Los mensajes de pocas palabras e inmediatos ‒a los que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación actuales, como Twitter y WhatsApp‒, la demonización del adversario, las falsas noticias y las interpretaciones conspirativas han sustituido frecuentemente el análisis sereno de las posiciones políticas diferentes a las nuestras.
El déficit de argumentación y de debate respetuoso desemboca en el insulto, la repulsa y el enfrentamiento. Los debates dejan de serlo para convertirse en polémica, literalmente “guerra” (del griego pólemos). En esas guerras verbales rápidamente se sube la voz, se bajan los argumentos y se irrespeta al otro porque no se está buscando la verdad, sino combatir (polemizein) al adversario y hacerlo morder el polvo.
Sobre esas actitudes propias de fanáticos me hicieron las siguientes reflexiones un par de amigos de ultratumba que en vida sufrieron las heridas de agrias polémicas por no haberse alineado incondicionalmente con un bando y haber mantenido su independencia en el análisis honesto de la realidad que les tocó vivir.
Albert Camus me recibe con mucha sencillez, con su cigarrillo Gitanes colgando de la comisura derecha de sus labios. Todavía se le ve afectado por los anatemas de los comunistas y por su ruptura con Jean-Paul Sartre.
‒Tanto en las controversias públicas como en las discusiones entre amigos me urgieron a ser incondicionalmente fiel a un bando. Pero vi claramente que la polarización ideológica anula la posibilidad misma de una posición matizada, pues hace que los argumentos sean cada vez más maniqueos: “nosotros” encarnamos el Bien y la Verdad; los “otros” encarnan el Mal y el Error.
‒”Nos asfixiamos entre gente que cree tener toda la razón”, dijiste una vez. Muchos nos sentimos igual hoy. Las redes sociales ‒que posibilitan los mensajes anónimos e inmediatos, cargados de pasión, cuando no de mala fe‒ se han convertido en un escenario en el que fácilmente el debate es sustituido por el combate.
‒Observo desde estas alturas que incluso más allá de Twitter o Facebook, el campo intelectual y mediático se está convirtiendo en un campo de batalla donde todos los golpes son permitidos. Sin embargo, el fenómeno no es nuevo; lo novedoso es su amplitud. En todo tiempo y lugar los predicadores intransigentes de una posición ‒y de unos intereses‒han preferido atizar el odio en lugar de iluminar las mentes y de estar dispuestos a cuestionarse.
‒Nuestras incertidumbres alimentan la búsqueda de respuestas que siempre serán provisorias, pero muchos prefieren encerrarse en la jaula de oro de sus inamovibles posiciones. El problema es que así se aíslan de quienes piensan de manera diferente y, además, se preparan para odiarlos.
‒Agrega que, como el matizar le pone trabas a la abusiva “claridad” de los fanáticos, quien matiza los saca de casillas.
‒Ilumíname: ¿cuál es el mecanismo de la polémica, enemiga del matiz?
‒”Consiste en considerar al adversario como un enemigo, en simplificarlo y en negarse a verlo. Ya no sé el color de los ojos de la persona a la que insulto, ni si sonríe y cómo lo hace. Tres cuartas partes de nosotros nos hemos vuelto ciegos por la gracia de la polémica y ya no vivimos entre los hombres, sino en un mundo de siluetas”.*
‒A esos excesos nos lleva la fatuidad de las mentes que creen saberlo todo, y de los militantes que creen poderlo todo envalentonados por el grupo al que pertenecen.
‒Por todo ello considero el deber de dudar ‒primo hermano del coraje de matizar‒ como un imperativo categórico. En la vida tiene nefastas consecuencias tanto la pretensión de encajar la realidad social en una camisa de fuerza teórica como la negativa a admitir que un adversario pueda tener razón. Con tal pretensión y tal negativa se abandona la persuasión por la intimidación.
‒Así es. Los que viven encerrados en sus propias certezas tienen la manía del “todo o nada”, del blanco o negro, y son incapaces de buscar la parte de verdad que pueden tener los adversarios. Ese dogmatismo es un virus letal que destruye nuestra capacidad de convivencia. ¿Qué puedes decirme al respecto, amigo Georges Orwell, que habiendo participado en la guerra civil española del lado de los republicanos fuiste capaz de ser crítico con tu propio bando?
Vestido de manera desaliñada, y ufanándose con gracia de haber nacido en el seno de una familia de “clase baja medio alta”, Orwell tiene la mirada penetrante del visionario que nos dejó 1984. Habla sin rodeos, de acuerdo con su proverbial franqueza:
‒El triste efecto de la guerra civil española fue enseñarme que la prensa de izquierdas era tan falsa y deshonesta como la de derechas. Verifiqué lo mismo durante la Segunda Guerra Mundial. No importa cuál fuera la verdad, todo el mundo estaba llamado a alinearse con las posiciones de su propia facción.
‒Ya lo dijo Esquilo: “En la guerra la primera víctima es la verdad”. Lo mismo puede decirse en tiempo de paz con las polémicas, que son guerras verbales.
‒Admitir que un adversario pudiera ser honesto e inteligente se consideraba intolerable. Cualquier verdad fáctica, si salía de la boca de un “enemigo”, se decretaba falsa. ¡Ay de quien lo aceptara!
‒Leyendo tu 1984, uno comprende que esta lógica totalitaria, para triunfar, debe necesariamente acabar con dos cualidades: el arte del diálogo y la capacidad de recordar. Se instaura así una amnesia selectiva, dócil a la propaganda del Partido y a la Policía del Pensamiento. ¡Cuán cierto es aquello de que la historia se hace de memoria y la política sectaria de amnesia!
‒No hay apertura a los demás sin tener una memoria larga y un lenguaje libre. No silenciemos un desacuerdo ni ocultemos una verdad con el pretexto de que al nombrar las cosas podríamos alejar a alguna persona importante o “hacerle el juego” al adversario.
‒Nos legaste una concepción del matiz como franqueza sin temores.
‒Franqueza que nos incluye a nosotros mismos. Nunca se es demasiado precavido con uno mismo, pues somos frágiles y maleables, y capaces de movernos por impulsos inconfesables. Reconocerlo nos obliga a una forma de humildad, y a la vigilancia crítica.
Camus interviene:
‒Afortunadamente Orwell y yo no cantamos solos en el coro de los matizadores. Hace poco el correo de las brujas nos informó de un estimulante ensayo de Jean Birbaum, titulado Le courage de la nuance. En él, además de nuestros dos casos, se recuerdan los ejemplos de Georges Bernanos, Hannah Arendt, Raymond Aron, Germaine Tillion y Roland Barthes. Todos ellos, en algún momento decisivo de sus vidas, fueron demasiado matizados para alinearse con eslóganes, demasiado libres para soportar la disciplina de un partido, demasiado sinceros para renunciar a la franqueza.
‒Gracias, amigos. Ojalá el coraje de matizar me permita vivir al abrigo de estereotipos, de dogmas partidistas, de apoyos incondicionales y de solidaridades automáticas.
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* Albert Camus. (1948). Le témoin de la liberté. En: Albert Camus. (2006). Conférences et discours. Paris: Gallimard, p. 122.
Rodolfo Ramón de Roux
Noviembre, 2022