Nací en Colombia porque mis padres vivían aquí y porque sus padres, mis abuelos, también residían aquí. Soy consciente de una tradición de valores familiares que se concentra en mí, con todo lo que ellos me entregaron.
De niño aprendí el juramento a la bandera, aunque ya se me haya olvidado y, por supuesto, el himno nacional. Además, traté de descifrar y de entender qué hace en el escudo de nuestra bandera el istmo de Panamá que desde hace muchos años ya no es colombiano y es parte de otro país. Y qué fruta es la granada, pues no se conseguía en el mercado porque no es nacional. Más tarde también pregunté qué es el gorro frigio y por qué está en nuestro escudo si los colombianos nunca lo usamos. Si se trata de poner en el escudo nacional algunos símbolos propios de nuestro país, ¿en vez de la granada, no sería mejor poner una mata de café cargada de frutos rojos? Y en vez del gorro frigio, como símbolo de libertad, ¿no es mucho más colombiano, más alegre y libre un sombrero vueltiao? Y en vez de un istmo inexistente, ¿no sería mejor mostrar la belleza del río de los siete colores?
En la letra de un himno, larguísima por demás, con palabras que casi no entendía, hacíamos concursos para tratar de entender qué significaba “inmarcesible”. Y, sin embargo, en el estadio cantamos orgullosos “Oh gloria inmarcesible”, y me emociona ver que los demás cantan el himno a grito herido y algunos con lágrimas en los ojos antes de un partido de fútbol. Respeto los símbolos de mi patria y también he portado con orgullo la bandera, porque es símbolo de alegría. Estamos de fiesta cuando la izamos y estamos alegres llevándola a los estadios.
En el deporte, por ejemplo, no hay nada más grato y emocionante que estar en el extranjero y escuchar las notas del himno nacional antes de un juego o de un partido. No hay nada más grato que estar en el extranjero y cantar un bambuco o una cumbia por un camino de montaña yendo hacia Santiago de Compostela. Es algo que sale de las entrañas y se hace mucho más profundo cuando ese bambuco es un bambuco antioqueño.
No hay nada más grato que corear al unísono el triunfo de un ciclista colombiano en la Vuelta a España, en el Giro de Italia o en el Tour de Francia. Me sudan las manos mientras sufro viendo un partido de la selección Colombia. Le hago mucha fuerza a las niñas de la selección femenina y pienso que estas subcampeonas menores de 17 años debieron ser las campeonas mundiales. Es que el gol en contra que marcó la monita, la defensa colombiana, Ana María Guzmán, cuando cayó al suelo e infortunadamente le rebotó el balón contra su pecho, debió ser anulado. Le cometieron falta y nadie vio ni castigó el empujón que le dio la delantera española. Nadie se fijó en la falta. Pienso que merecieron ser campeonas, al ver cómo una muchachita de 15 años, nuestra portera Luisa Agudelo, dio lo mejor de sí y con su tremendo esfuerzo y estirada, desvió el balón, “pasamos” a la final y nos puso a soñar con la gloria. ¡Fueron ellas las que pasaron a la final! Sin embargo, todos nos sentimos casi campeones y en la final con ellas. Pienso que debieron ser campeonas al ver los goles de todas y, en especial, los de Linda Caicedo, de piquecito y “bañando” a la arquera contraria y luego el bailecito de todas y su sonrisa con sus dientes blancos y su hermoso rostro, oscuro y feliz. ¿Qué tal que a esas niñas felices por los triunfos y por su esfuerzo se les dieran todas las oportunidades para llegar a ser lo mejor de sí mismas, lo mejor que quieren y pueden ser? ¿Qué tal si a los niños que están luchando como ellas en otros terrenos, se les dieran todas las oportunidades que merecen por su hermosa vida y sus derechos?
Todavía resuenan en mis oídos las notas y el canto del “Oh gloria inmarcesible” y todavía veo las banderas con gentes por las calles, cuando Colombia le ganó a Argentina 5-0. El triunfo en el deporte nacional es un motivo de orgullo para mí, aunque nunca hayamos ganado un campeonato mundial de fútbol. Pero sí hemos tenido una Mariana Pajón, una María Isabel Urrutia y me he emocionado muchísimo viendo a estos levantadores de pesas y boxeadores y corredores poniendo sus manos sobre su pecho y me alegro mucho al ver en los olímpicos cómo se iza la bandera nacional. Porque así soy, el deporte me emociona y los triunfos de los deportistas colombianos compitiendo limpiamente me llenan de orgullo, aunque sé que son efímeros y sé que no son la esencia de Colombia, pero “del ahogado, el sombrero”.
Me emociona ver el esfuerzo de muchos tratando de levantar cabeza, de surgir y de mostrar que los colombianos somos más que deportistas o artistas o científicos. Quién sabe cuándo podremos salir de este tercer mundo, de la maldición de la coca, de la corrupción y de las luchas políticas. Pero me siento orgulloso de mi patria porque fue aquí en donde aprendí y recibí lo que soy. Veo en mis manos las manos de los campesinos arando el campo y recogiendo cosechas. Veo en mí a mis maestros, a mis compañeros, a mis amigos de toda la vida. Y llevo con orgullo mi hogar, mi familia y la fe en mi Señor y mi Dios que le aprendí a mis padres, ganándose el pan honradamente y alimentando ilusiones en las noches de navidad.
Por eso y por mucho más, me siento orgulloso de ser colombiano, sin amarguras y pleno de alegría.
Bernardo Nieto Sotomayor
Diciembre, 2022
2 Comentarios
Bernardo, gracias por este mensaje positivo de nuestra Patria.
Con todo gusto, Adolfo Mario. Que tengas una hermosa navidad y un mejor 2023.