El texto anterior inició la presentación de los dos modelos políticos ideales que las élites latinoamericanas tenían a su disposición para adelantar la construcción de un nuevo Estado y la unificación de la Nación, una vez consumada de la Independencia.
4. La democradura
Mediante el primer modelo de organización nacional, la democradura, las élites hispanoamericanas intentaron construir verticalmente la nación, imponiendo desde el Estado semicolonial la autoridad coercitiva de las armas. De tendencias obviamente anticolonialistas, libertarias y modernizantes, los jefes liberales político-militares de la Independencia y sus sucesores entraron muy pronto en conflicto con la Iglesia católica. Con ello, se ganaron la oposición de la poderosa institución eclesiástica y de los jefes conservadores, nostálgicos del antiguo orden en el que gozaban de abundantes privilegios, a la vez que se enajenaron el sentimiento religioso de las clases subalternas, hondamente influidas por la Iglesia.
Las élites liberales optaron entonces por enfrentar la resistencia del clero y el faltante de legitimación popular con la fuerza de las armas. Se dio así comienzo al círculo vicioso entre carencia de legitimación popular y abuso de la fuerza estatal, cuya dinámica ha tendido a realimentarse sin cesar en el continente: los abusos de la fuerza desgastan la legitimidad de las instituciones e insubordinan los ánimos, y estos suelen suscitar, en reacción, un aumento de violencia estatal o privada. El resultado final son instituciones coercitivas, mal llamadas “fuertes”, pero en realidad inestables. Por este camino, los abanderados de las ideas liberales del siglo XIX terminaron convertidos en caudillos autoritarios de naciones rebeldes cuyo sentimiento religioso se habían enajenado. En Colombia, este se fue el caso del gran caudillo de Popayán y luego por dos veces presidente de Colombia, Tomás Cipriano de Mosquera. Inicialmente conservador, “Mascachochas” se sintió abandonado por su partido, el conservador, y se hizo liberal radical.
En un primer momento, como resultado inmediato de la Independencia, la democradura tendió a imponerse en todo el continente. Y donde este esquema logró prevalecer a lo largo del siglo XIX, trajo consigo el debilitamiento de la Iglesia y el fortalecimiento de las élites laicas frente a ella, a cambio de un excesivo peso de las armas y la coerción en la vida nacional. Este desequilibrio se traduciría, en el siglo XX, en una desmedida influencia de los ejércitos en el Estado y, en muchos casos, en una prolongada sucesión de golpes y dictaduras militares.
5. La clerocracia
El modelo alternativo, la clerocracia, no se fundaba en el poder vertical de las armas sino en la articulación horizontal de la nación como fundamento del Estado, sobre la base de una clara hegemonía cultural religioso-política. En algunos países, como en Colombia, constituyó un segundo momento pendular de reacción frente al radicalismo liberal. Ante la agitación social y la inestabilidad institucional generada por el Olimpo radical en la segunda mitad del siglo XIX, algunas élites liberales buscaron a fines del siglo la reconciliación con la Iglesia e incluso recabaron su apoyo para obtener, a través de ella, el apoyo popular. Esta vía, por ser más consensual, fue también más sólida y capaz de garantizar la estabilidad de las instituciones estatales, fundándolas en la unidad cultural de la nación. Hizo, además, menos necesario el recurso a las armas e inhibió el crecimiento y la influencia excesiva de los ejércitos en el Estado de aquella época. Hipotecó, sin embargo, la autonomía de las élites civiles en manos de la jerarquía eclesiástica, politizó al clero y consolidó en la cultura nacional el beligerante espíritu integrista de la Iglesia de entonces. El caso de Colombia fue paradigmático.
Desde luego, hablo aquí de modelos ideales. En todas las naciones latinoamericanas se combinaron en distinto grado ambas formas de poder político, democraduras y clerocracias, tanto entre sí como con las instituciones nominalmente democráticas y en todas ellas se produjeron oscilaciones del predominio de un modelo al de su contrario, pero en casi todas las repúblicas uno de los dos esquemas llegó a adquirir, desde fines del siglo XIX y hasta mediados del XX, una influencia predominante en la formación de la Nación y del Estado. En Colombia se impondría durante un siglo la clerocracia.
II. La Regeneración y su lógica (1886-1953)
Por haber nacido en el seno de la cultura monolítica de la cristiandad medieval, buena parte de las corrientes emancipadoras del siglo XIX asumieron su misma forma dogmática e intransigente. Hasta la misma libertad fue asumida como dogma y, paradójicamente, se la quiso imponer de manera autoritaria. Por ello, el choque entre las nuevas tendencias liberales y la Iglesia a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX fue particularmente enconado. En Colombia, el enfrentamiento se produjo antes y quizá con mayor virulencia que en los demás países de América Latina, aunque también se revirtió muy pronto. El levantamiento de los criollos contra los hidalgos españoles se había iniciado, como ya lo dije, con la drástica oposición del Papa, la jerarquía y el alto clero a los dirigentes de la Independencia. A partir de 1845, se produjo la violenta reacción liberal contra la Iglesia.
En efecto, tras la muerte de Bolívar en 1830, el antiguo Virreinato de la Nueva Granada (1857-1861) se había convertido en República federal, en consonancia con la reivindicación de libertad, no solo individual sino también de las regiones. No obstante, los dos presidentes neogranadinos, ambos conservadores, pretendieron desconocer el federalismo y se acogieron a la legislación centralista y autoritaria de la Constitución de 1858.
Ante la situación, Tomás Cipriano de Mosquera, gobernador del Cauca, y Juan José Nieto se alzaron contra el gobierno y se tomaron el poder, retornando al federalismo. En este espíritu se redactó la Constitución de Rionegro (1863), que cambió el nombre de la Nueva Granada por el de Estados Unidos de Colombia (1863-1886) y dio paso a trece sucesivos gobernantes liberales radicales, inspirados en la Constitución de Rionegro. Además de Mosquera, entre ellos se cuentan personajes como Manuel Murillo Toro (1864-1866, 1872-1874) y Aquileo Parra (1876-1878).
Los gobiernos liberales reaccionaron con fuerza contra la Iglesia. El arzobispo de Bogotá y los jesuitas fueron expulsados del país en 1849; en 1853, el Estado se separó de la Iglesia y proclamó la libertad religiosa; en 1861, un obispo fue encarcelado y el clero fue obligado a prestar juramento de fidelidad al régimen. Por segunda vez se expulsó a los jesuitas y se suprimieron todas las órdenes religiosas; en 1863, la Constitución de Rionegro suprimió el nombre de Dios de su proemio, confirmó la separación de Iglesia y Estado, estableció el matrimonio civil obligatorio, introdujo el divorcio vincular y la “tuición” o vigilancia y control del Estado sobre la Iglesia.
Con la reafirmación del federalismo y con este primer intento de secularización de las instituciones estatales ‒que no correspondía a una evolución cultural de la sociedad, sino a las inclinaciones políticas de los caudillos regionales‒ se debilitaron, simultáneamente, los dos centros de poder y las dos instancias de identificación simbólica de los colombianos en el seno de la nación: el Estado central y la Iglesia católica. Las dos rupturas, sumadas, caldearon los ánimos, cargaron de contenido religioso las pasiones políticas, dieron identidad y diferencia a los dos partidos, liberal y conservador, los cuales, desde mediados del siglo XIX, promovieron numerosas confrontaciones armadas. Finalmente, como sucede con frecuencia, el radicalismo extremo terminó por arruinar la nación y suscitar una poderosa reacción contraria, igualmente radical: el movimiento conservador y centralista de la Regeneración.
Luis Alberto Restrepo M.
Agosto, 2022