El cristianismo ‒que en su versión católica va a imponerse en Europa como cultura hegemónica durante mil años‒ supuso una ruptura con la antigua sabiduría grecorromana e hizo una nueva propuesta sobre lo que es “aprender a vivir” una “vita bona”. Una nueva propuesta de lo que es aprender a vivir y a realizar su vida va a ir tomando fuerza progresivamente a partir de la segunda mitad del siglo XV.
A partir de la segunda mitad del siglo XV comienza lo que convencionalmente se ha dado en llamar en Occidente la Edad Moderna, caracterizada por grandes acontecimientos como fueron la toma de Constantinopla por los turcos en 1453, la invención de la imprenta moderna, el “descubrimiento” (1492) y conquista de América y la crisis de la Iglesia católica con la Reforma protestante impulsada por Lutero.
Los europeos de finales del siglo XV y de todo el siglo XVI van a ser testigos y actores de múltiples transformaciones. Después de un siglo de mortandad debido a la peste negra y a la Guerra de los Cien Años (1337-1453), la población vuelve a crecer. Tras un largo periodo de crisis, la producción agrícola se incrementa. El comercio y la artesanía prosperan. Los metales preciosos que llegan de Asia, África y América enriquecen a reyes, banqueros y comerciantes. El mapa de Europa ya no se ve dividido en innumerables feudos, sino que muestra la existencia de “Estados modernos”, gobernados por reyes con soberanía absoluta. Aunque persisten numerosos aspectos señoriales típicos de la Edad Media, el feudalismo entra en decadencia y va asentándose progresivamente la burguesía con sus intereses, comportamientos y valores ‒entre otros la emancipación de la tutela político-religiosa ejercida por la Iglesia católica‒.
1. El humanismo del Renacimiento
En el campo de los cambios culturales, que es lo que aquí nos interesa, la Modernidad constituye un progresivo rompimiento con las tradiciones teológico-filosóficas medievales, una exaltación de las potencialidades de la naturaleza humana, un abandono de la creencia de que todo puede ser explicado mediante la religión, una búsqueda de explicaciones científicas de los fenómenos naturales y una revalorización, como maestros de vida, de los clásicos griegos y latinos, cuyas obras se redescubren y estudian, es decir, que se les da una segunda vida, por lo cual se denomina esta etapa cultural el Renacimiento, y a sus intelectuales se les llama humanistas, porque centran su interés no en Dios, sino en el hombre, considerado como medida y centro de todas las cosas. Ese paso del teocentrismo al antropocentrismo es el rasgo principal del humanismo de la Modernidad.
Esta visión del hombre como artífice de sí mismo y centro del universo está magníficamente expuesta en el Discurso sobre la dignidad del hombre, una especie de Manifiesto humanista, escrito en latín en 1486 por Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494). Al inicio de su Discurso, Pico pone en boca de Dios la declaración siguiente (las negrillas son mías):
¡Oh Adán!, no te he dado ni rostro, ni lugar alguno que sea propiamente tuyo, ni tampoco ningún don que te sea particular, con el fin de que tu rostro, tu lugar y tus dones seas tú quien los desee, los conquiste y de este modo los poseas por ti mismo. La Naturaleza encierra a otras especies dentro de unas leyes por mí establecidas. Pero tú, a quien nada limita, por tu propio arbitrio, entre cuyas manos yo te he entregado, te defines a ti mismo. Te coloqué en medio del mundo para que pudieras contemplar mejor lo que el mundo contiene. No te he hecho ni celeste, ni terrestre, ni mortal ni inmortal, a fin de que tú mismo, libremente, a la manera de un buen pintor o de un hábil escultor, remates tu propia forma”.
Añade Pico: “No hay nada más admirable en el mundo que el ser humano”. Esta visión optimista se deja ver en la alegría y la vitalidad que reflejan muchísimas obras de arte del Renacimiento con su exposición osada del desnudo, tanto masculino como femenino, incluidas las figuras religiosas. Baste recordar los atléticos desnudos que cubren la bóveda de la Capilla Sixtina, incluido un imponente Cristo resucitado que tiene el aspecto de un fisioculturista. No sobra decir que tantos desnudos también escandalizaron a muchos devotos cristianos, de manera que después de la muerte de Miguel Ángel, el papa Pío V le pidió al pintor Daniele da Volterra que cubriera los genitales del Juicio Final, lo que le valió el apodo de Il Braghettone.
La vitalidad del humanismo es también una vitalidad de la curiosidad abierta a todo tipo de conocimientos. El personaje que la ha encarnado de la mejor manera es Leonardo da Vinci (1452-1519), figura prototípica del «hombre del Renacimiento», ese “hombre universal” ávido de cultura general, que se encuentra en las antípodas del actual ideal del hombre superespecializado (aquel que sabe cada vez más sobre menos y menos hasta que lo sabe todo sobre casi nada).
Considerando que el hombre está en posesión de capacidades intelectuales
potencialmente ilimitadas, los humanistas consideran la búsqueda del saber y el dominio de
diversas disciplinas como condición necesaria para el buen uso de nuestras capacidades
intelectuales. Hacen así suya la antigua máxima latina: “soy humano y nada de lo humano
me es ajeno”.
La convicción de que nada de lo humano le es ajeno le da a Pico della Mirandola la osadía de escribir en 1486 la obra que titula De todas las cosas que se pueden saber, y de algunas otras. Es precisamente la osadía intelectual una de las características de este humanismo que producirá gente de la talla del inglés Tomás Moro (1478-1535), el holandés Erasmo de Rotterdam (1466-1536), el español Juan Luis Vives (1492-1540) o el francés Miguel de Montaigne (1533-1592), quien se atreve a hacer de él mismo la materia de sus Ensayos1 y a divagar en ellos libremente sobre temas tan diversos como la muerte, la enfermedad, la amistad, la soledad, la guerra, el derecho, la filosofía, la moral, la religión, la educación.
La educación es un asunto que va a preocupar especialmente a los humanistas. Para ellos una buena educación es indispensable para «aprender a vivir» y, como dice Pico, para ser capaces de esculpirnos como hábiles escultores, haciendo de nosotros mismos una obra de arte. Estiman los humanistas que la educación es el mejor medio para volvernos más
independientes, más dignos y más humanos, gracias al desarrollo de nuestros conocimientos y de nuestro espíritu crítico. El humanismo ofrece así la particularidad de reflexionar sobre la realización del hombre en términos de cultura: educación y saber deberían hacer al humano más humano. Según los humanistas la cualidad de ser humano no es sinouna virtualidad cuando nacemos. Y esa cualidad cada quien debe realizarla (es decir, literalmente, “hacerla real”) gracias al esfuerzo personal y al estudio. Por eso Erasmo, a quien en su tiempo llamaron “príncipe de los humanistas”, afirma con fuerza en su tratado Sobre la educación de los niños (1528):
“Los árboles nacen árboles, aun aquellos que no dan frutos o que los dan salvajes; los caballos nacen caballos, aunque sean inutilizables; pero los hombres, créeme, no nacen, se hacen, moldeándose”.
No nacemos hombres, llegamos a serlo, moldeándonos. Esta máxima resume la esencia del ideal humanista como construcción de sí. El hombre se diferencia de las demás criaturasporque es un ser de cultura. Es bien probable que Simone de Beauvoir se haya inspirado en esta máxima del humanismo cuando escribió cuatrocientos años después su famosa frase “No se nace mujer, se llega a serlo”, eslogan adoptado por los movimientos feministas.2
2. El humanismo de la Ilustración
Más allá de ese periodo preciso del Renacimiento, el humanismo de la Modernidad va
a conocer en el siglo XVIII un nuevo desarrollo con el movimiento cultural de la Ilustración, al que también se le llama en España, Las Luces (en Francia, Les Lumières y en Inglaterra, The Enlightment). Y se autodenominará precisamente Las Luces por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la ignorancia, la superstición y la tiranía para construir un mundo mejor mediante las luces del conocimiento y la razón.
¿Cuál es el ideal del humanista ilustrado? ¿Cuál sería la divisa que lo guía en su “aprender a vivir”? La respuesta breve y lapidaria nos la ofrece Immanuel Kant (1724-1804) en un breve escrito titulado Respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración? (1784):
La Ilustración significa la salida del hombre de su condición de menor de edad de la que él mismo es culpable. La minoría de edad es la incapacidad de usar la propia razón sin la guía de otra persona. Esta minoría de edad es culpable cuando su causa no es la falta de inteligencia, sino la falta de decisión o de valor para pensar sin ayuda ajena. ¡Sapere aude! “Ten el valor de usar tu propio entendimiento”. He aquí la divisa de la Ilustración.
La pereza y la cobardía son las causas por las cuales una gran parte de los hombres permanece con gusto en minoría de edad a lo largo de la vida, no obstante que hace ya tiempo la naturaleza los liberó de la tutela ajena; y por eso es tan fácil que otros se erijan en sus tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un director espiritual que reemplaza mi conciencia, un médico que dictamina acerca de mi dieta, y así sucesivamente, entonces no tengo necesidad de esforzarme (las negrillas son mías).
“¡Atrévete a saber! Atrévete a usar la propia razón sin la guía de otra persona”. Es decir, actúa de manera autónoma, alcanza así tu mayoría de edad y emancípate de tradiciones y doctrinas heredadas de manera acrítica. Es fácil darse cuenta de que los ilustrados, con este sapere aude, se están oponiendo al credere aude, o sea, al mensaje cristiano del atrévete a creer, atrévete a confiar en Cristo, que es “el camino, la verdad y la vida”, como proclama el Evangelio de san Juan (14, 6). Por el contrario, la Ilustración, en frase de uno de sus más importantes representantes, el francés D’Alembert,
lo discutió, analizó y agitó todo, desde las ciencias profanas a los fundamentos de la revelación, desde la metafísica a las materias del gusto, desde la música hasta la moral, desde las disputas escolásticas de los teólogos hasta los objetos del comercio, desde los derechos de los príncipes a los de los pueblos, desde la ley natural hasta las leyes arbitrarias de las naciones, en una palabra, desde las cuestiones que más nos atañen a las que nos interesan más débilmente.3
Los medios de que se valió el movimiento de la Ilustración para su difusión fueron múltiples, entre otros, las sociedades secretas, como la masonería; las sociedades de pensamiento específicas de la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX, como las Sociedades Económicas de Amigos del País4; las academias y los salones literarios, científicos y filosóficos ya existentes antes de la Ilustración, pero que fueron potenciados por pensadores ilustrados (“salones” regidos, en muchas ocasiones, por mujeres de letras).
Otros vehículos de enorme importancia en la difusión de los ideales de la Ilustración fueron la prensa periódica y la internacionalización de las ediciones. Pensemos, por ejemplo, en la Enciclopedia, publicada entre 1751 y 1766 en 38 volúmenes. Fue la primera obra de ese género que se hizo tan popular, como lo es ahora esa enciclopedia universal llamada Wikipedia. Por otra parte, la independencia económica del profesional de las letras, antes sujeto al mecenazgo, dio mayor autonomía a su pensamiento.
La Ilustración fue un movimiento cultural predominantemente europeo, pero no exclusivamente, pues al cruzar el Atlántico dio un paso decisivo en su expansión geográfica. Las nuevas ideas ilustradas despertaron la vida intelectual americana y estimularon el sentimiento revolucionario que desembocó en las independencias de las colonias europeas en América.
No olvidemos que los ideales principales de la masonería – tan cercana a la Ilustración se resumen en el eslogan “libertad, igualdad, fraternidad” que va a ser fuente de inspiración para los “padres fundadores” de Estados Unidos en 1776.5 Esos ideales de libertad, igualdad y fraternidad también animaron a los líderes de la Revolución Francesa de 1789, entre otros a Condorcet, Mirabeau, Saint-Just, Camille Desmoulins, Danton, Marat y Robespierre.
Aunque existieron diversas tendencias entre los ilustrados (que, a veces, dieron lugar entre ellos a largas polémicas y a enemistades duraderas, como la de Diderot y Rousseau), todos reconocieron una línea maestra común que los hizo solidarios en su lucha. Consistió en la confianza en la Razón, convertida en un seguro instrumento de búsqueda. Se trata de una libido del saber que, para los ilustrados, era promesa de progreso científico y social, lo mismo que promesa de libertad y de autonomía del individuo. Por el contrario, para el ideal de vida cristiana ‒ideal en el que prima la fe sobre la razón‒, esta libido del saber era reprobable. Basta ver cómo la critica un importante “Doctor de la Iglesia”, san Pedro Damián, en su escrito elocuentemente titulado Sobre la santa simplicidad que debe anteponerse a la ciencia que infla.
Con el arma de la razón los ilustrados buscan luchar contra la superstición, contra las formas religiosas tradicionales y reveladas, contra el argumento de autoridad y contra las estructuras políticas y sociales anquilosadas, intentando eliminar cualquier elemento de misterio, extrañeza o milagro; es, por lo tanto, una ideología antropocéntrica, llena de optimismo frente al futuro, porque cree en el progreso conseguido a través de la razón, en la posibilidad de instaurar la felicidad en la Tierra y de mejorar la condición humana.
Como toda moneda tiene dos caras, veremos en el siguiente artículo que la exaltación humanista del antropocentrismo, de la razón, de la autonomía del individuo y de la ideología del progreso indefinido van a terminar siendo sometidas a duras críticas. Los adversarios del humanismo ilustrado (entre los cuales se encuentran las Iglesias cristianas) no han cesado de subrayar su parte oscura, o por lo menos, sus enceguecimientos. Desde hace dos siglos la razón ha mostrado suficientemente sus límites, pues puede ser puesta al servicio de la emancipación, pero también de la explotación humana. El liberalismo económico ‒promovido por los ilustrados‒ no ha traído siempre paz y prosperidad, pues ha alimentado igualmente la violencia y el imperialismo. Los adelantos científicos han permitido una industrialización masiva, de la que pagamos actualmente las consecuencias ecológicas.
Ya está bien cuestionada la ideología del progreso indefinido que, supuestamente, nos iba a liberar de todos los males. Se ha visto suficientemente que el progreso no tiene solo una cara amable (con nuestros impresionantes adelantos científicos y tecnológicos podemos destruir este planeta), y que su cara amable no es tan amable para todos, pues también progresan las desigualdades y los conflictos de intereses en la repartición de las riquezas, tanto entre naciones como entre grupos dentro de una misma nación.
Se ha cuestionado en igual forma el universalismo de los ideales de la llustración, acusándola de que su empeño en imponer la “civilización” y llevar las “luces” y el “progreso” a quienes supuestamente estaban en la oscuridad y el atraso sirvió para encubrir los intereses concretos del colonialismo europeo y, en fechas más recientes, los intereses del imperialismo estadounidense que considera como una misión divina llevarle al mundo la democracia, así sea con bombas.
En relación con las épocas anteriores se han ampliado enormemente nuestros conocimientos sobre el cosmos, sobre la naturaleza de la que formamos parte y sobre nosotros mismos. No es, pues, una sorpresa que vivamos momentos de rupturas e incertidumbres, pero son esos los momentos propicios para las grandes cosas. Como decían los estoicos, los obstáculos son el camino para dar lo mejor de nosotros mismos. En palabras menos elegantes, pero más punzantes, lo dijo Orson Welles: “Italia, durante treinta años, bajo los Borgia, tuvo guerras, terror, asesinatos y derramamiento de sangre…, pero produjo a Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza tuvieron amor fraternal, quinientos años de democracia y paz. ¿Y qué produjo? ¡El reloj de cucú!”. 6
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1 «Yo mismo soy la materia de mi libro», dice Montaigne.
2 “On ne naît pas femme, on le devient”, en S. de Beauvoir, Le deuxième sexe.
3 Tomo la cita de https://laflordelavidadotnet.wordpress.com/2012/05/15/la-ilustracion/
4 Surgieron en España, Irlanda y Suiza, lo mismo que en Estados Unidos, México, Cuba, Puerto Rico, Guatemala, Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Chile.
5 Al menos 18 de los 56 firmantes de la Declaración de Independencia de Estados Unidos eran masones conocidos, como George Washington,Thomas Jefferson, Benjamin Franklin y John Adams. https://elcomercio.pe/mundo/eeuu/eeuu-4-de-julio-como-influyeron-los-masones-en-la-independencia-de-estados-unidos-estados-unidos-usa-noticia/?ref=ecr
6 Orson Welles, como Harry Limes, en la película El tercer hombre.
Rodolfo R. de Roux
Diciembre, 2021