Que 2021 no sea tan aburrido

Por: Francisco Cajiao
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El año que terminó fue tedioso para millones de personas. Mucha gente lleva meses diciendo que está aburrida; que lo del aislamiento, la virtualidad y los protocolos se está poniendo insoportable; que a los niñitos les da la lloradera cada vez que ven la pantalla del computador o del celular; que las reuniones con seres invisibles dejaron de ser interesantes hace tiempo.

Estudiantes de todas las edades, maestros y familiares reconocen que ya tiraron la toalla. Si el niño no quiere ver a la maestra por el celular, pues que no la vea. Si el profesor quiere ver a su alumna en la pantalla, le dicen que no hay conectividad. Si no entiendo nada de lo que me explican y me llenan de tareas, no me conecto más. Y seguramente otro tanto ha ocurrido en otros ambientes, no obstante el enorme esfuerzo de grandes y chicos por mantener activas sus ocupaciones académicas, laborales o culturales.

De tanto escuchar la dichosa palabra, me pareció que valía la pena explorar lo que significa la aburrición. La gran sorpresa ha sido descubrir cuánta gente importante se ha ocupado de este tema.

Aburrimiento (del latín ab –prefijo, ‘sin’– y horrere –‘horrorizarse’–) es la existencia desprovista de sentido, cuando ya no queda nada por perder y nada a qué temer. Es la falta de cosas interesantes para ver, escuchar o llevar a cabo, cuando no se está de ánimo para no hacer nada. Se necesita algo, pero ese algo indefinido no es posible por alguna razón –como una cuarentena–. De este estado de ánimo, con su sensación de tedio y vacío, se han ocupado filósofos como Kierkegaard, Nietzsche y Heidegger. También le han dedicado tiempo al asunto psicólogos como Lacan y escritores como Asimov.

En un ensayo sobre Heidegger, Daniel Lesmes señala que “la expresión alemana es totalmente impersonal: uno no se aburre ni de esto ni de aquello, ni siquiera de uno mismo, sino que el aburrimiento simplemente sobreviene, se traga al yo; no hay pasatiempo que valga, más bien hay un abandono de la existencia”. De manera menos trascendental, Kierkegaard decía que la población del mundo se debía a la aburrición: Dios se aburría, y por eso creó a Adán; como Dios y Adán se aburrían, vino Eva; etc.

Pero, más allá de las sesudas elucubraciones de los filósofos, el aburrimiento parece el principal motor de nuestra sociedad y el más importante argumento de venta de productos, espectáculos y experiencias de toda índole. La llamada ‘industria del entretenimiento’ es como la vacuna siempre renovada para neutralizar las mutaciones de la aburrición. La gente no quiere estar nunca en esa zona oscura en la que nada pasa. Para algunos psicólogos, este horror a la nada es lo que mueve a los jóvenes a experimentar con drogas, deportes extremos, alcohol y experiencias de alto riesgo. También, a su medida, los niños pequeños aburridos corren el riesgo de cometer más travesuras.

De los peligros de la aburrición no escapa nadie. Un artículo en El País de España le atribuye la agresividad desplegada en las redes sociales y, a lo mejor, una que otra explosión de violencia callejera o, a más alto nivel, un desastre financiero o algún conflicto bélico.

El científico y escritor Isaac Asimov aseguró que el aburrimiento iba a convertirse en la principal enfermedad de nuestra época, con grandes consecuencias mentales, emocionales y sociales. No parece que estuviera mal orientado, pues todavía no son claras las secuelas de este año que acaba de pasar.

Espero que este 2021 sea realmente nuevo y que sigamos aprendiendo a explorar otras formas de librarnos del hastío que todavía nos acompañará por algún tiempo. Mientras llegan las vacunas para el COVID-19 tenemos muchos de los nuevos caminos que aparecieron en estos tiempos para mantener el optimismo y el buen humor. Porque también grandes iniciativas y creaciones han surgido del tedio en estos meses.

Francisco Cajiao

Enero, 2021

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