En su novela autobiográfica Libro de un hombre solo, el Nobel chino del año 2000, Gao Xingjian, se refiere a sí mismo en su propia infancia y juventud como a ‘él’, en tercera persona. Otro tanto hace Günther Grass en Pelando la cebolla, aunque el Nobel alemán oscila con frecuencia entre la tercera y la primera persona del singular.
Los recursos literarios de Gao Xingjian y Günther Grass, al referirse a sí mismos en sus obras, reflejan lo problemática que resulta nuestra identidad. Cuando un escritor mira hacia atrás, deja de ser el actor de la escena para convertirse en espectador de un destino que le resulta parcialmente ajeno. ¿Es acaso el mismo que era hace veinte o treinta años, o incluso en tiempos más recientes, ya no solo en su apariencia física –lo que, obviamente, no es el caso–, sino en cuanto a sus sentimientos, modos de pensar, inclinaciones y gustos? Si volviera a nacer, ¿haría y dejaría de hacer las mismas cosas? Hay quienes aseguran que sí. Probablemente, esta declaración sea quizás un acto de autoafirmación un tanto presuntuoso; más bien, parece un esfuerzo por ocultar sentimientos de disgusto, de culpa o de vergüenza sobre el propio pasado.
Sin duda, es posible que algunos rasgos de la personalidad sobrevivan a la devastadora voracidad del tiempo, pero con frecuencia son tan débiles que no resulta fácil reconocerlos o tan generales que no imprimen el sello inconfundible de una verdadera identidad. Hasta las fotografías y los videos de hoy, con los que se intenta congelar el tiempo, resultan inútiles. Constituyen más bien una constancia visual del paso implacable de los días, que confirma la evidencia de que ya nadie es el mismo.
El único hilo conductor de toda existencia radica más bien en una deshilvanada sucesión de hechos con frecuencia inacabados, luego mal confiados a una memoria caprichosa, interesada y fuertemente selectiva, de acuerdo con emociones cambiantes y criterios difíciles de establecer, condimentados por la imaginación e interpretados por una mente que se empeña en reducir todo a la unidad. El Yo no termina por ser otra cosa que un rompecabezas armado con trozos de recuerdos y reacomodado sin cesar conforme a nuevos intereses. Es entonces, en larga medida, un cuento, una ficción, una novela armada a partir de los recuerdos y vista desde hoy. En un relato de esta naturaleza se entremezclan reflexiones de todo orden y simples observaciones o anécdotas curiosas o divertidas, eventos trascendentales para la vida, sean del autor, del país o del mundo, todo ello sin otro principio que el de seguir las huellas de la memoria. “Se hace camino al andar”.
A juicio de este autor, en una novela no parece bien recurrir a la tercera persona como hacen Xingjian y Grass, porque resulta poco natural. Es preferible acoger esa imagen tan manida y a la vez tan preciada de lo que llamamos el Yo, así se trate de una ilusión y aunque esto no signifique que el escritor deba sentirse siempre solidario con su pasado. El narrador quiere contarse a sí mismo a través de sus personajes, recapitularse, para intentar descubrir quién ha llegado a ser a lo largo de los años como la única manera de llegar a saber quién es. En realidad, nadie tiene una identidad fija e inmutable; esta la vamos construyendo y reconstruyendo día a día. “La esencia (del ser) es lo que (este) ha llegado ser”, dice Hegel. En cada nuevo paso de la vida se recapitulan y condensan, transformados, todos los pasos anteriores. Y nada obsta para que aquel que ha llegado a ser pueda mirar con alguna distancia crítica o con cierta indiferencia al que era en otros tiempos, a esa tercera persona a la que recurren los Nobel ya citados.
Un par de motivos inducen a escribir una novela, o mejor, la serie de historietas que, mal zurcidas, conforman una vida. Por una parte, consciente o inconscientemente, a todo autor lo mueve la sorda pasión que lo habita por algo inasible, que talvez podríamos llamar La Verdad. No por la verdad del ser en abstracto, metafísica y universal, sino por la Verdad de la Vida. Ante todo, de la existencia misma del escritor, pero también de la ajena. Pasión por descubrir lo que se esconde (¿o se manifiesta?) detrás de las apariencias en este gran baile de disfraces al que todos estamos invitados. A través de las páginas de su ficción, el autor irá despojando a sus personajes de sus ocasionales máscaras y explorando su verdadero rostro, si es que este existe. Ese esfuerzo y sus resultados son, en últimas, la esencia y la única verdad del literato.
No es el novelista quien posee esta pasión por la verdad. Es más bien ella la que lo posee. Con sus diminutos colmillos roedores va penetrando y royendo las propias apariencias, convicciones y costumbres, a la par con las de su entorno. Avanza lentamente en su tarea, pero lo hace sin tregua, con obstinación y en silencio, como las termitas, hasta que un bloque entero del edificio personal se desmorona sin ruido para dar lugar a nuevas construcciones igualmente transitorias. ¿De dónde proviene esta pulsión? Sin duda, obedece en gran medida a una intensa curiosidad natural. Cualquier misterio se convierte para el verdadero escritor en un reto, en un desafío. Y quizás un segundo motivo lo impulse en la tarea.
Como le sucede a todo el mundo, su vida ha discurrido por muy diversas experiencias y reflexiones que no tendrían cabida en serios textos analíticos. Y son esas elaboraciones muy personales lo que reviste para un escritor el mayor interés y quizá lo único con lo que puede identificarse realmente. Un buen autor no le encuentra gusto a un trabajo que no provenga de la vida misma y que no vuelva a ella. Sus especulaciones, aun las más abstractas, han de tener casi siempre un referente vivencial concreto, así no sea manifiesto.
Este incipiente esbozo de novelista un poco novelero siempre ha necesitado escribir sus experiencias y reflexiones para tener alguna idea de quién es y para dónde va. Es de esperar que sus relatos le puedan servir al lector, bien sea meramente para satisfacer el ‘voyeurismo’ que nos inclina a escudriñar vidas ajenas, bien como fuente de experiencias y reflexiones que le resulten iluminadoras o al menos como estímulo para reflexionar sobre sí mismo y conocerse mejor. Algunos podrían sentirse quizás menos solos y hasta menos avergonzados de sus incongruencias y contradicciones al descubrir que no son los únicos en incurrir en ellas. Para otros, podría ser una invitación a la sinceridad y la verdad de sus vidas.
La propia existencia de un escritor, así como la de cada colombiano, hace parte y refleja algunos de los muchos aspectos que conforman esta hermosa y atormentada porción convencional del planeta llamado Colombia. Representa un microscópico fragmento del inmenso espejo colectivo en el que se proyecta la imagen del país. Por eso, este relato intentará rehacer el curso de una vida siguiendo la clave de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. O como diría Hegel mucho más claramente: “la identidad es la identidad de la identidad y la no identidad” (!?), porque el Yo solo llega a ser cada día lo que es, al ir devorando, asimilando e incorporando en sí mismo todo lo que, en primera instancia, le aparece como distinto de sí y no idéntico consigo: sus circunstancias. Llega a ser él mismo creando su propia fábula a partir de retazos ajenos y diferentes, de los que se apropia transformándolos.
Lo más interesante del Yo es precisamente ese entorno en el que se moldea, mínima fracción de otro cuento mucho más amplio: la historia local y hasta, si se quiere, la historia nacional, tal como se condensa en un lugar y una época determinada del mundo. Y una nación solo existe como el conjunto articulado de lo que sus pobladores viven, sienten, perciben, piensan, sueñan y hacen de él. Entre todos la diseñan emocional, imaginativa e intelectualmente antes de recrearla o destruirla en la práctica.
Dicho esto, todo novelista se lanza a escribir una historia como si se zambullera en el mar con la esperanza de no naufragar en él.
Luis Alberto Restrepo M.
Enero, 2023
6 Comentarios
Larpo, excelente tu reflexión sobre nuestro impermanente “yo” que no es sino “ficción de la que somos a lo sumo coutores”, como escribió Imre Kertész, otro Nobel de Literatura.
Luis Alberto: cuando tu comentas algo lo haces con tal profundidad que el lector tiende a descubrir nuevos mundos, y nuevos significados, que lo alejan de ese algo inicial. Es decir, la críticas a la novela y al autor que fue merecedor del Nobel, quedan superadas por la verificación de las intenciones y de las tendencias que mueven a un autor a escribir una novela. Ya no se trata de ese autor, específico, sino de cualquier escritor que quiere desentrañar las circunstancias de la vida y su identidad personal a través de una relación en la cual se encuentra como yo – es decir como sujeto – o como él, es decir como agente diferente en la trama del escrito. Pero en esa relación como sujeto o como agente de la trama, las circunstancias que se describen, si bien complementarias, entran a formar parte de ese YO, que se construye y se deconstruye permanentemente. Me queda la preocupación simplemente que no conozco ni he leído la novela, y quizás la inquietud de que tampoco la voy a leer. Saludos. Hernando
Luis Alberto, tu escrito coincide plenamente con esa frase tantas veces repetida por el MinJun Luis Carlos Herrera: “El estilo es el hombre” , estilo que cambia a medida que nosotros cambiamos. Excelente reflexión.
¡Brillante y propio de tu asombrosa versatilidad! El concepto de la irrealidad de la realidad, o de lo ilusorio que finalmente es todo nos lleva un poco hacia la concepción de la realidad de algunas escuelas budistas. Gracias, Un placer leerte.
Luis Alberto, qué profunda reflexión sobre la propia vida y la escritura. Como decía Pamuk, el nobel turco “el novelista encuentra material en los detalles de su propia vida y en su imaginación. Y escribe con el fin de establecer un vínculo profundo con ese material”. Te felicito y confío en que sigas escribiendo para deleite de tus amigos.
LARpo., esa profundidad y claridad te retratan como lo que eres. Leyendo este escrito tuyo, me vino a la memoria una pregunta que en alguna oportunidad hacías: “Si la resurrección existe, ¿con cuál Yo resucitaremos?”
Saludos
LUIS GUILLERMO