Umberto Eco, el semiólogo italiano, era conocido por sus sesudos ensayos (Apocalípticos e integrados, Lector in fabula, Los límites de la interpretación, Decir casi lo mismo…), hasta que debutó como literato y su primera novela (publicada en 1980) se convirtió en la favorita de uno de nuestros compañeros.
“Es un lugar oscuro, con la defensa a la oscuridad de la ignorancia”. Así puedo describir El nombre de la rosa, de Umberto Eco.
Un monasterio en el centro de Italia. Año 1000, época de la historia occidental que se abre desde el medioevo para desembocar en el Renacimiento, con el renacer de la claridad del pensamiento.
El escenario: una biblioteca manejada por un monje ciego, el único que puede moverse con facilidad en los oscuros corredores, entre papiros y palimpsestos.
El foco de la historia: un documento antiguo, cuyo secreto es descubrir que Cristo se reía, como cualquier otro ser humano.
Mueren todos los que quieren acceder a dicho documento, mientras el fraile visitante y su compañero, con ínfulas de detectives londinenses, precursores de Sherlock Holmes, tratan de descubrir a los asesinos que operan de acuerdo con las horas canónicas propias, que rigen el ritmo de la vida religiosa en esa época.
La solución final: el incendio de la biblioteca, con la muerte del conocimiento compendiado en los libros, en un fuego que solo dura una noche y desaparece para siempre.
Previo a la llegada del Renacimiento ocurrieron 600 años de dificultad de acceso al saber, desde el trívium y el quadrivium de Carlomagno, en el año 800, hasta el siglo XV, hacia 1450, cuando el acceso al conocimiento en el mundo occidental principió a lograrse con la aparición de la imprenta.
Esto lo señala La Galaxia Gutenberg, el libro básico de Marshall McLuhan. Entonces, la publicación del libro hace que aparezca el público y, de este modo, que se superen las prohibiciones que existían para acceder a los libros, con la aparición de las universidades en Bolonia, París, Salamanca y Oxford, que permitieron que el conocimiento fuera accesible a todos los ciudadanos –siempre y cuando supieran leer y escribir–.
Y la lucha para que el alfabeto fuera del dominio de todos y que, por lo tanto, el conocimiento llegara a ser propiedad individual.
Lograr que esa riqueza de la humanidad sea realmente compartida nos ha llevado años y aún no lo hemos logrado en la actualidad.
Hernando Bernal A.
Julio, 2021
5 Comentarios
Hernando, comparto tu gusto por el Nombre de la Rosa de Humberto Eco, pues los que fuimos Jesuitas nos adentramos por los pasillos y vericuetos de ese convento con familiaridad, imaginando a Santa Rosa en una composición de lugar.
Novela inolvidable que muy bien rememoras. Un hito en la historia de la novela y del pensamiento occidental. Gracias, Hernando
Qué buen artículo, Hernando. Esa apertura desembocó en el caudaloso río que fue la imprenta que poco a poco se convirtió en el inmenso mar que permitió la universal difusión el conocimiento. Sin la imprenta, quién sabe en dónde estaría hoy en día la civilización.
Mil gracias
Gracias a todos por sus comentarios. Realmente la conjunción de los argumentos de las dos obras ( Eco y McLuhan) marcan dos hitos históricos en la historia del saber y del conocimiento. Saludos.
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