¿Nos enseñaron a escuchar, en la casa, en el colegio, en la universidad o en el mundo del trabajo? ¿Es necesario aprender a escuchar? ¿Por qué la educación formal enseña a leer, a escribir, a hablar en público, pero no a escuchar?
En la escuela, los aprendizajes iniciales en el área de la comunicación son dos: primero, leer y, luego, escribir. Más tarde ‒si se enseña‒ aparece, tímidamente, la expresión oral. Pero la cuarta de las competencias comunicativas brilla por su ausencia: en los currículos no aparece aprender a escuchar, ni los maestros consideran que es una responsabilidad suya hacerlo. Es muy probable que no lo enseñen porque a ellos tampoco les enseñaron a escuchar ni fue una materia o tema de estudio durante su licenciatura en educación o en cualquier otra carrera universitaria.
En el escenario laboral parece que a quienes les insisten más en escuchar es a los vendedores, para que atiendan y entiendan las necesidades del cliente y rebatan sus objeciones, si surgen. No sé qué tanto se logre, pues en mi experiencia cuando pido algo y me traen otra cosa le pregunto a quien me atendió qué le pedí, y la mayoría de las veces no responden adecuadamente a mi solicitud.
La confusión entre oír y escuchar está en el origen del problema. Se asume que porque sabemos oír (eso no se enseña: es algo físico), sabemos escuchar. Pero no es así.
Si se analiza la frecuencia de uso de las cuatro habilidades comunicativas, la que más se utiliza es la que menos se enseña. Diversas publicaciones muestran estos datos [los resaltados son míos]:
• En “una investigación realizada para identificar las competencias básicas que los alumnos debieran dominar al término de la escolaridad obligatoria (…) un total de 217 competencias correspondientes a los ámbitos matemático, social, lingüístico, tecnocientífico y laboral [que abarca] tanto conocimientos como habilidades y actitudes [mostró en la] relación de las competencias básicas identificadas por orden de valoración [que] saber escuchar”, en promedio, era la segunda de todas las competencias identificadas[1].
• Para Miguel Calvillo[2], por orden decreciente, el tiempo dedicado a enseñar prioriza leer, luego escribir y hablar y, finalmente, escuchar.
• Según lo afirmado por Whetten y Cameron[3], “la mayoría de nosotros ha subdesarrollado la habilidad de escuchar. Las pruebas han demostrado, por ejemplo, que los individuos son por lo general 25 % eficaces en escuchar, es decir, escuchan y entienden alrededor de sólo un cuarto de lo que se les está comunicando (Bostrom, 1997; Haas, 2002; Huseman, Lahiff y Hartfield, 1976). Geddle (1999) informó que en una encuesta realizada en 15 países, la habilidad menos desarrollada era escuchar. Cuando se pidió a los encuestados que calificaran la medida en que se consideraban aptos para escuchar, 85 % de todos los individuos se calificaron a sí mismos como término medio o más bajo”.
• Diversos autores[4], refiriéndose a la jornada laboral, desglosan así el tiempo que emplean las personas: escuchar (45 %), hablar (30 %), leer (16 %) y escribir (9 %).
Resulta paradójico, entonces, que la habilidad comunicativa más importante es la que resulta menos atendida en la educación y el trabajo.
Dejando a un lado lo que dicen los investigadores, es prácticamente un hecho que sabemos escuchar poco o muy poco. Diversos hechos lo revelan: cuando nos presentan a una persona, ¿podemos repetir su nombre unos minutos después? Oímos un programa de polémica en radio o televisión: ¿se escuchan quienes están hablando? ¿O lo que sucede es que cada cual quiere imponer su punto de vista y no presta atención a los argumentos de los demás? Cuando participamos en una discusión, ¿esperamos a que el otro termine de exponer su punto de vista o lo interrumpimos? Las discusiones, ¿avanzan o se convierten en una especie de remolino donde cada cual quiere imponer su punto de vista o demostrar que es el que más sabe? Cuando entrevistan a un político, dirigente o persona pública, ¿responde lo que le pregunta el periodista? ¿O aprovecha para echar su “rollo” ya preparado, sin prestar atención al interrogante que le formularon? ¿O, incluso, se niega a escuchar la pregunta y prefiere evadirla?
Leyendo en estos días Cartas a Antonia, el libro póstumo de Alfredo Molano, sociólogo, investigador, periodista e integrante de la Comisión de la Verdad, fallecido el 31 de octubre de 2019, me tocaron las palabras de su nieta:
“Él era un hombre de enseñanzas de vida. Siempre me dijo que tenía que echar la pata pa’ lante. Él me enseñó la realidad del país. A entender que todo lo que se ve tiene una historia atrás y que siempre, siempre, es mejor escuchar que hablar”.
Allí también leí el discurso que pronunció cuando recibió el título de Doctor Honoris Causa otorgado por la Universidad Nacional de Colombia, donde dice:
“Oír las voces de las gentes no fue suficiente. Para no usurparlas había que escribirlas en el mismo tono, el mismo lenguaje en que habían sido escuchadas. (…) Escuchar ‒perdónenme el tono‒ es ante todo una actitud humilde que permite poner al otro por delante de mí, o mejor, reconocer que estoy frente al otro. Escuchar es limpiar lo que me distancia del vecino o del afuerano, que es lo mismo que me distancia de mí. El camino, pues, da la vuelta. Escuchar es casi escribir[5]”.
Busqué más sobre Molano, quien caminó nuestro país escuchando a la gente del campo y de los pueblos, como lo muestran sus libros sobre la colonización del Guaviare, la Orinoquia colombiana, el Llano, el Tapón del Darién, Mompox, la selva del Apaporis o el Magdalena Medio, y hallé un artículo en la revista Arcadia del 19 de diciembre de 2019[6]titulado “El hombre que supo escuchar. Cinco miradas al legado a Alfredo Molano Bravo”.
La primera mirada, de Marta Ruiz, su compañera en la Comisión de la Verdad, que dirige Francisco de Roux, dice:
“Aprendimos de él que la escucha es el primer acto de dignificación del otro. Escuchar, esa escasa virtud que Molano había cultivado cada día. De todos en la Comisión de la Verdad, Molano era el más silencioso. Oía de manera atenta, con la mirada fija en el otro, con ojos centelleantes, tranquilo, así los argumentos le parecieran absurdos o geniales. Luego soltaba un par de frases tipo haiku; aforismos que podían darle un vuelco a la conversación.
Molano sabía dónde reposa la verdad. Desde el primer día dijo que cada uno de nosotros debía ir al país a escuchar a las víctimas. Escucharlas con la piel y el corazón. Escucharlas para ir descifrando en el testimonio, en las vidas de ellas, esa verdad que se nos escapa de las manos; la verdad profunda que reside en el dolor y la culpa, en el miedo y la venganza, en la derrota y la capacidad de levantarse una y otra vez”.
Ya en 1980, en Los bombardeos de El Pato, exclamaba: “Entendí que el camino para comprender no era estudiar a la gente, sino escucharla”.
Dejemos que sus palabras resuenen en nosotros.
William Mejía B.
Noviembre 2020
[1] Jaume Sarramona (2000), Competencias básicas al término de la escolaridad obligatoria. En: Revista de Educación, Madrid, n. 322.
[2] Miguel Calvillo Jurado (2015), Lectura, escritura y lengua oral: relaciones. Octubre 24. https://www.slideshare.net/miguelcalvillo/lectura-escritura-habla-y-escucha-relaciones
[3] David A. Whetten y Kim S. Cameron (2005), Desarrollo de habilidades directivas. México. Pearson, p. 228.
[4] Curso avanzado de escucha activa http://www.escuchaactiva.com/cap01.htm ; Rodrigo Ortiz Crespo (2007), Aprender a escuchar. Cómo desarrollar la capacidad de escucha activa. Lulu.com; Carlos Mora Vanegas (2008), La importancia de saber escuchar. Gestiópolis (enero 29); Daniel Cassany, Martha Luna y Gloria Sanz (2007), Enseñar Lengua. Barcelona: Graó; Eugenia Alfonso C. y María Jeldres V. (1999), ¿Cómo acercarnos a la comprensión auditiva en español? Revista Signos, Valparaíso, 32, y Henzell-Thomas, Nigel y David A. Peoples (1997), 60 claves en 60 minutos para vender más. Bogotá: Norma.
[5] Alfredo Molano Bravo (2020), Cartas a Antonia. Bogotá: Aguilar.
[6] https://www.revistaarcadia.com/agenda/articulo/el-hombre-que-supo-escuchar-cinco-miradas-al-legado-de-alfredo-molano-bravo/79841/
8 Comentarios
Tienes toda la razón. Es una actitud que la mayor parte de los colombianos (y quizás de los seres humanos) ignoramos. De esa incapacidad para escuchar se nutre, entre otras, la polarización del país y una comunicación que se reduce a twitter. Y me impresionaron de modo especial las anécdotas sobre Molano.
Qué virtud tan valiosa es abrir la escucha al otro. Pero qué difícil. Hay que ser humilde y sabio para practicarla. Molano es un buen ejemplo de ello.
Si el oir nos permite capturar sonidos; escucharlos nos permite decifrarlos en lo mas íntimo que tienen para comunicar. Asi como no nos eseñan a escuchar tampoco se nos enseña a cómo pensar critica y analiticamente para separar la opinion del dato, la aseveración del analisis de la fuente, el juicio sin haber escuchado al acusado. Tampoco nos enseñan a convertirnos en futuros padres responsables del potencial creativo que tenemos al traer al mundo un nuevo ser, ni tampoco nos enseñan a practicar la honestidad politica, a no hacer juicios sin bases, a no condenar al otro sin haber escuchado su punto de vista. Que lo que nos queda de vida lo aprovechemos para aprender a escuchar a los que vienen atras pues ellos tendrán la responsabilidad de llevar hacia adelante el proximo paso evolutivo de su generacion.
Muy cierto. Cuando alguien nos habla es poco lo que escuchamos. Generalmente estamos pensando en la ingeniosa respuesta que vamos a dar, sin prestarle mucha atención a lo que el otro está diciendo.
Muy útil y significativo el tecto sobre la necesidad de escuchar y de APRENDER a escuchar. Valioso recuerdo de Molano. Gracias
Nunca había visto un raciocinio analítico de una filigrana clara y concisa. Molano es un bello ejemplo. Felicitaciones Wiliam!!!
Texto provocador y provocativo. De aquí se abren un gran reto: recuperar para el buen uso social, aquellos otros términos que los ladrones de sentido nos han robado: compasión, empatía, crítica, solidaridad…la ESCUCHA es el comienzo…
Felicitaciones William por tu artículo que me puso a reflexionar. Me impactó el ejemplo de Molano (que no se ha debido ir tan pronto). Lo palpamos diariamente en este país polarizado. Cada extremo da su versión y sus argumentos en una oportunidad y lo sigue repitiendo en muchas otras entrevistas y artículos. Pero nunca se ve el trabajo de analizar seriamente la opinión de la contraparte, la verificación y confrontación por ejemplo de sus estadísticas para examinar realmente cuáles son las correctas. Importa más la defensa a priori del programa oficial del grupo a costa del real interés por buscar la verdad. Un diálogo de sordos de un extremo al otro. Los periodistas podrían ayudar mucho en la tarea de desmontar falsas argumentaciones confrontando opiniones con los hechos y los números objetivos. Se enuncian superficialmente pero no se analizan críticamente para ver cuál es la opinion que tiene más fundamento. No sabemos escuchar la posición del otro que podría humildemente hacer cambiar la nuestra.