Mi libro preferido – Don Quijote de la Mancha

Por: Alberto Echeverri
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“En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor… Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza… Este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso –que eran los más del año– se daba a leer libros de caballería”.

“Y llegó a tanto su curiosidad y desatino que vendió muchas fanegas de tierras para comprar libros de caballería en que leer, y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos. (…) Perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entender las razones por las que se le había secado el cerebro y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles si resucitara para solo ello”.

Mi libro preferido es, sin duda, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Identificado una buena parte de mi vida con el talante de Ignacio de Loyola, un casi contemporáneo del autor del libro, pero más del personaje clave, las coincidencias y los contrastes entre uno y otro continúan dándome tema de meditación y honda reflexión. 

El místico Ignacio se había iniciado leyendo libros de caballería, y loco el Quijote por dedicarles demasiado tiempo, todavía me pregunto si en realidad lo era tanto como él mismo confesó a la hora de su muerte. Al fin de cuentas el reposado y muy cuerdo Ignacio apuntará a los “locos por Cristo” en las jornadas culmen de los Ejercicios Espirituales.

Hidalgo don Quijote, hidalgo Íñigo de Loyola. “Hijos de algo”, de “alguien”. Desconocida la familia de don Quijote, conocida la de Ignacio, no solo en su pueblo sino además en el ámbito de la corte real y hasta en los tribunales. Lejos de los fastos del imperio el peregrino Íñigo, un giróvago sin destino ni regia procedencia y sin señor que se le pudiera morir, el Quijote.  Solo en los comienzos Íñigo, acompañado Ignacio de otros más tarde y sobre todo durante los últimos años de su vida; en raras ocasiones solo el Quijote, acudido por el barbero o el escribano o el cura y en especial por la imposible Dulcinea del Toboso, aventura tras aventura en compañía de Rocinante y su fiel escudero Sancho.  

Solitario en su locura don Quijote, solitario Ignacio buena parte de su muy singular proceso interior. Ignacio morirá solo; reconvertido en don Alonso Quijano “el bueno a secas”, don Quijote expirará rodeado por las lágrimas de Sancho y sus amigos y servidores. 

Intencionado el Quijote en su testamento a dejar un reino al escudero “por la sencillez de su condición y fidelidad de su trato”, ninguna recomendación podrá hacer Ignacio al final de su vida. Arrepentido de su locura el Ingenioso Hidalgo en su lecho de muerte, pedirá perdón a Sancho, que ha pasado de ser simple escudero a “amigo”, por hacerle “caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo”; sereno al final, confirmado y aun reconfirmado en su experiencia, Ignacio de Loyola. 

Dos vidas cuyos rasgos coinciden más de una vez.  Dos caballeros andantes. Que, con perdón de don Quijote, todavía existen. 

Alberto Echeverri

Junio, 2021

2 Comentarios

Eduardo+Jiménez 16 junio, 2021 - 6:59 am

Gracias Alberto por esta referencia. No creo que pueda decir que me he sentado a leerlo “de cabo a rabo”, pero por supuesto son muchas las referencias y pasajes del libro que hemos leído aquí y allá
Recuerdo que Chucho Caycedo, nuestro amable Maestro de Novicios, mencionaba con una sonrisa “las uñas de cernícalo lagartijero” de las que hablaba Don Quijote cuando se refería a las uñas largas.
Abarazos, Eduardo

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Daniel Torres Hurtado 16 junio, 2021 - 4:08 pm

Que acertadas analogias Alberto. Si no existiera Don QUIJOTE DE LA MANCHA, hace mucho tiempo yo habría perdido la fe en la humanidad, Si no existiera el librito de los EJERCICIOS yo ya habría perdido mi fe en Dios. Un agradecido abrazo !

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