Mi verdad (2)

Por: Carlos Torres
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48 millones de invisibles- Colombia en Paz

La verdad es que existe otra Colombia sin la cual no se explica la realidad de nuestro país y su transformación desde 1950. Es la Colombia que durante este período superó el analfabetismo reinante en la mitad del siglo XX, que ahora tiene la capacidad de educar hasta bachillerato a buena parte de su población, desarrolló un sistema universitario que puede atender hasta dos millones de estudiantes, un sistema de educación técnica en el Sena con un millón de alumnos y da trabajo a 20.5 millones de personas con amplia presencia de la mujer, conquistada en el mismo período. 

Nuestro país alimenta diariamente con productos del campo y de la industria, nacionales e importados, a 48 millones de colombianos y logró un cubrimiento universal del sistema de salud. Le dio derechos a los indígenas, a los campesinos y a la comunidad LBGTI. El servicio doméstico, prácticamente la moderna esclavitud en 1950, es hoy un trabajo con seguridad social, primas, cesantías y todos los derechos. Creó el sistema de cajas de compensación familiar para los trabajadores, desarrolló el instituto de protección de la infancia (ICBF) con sus miles de madres comunitarias. Un país casi 100 % electrificado, con cubrimiento creciente de agua potable y sanidad en el hogar. 

Esa otra Colombia ha sido manejada de tal manera que pasó de ser en 1950 un país agrícola, subdesarrollado y pobre (con un PIB de US $400 per cápita) a un país de ciudades de mediano desarrollo, con un PIB promedio de US $7000 per cápita y una infraestructura valiosa. De monoexportador de café devino en exportador de café, flores, banano, palma, carbón, petróleo, frutas, oro y, al menos, 200 productos de exportaciones menores del campo y la industria mediana a través de más de 10.000 empresas. Colombia fue el único país del mundo que tuvo solo un año recesión en todo el siglo XX (y lo que llevábamos del XXI hasta la llegada de la pandemia). Sus líderes son respetados en el continente en temas económicos, en medicina, en medios de comunicación, en el arte, en el deporte, en ejecutivos de empresas… y sus clases medias crecientes votan cada cuatro años para elegir a sus gobernantes. El país es respetado como una de las más antiguas democracias verdaderas de este continente.

¿Quién hizo esa segunda Colombia desconocida para muchos en el mundo y poco valorada por los mismos colombianos? Los 48 millones que todos los días salieron y salen a trabajar, a estudiar, a cumplir sus obligaciones, a buscar el progreso de sus familias y a divertirse, mientras los 100.000 violentos acumulaban sus crímenes.

Son 48 millones de colombianos invisibles para los que hablan de la paz y la guerra. Han construido un país sin asesinar, ni secuestrar, ni enriqueciéndose con el narcotráfico, ni robando, ni extorsionando, ni reclutando niños de los campos y pueblos más humildes, ni abusando de las mujeres, ni destruyendo las líneas de transmisión, ni los oleoductos. 

No fue gracias a los guerrilleros, paramilitares, falsos positivos, corruptos, que el país ha logrado avanzar; es a pesar de ellos. Esos 100.000 violentos no representan al pueblo de Colombia, ni a los campesinos, ni a los afrodescendientes, ni a los indígenas a quienes tanto atormentaron. 

Es verdad que falta mucho todavía porque el desarrollo es continuo, porque la dignidad humana exige siempre más: más justicia, más equidad, más respeto, más democracia, más paz, más educación, más calidad, más honestidad. Y menos pobreza, menos corrupción, menos odios. 

No haber concluido la tarea o no haber avanzado más en el desarrollo no puede usarse como argumento para decir que todos somos tan culpables como los violentos, ni justifica que dichos violentos traten de ponerse adelante en la fila cuando se llama a las víctimas de la violencia.

Los 48 millones de colombianos que han construido y siguen construyendo nuestro país son todos los del  y todos los del No, al igual que los que se abstuvieron de pronunciarse por diversas razones. Unos aceptan lo que sea por lograr el bien supremo de la paz y los otros consideran que no hay paz verdadera si no hay un mínimo de justicia y mucho de verdad. Pero la realidad es que casi todos han trabajado por un mejor país.

No habrá reconciliación verdadera si para doblar esta página triste de nuestra historia los que buscan la verdad de lo que pasó no reconocen que además de los 100.000 violentos existen 48 millones de pacíficos que son la verdadera esperanza de Colombia. Allí debemos caber todos a los que se nos pide que estemos dispuestos a perdonar y superar las diferencias que tengamos entre nosotros, para que no se conviertan en la fuente de calificativos y epítetos insultantes.

 Todos queremos la paz que se construye sobre la verdad y la justicia (26).

Carlos Torres Hurtado

Noviembre, 2020

4 Comentarios

César Augusto Torres Hurtado 15 noviembre, 2020 - 3:42 pm

Que agradable y equilibrado análisis y lectura en todo sentido. Con cifras y números reales. Sin apasionamientos ni regionalismo ni sesgos políticos que para nada buscan el bien común, ni la disminución de la desigualdad y la pobreza.

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Luis Alberto Restrepo 15 noviembre, 2020 - 4:56 pm

Carlos, muy bueno su artículo. En realidad – aunque quizás habría que precisar algunos datos – el país había dado un gran salto desde fines del gobierno de Pastrana hasta el comienzo de la pandemia, pero entiendo que su pretensión no era la de ofrecer un análisis científico sino presentar un rápido esbozo. Sin embargo, yo anotaría también algunas cosas: la primera es que, aunque hubo un importante ascenso general del nivel de vida de los colombianos, creció también enormemente la desigualdad, y además hubo zonas como las fronteras hasta hoy totalmente abandonadas. La segunda es que el crecimiento estuvo apoyado sobre todo en la exportación de productos primarios – bonanza de los hidrocarburos desde el año 2002 y minería ejercida sin ningún control del estado, con el consiguiente deterioro ambiental y abundante financiación de organizaciones ilegales. La tercera es que la apertura al comercio exterior (que algunos consideran muy escasa) desindustrializó fuertemente a un país que hasta entonces había sido el más avanzado de la región en ese sentido, junto con Brasil, Argentina y México. Estas afirmaciones mías también requerirían mayor precisión científica, pero no es ese mi propósito. Son simples notas para un diálogo.
Cordial saludo

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Hernando Bernal A. 16 noviembre, 2020 - 9:01 am

Carlos: muy importante su análisis y creo que muy real. Es cierto como afirma Luis Alberto que se presta para discusiones posteriores. Pero en realdad es reconfortante tener una visión que no solo quiera acentuar los elementos negativos de nuestra historia. En lo que a mí respecta quiero solo señalar que en el tema del analfabetismo rural en mediados del siglo pasado era de 6,4 millones sobre una población campesina de 8 aproximadamente, y que para finales del siglo se consideraba de 1,5 millones para una población de 8,5 millones de campesinos. Este fue un esfuerzo conjunto del Estado, de la sociedad civil y de la Iglesia. Es cierto que no se solucionó el problema, pero se hicieron grandes avances. Un cordial saludo.

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Vicente Alcala 16 noviembre, 2020 - 8:38 pm

Lo que no se ve (y no se muestra) es inconmensurablemente mayor que lo que se ve… y no sólo en el mundo físico, también en el mundo cultural. Sin ignorar lo negativo que se ve, en Colombia es mucho más lo positivo, lo bueno, lo amoroso, lo alegre, lo “poético, lo espiritual, lo solidario, lo generoso… que por el hecho de que no se vea (ni se muestre) tanto, no quiere decir que sea menor, ni menos real, ni menos importante. Carlos traduce muy bien esto con cifras. No todo lo bueno se puede cuantificar fácilmente, pero ahí está en la cultura colombiana y en su historia, que avanza de manera esperanzadora.

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