Te hablo de mi madre,
la que inventaba paraísos
para esconder su dolor.
Te hablo de sus manos
que cosían sonrisas
y pegaban botones
como pequeños trofeos
de íntimos triunfos
que nadie comprendía…
Te hablo de mi madre,
la que corría a enfrentar
los aguaceros
y tapaba los espejos de la casa
con sábanas blancas,
iluminaba nuestro temor
con veladoras
y rezaba el rosario de prisa
para que ocurriera el milagro,
antes de que los relámpagos
se apoderaran de nuestro aburrimiento.
Te hablo de mi madre,
la que alargaba el carnaval todo el año,
imaginando vestidos
con telas disfrazadas de mar,
y acallando el desespero de las ollas
ya listas para el alimento y el fuego…
Te hablo de mi madre,
porque ella era el tiempo,
era la ciudad
y era el mundo.
Era la semana entera,
la misa del domingo,
el rosario de la aurora
y la bendición del niño Jesús de Praga.
Era los cuarenta centavos
que costaba ir a cine
y la que nos pagaba ilusiones
en la tienda de la esquina.
Te hablo de mi madre,
porque enmudeció hace años
cuando el tiempo y el espacio
enredaron sus días
y mezclaron la infancia
con su edad madura,
el río y la casa de su pueblo
con la soledad de sus últimas horas…
De eso te hablo…
antes de que la memoria
me abandone
y se consuma para siempre
el inventario de mis alegrías.
Memoria del amor
Con solo doblar la cabeza
y mirar distraído por la ventana,
adivino en el aire las huellas de tu aliento.
Con solo desviar la mirada
y escudriñar sobre los árboles
el camino de las nubes,
imagino, entre la niebla,
los secretos de tu rostro.
Con solo estirar los brazos
y palpar las sombras de la noche,
encuentro, entre el silencio,
el apoyo de tus manos.
Con solo aguzar el oído
y perseguir, a escondidas,
el murmullo de la brisa,
me golpea de repente el regocijo
de tu corazón.
Con solo mojar mis labios
y esperar el paso de una romería de amantes,
me tropiezo con los tuyos
y recupero la esperanza.
Con solo tocar la tristeza
y alborotar las espinas
me envuelves en un carnaval
de alegría y de sonrisas.
Con solo escribir
estos versos, solo estos versos,
me aferro a la memoria de la palabra
para no olvidar nunca
el camino que me trajo hasta ti.
En la tumba del poeta desconocido
“Polvo también es la palabra escrita
por tu mano o el verbo pronunciado
por tu boca”.
J. L. Borges
Hoy he traído mis últimos versos
a la tumba del poeta desconocido.
No había nadie,
solo su lápida hecha de sombras
‒sin epitafio alguno‒
y el murmullo del viento
repitiendo los poemas
que nunca escribió.
Algunos aseguran
que lo vieron abandonar
‒siendo aún un infante‒
su rancho de tablas
y que desistieron en su empeño
de encontrarlo
cuando sus huellas desaparecieron
bajo la bruma.
Pero yo sé
que él está ahí;
compartimos versos
‒los que se aferran a nuestra memoria‒
y guardamos silencio
cuando alguien se acerca.
Mañana vendrán los del pueblo
con ofrendas florales
y un discurso
‒repetido todos los años‒
con palabras de afecto
y admiración
por el que consideran
uno de los suyos,
aunque nadie haya leído
ninguno de sus poemas.
Pero el poeta se ríe
porque él no ha muerto;
camina feliz por el bosque,
consciente de que no puede desperdiciar
ni uno solo
de sus solitarios instantes.
Llegada la noche
se refugia en su tumba
y repite en silencio
los versos que imaginó.
Su materia no es el tiempo,
sino las incesantes preguntas,
las dudas aceptadas
y multiplicadas;
no quiere respuestas,
solo reclama para sí
el enigma,
la soledad del verso
y la felicidad inquebrantable
de ser siempre
un desconocido.
Alfredo Cortés Daza
Nota del editor: para los interesados, el poema completo de Borges ‒El ápice‒ se encuentra en https://www.poeticous.com/borges/el-apice?locale=es