable desarrollo los medios de comunicación masiva, como la radio, la televisión y el cine, con lo cual el monopolio cultural ejercido desde el púlpito, la cátedra y el confesionario se vio rápidamente barrido por una intensa competencia multicéntrica y una cotidiana penetración doméstica de nuevas informaciones y opiniones plurales. 

Ni qué decir del imperio actual de los celulares, que de una generación a otra van rompiendo los lazos de los jóvenes no solo con las iglesias y sus propios padres y maestros, sino incluso con la generación precedente. Estamos ante una sociedad nacional y mundial en acelerada y constante transformación. Podemos hacer parte del proceso o, desorientados, optar simplemente por ser sus espectadores.

Luis Alberto Restrepo M.

Septiembre, 2022

3 Comentarios
0 Linkedin
Download PDF

Desde 1910, empezaron en Colombia los primeros esfuerzos en favor de una cierta modernización y alguna democracia que, sin embargo, terminaron estrellándose contra los representantes del antiguo orden oligárquico. 

7. Regeneración contra modernización (1910-1946)

Desde 1910, comenzaron a desarrollarse en Colombia los primeros esfuerzos en favor de una cierta modernización y alguna democracia, que sin embargo terminaron estrellándose contra los representantes del antiguo orden oligárquico. 

En décadas iniciales del siglo XX irrumpió en el escenario público el primer sujeto real de la democracia colombiana: un incipiente movimiento obrero, capaz de reivindicar sus derechos frente a los abusos de los enclaves norteamericanos del banano y el petróleo, abusos cometidos bajo el auspicio de las oligarquías locales que resultaban “favorecidas” (sobornadas) por las multinacionales. Finalmente, en 1930, el partido conservador llegó dividido a las elecciones y perdió el poder. Retornó al gobierno ‒hasta 1946‒ un liberalismo atemperado, como señalé, por la derrota política y militar de comienzos del siglo, por más de cuarenta años de imperio del orden conservador y de su reeducación en la familia y la escuela católicas.

Desde los años treinta, la constitución del sujeto social de la democracia colombiana seguiría un doble movimiento convergente: desde abajo, avanzaría la organización campesina, obrera y popular conducida por Jorge Eliécer Gaitán y el Partido Comunista de Colombia (PCC). Mientras, desde el gobierno, el liberal López Pumarejo (1934-1938) lanzó la “Revolución en marcha” con la que intentaba modernizar el Estado y adelantar una reforma agraria que le diera cauce institucional a la inconformidad de obreros y campesinos. Tanto su presunta revolución como la lucha proclamada por Gaitán contra la oligarquía convocaron y movilizaron al naciente sujeto social de la democracia colombiana, con mayor eficacia que la ortodoxia de los comunistas. Comenzaban a esbozarse, pues, dinámicas modernas de confrontación e integración social, aunque todavía percibidas con la radicalidad de la pasión seudorreligiosa propia del siglo XIX. 

Los dieciséis años de la República Liberal (1930-1946) fueron complejos y cambiantes. Para empezar, fueron numerosos los recelos y críticas entre sus distintos y sucesivos gobernantes, Olaya Herrera, López Pumarejo I, Santos Montejo y López Pumarejo II. Este es uno de los graves males políticos de Colombia: que casi ningún expresidente –con la excepción de Belisario Betancur y Virgilio Barco‒ se resigna a no seguir gobernando o al menos a permitir que su sucesor lo haga sin obstaculizarlo. Así lo estamos viendo desde ya con el gobierno saliente y podemos suponer cómo será más adelante. 

Graves acontecimientos mundiales contribuyeron a complicar el periodo que se inició en Colombia en 1930. La crisis del año 1929 en la Bolsa de Nueva York dio comienzo a la Gran Depresión económica, al desempleo y el hambre en el mundo entero. En Estados Unidos, el demócrata Franklin Roosevelt fue elegido presidente e inició el New Deal (el nuevo contrato social). En toda América Latina florecían las dictaduras militares –salvo en México, donde imperaba la dictadura civil del Partido Revolucionario Institucional, PRI–, pero la Colombia liberal permaneció inconmovible. Como dice un historiador: “Todo era conservador: el Congreso, la Corte Suprema, el Consejo de Estado, el Ejército, la Policía, la burocracia”.

En 1929, el Partido Conservador se dividió en dos candidatos: el general Alfredo Vásquez Cobo y el poeta Guillermo Valencia (abuelo de Paloma). Ante la falta del arbitraje eclesiástico, los dos aspirantes conservadores decidieron presentarse por separado. 

Los liberales lanzaron a Enrique Olaya Herrera, que arrasó en las elecciones. La prolongada hegemonía conservadora, empujada por la crisis económica que disparó el desempleo en las industrias y en las obras públicas, culminó en un vuelco electoral. Los liberales obtuvieron claras mayorías en las elecciones.

El partido Conservador entregó el poder sin resistencia. Sin embargo, poco después empezó la violencia partidista en los pueblos de los Santanderes, mientras en las ciudades crecía la agitación social, alentada por el desempleo y el hambre provocados por la Gran Depresión. El ministro de Hacienda ‒el conservador Esteban Jaramillo‒ lo resumiría más tarde: “Rugía la revolución social, que en otros países no pudo conjurarse”. En Colombia sí, gracias a que el gobierno de Olaya recurría a la colaboración bipartidista, tantas veces repetida desde mediados del siglo XIX, esta vez bajo el nombre de “Concentración Nacional”. A conjurar la revolución en Colombia contribuyó asimismo la guerra fronteriza con Perú. Tropas del ejército peruano invadieron Leticia y en las fronteras murieron unos pocos soldados peruanos y colombianos; en Colombia los partidos y todas las clases sociales se unieron en una exaltación nacionalista. Hasta Laureano Gómez, el nuevo caudillo conservador, implacable crítico del gobierno de Olaya (del que venía de ser su embajador en Alemania), se unió al coro patriótico: “¡Paz! ¡Paz en lo interior ‒clamó en el Senado‒! ¡Y guerra! ¡Guerra en la frontera contra el enemigo felón!”. Poco después, cuando se hizo la paz, Gómez denunció violentamente al gobierno por haberla hecho y volvió a desatar la guerra interna, temiendo que los éxitos de Olaya hubieran abierto el camino para un gobierno liberal, no de coalición, sino claramente “de partido”, que a continuación encabezaría Alfonso López Pumarejo y su Revolución en Marcha.

Interrumpiendo el relato, presento aquí al señor Gómez, fundador de la ultraderecha conservadora, uno de los personajes más influyentes y poderosos del siglo XX. Junto con López Pumarejo y Gaitán, marcaría el siglo pasado e inspiraría La Violencia. De padres santandereanos nacido en Bogotá, Laureano Gómez fue un católico batallador, formado por los jesuitas en el Colegio Mayor de San Bartolomé. Concluido el bachillerato, estudió Ingeniería Civil en la Universidad Nacional de Colombia. Como político heredó los rasgos de la Iglesia combativa del siglo XIX, impulsada especialmente por Pío IX y luego, en el XX, por Pío X; una Iglesia cuya tradición se enlaza con las Cruzadas y la Inquisición. 

Gómez acusó en repetidas ocasiones al Partido Liberal de incitar a la violencia, pero pasaba por alto las prédicas del clero a favor de una declaración de guerra contra el liberalismo. El dirigente conservador promovió una reforma constitucional por la cual se le devolverían a la Iglesia los privilegios que los concordatos le habían otorgado y los liberales habían derogado durante sus administraciones. Sin embargo, la jerarquía se mantuvo neutral durante su gobierno. Fervoroso antiyanqui, para Gómez era preferible que el Canal de Panamá estuviera en manos alemanas o japonesas (las fuerzas del “Eje” Berlín-Roma-Tokio) a que lo siguieran administrando Estados Unidos. 

En cambio, Eduardo Santos, que también había sido antiyanqui, aunque guardó neutralidad verbal en la gran guerra, en la práctica tomó partido por los aliados, siguiendo el camino marcado por Estados Unidos, al cual desde entonces –y desde mucho antes: desde Suárez, Ospina Rodríguez y Santander–, permaneció unida Colombia. A diferencia del resto de Hispanoamérica, el país convirtió a la nación del Norte en su “estrella polar”, que casi siempre ha guiado sus pasos, al menos hasta hoy. El gobierno saliente de Colombia ha sido un ejemplo insigne de esta vergonzosa sumisión, a pesar de la patente y prolongada distancia del presidente Biden. Ahora, apenas Gustavo Petro resultó elegido como nuevo presidente, fue inmediata y amablemente felicitado por Biden y su secretario de Estado, marcando así la diferencia con su predecesor. Falta ver si Petro y su canciller Leyva logran construir, como lo pretenden, relaciones de igualdad con Washington. Es de temer que bajo cuidadosas formas diplomáticas, la vacilante democracia norteamericana siga imponiendo sus intereses en Colombia.

Vuelvo a la historia de López Pumarejo. Alfonso López Michelsen diría cuarenta años después que su padre era “un burgués progresista”. En efecto, hijo de uno de los colombianos más ricos de su tiempo, López Pumarejo se consagró a la política. Su gobierno (1934-1938), conformado con jóvenes liberales de izquierda, intelectuales, periodistas y estudiantes, y con dirigentes sindicales, llegó proponiendo reformas basadas en la intervención resuelta del Estado en el ámbito político, económico y social. Como lo anunció en su discurso de posesión: “El deber del hombre de Estado es efectuar por medios pacíficos y constitucionales todo lo que haría una revolución por medios violentos”.

No obstante, su partido Liberal seguía siendo mayoritariamente un partido de gamonales, abogados y terratenientes, como en los tiempos de Murillo Toro o del general Santander. Por esta razón, mediada su administración, López mismo se vio obligado a anunciar una “pausa” en las reformas ya que, pese a tener un Congreso homogéneamente liberal (Laureano Gómez había ordenado la abstención electoral de su partido), este se componía de liberales de muy distintos matices, y predominaban en él los liberales radicales tipo Manchester, que rechazaban la intervención del Estado. Así que, de las reformas anunciadas, no fue mucho lo que se realizó. 

Una reforma agraria que ‒por enésima vez, desde el siglo XVI‒ proponía redistribuir la tierra, tampoco en esta ocasión lo consiguió: su famosa ley 200 de 1936 fue revertida a los pocos años por la Ley 100 de 1944, durante el segundo gobierno del mismo López Pumarejo. Mejor suerte tuvieron una reforma tributaria que por primera vez puso a los ricos a pagar impuesto de renta y patrimonio, una reforma laboral que consagraba el derecho a la huelga y la reforma de la educación universitaria. Finalmente, la medida que más encendió a Laureano y su partido fue la reforma del concordato con el Vaticano que protocolizaba la separación de Iglesia y Estado. La Santa Sede y el papa Pío XII lo aprobaron, no así los conservadores.

Luis Alberto Restrepo M

Septiembre, 2022

4 Comentarios
1 Linkedin
pope, rome, vatican
Download PDF

El breve recuento en los artículos anteriores del turbio pasado y complejo presente de la Iglesia católica me permite entrever algunos de los monumentales retos y cambios que esta institución tendría que acometer si alguna vez quisiese retomar el camino de Jesús, el Cristo, y así hacer un aporte significativo al mundo de hoy.

En un reto más externo, el Papa tendría que renunciar al Estado Vaticano, sucesor del palacio de Letrán y herencia de Constantino, y reincorporar ese territorio a Italia. Las propiedades de la Iglesia podrían entregarse en fideicomiso u otra figura a una empresa internacional que se encargara de su mantenimiento y administración y las convirtiera en un centro de cultura, en un polo de turismo o en ambas cosas combinadas. Una parte de la renta le permitiría a una reducida burocracia eclesiástica instalarse en algún modesto edificio, atender a las necesidades de la comunidad universal y apoyar sobre todo a las comunidades que enfrenten mayores dificultades. La guardia suiza debe desaparecer. Todos los archivos vaticanos deben quedar abiertos a los investigadores. 

¿Tendrá la Iglesia la fe y el coraje para hacerlo? ¿O le teme a ese tipo de verdad? Creo que si no se estrellara contra el infranqueable muro de los poderosos príncipes de la Iglesia y de millones de católicos cuya fe descansa aún en la magnificencia y el poder del aparato eclesiástico, hacia allá marcharía con gusto el papa Francisco. Y una vez que Bergoglio desaparezca, veremos el más tenaz choque entre la Iglesia de algunos países menos avanzados, que lucha por volver a la inspiración original de la fe, y los nostálgicos rezagos de una Cristiandad europea que se desmorona.

Sin embargo, el reto más serio que enfrenta la Iglesia es la revisión de sus concepciones teológicas. Ese desafío me obliga a reiterar esta consideración: la fe cristiana no es fe en algo, sino en alguien: Jesús de Nazaret. Sus seguidores no recibieron de él un cuerpo de doctrina al que debían adherir. Simplemente, vivieron un proceso de maduración de la fe y la confianza en su persona. Comenzaron por admirar su firme talante, sus acciones y palabras; luego, se fueron sintiendo seducidos por su personalidad y comenzaron a seguirlo; más tarde, llegaron a considerarlo como el Mesías anunciado por los profetas y elegido por Yahveh para salvar al pueblo de Israel. Finalmente, Pablo de Tarso ‒quien no lo había conocido personalmente‒ tuvo una profunda experiencia de su presencia y lo reconoció como el Hijo único de Dios enviado a todos los seres humanos. De allí nació la fe cristiana como adhesión más o menos profunda ‒hasta llegar a ser incondicional‒ a Jesús, el Cristo. Esta adhesión no entrañaba la aceptación intelectual de una doctrina, sino una nueva forma de vida. Seguimiento de su testimonio y su palabra, adopción de su mirada sobre la sociedad e incorporación de sus valores. 

Sin embargo, durante los primeros siglos los cristianos se vieron confrontados con los interrogantes filosóficos que les planteaban una sociedad y una cultura helenizadas. En consecuencia, los concilios de Nicea y Constantinopla intentaron darles respuesta. Desde entonces, la fe cristiana pasó a ser identificada con la aceptación intelectual de una doctrina supuestamente “verdadera” que transmitía una imagen de Jesús teológicamente aséptica, disecada e inmunizada. Y, en esa condición, pasó a convertirse en la ideología político-religiosa de la Cristiandad (sustituto ‘religioso’ del Imperio romano), así como de su larga, corrupta y violenta decadencia. Bajo su legado, se asfixian aún hoy la fe y la Iglesia católica. 

Con el paso de los siglos, la “sana” doctrina de la fe cristiana quedó convertida en un inexpugnable búnker dogmático y teológico que desalienta a quien quiera revisarla, con el agravante de que cualquier intento de retorno a las fuentes ‒si no se limita a la Biblia y sobre todo al Nuevo Testamento (la sola Scriptura que, con buenas razones, reclamaba y aún reclama la Reforma)‒ recae forzosamente en las interpretaciones helenizantes de los Santos Padres, que confunden la fe con la adhesión a una compleja doctrina.

No solo la Iglesia católica enfrenta hoy grandes desafíos. Todas las religiones ‒en particular, las tres religiones monoteístas‒ tienen dos retos mayores. El primero, la inadmisible competencia entre dioses diferentes, cuyos fieles pretenden que el suyo sea superior a los demás o, peor aún, el único “verdadero”. El segundo, el derrumbe completo de la visión del cosmos en el que se sustentan los libros sagrados de las tres religiones mencionadas.

Comencemos por el primer desafío: la absurda competencia entre dioses diferentes. Hasta ahora, cada religión y espiritualidad ha pretendido ser la “verdadera” y definitiva portadora del único mensaje de “salvación” de validez universal. Para los judíos, Yahveh es el único Dios verdadero, creador de todos los pueblos, aunque la fe en él sea privilegio exclusivo de Israel, el pueblo elegido. El cristianismo asumió una pretensión similar y entendió a Jesús como el Hijo único de Dios y su manifestación definitiva. Siguiendo esa tradición, Mahoma y el islam reclaman al Corán como el único libro realmente necesario, rebajaron a Jesús a la condición de un profeta más y el islam exaltó a Mahoma como el último y definitivo profeta.

Sin duda, de la pretensión de superioridad y absoluta primacía de su “Dios” han derivado buena parte de su fuerza histórica esas tres religiones. A Israel y al judaísmo les ha dado los arrestos para conservar la esperanza y sobrevivir a veinte siglos de persecuciones, sufrimientos y derrotas ‒y, también, para alimentar ahora su agresiva arrogancia‒. El cristianismo y el islam han hallado en esa misma convicción su fuerza expansiva y misionera, y también su fuerza represiva y guerrera. 

Hoy, el reclamo de validez exclusiva y universal de cada uno de los tres “dioses” diferentes –Yahveh, Jesús y Alá– ha dejado de ser sostenible. En la medida en que el reclamo de validez exclusiva o de mera superioridad de cada religión todavía se mantiene, el mutuo entendimiento y la pacífica convivencia de los pueblos que las profesan se hacen imposibles. Sus promotores entran inevitablemente en disputa por territorios y población, y conducen al conflicto y la violencia. Tras la desaparición de la URSS y con la crisis actual de la democracia, las religiones se están convirtiendo en un importante argumento movilizador al que recurren los políticos oportunistas, desde Isis hasta muchas iglesias pentecostales. Mientras perdure la competencia entre dioses excluyentes, todo ecumenismo resulta falso. Es, si acaso, un vano ejercicio de diplomacia, urbanidad y cortesía entre sus dirigentes.

Hasta hace poco, las religiones y los pueblos se ignoraban casi por completo unos a otros. El gran público desconocía otras culturas y, en todo caso, estaba lejos de sentirse interpelado por ellas. Hoy, en un mundo cada día más unido por redes globales ‒mercados, turismo, televisión por cable, internet, redes sociales‒ todos vamos convirtiéndonos en vecinos de barrio. Y una especie de siete mil seiscientos millones de seres pensantes, asediada cada día por innumerables conflictos terrenales e inmediatos, se resiste cada vez más a creencias que no le traen paz, sino nuevas fuentes de enfrentamiento.

Vayamos más a fondo. Si queremos salir de la trampa que nos tiende el enfrentamiento entre los dioses, debemos descartar los calificativos de “verdadero” o “falso” para cualquier dios o religión. Y, con mucha mayor razón, si esta calificación depende de sus dogmas doctrinales. 

Creo que las distintas religiones pueden ser calificadas como más o menos “consistentes” según el tipo de vida que inspiren a sus fieles. Su “verdad” no depende tanto de la corrección y el acierto de sus distintas doctrinas, sino de su capacidad para inducir en sus seguidores una solidaridad efectiva entre sus semejantes, hecha de servicio, generosidad y perdón con quienes los rodean y, sobre todo, con los más débiles de la sociedad; en suma, en la medida en que aporten cada día a la “creación” de una sociedad menos bárbara y más humana. Desde el punto de vista cristiano, este principio es completamente consistente con el punto de vista de Jesús: “En esto conocerán que son mis discípulos, si se aman unos a otros”.

Solo si las diversas religiones dejan de disputar por una supuesta verdad exclusiva de su propia doctrina y se consagran a complementarse en un esfuerzo conjunto por “terminar de crear” a la humanidad, humanizándola mediante un amor efectivo, podrán ser creíbles y avanzar en su aproximación ecuménica. De lo contrario, si persisten en exaltar la exclusiva primacía de sus doctrinas e identificar su fe con ellas, el ecumenismo seguirá siendo una farsa y las tres religiones se irán desacreditando por sus disputas.

Si la fe cristiana es confianza y seguimiento de Jesús en una solidaridad práctica con el otro, ¿por qué no extender la “comunión” de las comunidades cristianas a los fieles del judaísmo y del islam, que también creen en un Dios-Amor o, incluso, a los practicantes del más originario budismo zen, abierto al silencio interior y la compasión hacia los demás, o al hinduismo, para el que todo es de alguna forma divino? Sin pretensiones de superioridad cada comunidad creyente o cada corriente espiritual de hoy podría compartir con las demás su amor solidario, sin pretender imponerles a los otros su propio paquete de creencias.

Más aún, ¿por qué no incluir en esa gran comunidad universal a todos aquellos seres humanos que, en algún grado, admiran y siguen a Jesús, así no lo crean Dios o, simplemente, a quienes creen en la fuerza del amor y tratan de vivirlo? Esta gran comunidad universal de mujeres y hombres de buena voluntad podría dar lugar a una fiesta de la esperanza, la solidaridad y la paz en el mundo actual. El actual aparato de la Iglesia católica podría dedicar talvez sus energías y recursos a impulsar esta gran comunidad espiritual.

Más complejo es el segundo desafío que enfrentan las tres religiones herederas de la Biblia. Todo su relato, incluyendo el Nuevo Testamento, descansa sobre la imagen de un mundo que ha desaparecido por completo. Para el Libro, todo el universo fue creado por Dios como el hogar del ser humano. Un hogar seguro, gobernado por el poder misericordioso de su creador. Nuestra casa, la Tierra, ocupa el centro del firmamento; incluso el Sol gira alrededor suyo. Desde el cielo, “Dios” guía al hombre y a la mujer como Padre amoroso. Son su obra maestra, fabricada “a su imagen y semejanza”, a quienes insufló el hálito de vida y les confió el planeta para que se multiplicaran y lo dominaran. En ese universo ordenado y estable los seres humanos parecían vagar a la deriva. Por eso, para conducirnos por el camino de regreso, Dios envió a su Hijo al mundo. En esta casa, los cristianos se han sentido abrigados y seguros, pero desde el inicio de la modernidad nuestra casa comenzó a derrumbarse a pedazos. En los últimos cien años una avalancha de conocimientos fue derrumbando el techo y las paredes de nuestro ‘hogar’ y arrasando con el vecindario del que no quedan ni rastros. Hoy vivimos al descampado, a la vera del camino: hasta nuestra historia familiar ha cambiado de raíz.

Kepler demostró que el Sol no gira alrededor de la Tierra, sino al contrario. El Sol y el sistema solar hacen parte de la Vía Láctea, una galaxia en espiral conformada por unos 300.000 millones de estrellas. En 1923, Hubble descubrió que fuera de la Vía Láctea existen otras muchas galaxias. En la actualidad, su número se estima entre uno y dos billones, en las que pueden hallarse unos 700 cuatrillones de estrellas. 

Entonces, la Tierra es muchísimo menos que una mota de polvo entre miles de millones de galaxias y planetas. Su formación parece haber sido un improbable producto del azar. El mismo ser humano tampoco es resultado de una directa intervención divina, sino producto de una azarosa evolución que comenzó hace más de 13.500 millones de años y que terminó generando nuestro mismo espíritu. Así, pues, somos el producto de millones de millones de complejas y azarosas combinaciones y nos hallamos perdidos en una esquina insignificante de una desconocida, misteriosa y silenciosa inmensidad. El proceso evolutivo natural parece haber concluido. En cambio, damos los primeros pasos en una nueva era en la que la evolución estará en parte gobernada por los mismos seres humanos. La ingeniería genética irá extendiendo sus alcances sin que sepamos aún sus límites.

Gracias a investigaciones de la NASA y de otros centros similares, ahora sabemos que en torno a más o menos una quinta parte de las estrellas, giran planetas en una franja donde las temperaturas permiten la existencia de agua líquida en la superficie y que podrían sostener la vida tal y como la conocemos. Solo en nuestra Vía Láctea podría haber más de 10.000 millones de planetas potencialmente habitables. ¿Estaremos solos? Casi diría que esa soledad resulta improbable. Ante esta nueva comprensión del universo ¿dónde quedan las imágenes de la Tierra y del ser humano que nos brindaban las religiones “verdaderas”?

De los notables avances de la ciencia en los últimos cien años talvez muchos concluyan que las religiones fueron mitos infantiles de sociedades primitivas y quizá miren por encima del hombro a los ingenuos e ignorantes que aún creen en Dios. Según lo que he señalado antes, razones no les faltan. Para mí, estos recientes hallazgos de la ciencia –que se harán cada día más rápidos y sorprendentes– no resuelven el Gran Enigma que llamamos “Dios”; más bien lo ahondan y amplían hasta dimensiones que no alcanzamos a concebir. 

A mi juicio, a los seres conscientes se nos plantearán siempre dos grandes preguntas: de dónde venimos y para dónde vamos. No creo que nos satisfaga saber que venimos del Big-Bang y que marchamos hacia la extinción del universo causada por su expansión y enfriamiento progresivos. Como dice la teología católica, “Dios siempre es más grande”. Si no fuera así, toda esta gigantesca aventura humana, tan llena de hondas alegrías e inmensos dolores de miles de millones de seres que luchan por vivir con dignidad, sería apenas una mala broma de algún perverso dios desconocido. Y aun si pretendemos acallar estos interrogantes, nos habita a todos una extraña pulsión de perpetuidad que no se satisface con la aceptación resignada de una existencia efímera.

Las religiones son creaciones culturales de distintos pueblos. “Dios” es un ser siempre manifiesto para quien se abra a su Enigma, pero nuestra capacidad de comprensión es infinitamente limitada y se encuentra ensombrecida. Los grandes genios espirituales de los pueblos, inspiradores de su religión –seres especialmente sensibles y abiertos a los enigmas del universo–, han creído poder descifrar el Gran Enigma y han transmitido su profunda experiencia en los conceptos y representaciones propias de su tiempo y lugar. En este sentido, puede decirse que “Dios” se les ha “revelado”, de modos muy diversos. Cada religión ofrece un camino y un sentido final y respetable de la vida. Sus mensajes no son ciencia en el sentido moderno, ni historia, aunque algunas se sustenten en un trasfondo de hechos históricos. Son expresiones de sabiduría existencial sobre el sentido final de la vida y sus valores.

El judaísmo ancla su fe en la figura de un mítico Abraham, quien ‒frente a las creencias en múltiples dioses‒ habría afirmado la existencia de un solo principio y fin de toda realidad: Yahveh. A diferencia del distante y silencioso Ser de los filósofos griegos, el Yahveh de Israel es para el judaísmo alguien que se comunica con su pueblo e interviene en su historia. 

Jesús de Nazaret da un paso más. Para él, ese alguien es un “Padre” común en quien deposita su confianza y cuyo propósito final apunta a suscitar un amor incondicional entre los seres humanos, que incluya la defensa intransigente ‒nunca violenta‒ de la justicia y solidaridad especial con los más vulnerables. Ese es su Reino. Quizá lo más arduo y excepcional de ese amor es el perdón a los enemigos: “Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo” (Mt 5,43-45); “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). El perdón a los enemigos es entonces el test decisivo de la fe cristiana. (¿Hemos creído alguna vez los colombianos en el Dios de Jesús?…).

El Corán, por su parte, exalta la unicidad de ‘Dios’ y consagra a Mahoma como su último y decisivo profeta. Funda su moral en la ley natural y tiene por principios fundamentales la oración, la limosna, el ayuno, la peregrinación. Los escritores mahometanos alaban el estilo del Corán, quizás su mayor atractivo. Es sublime cuando describe la majestad y los atributos de ‘Dios’, detalla bellamente los eternos placeres del Paraíso, y es terrible cuando habla de las llamas devoradoras. En contraste con Jesús, Mahoma y el islam recurren a la violencia para defenderse de sus enemigos y para conquistar nuevos pueblos para el islam.

Luis Alberto Restrepo M.

Mayo, 2021

12 Comentarios
0 Linkedin
Download PDF

En el artículo anterior, el autor definió y diferenció pedofilia y pederastia, y categorizó ocho rasgos y actitudes comunes a los pederastas ‒sexo y edad, rasgos personales, falta de empatía, parentesco con las víctimas, contacto con menores, experiencias traumáticas, ausencia de violencia y autojustificación‒. Ahora, se adentra en las relaciones entre pederastia y celibato sacerdotal.

A primera vista los aspectos comunes de los pederastas no implican una relación obligada con aquellas personas que han optado por el celibato como condición para ser ordenados sacerdotes. Sin embargo, varios de estos aspectos son fáciles de encontrar en sacerdotes o religiosos pederastas. Si alguno de ellos fue víctima de abuso sexual en su infancia, puede encontrar en el estado de célibe el ambiente perfecto para ocultar su trauma y después expresarlo con abusos similares en los niños con quienes tenga contacto frecuente. Este abuso experimentado en la niñez (y reiterado en otros años más tarde) no es un fenómeno aislado. Un estudio internacional llevado a cabo por Finkelhor en 1994[i] resume la prevalencia de abuso sexual infantil en 21 países. El estudio estableció tasas de prevalencia entre 7 y 36 % en mujeres y entre 3 y 29 % en hombres[ii].

El contacto con niños se facilita porque el sacerdote cuenta con un voto de confianza de los padres de familia: ellos asumen que la cercanía a sus hijos es bienintencionada, pues está instruyéndolos en temas religiosos o fomentando el desarrollo de las virtudes que habrán de convertirlos en buenos cristianos. Esta cercanía y contacto frecuente con los niños le permite al sacerdote pederasta desarrollar con uno o varios de los muchachos una relación amistosa que va progresivamente convirtiéndose en una relación de afecto que terminará expresándose sexualmente con algunos de ellos. De hecho, en muchos casos las propias víctimas no viven inicialmente el abuso como tal: son manipulados de manera que llegan a pensar que se trata de una especie de juego o una forma especial de relacionarse con ese sacerdote.

La falta de empatía del pederasta de ver y aceptar que su agresión causa sufrimiento real al menor atacado lleva con frecuencia al sacerdote pederasta a ignorar o minimizar la importancia del acto, o los daños causados a la víctima.Con frecuencia expresan, cuando son sometidos a interrogatorio, que la relación no ha sido dañina para el menor. Su máxima justificación llega a afirmar que el menor abusado ha aceptado y/o deseado esa relación. Cuando un sacerdote pederasta no es acusado o denunciado oportunamente por alguna de las víctimas, suele transcurrir un largo tiempo antes de ser capturado y juzgado, lo que le permite impactar la vida de decenas de niños. 

Jean Marc Sauvé, presidente de la Comisión de Investigación de Casos de Pederastia en Francia, precisó que 30 % de las víctimas tiene hoy más de 70 años y el 50 % entre 50 y 70 años y que el impacto en ellas son “vidas arruinadas, destruidas, una imposibilidad de vivir y una dificultad considerable para superarlo”[iii].  Esto explica por qué muchas víctimas han tardado tanto tiempo en denunciar a sus predadores. El impacto fue de tal envergadura que hasta que no llegaron a una edad adulta no se atrevieron a denunciar a esos sacerdotes pederastas, mientras que sufrían en silencio el impacto sicológico profundo y duradero que dichos traumas les causaron.

Lastimosamente. la pederastia dentro de la Iglesia católica no es un fenómeno aislado o local, sino una inaceptable y dolorosa realidad mundial. Es difícil encontrar estadísticas estandarizadas globales por la diversidad de culturas y hay pocos estudios sobre el tema, aunque en la última década se han hecho públicas más denuncias por parte de las víctimas, a la vez que se han realizado estudios de los abusos sexuales efectuados por pederastas. Esto ha permitido tener un inventario desconcertante de conductas de sacerdotes o religiosos que durante muchos años de ejercer la pederastia a escondidas finalmente han salido a la luz pública, dándole una insospechada dimensión al abominable ejercicio de una sexualidad no integrada.

La siguiente declaración del Arzobispo Silvano Tomasi contextualiza el problema en su dimensión global: 

El representante de la Santa Sede ante la ONU, el arzobispo Silvano Tomasi, informó en 2009, en una declaración ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que según las estadísticas internas del Vaticano entre el 1,5 % y el 5 % del clero católico estaba involucrado en casos de abusos sexuales a menores”[iv]

Entre 1964 y 1976 las dispensas en el clero secular sumaron 17.253. Utilizando la cifra intermedia entre 3 % y 5 % el dato arrojaría entre 518 y 863 sacerdotes del clero secular involucrados en abusos a menores. Si estos, en promedio, abusaron sexualmente entre 3 y 5 niños, se tendrían cifras inaceptables de víctimas: de 1554 a 3415 niños abusados[v].

En Europa y América se han identificado sacerdotes y religiosos católicos como abusadores sexuales de menores de edad en varios países[vi].  En España, Pepe Rodríguez, en La vida sexual del clero, reseña una investigación de 1955 del catedrático Félix López Sánchez, de la Universidad de Salamanca, publicada por el Ministerio de Asuntos Sociales de España: 4,17 % de los abusos a menores los hicieron religiosos a un universo de 262.587 abusos sexuales a niños de edad y 44.780 a niñas también menores: 307.367 niños y niñas abusadas sexualmente[vii].

Irlanda ofrece un número inaceptable de víctimas de sacerdotes: más de 14.500 niños. Las primeras acusaciones empezaron a revelarse a fines de los años 80. En octubre de 2005, una investigación del gobierno en una diócesis del condado de Wexford reveló más de 100 casos de abuso sexual a menores por miembros de la Iglesia católica. El Informe Ferns, de más de 271 páginas, exponía alegatos contra 21 sacerdotes que habían trabajado en la diócesis entre 1966 y 2002[viii]. El 20 de mayo de 2009, la Comisión Investigadora de Abusos de los Niños (Ryan Commission), tras casi 10 años de investigación, publicó un informe con más de 2000 testimonios que relatan abusos físicos y sexuales por responsables de internados de órdenes religiosas católicas. Es uno de los mayores casos de reconocimiento de abusos sexuales eclesiásticos: abarca más de 35.000 niños abusados en un período de 86 años (1914-2000)[ix].

La comisión independiente encargada de investigar los casos de pederastia en la Iglesia católica de Francia estima que en el país ha habido al menos 3000 menores víctimas de abuso sexual desde 1950, aunque un portavoz de la comisión afirmó que las denuncias recibidas durante los últimos meses abarcaban 5300 testimonios. El presidente de la comisión, Jean-Marc Sauvé, indicó en una conferencia de prensa que el número de agresores no era inferior a 1500.

En los Países Bajos miles de niños sufrieron abusos sexuales por parte de clérigos católicos durante más de seis décadas. Se identificaron alrededor de 800 posibles perpetradores, según una comisión de investigación independiente, que publicó el reporte en 2011. La comisión afirmó que recibió 1795 informes de abuso sexual de menores llevados a cabo por el clero. 

En Argentina hubo, entre 2004 y 2009, al menos cuatro sacerdotes condenados por abuso de menores, una cifra muy por debajo de la realidad no documentada.

En mayo de 2018, los 34 obispos integrantes de la Conferencia Episcopal de Chile presentaron su renuncia al Vaticano por haber ocultado abusos sexuales a menores.​ La renuncia la provocó el caso de Fernando Karadima, acusado por tres víctimas de abuso: José Andrés Murillo, James Hamilton y Juan Carlos Cruz. La Santa Sede lo declaró culpable en enero de 2011 y lo sometió a una vida de retiro en oración y penitencia y le prohibió, a perpetuidad, el ejercicio público de cualquier acto del ministerio, en particular la confesión y la dirección espiritual de cualquier clase de personas y asumir cualquier encargo en la organización Unión Sacerdotal, de la cual era miembro activo. El 23 de mayo de 2019, el arzobispado de Santiago de Chile se vio obligado “a entregar a cada uno de los tres demandantes un cheque por la cantidad de $146.935.981 pesos chilenos”[x].

En 2019, se hicieron acusaciones judiciales contra dos sacerdotes: la Santa Sede expulsó del estado clerical a un profesor en la Universidad de Costa Rica[xi]. Este se fugó del país y tiene orden internacional de captura. Otro, Jorge Arturo, buscado por abuso sexual, lo arrestaron las autoridades judiciales mientras intentaba escapar por la frontera con Panamá. A la fecha de escribir este texto, está en prisión preventiva. Diez sacerdotes más han sido acusados formalmente. Casos notorios son el del padre Minor, conocido por su microprograma televisivo Un encuentro con Cristo y como director de Radio María, quien fue interpelado por presuntas relaciones sexuales con un menor de edad mientras estaba en un automóvil, aunque nunca fue condenado por esto, y el del sacerdote Enrique V., que pudo huir del país asistido económicamente por dineros de la Iglesia girados por el arzobispo de San Carlos. ​

En 2010, la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual por Sacerdotes (SNAP) de México dio a conocer una lista de 65 sacerdotes acusados en Estados Unidos de abuso sexual, pertenecientes a varias diócesis mexicanas; algunos de ellos aún ejercen su ministerio. SNAP también ha acusado al arzobispo de México por haber protegido a varios de estos sacerdotes, particularmente al padre Nicolás R., procesado en Tehuacán por abuso sexual contra por lo menos 60 niños.​ La cuarta demanda contra este prelado la presentó SNAP ante un tribunal federal estadounidense en Los Ángeles. ​ El acto lo minimizó la Arquidiócesis Primada de México, que calificó la denuncia como “calumniosa”, “engaño mediático” y “oportunista”[xii].

Un informe de la BBC de 2004 declaró que en Estados Unidos 4 % del clero católico ha realizado prácticas sexuales con menores (cerca de 4000 sacerdotes durante los últimos 50 años), aunque solo entre 5 % y 10 % de las víctimas los ha denunciado, según Bárbara Blaine, presidenta de la Red de sobrevivientes de abusados por sacerdotes (SNAP)[xiii]. Un estudio de la National Review Board encontró que 4392 sacerdotes fueron acusados del abuso sexual de 10.667 menores entre 1950 y 2002. De ese total, cerca de 6700 casos presentaron suficientes pruebas; 3300 no fueron investigados porque los sacerdotes habían fallecido y 1000 no presentaron pruebas fiables para justificar una investigación[xiv].

En febrero de 2004, una investigación encargada por la Iglesia reveló que más de 4000 sacerdotes en Estados Unidos se han visto envueltos en acusaciones de abusos sexuales de más de 10.000 niños, la mayoría chicos, en los últimos 50 años. El 14 de agosto de 2018, el Fiscal General de Pensilvania, Josh Shapiro, dio a conocer un informe de documentos internos de seis diócesis católicas que hacía constar que más de 300 curas católicos abusaron de más de 1000 víctimas menores de edad y fueron encubiertos por la Iglesia católica de ese estado[xv].

Un informe indicó que los costos relacionados con estos problemas superaron los 570 millones de dólares por concepto de gastos legales, indemnizaciones, terapia para las víctimas y tratamiento para los infractores. Esa cifra no incluye 85 millones de dólares que pagó la arquidiócesis de Boston para resolver algunas de las demandas presentadas por las víctimas. La arquidiócesis de Boston, la cuarta diócesis católica estadounidense más grande, en donde comenzó la avalancha de escándalos, anunció a finales de mayo de 2005 el cierre de 65 de las 357 parroquias de su jurisdicción porque financieramente no podía sostenerlas después de los pagos a que había sido obligada[xvi].

Desafortunadamente, Colombia no ofrece registros tan detallados como los recién expuestos. De lo que se conoce, apenas hay 57 procesos penales contra sacerdotes por pederastia, la mayoría en Antioquia. En 2010 capturaron al clérigo Luis Enrique, que recibió una condena de 18 años y 4 meses por violar a dos niños de siete y nueve años en el Líbano (Tolima); había huido de la justicia durante casi tres años. Un programa periodístico publicó un informe de un sacerdote, representante de una fundación para niños, acusado de abuso sexual a varios menores de edad; sin embargo, no fue procesado judicialmente. Allí mismo mencionó a otro sacerdote, vicerrector de un colegio del sur de Bogotá, por un video grabado que alumnos entregaron a la policía nacional, donde abusaba a un menor de edad. Pese a esta denuncia, el sacerdote solo fue trasladado a otra diócesis.

Desde 2009, William de Jesús Mazo, párroco de la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, está recluido en la cárcel de Villahermosa, Cali, condenado a 33 años por violar a cuatro niños. En la cárcel de Manizales permanece Pedro Abelardo, párroco de Filadelfia, Caldas, condenado en 2008 a 21 años por abusar sexualmente de un joven con trastorno mental moderado. Otros casos son el del padre Víctor Manuel, de 40 años, capturado en Medellín por actos sexuales con menor de 13 años, en hechos ocurridos el 12 de agosto de 2013. Por otra parte, en 2011, el sacerdote Jairo Alzate fue condenado a siete años de prisión por el delito de acceso carnal abusivo y reiterado en Pereira, en 2008, a un menor de 10 años[xvii].

Otra historia de escándalo es la del padre Roberto Antonio Cadavid[xviii], que está en la lista negra de Estados Unidos, quien llegó a una parroquia en Brooklyn, Nueva York, con una recomendación de la arquidiócesis de Medellín. Su vida sacerdotal de más de 30 años está salpicada de acusaciones de pederastia. Hay pruebas de que él habría pagado a varias de sus víctimas para acallarlas. El obispo de Medellín, Ricardo Tobón López, ha sido cuestionado por su supuesta tolerancia de casos como el de este y otros sacerdotes que han logrado seguir ejerciendo su ministerio. 

Desde 2011, el espinoso tema de los sacerdotes pederastas entró en la agenda de la Conferencia Episcopal, aunque la curia está lejos de promover decididamente una revisión a fondo de lo que sucedió en el pasado, situación reconocida por el cardenal Rubén Salazar:   

“En el país no estamos capacitados todavía para hacer este tipo de investigaciones (…). Creo que aún nosotros no somos lo suficientemente conscientes de que este es un problema que ha afectado y sigue afectando a la Iglesia”[xix]

Es casi incomprensible que la Iglesia colombiana haya sido tan tibia en enfrentar con sinceridad y justicia el caso de sacerdotes pederastas y tomar acciones decisivas que dejen en claro que dicho comportamiento es indigno y malvado y que quien cometa tales actos será puesto en manos de la justicia penal para que reciba el merecido castigo. La Iglesia ha debido sancionar ejemplarmente, desde el principio, a todos los pederastas, retirándoles sus prerrogativas de ejercer las funciones sacerdotales y prohibiéndoles tener contacto con niños a los cuales podrían someter a su impulso sexual no controlado.

El primer argumento esgrimido por la Iglesia era que había salvar el prestigio de la misma. La forma más fácil de hacerlo, para evitar un escándalo que la desprestigiaría y le disminuiría creyentes que dejarían de confiar en la institución, era transferir al pederasta de una diócesis a otra, muchas veces sin advertir al párroco u obispo, que tendría como superior, la razón de fondo de su transferencia. Un segundo argumento, frente a la petición de que abolir el celibato reduciría los casos de pederastia, es que estos son consecuencia de la elección de personas sin una verdadera vocación, que deberían ser identificadas a tiempo. Sería indispensable conocer el perfil sexual de dichos candidatos para que las autoridades eclesiásticas advirtieran suficientemente temprano qué potenciales candidatos adolecen de algún rasgo de pedófilo o pederasta. Una vez identificados esos rasgos psicosexuales, la mano firme consiste en no ordenarlos, retirarlos del camino sacerdotal y hacerles caer en cuenta de la necesidad que tienen de tratamiento profesional médico. Este es un camino más seguro para reducir enormemente los futuros casos de abuso sexual de los niños por parte de sacerdotes regulares, así como de los de las órdenes religiosas. ¡Cuánto dolor evitarían a las potenciales víctimas y cuánto bien le haría a la Iglesia tener un clero que acepta su celibato con alegría y sin traumas que terminen hiriendo a niños indefensos por el resto de su vida!


[i] Finkelhor, D. (1994). The international epidemiology of child sexual abuse. Child Abuse & Neglect. 18, 409–417.

https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/8032971/
[ii] Almendro Marín, María Teresa, Belén Eimil Ortiz, Raquel García Baró y Pilar Sánchez del Hoyo (2013). Abuso sexual en la infancia: consecuencias psicopatológicas a largo plazo. Revista de Psicopatología y salud mental del niño y del adolescente, 22, 51-63. 
https://www.fundacioorienta.com/wp-content/uploads/2019/02/Almendro-Maria-22.pdf

[iii] El Tiempo (2020), Francia calcula 3.000 casos de abuso sexual en la Iglesia desde 1950. Junio 17.  

https://www.eltiempo.com/mundo/europa/pederastia-en-la-iglesia-francia-calcula-al-menos-3-000-casos-de-abuso-sexual-desde-1950-507920

[iv] La Gaceta de la Iberoesfera (2014). ONU-Vaticano: las cifras reales. Febrero 5.

[v] Piccardo, Diego Rafael (2014). Breve historia de los últimos cincuenta años de la Iglesia Católica (1964-2014). Ciencia y Cultura, 18(32), 9-63.

http://www.scielo.org.bo/pdf/rcc/v18n32/v18n32_a02.pdf

[vi] Wikipedia. Casos de abuso sexual infantil cometidos por miembros de la Iglesia católica.

https://es.wikipedia.org/wiki/Casos_de_abuso_sexual_infantil_cometidos_por_miembros_de_la_Iglesia_cat%C3%B3lica

[vii] Rodríguez, Pepe (1995). La vida sexual del clero. Barcelona: Ediciones B.

[viii] Wikipedia, o. c.

[ix] Ibid.

[x] El Mostrador (2019). Caso Karadima: finalmente Arzobispado de Santiago pagó a víctimas millonaria indemnización ordenada por la justicia. Junio 12.                                                       https://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2019/06/12/arzobispado-de-santiago-paga-a-victimas-del-caso-karadima-millonaria-indemnizacion-ordenada-por-la-corte-de-apelaciones/  

[xi] Wikipedia, o. c.

[xii] Ibid.

[xiii] Ibid.

[xiv] Ibid.

[xv] Ibid.

[xvi] Cullinane, Susannah (2019). Cronología: las denuncias de abuso sexual en la Iglesia católica en las últimas décadas. CNN, marzo 19
https://cnnespanol.cnn.com/2019/03/19/linea-de-tiempo-las-denuncias-de-abuso-sexual-en-la-iglesia-catolica-en-las-ultimas-decadas/

[xvii] Wikipedia, o. c.

[xviii] El caso de Cadavid y de otros sacerdotes ha sido detallado por Juan Pablo Barrientos (2019) en Dejad que los niños vengan a mí. Pederastia en la Iglesia católica de Colombia. Bogotá: Planeta.

[xix] El Tiempo (2019). Pederastia, la vergüenza de la Iglesia que se va develando en Colombia. Mayo 14.

https://www.eltiempo.com/vida/religion/casos-de-pederastia-de-la-iglesia-catolica-en-colombia-361196

Reynaldo Pareja

Mayo, 2021

6 Comentarios
0 Linkedin