El más reciente libro (2021) de Steven Pinker es Racionalidad: qué es, por qué escasea y cómo promoverla. Había comentado en el blog ‒en el artículo ¿Qué hemos hecho bien?‒ su obra anterior Los ángeles que llevamos dentro. En el presente texto tomo algunas de sus ideas y expreso otras propias, surgidas de la lectura del libro y de reflexiones personales.
Para seguir el estilo del autor, podemos preguntarnos: ¿qué racionalidad tiene la profusión de viajes vacíos de los buses de SITP en la capital bogotana? O ¿qué racionalidad tienen dos horas o más de trancón, de cientos de automóviles, entre el peaje de Patios y Bogotá, cuando la solución es tan sencilla como dejar un solo carril de subida desde la carrera séptima hacia la Circunvalar? O ¿qué racionalidad tienen los carriles para ciclas ‒desocupados‒ a lado y lado de avenidas importantes de la capital bogotana, mientras los ya insuficientes carriles para automóviles se reducen a uno solo?
Los casos cuestionados son todos de movilidad, por ser ‒a mi parecer‒ muy tangibles, pero las preguntas pueden multiplicarse a otras muchas facetas de nuestra vida diaria, personal y comunitaria.
Un caso mucho más grave y de consecuencias desastrosas es el de los “falsos positivos”: ¿Qué racionalidad tiene matar personas del mismo bando para mostrar que se está venciendo al bando contrario? Peor aún: ¿qué racionalidad tuvo la masacre de Bojayá, las demás masacres de las Farc y las actuales de los grupos armados? ¿Qué racionalidad tienen los bombardeos de Rusia a los civiles ucranianos? ¿Qué racionalidad tienen las guerras, en todas las épocas, en todas sus formas y en todas las latitudes? ¿O es que con la “lógica” de que son universales, serán por eso racionales?
Una pregunta radical sería: si hay situaciones tan obvias, ¿por qué no se ejerce la racionalidad frente a ellas, si es verdad que el hombre es el animal racional?
La racionalidad es el pasaporte para el reino de la verdad y el bien; la irracionalidad es la puerta de entrada al territorio del error y el desastre. La una y la otra se dan a nivel individual y a nivel colectivo.
Steven Pinker comienza su obra mostrando cómo nos engañamos por no utilizar nuestra razón, sino que nos dejamos llevar por una “intuición” casi mecánica e irreflexiva o por prejuicios aparentemente bien fundados, o por opiniones generalizadas, así no sean racionales. En respuestas equivocadas, basta volver a pensarlas, despacio y con atención, para comprender la solución al problema y evidenciar la lógica que la sustenta. Sin embargo, lo más valioso es no esperarnos a las consecuencias indeseables para corregir, sino prever, pensar y razonar para acertar en nuestras decisiones.
En síntesis: los seres humanos ¿somos racionales o irracionales, o ambas cosas a la vez? Y, sobre todo, ¿qué beneficios nos produce obrar con racionalidad y qué perjuicios trae consigo obrar irracionalmente? ¿De qué manera podemos fomentar la racionalidad y habituarnos a ella, en vez de dejarnos llevar por la irracionalidad y evitar acostumbrarnos a esta como si no pasara nada?
Lo primero es la motivación, el interés, el deseo, la inclinación, la valoración. Si no nos importa la racionalidad, no nos esforzaremos por lograrla, ni mantenerla, ni protegerla. Y lo que nos importa y valoramos es lo que nos hace bien, lo que nos produce felicidad, bienestar, calidad de vida… Por el contrario, rechazamos y evitamos lo que nos daña, nos produce dolor, malestar y nos perjudica.
Nos equivocamos con frecuencia, no en lo que buscamos, sino en los medios o caminos para buscarlo. La racionalidad, la reflexión, la cordura, la sensatez, la lógica… son faros que iluminan el camino y permiten encontrar las formas adecuadas de lograr lo que queremos. Por el contrario, la irracionalidad, las pasiones desordenadas, la falta de atención y de buen juicio, los caprichos… nos empujan por derroteros desgraciados.
El autor de Racionalidad insiste mucho en el peso de la estadística…, pero a veces parece insinuar que el criterio de racionalidad consiste en que la mayoría acepte algo. Ese sería otro sesgo de irracionalidad: pensar que si la mayoría acepta algo, solo por eso ya es algo verdadero o bueno.
He aclarado, en otros artículos de este blog (“Sentir, comprender, amar” y “Cinco hábitos trascendentales”), cómo la racionalidad complementa los dos primeros escalones del conocimiento: el nivel sensitivo y el nivel de la comprensión. También he mostrado cómo la racionalidad es la base de las buenas deliberaciones, decisiones y actuaciones.
Regresando a los comentarios sobre el libro, es importante advertir que los caminos de la racionalidad no son solo los estadísticos, sino que los métodos de investigación (para lograr conocimiento) han sido los métodos clásico, estadístico, genético y dialéctico. En la base de todos ellos está el método trascendental, que consiste en experimentar, comprender, juzgar (con base en razones y evidencias sólidas) y decidir racionalmente.
Hay pues, dos campos de aplicación de la racionalidad:
a) la racionalidad del juicio, que es racionalidad en el conocer y se basa en la reflexión, en la consciencia racional que no se deja contaminar por otros deseos diferentes al de conocer la verdad, sino que sigue el dictamen del entendimiento y de la razón. La racionalidad sigue el deseo irrestricto y desinteresado de conocer y saber;
b) la racionalidad de la decisión, que es racionalidad en el curso de la acción y exige consistencia entre el conocimiento racional y la forma de actuar racional, congruente con ese conocimiento. La racionalidad orienta la deliberación (¿vale la pena? ¿Qué es mejor: a, b, o c? ¿Contribuye esto al bien común?) y esta debe seguir el deseo irrestricto y desinteresado del bien verdadero.
Así pues, la racionalidad no es asunto simplemente del conocer y del saber, sino que es decisiva para el bien obrar. Es algo absolutamente práctico: ser práctico es hacer cosas inteligentes o racionales; ser impráctico es hacer disparates, cosas no inteligentes o irracionales.
La racionalidad es la fuente no solo del conocimiento teórico sino también de todas sus aplicaciones prácticas y de toda actividad inteligente. La racionalidad es la clave del progreso y el desarrollo, mientras que la irracionalidad es causa de la decadencia y el deterioro.
La racionalidad es la clave misma de la practicidad y es una exigencia, no solo para cada individuo, sino para los grupos, las comunidades y las sociedades.
La inteligencia natural y el sentido común son en sí mismos racionales, pero como están sujetos a errores y a “interferencias” necesitan de la lógica y de la reflexión para comprobar la racionalidad de sus decisiones. Adicionalmente, la racionalidad de la fe enriquece la capacidad natural de la razón.
En esto cabe el adagio de que “el que quiere hacer algo, encuentra los medios; el que no quiere hacer algo, inventa las excusas”. Dicho de otro modo, “el que quiere ser racional, sabe cómo lograrlo y puede actuar en consecuencia; el que no quiere ser racional, se ampara en sus deseos o gustos, en sus recursivas ignorancias, y actúa caprichosamente”. En cuanto al libro de Pinker, tenerlo en cuenta es una buena ayuda.
Racionalidad, voluntad, libertad, bondad… todas terminan en ad… ¿Qué quiere decir ese ad? Que son una posibilidad, que son posibles, pero no automáticas. La racionalidad, como todos los buenos hábitos, requiere ejercicio, entrenamiento, práctica, constancia… y recibirá su recompensa.
Vicente Alcalá Colacios
Marzo, 2022
3 Comentarios
Gracias por esta información, es muy valiosa y nos hace ser más consientes de nuestras acciones.
Vicente, muy bueno tu artículo y muy acertada, a mi modo de ver, la manera como complementas y corriges una limitación del pensamiento de Pinker, al acudir a un análisis del juicio de tipo lonerganiano. ¡Buena esa!
Tema clave, mi querido Vicente. Yo me he ido convenciendo de que el ser humano es más un ser emocional que un ser racional. Es racional, sí, pero, en el punto de desarrollo en el que nos encontramos (evolución consciente), todavía pesa mucho
la emocionalidad, tanto en el conocer como en el actuar. Creo que la racionalidad, en el ser humano, no es binaria, en el sentido, se tiene o no se tiene. Nunca se da “pura”. Siempre viene acompañada de emocionalidad. El gran propósito del método científico es precísamente ayudarnos a subordinar la emocionalidad (no es posible neutralizarla por completo) en el conocer. En el actuar veo que los seres humanos seguimos tomando decisiones donde prima la emocionalidad sobre la racionalidad. Decisiones que no siempre, por ese motivo, pueden ser calificadas de irracionales. Estas últimas, por supuesto, verdaderas estupideces, también las tomamos, como bien lo ilustras con los ejemplos de los falsos positivos y la guerra.
Mil gracias Vicente y un abrazo. Tengo a Pinker en la lista de próximas lecturas.