La semana pasada, Mauricio Cabrera argumentaba que la falta de empleo decente es el problema y que la búsqueda de soluciones debería ser prioridad gubernamental y del sector privado. Ahora se refiere ‒y cuestiona‒ el plan de choque del gobierno, pues se requiere, primero que todo, un repunte fuerte de la demanda. Sin ello, las empresas no van a contratar trabajadores.
Para promover la creación de empleo juvenil el gobierno acaba de lanzar un “plan de choque”, consistente en dar a las empresas un subsidio de 25 % del salario mínimo ($227.000) por cada nuevo joven que contraten, pagando todas las prestaciones y parafiscales. Con recursos por un billón de pesos destinados al programa, el gobierno espera que se generen 500.000 nuevos empleos.
Sin ánimo de ser Casandra de oráculos pesimistas, debo decir que el plan tiene mucha probabilidad de fracasar, porque parece diseñado por personas que no tienen conocimiento de cómo las empresas toman la decisión de contratar un trabajador. Tres conversaciones imaginarias, pero muy reales, sirven para ilustrar esa afirmación.
Primera, en el restaurante del barrio, que estuvo cerrado seis meses por la pandemia, y que ha vuelto a abrir con aforo restringido, la chef y esposa del administrador le dice a su marido: “con ese subsidio del gobierno, ahora podemos contratar a los dos meseros que tuvimos que despedir el año pasado”. El marido le pregunta: “con dos meseros más, ¿vamos a tener más clientes al almuerzo o a la comida?”.
La chef responde que no, porque la gente todavía le tiene miedo al COVID-19. Sin embargo, con su sensibilidad social insiste en contratar a sus antiguos meseros. El marido saca su calculadora y le dice: “si les pagamos el salario mínimo, cada uno nos va a costar $1.4 millones mensuales; el gobierno nos da $227.000, ¿De dónde sacamos el resto?
La segunda es en un taller que confecciona prendas de vestir para conocidas marcas de ropa y que el año pasado tuvo que despedir a 10 de las 20 mujeres que empleaba porque le cancelaron muchos pedidos. El dueño llama al administrador y le dice que vuelva a engancharlas porque hay que demostrar que las políticas del gobierno sí sirven.
El administrador, con paciencia, corre su modelo en el computador y le presenta los resultados: “10 jóvenes nos pueden producir unos $50 millones mensuales de prendas de vestir; contratarlas nos cuesta $14 millones al mes; la tela y los materiales para la confección, unos $25 millones; otros costos y gastos unos $6 millones, de manera que es buen negocio porque tendríamos una utilidad de $10 millones, más los $2.2 millones del subsidio”. Pero temeroso, le pregunta al dueño: “¿a quién le vamos a vender esa ropa? Si no tenemos pedidos, ¿de dónde vamos a sacar los $47.8 millones que no nos da el gobierno?
Tercera, una gran empresa de alimentos que paga el doble del salario mínimo y que durante la pandemia aumentó sus ventas y para poder producir más contrató 10 nuevos trabajadores, pero ahora ha vuelto a los niveles anteriores de ventas. El presidente pide a su equipo que evalúe la contratación de 10 jóvenes para aprovechar los subsidios del gobierno. El gerente de operaciones le dice que serían un estorbo porque no tiene funciones para asignarles; al de talento humano le gusta la idea porque podrían aprovechar para jubilar anticipadamente a 10 empleados muy antiguos; pero el financiero replica y afirma que le costarían $28 millones, pero el gobierno solo le da $2.2 millones.
Conclusión: mientras no haya un repunte fuerte de la demanda, las empresas no van a contratar nuevos trabajadores. Si ahora se quiere generar 500.000 nuevos empleos, solo un programa de empleo público como el que planteé la semana pasada puede hacerlo.
Mauricio Cabrera
Mayo, 2021