Algo debe estar escrito en el destino de Colombia para que fuera Gustavo Petro ‒y no otro‒ el llamado a consolidar la paz en este ensangrentado país. No me refiero al cabalístico número 9…
Pareciera que la vida de Gustavo Petro estuviera asociada con el número 9: las circunstancias muestran que nació un 19 de abril, militó en el M-19, se desmovilizó en 1990, pactó con las fuerzas políticas de esa época la Constitución de 1991, el 29 de mayo el Pacto Histórico consiguió 29 representantes a la Cámara y un número inédito (20) curules en Senado; ni siquiera que el 19 de junio alcanzó con Francia Márquez la presidencia. Sin embargo, nada de eso es señal de su destino.
Lo realmente venturoso para este país es que Gustavo Petro, para cumplir a sus electores y a Colombia entera las ambiciosas promesas de campaña, debió someterse a la crudeza de números nada míticos: de los 108 senadores, el Pacto Histórico logró 20 (o quizá solo 19, si a Piedad Córdoba la enjuician y debe dejar su curul), y no los 30 que había proyectado; en la Cámara, de los 188 obtuvo 29 representantes. Alcanzar las anheladas mayorías absolutas para imponer las necesarias reformas cual aplanadora ya no era real. Si tal cosa hubiese ocurrido, el reformismo duraría tal vez cuatro años y las derechas neoliberales retomarían el Estado en el siguiente período, como ocurrió con Lasso en Ecuador, para intentar lo imposible: domar el descontento social. El Pacto, para ser histórico y no pasajero, debe cubrir a la mayoría del pueblo colombiano. Eso lo entendió el candidato inmediatamente. Aunque ganara la presidencia no tendría gobernabilidad.
A partir de ese momento se notó en Gustavo Petro la sabiduría del estadista, o si otros quieren verlo así, la capacidad de leer la realidad política para adaptarse de inmediato a los hechos. No solo moderó el discurso; abrió sus brazos hacia sectores que lo rechazan con o sin razón o están a la espera de que el Centro Esperanza se recupere. Asigna a Roy Barreras, avezado político conocedor de los entramados politiqueros y con amigos en todos los partidos (pues ha militado en todas las vertientes liberales, a excepción del Nuevo Liberalismo) la tarea de contactar a todas las colectividades para invitarlas a participar en un amplio acuerdo nacional.
Roy llegó a decir que en solo 72 horas había tenido conversaciones con al menos 57 dirigentes políticos de todos los partidos. Ese papel lo ejercerá con mucho más detalle en el nuevo Congreso de la República, pues logró el consenso para ser presidente del Senado. La apuesta por un acuerdo nacional para pactar sobre lo fundamental había sido el sueño de Álvaro Gómez Hurtado. Esa apertura fue la semilla de lo que hoy viene creciendo: la esperanza, a la par que la disminución del temor, a pesar de voces tremendistas como la del expresidente Pastrana.
El pasado reciente ya se ve lejano. La llegada al Congreso de Rodolfo Hernández y su fórmula vicepresidencial, con una postura de contribuir a ese pacto después de conquistar más de 10.000.000 de votos, pesa más que estridentes voces aisladas. Los números se imponen. La imagen de Fajardo enseñando su voto en blanco, candidato que solo sedujo al 2.24 % de los votantes, contrastó con la de millones de nuevos electores.
El destino, ese 19 de junio, tomó la forma de campesinos embarrados al cruzar caminos veredales, filas de indígenas en sus resguardos, canoas repletas por los ríos chocoanos, jóvenes ansiosos por estrenar su cédula, mujeres de todas las clases esperanzadas. Los “nadies y las nadies” aparecieron al final en la tarima del Movistar Arena rodeando a la elegida vicepresidenta Francia Márquez y luego al nuevo presidente Gustavo Petro. Esa multicolor y alegre fiesta se replicó en calles de pueblos y ciudades. Y esa esperanza renacida que sentía ese 50,44 % de electores comenzó a expandirse desde esa noche a partir del discurso sereno, pacifista, acogedor del nuevo presidente de los colombianos.
Álvaro Uribe, que aceptó dialogar, colocando a Colombia por encima del rencor, es una señal. Más aún: la designación de ese otro Álvaro ‒Leyva Durán‒ como canciller muestra que la figura de la guerra, representada en uno, y la de la terca lucha por la paz, del otro, pueden al fin confluir en una sola imagen: la de una Colombia que emprende, ahora sí, el largo camino de la reconciliación y de una paz esquiva, para que el campo reverdezca y el trabajo fructifique.
¿Será posible que la encíclica Fratelli Tutti tenga al fin asidero en la Tierra? De todos depende que así sea.
Los invito a repensar nuestro papel para que Colombia sea la ganadora final.
Luis Arturo Vahos Vega
Septiembre, 2022