Con el juego de la perinola el profesor Antanas Mockus nos enseñó a los colombianos que el lado ganador era “Todos ponen”, es decir, que solo con el aporte y la contribución de todos los ciudadanos el país podía progresar de manera equitativa para que el resultado fuera “Todos ganan”.
La historia de la perinola viene a cuento porque ahora, en el debate sobre el proyecto de reforma tributaria, le han añadido una nueva cara que no estaba dentro de las seis de la perinola de Mockus: “Otros ponen”.
Nadie, o solo unos pocos, cuestiona la necesidad de una reforma tributaria para garantizar la sostenibilidad de las finanzas públicas que, a su vez, es un requisito esencial para el crecimiento económico. El tamaño del déficit fiscal cercano a 6 % del PIB y el explosivo crecimiento de la deuda pública, que ya alcanza 75 % del PIB, son amenazas muy reales a esa sostenibilidad. Además, se necesitan nuevos recursos para continuar los programas sociales que el anterior gobierno dejó desfinanciados, lo mismo que para tapar el enorme hueco del subsidio a los combustibles, que puede superar $30 billones este año.
Para atender todas estas necesidades y para hacer menos inequitativo el sistema tributario del país en el que las personas más ricas pagan muy pocos impuestos, el ministro Ocampo propuso una reforma tributaria con el objetivo de recaudar unos $25 billones.
La reacción nacional ha sido paradójica: de una parte, elogios a la responsabilidad fiscal del ministro para sanear las finanzas públicas, pero de otra protestas y reclamos de todos los afectados con los nuevos impuestos o la pérdida de gabelas tributarias. La gente acepta que es necesario que se recauden más impuestos, siempre y cuando se los cobren a otros, es decir, que “Otros pongan”.
Así, por ejemplo, los accionistas no quieren que les suban las tarifas a sus dividendos; los productores de bolsas de plástico contaminantes olvidan su preocupaciones ambientalistas y rechazan que las graven; los mineros no aceptan compartir sus ganancias extraordinarias cuando sube el precio internacional de sus productos; los constructores de vivienda y los hoteleros protestan contra la eliminación de los subsidios con los que han hecho pingües ganancias, y así podría continuar la larga lista de todos los que no quieren perder sus privilegios.
Con frecuencia, para rechazar los cambios se dice defender los derechos de los más pobres. Así, los productores de bebidas azucaradas ‒siempre tan preocupados por el bolsillo de los pobres‒ rechazan el impuesto a sus bebidas; o el 2 % de pensionados, que recibe más de $10 millones, reclama en nombre de los que reciben un salario mínimo; o los que dicen defender la deducción de 40 % de los costos laborales de los 500.000 cafeteros, cuando la mayoría de ellos no declara renta.
La reforma sí necesita ajustes y hay tributos que pueden ser exagerados o perjudiciales, pero la posición del ministro Ocampo es totalmente lógica y sensata: está dispuesto a modificar el proyecto, siempre y cuando le propongan otros tributos que compensen el recaudo de los que se quiten.
Sin embargo, la mayoría de las propuestas presentadas hasta ahora son para que “Otros pongan”, sin ofrecer alternativas, con lo cual el resultado del juego será “Todos pierden” y los únicos que ganarán son los que van a presionar al Congreso para no tener que poner más.
Mauricio Cabrera Galvis
Agosto, 2022