Monopolios y emociones políticas

Por: Santiago Londoño Uribe
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Entender, o tratar de entender, qué nos motiva o nos impide actuar de determinada manera en ciertas circunstancias y contextos es fascinante, aleccionador y bastante retador. Sin cambios en los comportamientos y las reacciones no hay institucionalidad o inversión que logre verdaderas transformaciones.

Últimamente, en parte impulsado por las extrañas y nefastas elecciones que he presenciado desde el 2015 (Trump, Brexit y plebiscito, entre otras) y en parte por puro interés académico, he leído acerca de lo que se conoce como estudios del comportamiento. Entender, o tratar de entender, qué nos motiva o nos impide actuar de determinada manera en ciertas circunstancias y contextos es fascinante, aleccionador y bastante retador. Estoy lejos de ser un experto en el tema, y me excuso con quienes sí lo son por los errores y las ligerezas de este texto. Sin embargo, a continuación, comparto algunas reflexiones sobre asuntos que me apasionan. 

En octubre de 2018 publiqué la columna titulada Inequidad e Indignación (https://www.unpasquin. com/2018/10/inequidad-e-indignacion/). Como cierre enuncié varias preguntas y entre ellas resalto esta: ¿por qué no hemos reaccionado de manera conjunta y coordinada como sociedad ante los inaceptables niveles de inequidad? Nos enorgullecen los rankings de todo tipo, pero somos ciegos y sordos ante aquellos en los que nos listan entre los tres países con peores indicadores en temas de inequidad del mundo. 

¿Por qué somos indiferentes? ¿Por qué la falta de empatía? El investigador Paul Piff, profesor de psicología y comportamiento social de la Universidad de California, es reconocido en el medio por su experimento con el conocido juego de mesa Monopolio realizado en el año 2013. 

Piff y varios colegas invitaron cerca de 200 estudiantes a jugar Monopolio en parejas, pero con una variante, una versión tramposa. Al iniciar lanzaban una moneda para definir un rol a cada jugador, rico o pobre; el primero tenía varios privilegios de los que carecía el segundo: empezaba el juego con el doble de dinero que su oponente; lanzaba dos dados, mientras el pobre solo uno, y cada vez que pasaban por un lugar designado ganaba $200, mientras el pobre ganaba $100. Los investigadores analizaban la actuación de cada jugador con cámaras escondidas y luego hacían una entrevista sobre el desempeño del juego. 

Los resultados fueron complejos. No obstante ser el azar y una moneda la única razón por la cual un jugador tenía todas las ventajas, los jugadores ricos se comportaban de manera soberbia. Se reían de la suerte de sus contrincantes pobres, celebraban cada triunfo con gestos agresivos y eran ruidosos y altivos al mover sus fichas por la tabla. Todo lo que hacían apuntaba a reafirmar que lo que les ocurría era merecido. 

Al finalizar el juego los investigadores preguntaron a los ganadores por su experiencia y les pidieron que explicaran las razones por las cuales habían ganado tan contundentemente. Nadie habló de la moneda y, en general, todos hablaron de su estrategia, de su capacidad, de jugadas maestras y de su fortaleza en el manejo de inversiones y dinero. Merecidos. 

Piff y sus colegas han realizado otros tantos experimentos alrededor de la hipótesis que plantea que mientras más ricas sean las personas serán menos empáticas, menos compasivas y más cercanas al autointerés y a considerar lo que tienen como un hecho merecido, al igual que la condición de pobreza de los otros. Los resultados de todos esos experimentos, desafortunadamente, confirman la hipótesis. 

Afortunadamente los estudios del comportamiento sostienen que así como los seres humanos somos capaces de identificar las motivaciones o los condicionantes de nuestras acciones, así también podemos modificarlas y transformarlas. No estamos ni diseñados ni condenados a actuar de una u otra forma. 

Los sentimientos o emociones morales y políticos, para citar a Martha Nussbaum, pueden aprenderse y se deben siempre ejercitar. Igual que lo hicieron filósofos y pensadores como John Stuart Mill y Rabindranath Tagore, los investigadores del Monopolio Tramposo encontraron que resaltar los efectos y transformaciones resultantes de la colaboración, la cooperación y la empatía, así como comunicar las condiciones de vida de quienes pasan dificultades, modifican las actitudes y las acciones imperantes de apatía y egoísmo. 

El statu quo no es inmodificable. La inequidad no puede ser una condición necesaria ni mucho menos deseable. Los grandes cambios requieren modificar actitudes y comportamientos. La empatía, la compasión y la corresponsabilidad, por mencionar algunos, son emociones y valores poderosos y transformadores, pero no son innatos y estamos haciendo muy poco por educar a nuestros hijos y a nosotros mismos en ellos. 

Sin cambios en los comportamientos y las reacciones no hay institucionalidad o inversión que logre verdaderas transformaciones.

Santiago Londoño Uribe

Septiembre 2021

3 Comentarios

Hernando+Bernal+A. 22 septiembre, 2021 - 7:05 am

Muy serio y bien documentado el escrito y de enorme sabiduría el mensaje del mismo. Muchas gracias.

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Jorge+Luis+Puerta 22 septiembre, 2021 - 11:06 am

Es movilizador leerte.

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John+Arbeláez 22 septiembre, 2021 - 12:38 pm

Santiago, excelente tu columna que nos hace reflexionar sobre nuestra situación en la Colombia desigual que alimentamos día a día. por medio de acciones y omisiones todas ellas cargadas de emocionalidad.
Gracias por ilustrarnos sobre ese experimento del Monopolio tramposo, fiel reflejo de nuestra realidad. Es para meditar largamente sobre ello.

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